Tribuna
Hagamos memoria

Si entre los atributos del ser humano estuviera extraer conclusiones de provecho sobre su trayectoria como especie, la historia no sería la historia de nuestras guerras.

Memoria República Parlamento Andalucía
Parlamentarios y colectivos memorialistas tras la aprobación de la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía el 15 de marzo de 2017 | Parlamento de Andalucía
Diputada de Adelante Andalucía en el Parlamento de Andalucía
21 feb 2019 13:00

Atribuirnos una genérica inclinación a la bondad y la convivencia pacífica es incompatible con los malos pasos que venimos dando desde la noche los tiempos, repitiendo con tozuda determinación los mismos actos de crueldad y falta de empatía que definen con mayor acierto la verdadera naturaleza destructiva de la condición humana. Hemos aprendido a camuflar nuestra infinita capacidad de hacernos daño bajo múltiples formas “civilizadas” de organizar la convivencia.

La democracia como aspiración de los pueblos oprimidos es un ideal aglutinador que debilita las diferencias de quienes luchan por su advenimiento. Una vez conquistada, esas diferencias vuelven a aflorar en quienes la idealizaron en exceso confundiendo su implantación con una emancipación personal que resulta inalcanzable a través de sus procedimientos. Del otro lado quedan quienes defienden la inmovilidad de esos mismos procedimientos porque modificarlos puede socavar sus privilegios.

No nos engañemos, el poder siempre sitúa mejor a unos segmentos sociales que a otros, y su consolidación en democracia requiere del soporte de una mayoría. Para mantener el poder, es por tanto necesario que la sociedad en su conjunto se impregne de unos valores que se identifiquen como positivos, y que tienen que coincidir con los valores que garantizan que quien ostenta el poder lo conserva, algo que según el uso que se haga del poder, es más fácil o realmente complicado. Cuando la tensión generada entre fuertes y vulnerables se acrecienta, normalmente porque se agudizan las diferencias sociales, se ponen en cuestión los valores fundacionales y todo lo relacionado con el ejercicio del poder se tambalea: sea su distribución territorial, institucional o económica. En ese punto estamos no sólo en España. El fin de ciclo se respira más allá de nuestras fronteras y la decepción que tornó en indignación ahora es reacción de todo signo, pero su consecuencia más palpable es la atomización, el reencuentro con las “soberanías nacionales” y el fervor identitario.

El poder ha fabricado un relato alternativo a la realidad, plagado de incongruencias y preñado de carga emocional

Para llegar ahí, a una sociedad que formalmente parece compartir unos valores que en realidad han sido secuestrados por una parte de ella, el poder real debe conseguir que la mayoría que no los disfruta culpe de sus privaciones a alguien cuya caída no desestabilice el orden establecido. Dado que la crisis que estalló hace una década se ha cebado con la mayor parte de la población, y que el conocimiento público de mil y un latrocinios y abusos ha colocado a la minoría privilegiada en riesgo, el poder ha fabricado un relato alternativo a la realidad, plagado de incongruencias y preñado de carga emocional. Se puede pintar la diana en cualquier pecho, menos en el de quienes nos han traído a esta situación a través del desprecio absoluto por el interés general y por la democracia real.

El 2 de diciembre el pueblo con más problemas materiales de España puso en las urnas, los vasos canopos de la democracia contemporánea, las llaves de sus instituciones de gobierno a disposición de la derecha nueva y de la derecha de toda la vida. El imperturbable poderío del PSOE se había convertido en una especie de advocación mariana andaluza, pero esa noche cayó al suelo provocando un ruidoso reguero de juguetes rotos. Sus desafueros le pasaron factura. También al PP, pero éste encontró en su severo castigo electoral un inesperado premio: el partido que nació para devorarlo le ofreció un cogobierno y el que lo ha debilitado desde su propia entraña le prometió sostenerlo en él. De preocuparnos por el bipartidismo y sus excesos a hacerlo por la triada reaccionaria. De identificar a la socialdemocracia desnortada con una parte nada despreciable de nuestros problemas, a tratarla con la excesiva indulgencia de esos padres que sienten remordimientos por haber infringido un castigo demasiado severo a su mimadísimo y mal criado hijo. Todo en pocas semanas.

La ultraderecha ha puesto precio a su apoyo al nuevo Ejecutivo. Con su calculada estrategia de salidas de tono y provocaciones, va acaparando una impagable publicidad especialmente obtenida a través de la rápida respuesta que reciben sus estridencias. Les mantenemos en el centro del debate político aunque sus posiciones no son nuevas ni exclusivas de su organización. El ejemplo de libro es la Ley de Memoria Democrática.

En general, el objetivo de la memoria es conservar información a través del tiempo. De cómo esa información llega, se consolida y almacena en nuestras cabezas son responsables complejos mecanismos neuronales. De cómo se altera esa información, se modifica la percepción de su significado y nos sirve de sustrato para comportarnos de manera disparatada y contraria a nuestros propios intereses sean personales o colectivos, se encargan sencillos mecanismos emocionales.

Esa sociedad mutilada culturalmente por cuatro décadas de dictadura pasó de la tricolor al blanco y negro, perdió a una generación en combate, en el exilio o en la represión pura y dura

Que nuestro país resolvió de la mejor manera que supo y pudo su transición a la democracia inaugurada a finales de los 70 es cierto si pensamos en la mayoría social. Esa sociedad mutilada culturalmente por cuatro décadas de dictadura pasó de la tricolor al blanco y negro, perdió a una generación en combate, en el exilio o en la represión pura y dura. Así que quienes aglutinaban en sus organizaciones sociales, sindicales y políticas las ansias de libertad lo dieron todo, con confianza plena en un futuro mejor si éste era democrático.

Pero hubo una minoría que obtuvo su posición preferente en el franquismo, que se enriqueció y fortaleció con el golpe y la dictadura, que escaló a los puestos claves, que amasó fortuna y consolidó influencias en el escalafón social. Esa parte de la sociedad no hizo la transición que pudo o supo, hizo la que quiso. Y esa parte de la sociedad, minoritaria pero ostentadora del poder real, fabricó una foto fija de las bondades de nuestra transición apelando a la altura de miras, el comportamiento ejemplar y la gran capacidad de llegar a acuerdos de todos los interlocutores. Esa élite social beneficiada por el franquismo se recompuso en la arena democrática y se erigió en defensora de sus bondades, que precisamente fueron negadas al pueblo durante cuarenta años por esa misma minoría.

No merecemos este ruido, este desprecio total por la verdad y esta componenda de organizaciones insensatas, cínicas y fundamentalistas sentadas a los mandos de Andalucía. Pero sí tenemos como sociedad una responsabilidad de la que no es honesto escapar si pensamos que hemos llegado hasta aquí por haber permitido que quienes destrozaron nuestro país se queden con el monopolio de su defensa. Quienes nunca han condenado el franquismo ni asumido con normalidad que Franco fue un dictador que desplegó una represión brutal e instauró un régimen de terror, presumen de la patente de los derechos y las libertades. Somos responsables de permitir a una dictadura bajo palio transitar a una democracia de sotanas concertadas. Un país que puso lo mejor que tenía para defender su Constitución, su República y sus libertades del golpe militar y que después marchó a Europa a defenderla del nazismo, ahora cree a pie juntillas que la Guerra Civil fue culpa de todos y que la Segunda Guerra Mundial la ganó Estados Unidos.

Por su parte, el PSOE sobreactúa. El mismo electorado que ahora no lo arropa le ha dado mayorías muy holgadas en Madrid y en Sevilla que hubieran alcanzado para restituir la vedad, la justicia y la reparación, para sacar a la luz tanto dolor y acabar con la ignominia de los juicios políticos del franquismo, sus expolios, sus mentiras, sus fundaciones... También para derogar una Ley de Amnistía incompatible con el ius cogens internacional.

Este país cuenta con un ramillete de organizaciones políticas que no condena el franquismo, que no se sienten herederas de la democracia tumbada por las armas

No olvidemos tampoco que la Ley de Memoria Democrática la elaboró IU con el movimiento memorialista y la introdujo en el acuerdo de gobierno. Moreno Bonilla solo tiene que mantener el exiguo presupuesto socialista de la ley para posponer sine die sus efectos reparadores en ámbitos tan sensibles como la exhumación de las fosas.

De las piruetas lingüísticas del PP o de Ciudadanos no diré nada por respeto a quienes lean estas líneas, pero Vox sólo verbaliza lo que ambas formaciones piensan. Detrás de sus emotivas citas de Lorca y Machado, cuando hablan de fortalecer el consenso y de esa especie de concordia placebo, el PP lo hace desde el cinismo elitista y Ciudadanos desde la desvergüenza condescendiente. Este país cuenta con un ramillete de organizaciones políticas que no condena el franquismo, que no se sienten herederas de la democracia tumbada por las armas, ni reconocen el sacrificio que muchas personas que amaban nuestro país hicieron dentro y fuera de nuestras fronteras para liberar a Europa. Por eso no hay más consenso ni más concordia en España, porque para ampliarlo hay que condenar el franquismo y restituir a sus víctimas, y muy pocos hijos levantan la mano a sus padres. Aprenderse un verso de Lorca es una cosa, y buscar sus restos es otra muy distinta.

Sabedores de esa inmunidad, protegidos por las matrices empresariales de los grandes grupos de comunicación, y conocedores de un deficiente sistema educativo que a partes iguales ha fomentado un reverencial respeto por lo banal y un perturbador desinterés por la reflexión crítica, no sólo pueden salir airosos de este envite. Todo apunta a que saldrán fortalecidos. La primera estación del camino que nos lleva de las urnas al despropósito ha sido Andalucía. Hagamos memoria para que sea la última.

Crímenes del franquismo
Andalucía, tierra con memoria

El suelo andaluz está sembrado de fosas comunes y desaparecidos forzados: al menos 45.566 víctimas del terrorismo franquista yacen en 708 tumbas ilegales, un tercio del total en España.

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