Opinión
Nuestra salud mental envía señales de alarma
Si miramos a nuestro alrededor con honestidad, y no a través de Facebook o Instagram donde todo el mundo parece estar colocado, radiante de felicidad como los chicos y chicas de la canción de Karina, veremos precariedad laboral, consumo desaforado, destrucción del medio ambiente, paro, miseria y exclusión. La sombra, la cara B de esa sociedad estéticamente justa y perfecta en la que parece muy difícil mantener la cordura.

Que el capitalismo, con sus períodos de acumulación y los nuestros de crisis, es una máquina de generar enfermedad mental debiera ser ya un hecho poco discutible. El alcoholismo, la ludopatía, la ansiedad, la depresión... son la constatación de que en nuestro interior algo nos está dando una señal de alarma, una señal que nos dice que la sociedad que hemos construido no es la mejor para desarrollar un proyecto vital sano. De hecho, nos está diciendo que construimos sociedades invivibles para las personas y de ahí que nuestra "mecánica" ande a tirones y en demasiadas ocasiones se gripe.
En España, en torno al 40% de la población acude a terapias psicológicas o está tomando algún tipo de medicación psiquiátrica. La aceptación de un modo de vida ajeno a las necesidades reales de cualquier ser humano (trabajo digno, vivienda, acceso a la educación, tiempo libre...) donde el poder adquisitivo nos coloca en distintos peldaños sociales, nos aboca a la frustración, la ansiedad y a un sentimiento de culpabilidad que acabamos por interiorizar, culpándonos de nuestra propia situación vital.
Que no podamos llegar a fin de mes, pagar la hipoteca o dar a nuestra prole todo lo necesario, acaba convirtiéndose, única y exclusivamente, en una culpa propia, difícil de gestionar cuando se vive como un mero problema personal. Porque cuando todo a nuestro alrededor brilla, es estéticamente justo y perfecto resulta lógico, lógicamente capitalista, dirigir nuestra frustración contra nosotras mismas. La enfermedad mental, del mismo modo que la pobreza, tiende a vivirse en un plano familiar, generando una carga y un sufrimiento difícilmente sobrellevable. Si además, ambos ingredientes, pobreza y enfermedad mental, se dan en una misma persona o familia, la exclusión social y el abandono institucional, se convierten en una trágica realidad que debería hacernos reflexionar sobre hacia donde nos dirigimos como sociedad.
Cuando todo a nuestro alrededor brilla, es estéticamente justo y perfecto resulta lógico, lógicamente capitalista, dirigir nuestra frustración contra nosotras mismas
Vaya por delante que escribo desde mis vivencias como trabajador de lo social, que no trabajador social. En todo este panorama nos encontramos con unos Servicios Públicos incapaces de hacer frente a una demanda de casos cada vez mayor, sin los tiempos necesarios para realizar una labor efectiva y cuya función no va mucho más allá de la de suministrar medicamentos psiquiátricos a imagen y semejanza de sus majestades, los reyes magos de oriente, cuando tiran caramelos a nuestras criaturas en las cabalgatas.
No quiero decir, con todo esto, que los psiquiatras y psicólogos de la red pública no hagan su trabajo. Hacen lo que pueden con relación a los recursos de que disponen. Normalmente, lo que pueden es ir probando cócteles de drogas, subiendo y bajando dosis, cambiando unas pastillas por otras, mientras el tiempo pasa y el enfermo desespera. Y sus familias desesperan, y su vecindario, y sus compañeros de trabajo, y los del bar... Los seguimientos, en muchísimos casos, resultan claramente insuficientes y parecen no tener en cuenta el padecimiento del enfermo y la estigmatización social que supone en muchos casos este tipo de enfermedad. Porque tienes cáncer y las personas se compadecen, sin embargo, en esta maravilla de sociedad, si estás loca, y casi cualquier comportamiento fuera de la norma nos coloca en esa categoría, no te mira a la cara ni dios.
Esta reflexión, pudiera parecer un palo a la red pública de salud mental y en parte, no lo niego, lo es. Pero no mayor palo que el que nos debemos dar a nosotras mismas por mantener la construcción social actual. Si miramos a nuestro alrededor, si lo hacemos bien, con honestidad, y no a través de Facebook o Instagram donde todo el mundo parece estar colocado, radiante de felicidad como los chicos y chicas de la canción de Karina, veremos precariedad laboral, consumo desaforado, destrucción del medio ambiente, paro, miseria y exclusión. La sombra, la cara B de esa sociedad estéticamente justa y perfecta en la que parece muy difícil mantener la cordura. Veremos también, cómo vamos dejando en el camino a muchísimas personas simplemente porque se hace necesario, en pro de nuestro propio bienestar, así lo exige el modelo.
Siempre existe la duda de si estamos a tiempo de echar abajo toda esta arquitectura social y construir una casita más apañada a nuestras necesidades. No lo sé. Sin embargo, independientemente de estar o no a tiempo, debemos ir cambiando muchas cosas, de nosotras mismas y por extensión de la sociedad, afrontando las dificultades que ello conlleve, arriesgándonos a pisar fuera de nuestro círculo de seguridad, porque de otro modo se nos va a venir encima todo el edificio y no podremos mirar hacia ningún lado. Ya se oyen crujir los cimientos.
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