Opinión
COVIDemocracia o la falta de cultura democrática en España

Solo desde unas culturas que afrontan el conflicto de manera agonista, sin desdeñar el cuidado del “otro”, la cooperación y la empatía, se podrá dar solución a esta epidemia y a la devastadora crisis económica que está dejando a su paso.

Profesor de Política e Historia en la Universidad de Bath (Reino Unido).
21 may 2020 23:21

El argumento de que las restricciones de un estado de emergencia causarían mayor daño a la sociedad por sus catastróficas consecuencias económicas que la propia pandemia de coronavirus ha sido defendido por los principales líderes mundiales del neopopulismo conservador y liberal: Donald Trump en EEUU y Jair Bolsonaro en Brasil. Boris Johnson tomó la misma ruta al comienzo de la crisis en el Reino Unido, pero después de dos semanas moderó su posición. La lógica incipiente que alimentaba este argumento bebe de los principios básicos del neoliberalismo: la sociedad no existe; lo único importante eres tú como individuo y, en el mejor de los casos, tu familia y tus amigos.

Al calor de estos discursos han surgido algunas protestas contra las medidas adoptadas en un contexto de estado de emergencia. No es casualidad que las mayores movilizaciones hayan ocurrido en EEUU y Brasil, donde grupos de seguidores de Trump y Bolsonaro han cargado contra los gobiernos regionales que se mostraban contrarios a la falta de políticas a nivel nacional.

Este tipo de argumentos han sido empleados en España, pero no son el motor principal de las protestas en la calle que desde mediados de mayo de 2020 se están produciendo. Los dos principales partidos de la derecha a nivel nacional, el PP y VOX, están utilizando esta pandemia políticamente para derribar al primer gobierno de coalición de izquierdas en la democracia española desde 1977. Los discursos incendiarios que llevan desplegando desde hace tres meses han terminado por alumbrar las primeras manifestaciones.

Los dos principales partidos de la derecha a nivel nacional, el PP y VOX, están utilizando esta pandemia políticamente para derribar al primer gobierno de coalición de izquierdas en la democracia española desde 1977.

Las imágenes de las primeras protestas en el barrio de Salamanca de Madrid –donde residen las rentas más altas de la capital y de las más altas de España- clamando por la libertad y la dimisión del gobierno de Pedro Sánchez resultan lamentables en el contexto de la pandemia actual. Ahora bien, interpretar estas protestas como si se trataran tan solo de una evidencia de la inmoralidad de la derecha me parece una lectura bastante complaciente por parte de la izquierda española.

Ante los ataques de la derecha, la mayor parte de la izquierda nacional ha cerrado filas y ha mostrado una defensa acérrima –sin apenas fisuras- a la gestión de la pandemia por parte del gobierno de coalición. Teniendo en cuenta que España es el quinto país del mundo en número de contagiados y el cuarto en número de muertos por coronavirus, la falta de crítica resulta del todo menos razonable. Además, el PSOE y Unidas Podemos –aunque su tono haya sido menor- tampoco han sido inocentes a la hora de utilizar la pandemia en términos políticos. Y por si fuera poco, al calor de las manifestaciones de la derecha están surgiendo como respuesta otras contramanifestaciones de la izquierda en las mismas calles y plazas. Por las imágenes que hemos visto en Alcorcón, solo la presencia policial impidió que el contacto entre unos y otros se produjera; eso sí, en cada uno de los lados, además de banderas monárquicas y republicanas, también se podía observar que nadie atendía a la distancia física de dos metros que se exige a causa de la pandemia.

Viendo estas lamentables imágenes uno se pregunta ¿cuál es el mayor peligro que enfrentan los ciudadanos corrientes en España en este momento? ¿La pandemia de COVID-19 o la irresponsabilidad de los partidos políticos, de una gran parte de los medios de comunicación y de sus respectivos seguidores? Habrá respuestas a estas preguntas para el gusto de cada quien, pero lo que está claro es que la combinación de ambas pandemias, una de naturaleza vírica y otra política, resultará devastadora para unos y para otros.

El problema principal es que en la batalla política y social que se está desatando en España poco importan las medidas adoptadas o no adoptadas en el contexto del estado de emergencia, ni siquiera la pandemia en sí mismo. Lo que subyace debajo de todo esto es el tradicional conflicto de las banderías, un rasgo predominante en las culturas políticas españolas, aunque en modo alguno España es el único país que lo padece. La raíz de este problema no se debe al carácter español ni a una supuesta naturaleza guerracivilista como algunos han argumento, sino a la falta de un cultura democrática, entendida esta en un sentido amplio, no en la restrictiva definición liberal y parlamentaria.

Cuando alego que el problema fundamental es el conflicto de la banderías en modo alguno estoy defendiendo un modelo cosmopolita liberal habermiano donde el conflicto queda excluido de la democracia. Por el contrario, considero que el conflicto es consustancial a la sociedad y, de hecho, un valor fundamental para el fortalecimiento de la democracia. El problema es cuando el conflicto se alimenta del odio y de las ansias de poder, cuando el ‘otro’ no es un adversario con el que se discute, al que se trata de seducir y convencer, sino un enemigo al que hay que aplastar y derrotar. Y a mi modo de ver este es el carburante que alimenta predominantemente las culturas políticas españolas, ya sean de derechas o de izquierdas. Hoy son los manifestantes de derechas los que protestan porque, en el fondo, siempre han pensado que el poder es su cortijo. Pero mañana será la izquierda, que tiene un complejo de superioridad moral incombustible.

El conflicto es consustancial a la sociedad y, de hecho, un valor fundamental para el fortalecimiento de la democracia. El problema es cuando el conflicto se alimenta del odio y de las ansias de poder.

Ni siquiera una pandemia que ataca a los más vulnerables de la sociedad ha sido suficiente para frenar estas lógicas. De hecho, todo lo contrario, parece que las ha exacerbado. Si una cosa nos ha demostrado esta pandemia es que de nuestras acciones depende la vida de los otros y que de las acciones de los otros depende nuestra vida. De algún modo nos está dando una lección, señalando cuál es el camino más sostenible.

La COVIDemocracia muestra que el dogma neoliberal no es que sea una falacia, es que simplemente es un suicidio colectivo. Esto nos debería hacer reflexionar sobre la importancia de lo común. Solo cooperando se puede salir de esta pandemia con el menor número de pérdidas humanas. Los virus entienden de problemas de salud, de edad, incluso de género y de clases sociales, pero no de fronteras ni de ideologías.

Para ello, debemos reforzar nuestras culturas democráticas tanto en las instituciones como en la calle (y en nuestras casas). Solo desde unas culturas que afrontan el conflicto de manera agonista, sin desdeñar el cuidado del “otro”, la cooperación y la empatía, se podrá dar solución a esta epidemia y a la devastadora crisis económica que está dejando a su paso. Además, sería el primer paso para acabar con otra pandemia que dura ya más de dos siglos en España: la de las deficiencias de su cultura democrática. Lo contrario es seguir ahondando en el dolor, en la muerte y en la disgregación de una sociedad cada vez más descosida y polarizada.

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