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He escuchado en la radio esta mañana una campaña que llaman de solidaridad, como muchas otras en estas fechas: consiste en donar juguetes para que ninguna niña o ningún niño se quede sin jugar en estas navidades. Han explicado que bastante gente lleva puzzles a los que les falta alguna pieza, y otros juguetes que tienen roto el mecanismo, o muñecas sin un ojo…Aunque la mayoría usan esta excusa para desocupar los armarios y rellenarlos de nuevo con los objetos que les llegarán por estas fechas.
Me he quedado pensando, dubitativo, dolorido por esta solidaridad víctima intrínseca del consumismo, que quizá individualmente reconforte al que la realiza, y tal vez alegre a un niño o a una niña momentáneamente cuando le entreguen los regalos, pero que socialmente es terrorífica. La caridad debería reemplazarse por la justicia. La navidad se llena por doquier de estos lavados de imagen en los que se intenta que nadie, ni los más desfavorecidos, se quede al margen de la rueda del mercado, olvidando que estos niños han nacido en un lugar del que no lograrán salir si no se pone en marcha con premura una verdadera equidad, a la que a menudo ponen palos en las ruedas los mismos que se visten de reyes magos llevando regalos a hospitales. La única solidaridad que se contempla es la del objeto, porque el objeto o cosa es el tótem que mueve el mundo económico en estos momentos. No solemos pedir ni desear la solidaridad completamente entendida como justa. Los encargados de repartir los regalos no traerán en sus zurrones la educación universal, de calidad y gratuita, o el derecho al juego mermado por problemas en el entorno, los niños y las niñas no necesitan nada más que su imaginación, ningún juguete suple la libertad de un niño o una niña para crear sus mundos, los objetos a menudo los llevan hacia los modelos establecidos socialmente, por tanto estabulan sus conductas. Tampoco transportan desde oriente el derecho a no vivir en un estado de violencia, o la educación para la salud y la asistencia sanitaria, o la apuesta de las sociedades y los gobiernos a cuerpo y alma para acabar con las malditas y machirulas guerras.
El mercado se abre paso como una apisonadora apelando a sentimientos arraigados. Nos sentirnos mal si no podemos comprar y luego por haber comprado demasiado e innecesariamente. La rueda de toneladas de peso se construyó para que todo se compre y podamos comprarlo o debamos comprarlo, para sumar objetos aunque sean regalos, y que el regalo se articule como trueque emocional vacío. La emoción es como el papel que envuelve un presente, en realidad es lo que nos produce mayor alteración, y esa mezcla entre querer abrirlo o no, sabemos que nos desilusionaremos en ambos casos, comenzando el descorazonador duelo por el deseo saciado.
Nuestra mayor expectativa vital debe consistir en acumular el mayor numero de cosas, en esas estamos
Tras las fechas álgidas del consumismo, enmascaradas en reuniones obligatorias y otras no tanto, las hay incluso placenteras, el caldo de cultivo, las esporas de la levadura del coleccionismo de objetos, del coleccionismo de experiencias, de viajes, del coleccionismo de deseos, se ha sembrado entre los retoños más pequeños y se ha inoculado una dosis de recuerdo entre los demás integrantes de la sociedad. No importa el nivel adquisitivo, el nivel educativo, el nivel de satisfacción con la vida que nos toca vivir, nuestra mayor expectativa vital debe consistir en acumular el mayor numero de cosas, en esas estamos.
Por lo tanto la solidaridad debe cumplir su propósito en esta época del año. No es baladí, ni inocente, que se promuevan este tipo de iniciativas, regalar juguetes a niños o niñas cuyos padres y madres tienen menos poder adquisitivo. La rueda del deseo debe engrasarse, toda persona tiene el derecho, pero más el deber de participar en ella, deben sentir que algún día podrán consumir más cosas o más experiencias, o más viajes. Todo lo adquirible se convierte en un bien de consumo, hasta los sentimientos.
Intentaremos con inconsciencia seguir luchando por lo que creemos, ser felices en la medida de lo posible, aunque nada de lo humano nos sea ajeno
La navidad, con su sumisión a la guerra de luces en la que participan ya la ciudadanías desde sus balcones, costumbre adquirida con toda la demás parafernalia publicitada desde el gran imperio del consumo americano, se pone en marcha tres meses al año, tod@s entramos en ella a saco, un@s menos, otr@s más, la tierra es depredada con mayor velocidad, los derechos de l@s trabajador@es son más pisoteados. Y la gente, no se convierte por ello en más feliz. Funciona exactamente igual que cualquier drogadicción, no te sientes bien cuando una droga recorre tus arterias, te sientes mal cuando falta en ellas. La solución es muy difícil, primero deberíamos aceptar que tenemos un problema, segundo y muy importante el apoyo de el entorno, y entre los requisitos más concretos estaría cambiar de hábitos.
En fin, aquí seguiremos sintiéndonos apisonados por la rueda de las costumbres, muchas son buenas, o al menos las intenciones lo son. Cuando tengamos suerte nos juntaremos con familia a la que queramos y nos haga feliz, no nos regalarán cosas que tarde o temprano formarán parte de la basura, intentaremos con inconsciencia seguir luchando por lo que creemos, ser felices en la medida de lo posible, aunque nada de lo humano nos sea ajeno. Después de todo, cuando el mundo se hunda el individuo tiene la obligación de ahogarse con él.
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Lo compro. Es broma, me ha encantado el artículo, gracias.