Opinión
Durmiendo con el enemigo

Mujeres que no disponen de dispositivos electrónicos, que carecen de círculo social. Mujeres migrantes que han tienen lejos a sus seres queridos o que no hablan nuestro idioma... Muchas mujeres no pueden denunciar la violencia que sufren en el interior del hogar en el que hoy están confinadas. 

25N 2019 CG 4
Alfonso Torres Máscaras blancas con los nombres de víctimas de violencia machista, en Algeciras.
30 mar 2020 06:03

El pasado 14 de marzo el ya mundialmente conocido coronavirus trajo al territorio español la declaración del “estado de alarma”, por el cual se restringe el libre tránsito salvo casos excepcionales, tales como adquirir alimentos, acudir a centros sanitarios, procurar cuidados a personas dependientes, etc.

Este estado ha paralizado a gran parte del país: muchas empresas han clausurado sus puertas, amigos/as y familiares nos hemos despedido por una temporada, trabajadores/as se han quedado en sus casas debido al nuevo amigo “ERTE” y cada vez es más común ver calles desiertas y mensajes que instan a quedarse en casa.

Este panorama está creando así una nueva forma de vida, lejos de las aglomeraciones y del mundo social al que pertenece el ser humano, cambiando el cine por Netflix, salir a cenar fuera por la cocina casera, los paseos por el parque por idas y venidas en el pasillo de casa y los pequeños momentos de tranquilidad por peligro y tensión continua para todas aquellas mujeres víctimas de violencia de género. Y es que esta es la situación que están sufriendo muchas mujeres en nuestro país, y en muchos otros países, obligadas a vivir un doble “estado de alarma”, el provocado por el covid19 y el que ya sufrían antes de puertas para dentro de sus hogares.

Porque la cosa cambia, y mucho, cuando tu obligado refugio pasa a ser una cárcel y tu pareja sentimental el despiadado carcelero. Mientras, el resto de la humanidad se resigna por tener que pasar uno días en casa, sin llegar a poder imaginar el infierno que supone para ti esas cuatro paredes denominadas “hogar”.

Si siempre ha sido una odisea reunir las fuerzas necesarias para pedir “socorro”, la situación que estamos viviendo es otra piedra más en ese interminable camino

Es muy fácil apelar al conocido “No te calles, denuncia” cuando no vemos lo complejo de la situación, el convivir encerrada con ese sujeto que ejerce el rol de autoridad máxima sobre tu persona, que durante largo tiempo te ha machacado de tal forma que te sientes incapaz de pestañear sin su consentimiento, que te ha inculcado un miedo tan inmenso que tu cerebro ha dejado de contemplar el pedir ayuda como una posibilidad, que, ahora sí que sí, ha conseguido aislarte por completo.

Porque es muy fácil opinar desde fuera y usar los típicos argumentos hipócritas de “si no denuncia es porque no quiere” o “ella también tiene parte de culpa por no contar lo que ocurre”, pero la cosa cambia cuando de repente la protagonista de aquella película de terror eres tú. Cuando te ves encerrada entre cuatro paredes y tu única compañía es el miedo, el temor, la culpa y, como no, él, tu agresor. 

PEDIR AYUDA, UNA ODISEA

Si siempre ha sido una odisea reunir las fuerzas necesarias para dar ese primer grito de “socorro” la situación que estamos viviendo actualmente lejos de ayudar es otra piedra más en ese interminable camino, ya que cualquier oportunidad de salir del círculo de la violencia se ve ampliamente reducida y los pequeños momentos de privacidad pasan a ser nulos. Tu pareja ya no tiene que acudir a su puesto de trabajo, los bares donde acostumbraba a echarse ese “par de cañitas” permanecen cerrados, salir a hacer la compra o cualquier otro recado fuera del hogar tiene que estar justificado ante la autoridad (tanto a la de puertas para afuera como a la de puertas para adentro) y el contacto con el exterior se reduce al máximo.

Pero claro, tú “No te calles, denuncia”, porque es muy fácil llamar al 016 estando en la misma habitación que tu agresor o mientras su acechante mirada te persigue a lo largo de todo ese mal denominado “hogar”.

Es por este y otros motivos que desde el Ministerio de Igualdad se ha puesto en marcha un servicio de asistencia psicológica vía WhatsApp a través de los teléfonos 682916136 y 682508507. A la vez que sigue permanencia operativo el correo electrónico 016-online@mscbc.es o la posibilidad de descargar la App ALERTCOPS desde donde se puede contactar directamente con la Policía Nacional.

Pero todos estos recursos tienen un requisito indispensable: el acceso a un teléfono móvil u a otro dispositivo. Algo que, aunque parezca impensable, no siempre está a disposición de todas las mujeres. Ya que el agresor muchas veces también es conocedor de estos nuevos recursos, por lo que hará todo lo que esté en su mano para lograr que la víctima no acceda a ellos. O simplemente las diferencias socioeconómicas y culturales no nos dan las mismas oportunidades a toda la población.

Todos los recursos para víctimas de violencia de género confinadas tienen un requisito indispensable: el acceso a un teléfono móvil

Hablo de mujeres que no disponen de dispositivos electrónicos, ya sea porque sus parejas se los han requisado o porque nunca han dispuesto de ellos. Mujeres que carecen de círculo social y/o familiar, por lo que nadie echará en falta que no respondan llamadas o mensajes. Mujeres migrantes que han dejado a todos sus seres queridos en sus países de origen, y quienes difícilmente podrán denunciar una situación así desde el otro lado de la frontera. Mujeres que no hablan nuestro idioma, por lo que apenas comprenderán estas campañas. Mujeres con diversidad funcional, que se quedarán fuera de la población objetivo porque las campañas no están adaptadas a ellas. Mujeres de avanzada edad a las que les viene grande el tema de las nuevas tecnologías. Mujeres a las que se les han restringido tanto los derechos, que no tienen la posibilidad de acceder a campañas que se publicitan en televisión, redes sociales o, menos aún, en la calle.

Es aquí donde entra en juego un componente esencial en la ayuda para el destape de la violencia de género: los vecinos y vecinas. Mientras estos días no paran de salir vídeos en las redes donde numerosas personas increpan a viandantes por permanecer en la vía pública o por pasear a sus mascotas, a veces no somos conscientes de que los verdaderos delitos no se están cometiendo al otro lado de la ventana, sino al otro lado de la pared.

Porque en el fondo, todo el mundo sabe que los gritos y discusiones constantes del matrimonio de 3ºC no son normales, que el ojo morado de la vecina del 1ºA no se debe a una caída, y que los golpes al otro lado de la pared vienen de estar moviendo muebles.

Por lo que el ya repetido “No te calles, denuncia”, resulta cobrar coherencia cuando nos damos cuenta de que todo este tiempo el mensaje lo hemos estado dirigiendo al receptor equivocado y que, al fin y al cabo, muchas personas formamos parte del círculo de la violencia de género. Y al igual que somos parte de la perpetuación de dicha violencia también podemos formar parte en su cese.

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