Samir Amin
Samir Amin (1931-2018) en una foto de Skill Lab.

Es el director de la organización del Reino Unido Global Justice Now.

Traducido por Sergi Martos García
17 ago 2018 05:32

Samir Amin (1931-2018) fue uno de los más grandes pensadores radicales del mundo —un “marxista creativo” que pasó de ser un activista comunista en el Egipto de Nasser a aconsejar a líderes socialistas africanos como Julius Nyerere y ser una figura de cabecera en el Foro Social Mundial.

Las ideas de Samir Amin se formaron en el estimulante fermento de los años cincuenta y sesenta, cuando pan-africanistas como Kwamah Nkrumah gobernaban en Ghana, o Julius Nyerere en Tanzania; cuando el general Nasser estaba transformando el Oriente Medio desde el Egipto nativo de Amin a los movimientos de liberación que se desarrollaron de Sudáfrica a Argelia.

África parecía muy diferente antes de que el Fondo Monetario Internacional destruyera todo el progreso que se había hecho hacia la emancipación y LiveAid creara la concepción popular de un continente de hambre e irresponsabilidad. Pero a través de estos tiempos, las ideas de Amin han seguido brillando, denunciando la inhumanidad del capitalismo contemporáneo y el imperio, pero también criticando duramente los movimientos, desde el islam político al marxismo eurocéntrico, y su marginación de los realmente desposeídos.

Poder global

Amin pensaba que el capitalismo mundial —el dominio de oligopolios con base en el mundo rico— sostiene su dominio por medio de cinco monopolios: el control de la tecnología, el acceso a los recursos naturales, las finanzas, los medios de comunicación globales y los medios de destrucción masiva. Sólo derribando estos monopolios se puede hacer un progreso real.

Esto implica desafíos particulares para aquellos de nosotros que somos activistas en el Norte, porque cualquier cambio que promovamos debe desafiar los privilegios del Norte frente al Sur. Nuestro internacionalismo no puede ser expresado por medio de algún tipo de acercamiento humanitario al Sur global — como la idea de que los países del Sur necesitan nuestra “ayuda para el desarrollo”—.

Para Amin, cualquier forma de trabajo internacional debe estar basada en una perspectiva explícitamente anti-imperialista. Cualquier otra cosa fracasará a la hora de desafiar la estructura de poder: aquellos monopolios que realmente mantienen poderosos a los poderosos.

Junto a colegas como André Gunder Frank, Amin veía el mundo dividido en el “centro” y las “periferias”. El rol de las periferias, aquellos países que llamamos el Sur global, es proveer a los centros —específicamente la “Tríada” de América del Norte, Europa Occidental y Japón— de los medios de desarrollo sin ser capaces de desarrollarse ellas mismas. Evidentemente, la explotación de los minerales de África como comercio claramente favorable para el centro nunca permitirá la liberación africana; sólo una explotación constante.

Esto va en contra de tanta “mentalidad de desarrollo”, que llevaría a pensar que los problemas de África vienen de no estar integrada adecuadamente en la economía global que ha crecido en los últimos cuarenta años. Amin piensa de hecho que el problema de África surge al estar demasiado integrada pero “de la forma equivocada”.

De hecho, en tanto que los monopolios del control están intactos, los países del centro han tenido pocos problemas globalizando la producción desde los años setenta. La explotación obrera en la industria ahora tiene lugar a lo largo de la periferia, pero ello no ha cambiado el poder de los del Norte por su control de las finanzas, de los recursos naturales, de los ejércitos, etc. Lo cierto es que ha fortalecido su poder reduciendo los salarios y destruyendo un sector manufacturero que se había convertido en la base del poder de los trabajadores sindicados.

Así que no tiene ningún sentido pedirle a los países del centro que les concedan mejores relaciones comerciales a las periferias.

Amin también estaba preocupado por el activismo medioambiental, que se convierte demasiado a menudo en un debate sobre cómo los países del centro administran su control de los recursos mundiales, en lugar de cuestionar su control. Es vital que los activistas del Norte pongan en cuestión los medios por los cuales la clase dominante en su propia sociedad ejercen el control sobre el resto del mundo.

Desconexión

Por supuesto, este no es simplemente un proyecto para los activistas del Norte. Está muy lejos de serlo. La teoría por la que Amin es más conocido es la de la “desconexión”.

La desconexión supone que los países de la periferia se retiren de su integración explotadora en la economía global. En cierto sentido se trata de des-globalización, pero no es una forma de aislamiento económico —algo en lo que los líderes socialistas africanos cayeron de tan buena gana—. Más bien supone no implicarse en las relaciones económicas desde la vulnerabilidad.

Amin afirma que los países del Sur deben desarrollar su economía por medio de varias formas de intervención estatal, el control del flujo de dinero entrante y saliente de sus sectores financieros y la promoción del comercio con otros países del Sur. Deben nacionalizar sectores financieros, regular fuertemente los recursos naturales, “desconectar” los precios internos del mercado mundial, y liberarse a sí mismos del control de instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio. Sean cuales sean los problemas que acompañen a la nacionalización de las industrias, es la única base posible para que una economía controlada de forma genuinamente social salga adelante.

Amin afirma que la desposesión del campesinado a lo largo de los países periféricos se convertirá en el problema central del siglo XXI

Después de haber escuchado durante treinta años que solucionarían sus problemas exportando más, privatizando sus recursos naturales y liberalizando los sectores financieros, algunos países en desarrollo harían hoy bien en prestar atención al consejo de Amin. En lugar de eso, demasiados países han comprado una narrativa despolitizada que apuesta por términos cargados ideológicamente, como “buena gobernanza”, “pobreza” y “sociedad civil”, ocultando cuidadosamente cuestiones como cómo apareció la pobreza, a qué intereses sirve la gobernanza, o la legitimación de las organizaciones que afirman hablar en defensa de los desposeídos.

Amin no creía que el “crecimiento” de China, India y otras economías emergentes haya quebrado de ninguna forma el poder de los oligopolios, sino que, en cambio, el poder sólo se ha concentrado más. Pero ha habido cambios importantes. Los poderes imperialistas se han dado cuenta de que la competición entre ellos no es útil, y han creado una suerte de imperialismo colectivo, que se expresa a través de instituciones como la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional.

Capitalismo, “un paréntesis en la historia”

El capitalismo está experimentando una profunda y prolongada crisis, que Amin cree que no tiene solución fuera de la barbarie política. Describe esta forma de capitalismo como “senil”.

Esta crisis se caracteriza por una creciente dependencia de las finanzas, lo que implica que se hace cada vez menos dinero de actividades productivas, y más de la simple “renta”. Es un medio mucho más directo de robar la riqueza de la mayoría del mundo. La forma adjunta de la política significa que la democracia ha sido reducida a una farsa en la que la gente es espectadora de un teatro de la élite —eso cuando no están satisfaciendo su rol asignado de consumir—.

El capitalismo necesita obligatoriamente de un proceso constante de desposesión para poder acumular y continuar expandiéndose. El capitalismo no podría haberse desarrollado sin la conquista europea del mundo; la disponibilidad de tantos recursos “sobrantes” fue vital. La válvula de escape de muchos de esos desposeídos de la tierra europea era el “nuevo mundo”, que permitía la emigración masiva; aunque, por supuesto, otros morían en masa, como atestigua la hambruna irlandesa de la patata.

Así que, por mucho que tantos de los desposeídos pudieran aspirar a las vidas de quienes viven en países de capitalismo avanzado, simplemente no es posible. Tampoco pueden estar en lo correcto los marxistas tradicionales cuando dicen que el capitalismo es un estadio necesario en el camino al socialismo —una perspectiva que Amin describe como “eurocéntrica”.

La industria no puede incorporar más que una pequeña fracción de la humanidad, pero necesita los recursos de los que depende esta humanidad. Entonces, el único modo en que el capitalismo puede seguir adelante es por medio de la creación de un “planeta suburbio” —una especie de “apartheid a escala mundial”—. Amin afirma que la desposesión del campesinado a lo largo de los países periféricos se convertirá en el problema central del siglo XXI.

Por esta razón, Amin entiende el papel del campesinado en el Sur ─casi la mitad de la humanidad, al fin y al cabo─ como clave para determinar el futuro. La fuerza de los movimientos en torno a la soberanía alimentaria, contra el acaparamiento de tierras y el apoyo a los derechos de los pueblos indígenas da respaldo a esta teoría. Pero para Amin, la agricultura no es sólo una gran oportunidad: la existencia del campesinado le presenta al capitalismo un desafío insalvable.

Amin cree que el camino hacia el socialismo depende de revertir esta tendencia a la desposesión implicando, a escala nacional y regional, la protección de la producción de la agricultura local, la garantía de la soberanía alimenticia de los países y la desconexión de los precios internos del mercado mundial de las mercancías. Esto detendría la desposesión de los campesinos y su éxodo a las ciudades.

Sólo esta revolución en el modo en que la tierra es entendida, tratada y accedida puede sentar las bases para una nueva sociedad. Esto también implica abandonar la idea del “crecimiento” tal y como se comprende hoy, y por el cual son juzgadas todas las economías del mundo, que sólo beneficia de verdad a una minoría de la población mundial. El resto de la humanidad es “abandonada al estancamiento, si no a la pauperización”.

El largo camino hacia el socialismo

Quizá esto haga parecer a Amin más bien idealista en su enfoque, pero nada más lejos de la realidad. Amin rechaza explícitamente la idea de una “revolución de 24 horas” ─ un solo acto insurreccional que abriría la puerta a un período de socialismo. De hecho, acepta que bien pueda ser necesario usar capital privado, e incluso internacional, para diversificar las economías del Sur. Lo importante es el control. Por ello, Amin también se niega a usar el concepto de “socialismo del siglo XXI”, centrándose en la necesidad de “el largo camino de transición hacia el socialismo”.

Pero esto no quiere decir que no haya habido victorias importantes. Llamativamente, Amin está menos interesado en los desarrollos en América Latina, que según cree todavía tienen el riesgo de repetir los errores de muchos movimientos de liberación de los cincuenta y sesenta, transformándose en una forma de “estatismo popular”. Amin está más interesado en Nepal como posible modelo futuro hacia el que mirar. También ve la revolución china como un acontecimiento increíblemente notable, al desafíar directamente los fundamentos del capitalismo y por su “abolición de la propiedad privada de la tierra” y la formación de potentes comunas y cooperativas.

Ciertamente, la visión de la revolución china de Amin, de algún modo romántica, pone en cuestión las sensibilidades occidentales, pero su perspectiva implícita de que la construcción de la democracia debe ir más allá de un reducido proyecto político y de que los campesinos —especialmente las mujeres—, a través de organizaciones colectivas, pueden estar mejor situados que los individualistas occidentales para definir una mirada verdaderamente progresista de la democracia, debe ser abordada adecuadamente por los activistas.

Ilustración

Quizá la tesis central de Amin es en cierto modo obvia, pero a menudo es olvidada: una verdadera revolución debe estar basada en aquellos que están siendo desposeídos y empobrecidos. Pero él va más allá al socavar el supuesto de que cualquier pensamiento que emerja del Sur carecerá de ilustración, o que la ausencia de ilustración debería ser excusada.

Él piensa que la Ilustración fue el primer paso de la humanidad hacia la democracia, liberándonos de la idea de que Dios creó nuestra actividad. Ha causado controversia en su absoluto rechazo del islam político. Esta ideología, incorporada por ejemplo en el Egipto de los Hermanos Musulmanes, oscurece la naturaleza real de la sociedad, incluso jugando con la idea de que el mundo consiste en diferentes grupos culturales que se pelean mutuamente; una idea que ayuda al centro a controlar las periferias.

La perspectiva de Amin es que organizaciones como los Hermanos Musulmanes, con su conservadurismo cultural y económico, están de hecho bien vistas por los Estados Unidos y otros gobiernos imperialistas. Y tampoco limita su crítica al Islam, sino que lanza una crítica similar al hinduismo político practicado por el Partido Popular Indio (BJP) y el budismo político, expresado por medio del Dalai Lama.

Marxismo creativo

Samir Amin se describe a sí mismo como un “marxista creativo” (”comenzar a partir de Marx, pero no terminar con él o con Lenin o Mao”) que incorpora toda clase de modos críticos de pensar; incluso los “que fueron equivocadamente considerados como ‘ajenos’ por los dogmas del marxismo histórico del pasado”.

Estas perspectivas son sin duda más relevantes hoy que cuando Amin comenzó a escribir. Un marxismo creativo da cuenta adecuadamente de la perspectiva y las aspiraciones de los realmente desposeídos del mundo, rompe con los dogmas históricos y se niega a tratar de mantener pegado un modelo roto, pero entiende igualmente la imposibilidad de derribar este modelo mañana.

red pepper
Traducido del original (Samir Amin: a vital challenge to dispossession) por Sergi Martos García

 


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