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Música
Julio Bustamante: “Hay que hacer referéndums sobre muchas cosas”
El músico valenciano Julio Bustamante, verso libre del pop mediterráneo, sigue confiando en el poder de la palabra para cantar, contar y cambiar. Su nuevo disco lo atestigua.
Es un mediodía fresco pero soleado de la primera semana de noviembre en Madrid. Esta mañana, tan luminosa como fría, el ministro Montoro ha intervenido las cuentas del gobierno municipal y la excepcional situación catalana continúa animando los corrillos en torno al vermú en las terrazas, aún abiertas a estas alturas del año. Las banderas ondean en los balcones. Este raro otoño brillando en todo su atípico esplendor.
Esos cruces —entre lo cotidiano y lo extraordinario, lo doméstico y lo institucional, lo de dentro y lo de fuera— vuelven a estar presentes en las doce nuevas canciones de Julio Bustamante (nacido Julio Balanzá en Valencia en 1951), con quien nos hemos citado al mediodía para hablar de su reciente disco.
Hijo de un batería de jazz y artesano de la palabra hecha música con dilatada trayectoria —debutó en 1981 con Cambrers—, en La misión del copiloto (El Volcán, 2017) Julio Bustamante ofrece otra ración de sencillez para retratar lo importante. Canciones cálidas para tiempos que exigen abrigo. Un oasis lejos de la feria de las vanidades.
Como viene haciendo desde 2009 cuando alumbró Maderita, inopinada entente pop junto a miembros de Ciudadano y Tórtel que produjo un fantástico disco (Vivir para creer), Julio Bustamante busca y encuentra la compañía de músicos más jóvenes para entregar un artefacto contracultural de primer orden —¡esa tipografía Comic Sans en la cubierta!— en una época que acostumbra a premiar otros méritos.
¿Qué aporta un nuevo disco de Julio Bustamante a la música que se hace hoy?
Supongo que cada artista transmite su grano de arena, su manera de ver el mundo y comprender la música. En mi caso, las letras de las canciones, que es de donde sale todo mi bagaje.
¿Se filtra el presente musical en el disco?
Desde luego que sí. Refleja lo que ha sido nuestra música en directo en los últimos años, con la gente de Barcelona con la que estoy tocando.
¿Qué hace que sigas teniendo ganas de escribir canciones después de tanto tiempo haciéndolo?
Lo mismo que al principio. Para mí, hacer canciones y música es una manera de vivir. Creo que, como cualquier trabajo creativo, dedicarse a lo que mejor sabe hacer es algo que va siempre junto a la persona.
¿Qué has pretendido conseguir con tus canciones?
En primer lugar, mejorarme como escritor de canciones y de relatos y de otro tipo de cosas. Darle mucha importancia a la literatura dentro de la música, y también a la filosofía de vivir, a mi manera de enfocar las cosas. Siempre parto del texto y he querido darle a cada uno de ellos la música que se merecía. Con eso he aprendido mucha música, de muchos tipos, y he conocido a muchos músicos que me han enseñado muchísimo.
¿Hasta qué punto has conseguido esa pretensión?
En bastante medida, aunque pienso que cada vez que consigues algo que ibas buscando es solo la puerta a nuevos descubrimientos, que es lo que te mantiene con los cinco sentidos. Eso me hace sentirme muy vivo como creador.
En general, ¿cuáles son los objetivos, si es que los hay, al escribir canciones?
La canción, la música, es un medio desde su origen muy tribal, de compartir entre todos. Es una ceremonia muy arcaica. Por ello es un vehículo estupendo para promover ideas, nuevos tipos de sentimientos y perspectivas, lo que entronca muy bien con la difusión de joyas literarias, no solo ideas. He intentado adaptar todas las que he podido.
Una canción, y más una canción pop, parece algo muy de usar y tirar pero, sin embargo, tiene dentro toda esa fuerza de poder cambiar muchas cosas.
¿Es más efectiva para ese propósito que un poema o que otros medios?
Creo que sí. La música ayuda mucho a transmitir las palabras. Al adaptar textos, ya sean propios o ajenos, te das cuenta de la importancia del ritmo del lenguaje escrito, que ya tiene su música. De ahí te puede llevar a un vals o a una bossa nova o a una pieza de jazz o a una canción netamente folk. Ya está todo en el ritmo de las palabras.
¿Cómo empezaste a escribir canciones?
Con mucha dificultad, costándome muchísimo, lo veía muy complicado con 14 o 15 años cuando empecé. De hecho, tardé mucho en progresar, empecé a fluir con ello ya con veintitantos. No era tan fácil como yo me creía. Supongo que empecé como todo el mundo, haciendo versiones de gente del pop y del folk de entonces. Toqué folk muchos años.
En los primeros discos, en Cambrers y en el Humitat relativa de Remigi Palmero, tocamos con músicos africanos, que para nosotros fue el cielo abierto. Ver la música desde su punto de vista nos aportó todo: una canción puede ser lenta, pop o folk, pero si no tiene un tempo tribal, si no se puede bailar fácilmente, es que cojea por algún lado.
¿Cómo fue el encuentro con esos músicos?
Eran gente de jazz que había en Valencia sobre los años 77 y 78. Coincidimos en un ensayo y les gustó lo que estábamos haciendo.
¿Qué recuerdas de aquellos años?
Entonces empezaba lo que se llamó la fusión, el jazz con el rock. El pop todavía era una cosa mal vista, no como lo que vino después cuando empezó el pop de autor.
Todo estaba mucho más demarcado, ahora afortunadamente ya no hay prejuicios para mezclar músicas pero entonces sí había más separación, incluso por el idioma en el que cantabas. Estaba separada la gente que cantaba en catalán o en castellano, quienes hacían jazz y quienes hacían rock. Ya hace tiempo que esas cosas saltaron, porque no tenían ningún sentido, pero entonces había muchos compartimentos.
En esto tiene mucho que ver la gente mucho más joven que yo, quienes nacieron en los 70, los 80 y en los 90, que partieron la pana con todo esto. Gracias a estas generaciones, el arte, en general, la música y la cultura en este país se han situado en el terreno de la calle, porque hasta entonces habían sido para un determinado sector, nada más. Le debemos mucho a las nuevas generaciones.
¿Pensaste que iba a durar tanto tu carrera musical?
Sí, porque era mi forma de vida y no iba a renunciar a ella. Hay cosas que son intransferibles en nuestra vida. Lo tenía claro, desde luego.
¿Qué queda de aquel Julio Bustamante y qué se quedó por el camino?
He aprendido muchísimo y se han ido quedando por el camino muchos miedos y prejuicios. Te quedas con aquello que vibra sin preguntarte adónde te va a llevar, cuánto va a durar o si va a salir bien o mal.
En una entrevista en 1999 en Canal Nou, Sánchez Dragó te presentó como “uomo universale”. ¿Es apropiado o una exageración?
No encontraría algo mejor [risas]. Supongo que se refería a esos artistas que se dedican a varias cosas. Pero para mí no hay tanta diferencia entre la música y la literatura. En cuanto a dibujar, que me encanta, trato de reflejar sensaciones más que imágenes. En mi caso va todo muy unido. Como escritor y compositor de canciones, me interesa más divulgar, ya sean cosas mías o de otras personas. Aunque al divulgar ya lo estás recreando.
¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con la música?
Seguramente sería de mi padre, que era batería de jazz, tocando él solo en casa y metiendo un follón de mil pares de cojones, y mis hermanos y yo mirándolo y admirándolo. Por él escuchábamos los discos de Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Count Basie, Elvis Presley, la bossa nova.... Fue impagable su labor respecto a nosotros, sin pretenderlo, no iba de tutor ni nada de eso, simplemente se respiraba.
¿Hasta qué punto Valencia ha sido importante en tu música?
Valencia es una ciudad bastante adorable, todavía es muy habitable. Se puede ir en bicicleta, tiene la playa y la sierra cerca.
Desde que nos conquistó Jaime I hace ya nueve siglos somos medio aragoneses, medio catalanes, una mezcla rara de los dos pueblos y nosotros, que somos un pueblo más. Compartimos muchas cosas con ellos, también la manera de entender la cultura. Yo me encuentro muy cómodo en Valencia. Últimamente, además, es un verdadero hervidero con esas nuevas generaciones de las que hablábamos antes.
En general, los artistas valencianos son, o somos, muy individualistas, no nos gusta que nos marquen modas, vamos más hacia una interpretación natural de las cosas. En ese sentido, somos muy creativos: defendemos lo que somos y hacemos caiga quien caiga. Esto es una ventaja y a veces también una manera de que te marginen totalmente.
¿Ha sido la música tu fuente principal de ingresos?
He vivido de la música, a veces precariamente, a veces bastante bien. No me he hecho millonario ni nunca lo he pretendido. Lo que quería era vivir con la música y desarrollarme como persona, que fuera mi oficio. No me puedo quejar. Sabía que tendría mi sitio, como así ha sido, pero que tampoco podía aspirar a otra cosa, ni ganas. Huía de esa fama desorbitada, quería tener un día a día discreto y con el tiempo suficiente para mis cosas.
¿Has tenido que dedicarte a otras cosas para pagar facturas?
Sí, al principio fui profesor, daba clases particulares a niños, pero eso se acabó cuando empecé a grabar los discos.
Has cumplido 66, ¿piensas en la retirada?
No, hacer música y escribir es mi forma de vida. Es algo que me llena, no podría estar sin ello.
¿Cómo es la jubilación para un músico en los aspectos materiales? No tiene un contrato, no ha cotizado 30 años a la Seguridad Social.
No, yo no he cotizado nunca. Desde el año pasado tengo una pequeña ayuda, que no llega a 400 euros, por medio de la Consellería de Educació, que se agradece después de toda la vida currando. Pero no por ello voy a dejar de trabajar, lo haré hasta que físicamente no pueda hacerlo.
¿Pero cómo es posible que gente que ha dedicado toda su vida a escribir canciones, grabar discos y tocar en conciertos no esté en el régimen general de la Seguridad Social?
Eso es así y habrá que cambiarlo, como tantas cosas. Hay que hacer referéndums sobre muchas cosas, y cambiar la Constitución no por una causa sino por muchas, como todos sabemos.
Hay cosas que tendrían que estar fuera de la lucha política, blindadas: la educación, las pensiones, la investigación, la cultura, la sanidad, la vivienda. Utilizarlo en la lucha política es de un caciquismo...
Habitualmente colaboras con músicos mucho más jóvenes que tú, ¿es voluntario o no hay más remedio porque la gente de tu edad lo ha ido dejando?
Siempre he intentado sacar un disco cada dos años y medio. Cuando los chicos de Ciudadano vinieron a buscarme para el proyecto que acabó siendo Maderita fue una gran sorpresa. Yo tenía 58 años o así, pero no lo dudé. Después llegaron Fred i Son de Barcelona con quienes toco mucho, el documental, el disco tributo de la revista Rockdelux, tocar en festivales... Toco mucho con Hans Laguna, que es un estupendo cantautor y un guitarrista de mucho gusto.
No me esperaba que la gente pensara que mis canciones habían sido pioneras en una manera de plantearse la música. Me da vergüenza decirlo pero muchas veces me comentan que yo soy de su generación pero que nací antes [risas]. Es algo muy bonito y que me ha puesto las pilas. Estoy muy agradecido y aprendo mucho. Los artistas de mi generación le debemos mucho a los jóvenes.
¿Cuál es la misión del copiloto?
Esta vida consiste en arrimar el hombro unos junto a otros, todos somos copilotos para sacar adelante las causas que valen la pena: sociales, artísticas, familiares, amistosas,...