El marxismo negro y la descolonización de la economía política

Los marxistas negros ahondaron en las bases materiales y económicas del racismo, mostrándonos cómo la explotación de la fuerza de trabajo negra fue y sigue siendo esencial en el capitalismo.
Revolución Haití 1804
La independencia de Haití, en 1804, fue una de las primeras en América y la única protagonizada por esclavos y afrodescendientes.
Doctorando en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
23 feb 2021 10:07

La reciente publicación por parte de la editorial Akal de la obra de Daniel Montañez Marxismo negro: Pensamiento descolonizador del Caribe anglófono, supone un hito para la difusión en lengua castellana de las ideas de autores imprescindibles en el pensamiento contemporáneo, cuya vigencia no reside únicamente en sus planteamientos anticoloniales, al proponer otros cánones de interpretación más allá de los márgenes de la modernidad eurocéntrica. Su importancia se ubica en haber caracterizado el vínculo histórico existente entre la esclavitud y el capitalismo, señalando las bases materiales y económicas del racismo, desentrañando el modo en que la división racial del trabajo se convirtió en uno de los fundamentos que hizo posible la expansión del sistema mundial capitalista. Así, en la introducción, Daniel afirma: “Raza es aquí un constructo ideológico que legitima una discriminación de carácter fundamentalmente económico que determina jerarquías sociales y quiere dar cuenta del fenómeno por el cual en el sistema capitalista el valor de la fuerza de trabajo de la mayoría de la población considerada como no-blanca es considerablemente inferior al de la mayoría de la población considerada como blanca” (p. 31). La raza, lejos de constituirse en “superestructura” o un aspecto meramente ideológico o cultural, se articula íntimamente con la clase, revelando su complementariedad en la explotación económica.

Si bien la obra de Aníbal Quijano es celebrada como un hito por esta parte, al haber caracterizado el papel del racismo en la conformación del capitalismo y la modernidad, pocos lectores podrán negar, después de leer la obra de Montañez, que dichos planteamientos ya habían sido esbozados medio siglo antes por Oliver C. Cox. De hecho, este historiador trinitense se convirtió en un precursor de la teoría del sistema-mundo, algo que reconocieron Samir Amin y el propio Immanuel Wallerstein. Cox enfatizó la importancia del comercio exterior en el surgimiento del capitalismo, concibiendo este como parte de un “complejo ethos, cultura y civilización que se había impuesto en el mundo por su carácter inherentemente expansionista e imperialista” (p. 98).

Es una lástima que ciertas posturas esencialistas y eurocéntricas hayan desconocido la rica tradición del marxismo, y cómo las propias ideas del marxismo fueron calibanizadas desde distintas geografías para responder a los retos a los que se enfrentaron sociedades que, como en el caso del Caribe anglófono, estuvieron atravesadas históricamente por la geografía racial de la plantación y el legado de la esclavitud. De hecho, la tradición radical negra que se desarrolló en países como Inglaterra o Estados Unidos estuvo fuertemente influida por el pensamiento original de migrantes procedentes de Jamaica, Barbados, Guyana o Trinidad. Estas trayectorias son parte nuclear de la obra de Daniel, quien no solo recoge el legado teórico de los autores, sino también sus experiencias de vida.

El modo en que el eurocentrismo y el racismo permean los programas de las universidades españolas es una muestra de cómo los fundamentos de las disciplinas sociales y humanísticas han sido parte integral del proyecto colonial e imperial.

Y es que, si bien la condición racial no es una característica ontológica y esencial en el marxismo negro, es natural que hayan sido autores negros los que hayan formularon planteamientos que respondían a sus propias condiciones de existencia. De hecho, el activismo y la lucha anticolonial nutrieron dichos aportes, siendo dialéctico el vínculo entre la teoría y la práctica. Es inconcebible que estos trabajos hayan sido desconocidos durante tanto tiempo en el ámbito editorial en castellano, así como en los círculos intelectuales latinoamericanos, siendo el caso de Cuba una notable excepción, al haberse traducido muchos de los autores que abarca esta investigación desde hace décadas en aquel país.

Para el sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel este desconocimiento, lejos de ser inusual o una merca coincidencia, muestra el extractivismo epistemológico existente en los centros de producción del conocimiento con respecto a los saberes negros anticoloniales. En este sentido, el modo en que el eurocentrismo y el racismo permean los programas curriculares de las universidades españolas es una clara muestra de cómo los fundamentos de las disciplinas sociales y humanísticas han sido parte integral del proyecto colonial e imperial.

Algo que nos muestra este libro, y que expresa la necesidad de plantear los fundamentos racistas del presente, la forma en que se organizan nuestras sociedades y que, al mismo tiempo, nos invita a transformarlas, es el vínculo que estos grandes pensadores negros caribeños tuvieron con su realidad más inmediata, cuestionando no solo el desarrollo histórico del capitalismo inglés y el vínculo orgánico que éste tuvo con el tráfico de esclavos y la sociedad de plantación, sino también proponiendo proyectos políticos alternativos que aglutinaran a los pueblos oprimidos. La vocación panafricanista de George Padmore, también trinitense y considerado “padre de la emancipación africana”, recogió el testigo de proyectos de largo aliento como el movimiento de regreso a África, sin por ello negar el impulso descolonizador abierto por la Revolución soviética al plantear con sus nacionalidades una postura diferente que la que habían tenido históricamente las potencias coloniales. Entre 1924 y 1934, fungió como asesor en la Internacional Comunista (Comintern) en relación a las luchas anticoloniales y los movimientos de liberación negra, siendo clave su participación en la organización de la Primera Conferencia Internacional de Trabajadores Negros, celebrada en 1930 en Hamburgo y en la organización del V Congreso Pan-Africanista de 1945, celebrado en la ciudad de Manchester. Su expulsión de la Comintern, en 1934, se vinculó con su oposición a la estrategia de acercamiento, frente al fascismo, del bloque soviético con las izquierdas reformistas socialdemócratas.

Para Padmore, “pese a su discurso antifascista, obrero y humanista” (p. 124), dichas democracias mostraban frente a las colonias la misma actitud que pretendían denunciar, siendo por tanto el liberalismo y el fascismo semejantes a ojos de los activistas anticoloniales. Además, conviene señalar su aguda observación de que los sujetos coloniales serían empleados como “carne de cañón” en las guerras imperialistas. Y es que uno de los detonadores de los procesos independentistas fue precisamente la falta de reconocimiento por parte de las potencias imperialistas del papel desempeñado por las tropas procedentes de las colonias. En una última etapa de su vida se acercó a Kwame Nkrumah, futuro líder de la independencia de Ghana y uno de los grandes impulsores del socialismo africano. Padmore era crítico con el “tribalismo” y consideraba que el panafricanismo debía poner en un primer plano una lucha de masas que permitiera la instauración, en el continente, de gobiernos regidos por el socialismo democrático, que estuvieran, al mismo tiempo, aliados con los países no alineados.

Otro autor fundamental, pionero de los estudios culturales, y uno de los principales activistas caribeños en Inglaterra, fue CLR James. Su obra es demasiado extensa como para resumirla aquí, pero fue autor de uno de los libros más influyentes del siglo XX: Los jacobinos negros. La obra nos muestra una épica narración de la gesta revolucionaria haitiana, donde se registró la rebelión de esclavos más importante de toda la historia y la segunda conquista más temprana en América por una nación de su independencia. James fue cercano a las ideas del trotskismo. De hecho, llegó a reunirse con Trotski en abril de 1939, en Coyoacán (Ciudad de México), para definir una estrategia revolucionaria para “la cuestión negra”. Unos años después, conformó en Estados Unidos, junto a Raya Duyanevskaya y Ria Stone (Grace Lee), la tendencia Johnson-Forest, que defendió la automovilización de las masas.

Estos cruces y encuentros entre intelectuales y activistas permitieron la difusión de textos de Marx hasta entonces desconocidos y contribuyeron a la formulación de la teoría del capitalismo de Estado, que suponía un intento por caracterizar un Estado burocrático con el monopolio de la propiedad, producción y distribución de mercancías. Dichas posturas permitieron nutrir los movimientos negros revolucionarios que se estaban desarrollando, defendiendo la acción política autónoma de estos. De hecho, James no estaba de acuerdo con la reivindicación de autodeterminación territorial ni con el horizonte de conformación de un Estado para la población negra de Estados Unidos, algo que impulsaron activistas y pensadores como Harry Haywood, y que fue una de las tesis de la cuestión negra defendida por la Internacional Comunista y el Partido Comunista de los Estados Unidos de América (CPUSA). Su vocación intelectual le llevó a la búsqueda de manifestaciones “ocultas” del socialismo en la sociedad capitalista, planteando originales acercamientos hacia la cultura popular (el cricket, la literatura o el cine), que le convirtieron en un precursor de los estudios culturales y de la New Left británica. También fue impulsor de la Federación de las Indias Occidentales, y se sintió atraído por el proceso revolucionado de Kwame Nkrumah en Ghana, de quien escribiría una biografía.

Una importante figura trinitense de este período fue, asimismo, Eric Williams, quien no podría ser considerado de manera estricta como marxista, aunque cumplió un papel fundamental en esta tradición al demostrar el vínculo histórico que se dio entre la esclavitud y la Revolución industrial en Inglaterra. De hecho, sus aportes permitieron romper algunos de los mitos del abolicionismo, revelando el trasfondo económico que impulsó la abolición de la esclavitud, y dejando en un segundo plano del análisis histórico el activismo y discurso humanitarista de los abolicionistas, tan celebrados en la historiografía británica. También destaca su papel como fundador del Movimiento Nacional del Pueblo (MNP), una organización que impulsó la lucha por la independencia de Trinidad, y que llevó a Williams a la presidencia del país.

Por su parte, George Beckford y Lloyd Best, quienes formaron parte del New World Group (NWG), promovieron modelos propios que permitieran caracterizar las economías de plantación en la región, mostrando la dificultad de trasladar al Caribe los esquemas de las escuelas de pensamiento neoclásicas y las agencias de desarrollo, siendo más productivo entender el subdesarrollo desde las condiciones económicas particulares. La plantación, lejos de ser un rezago, sería un producto específico del capitalismo dependiente. De hecho, dicho modelo sería el resultado del desarrollo del capitalismo y el colonialismo en la región, siendo estos clave para entender la formación de estas sociedades. El carácter racista e histórico de la plantación y el subdesarrollo no dejaban para Beckford otra alternativa que una vía revolucionaria para su abolición. Sin embargo, como mostró el caso de Cuba, esto era complejo, pues por medio de la nacionalización y estatalización de la economía no se dejaban de reproducir aspectos del sistema de plantación. Emprender transformaciones educativas sería necesario para enfrentar la psicología de la plantación y, con ello, “descolonizar los paradigmas de vida en toda su totalidad” (p. 312).

El libro de Montañez supone un ejercicio necesario para desmantelar los discursos ideológicos que han tratado de legitimar la explotación y la desigualdad, al mismo tiempo que han ocultado las historias de resistencia contra el colonialismo y el capitalismo racial.

En esta misma línea, para Walter Rodney, una pedagogía popular y desde abajo (groundings), era imprescindible para terminar con la esclavitud mental, promoviendo un “radicalismo político-pedagógico” desde dos paradigmas: el materialismo histórico y una mirada crítica sobre el desarrollo. Este historiador guyanés analizó la formación de clases en Guyana, la historia de la esclavitud en África, así como el papel que Europa desempeñó en dicho continente, propiciando su subdesarrollo. Para Rodney, la división del trabajo y del poder por grupos, entre negros, mulatos, hindúes y, arriba de la pirámide, los blancos, como clase plantadora, había permitido la construcción de la racialidad histórica en el Caribe. Para desmantelar dicho sistema, era necesario complejizar dicha estructura, con el objetivo de conformar alianzas que permitieran construir otros proyectos de transformación social, lo que exigía ubicar los privilegios raciales, así como desmontar aquellos mitos en torno a una sociedad multirracial que habían camuflado el racismo vigente en las sociedades de plantación. El poder negro suponía, de igual modo, mirar hacia los orígenes de las sociedades africanas, trazando la larga lucha de resistencia contra el colonialismo, la esclavitud y el racismo moderno. En este punto, Rodney era crítico con la idea de “ancestralidad africana”, que consideraba una herramienta colonial, siendo necesario un lenguaje más cercano a las luchas inmediatas y que abonara en la construcción de un socialismo panafricanista.

Por lo que respecta a Stuart Hall, aunque no es un desconocido, pues se le reconoce como uno de los grandes impulsores de los estudios culturales, Daniel ahonda en el carácter caribeño de su trayectoria, siendo clave su caracterización del racismo como una “estructura de dominación global articulada al capitalismo” (p. 354).

Finalmente, el último eje que atraviesa la obra es el del feminismo. Aquí se ubican los aportes de Rhoda E. Reddock, cuyas investigaciones en torno a la mujer, la raza y la clase en el Caribe, la convierten en parte de una larga tradición caribeña, en diálogo, al mismo tiempo, con otras exponentes del feminismo negro como Claudia Jones, Amy Ashwood Garvey, Anna Julia Cooper o Anna Jones. Las contribuciones de estas y otras autoras, que profundizaron en el papel desempeñado por la dominación patriarcal en la conformación de las sociedades caribeñas, son algunos de los materiales que, como el autor reconoce en forma de autocrítica, quedan por ser analizados en profundidad. Este señalamiento constituye, de este modo, una suerte de invitación para emprender investigaciones en torno al feminismo negro en el Caribe anglófono, un proyecto por construir y que puede contribuir a situar los estudios feministas como parte activa y fundamental de esta tradición.

Así pues, reconocer las trayectorias, el legado y la vigencia de las ideas de estos intelectuales nos puede ayudar a comprender el carácter socioeconómico del racismo, y cómo este contribuye a jerarquizar las sociedades actuales por medio de nuevas formas de dominación. El libro de Montañez supone, desde este punto de vista, un ejercicio necesario para desmantelar los discursos ideológicos que han tratado de legitimar la explotación y la desigualdad, al mismo tiempo que han ocultado las historias de resistencia contra el colonialismo y el capitalismo racial.

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