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Medio rural
Sembrar la agitación rural
El fin de semana del 18 y 19 de Septiembre vivimos las Jornadas de agitación rural Rehabitem les ruralitats, en Les Llosses (Ripollès), organizadas desde abajo y sin ninguna presencia ni dependencia de las instituciones y del starsystem agroecológico catalán (ni ibérico).
Las pretensiones expresadas en la presentación de las jornadas —ser un lugar de encuentro, dinamización, debate y lucha en torno a la ruralidad, el espacio y las vidas rurales; desde el ahora—, se cumplieron con creces: alrededor de 130 personas inscritas y una asistencia real de más de cien almas. Todavía en tiempos de post pandemia, rehabitar espacios de encuentro físico con estas cifras, en estos lugares a los que llamamos ruralidades —en el umbral de la híper-ruralidad,— en un fin de semana lleno de otras convocatorias de movilización de lo social... pues está bastante bien. Ojalá la pretensión expresada sea premonitoria de futuras tensiones rurales que liberen espacios de soberanía agroecológica. Y sí, se puede dar de comer (y beber) vegetariano y artesano a los asistentes a precios muy populares. Gracias a las organizadoras por este esfuerzo!
A pesar de que algunas de las charlas todavía se planteaban desde las viejas dicotomías campo-ciudad y de la omnipresente Barcelona como origen intocable de toda agroecología posible en la Catalunya-ciudad, las introducciones nos recordaron dónde nos situamos desde una perspectiva histórico-política: la etapa extractivista de la era capitalista. El territorio es un sitio de donde seguir extrayendo recursos masivamente y, en el contexto del pesebre catalán (este territorio bonito y verde), el lugar donde desarrollar actividad económica vinculada al turismo —al capitalismo verde— haciendo filigranas proteccionistas entre las infraestructuras depredadoras de territorio. Este fue el marco catalán. El ibérico —también presente, y mucho, en las jornadas— fue el que se denomina la España vaciada, aquello a lo que desde la visión urbanocéntrica llaman “el territorio” (espacios de soberanía que el franquismo con bombas y el desarrollismo con petróleo aniquiló).
Sí, se puede vivir en las ruralidades sin ayudas a la nueva incorporación y sin leaders ni feders (aunque todo ayuda, cada euro pillado al capitalismo, siempre será bienvenido)
Uno de los alientos que se respiraron en las jornadas es la fortaleza de las utopías reales que vinieron a explicarse: Sieso, La Selba, Can Pasqual, El Lluçanès, Can Tonal (por citar sólo las que se quisieron hacer visibles). Sí, se puede vivir en las ruralidades sin ayudas a la nueva incorporación y sin leaders ni feders (aunque todo ayuda, cada euro pillado al capitalismo, siempre será bienvenido). Se pueden establecer relaciones de buena (y mala) vecindad, como ocurre en cualquier lugar, por más okupa que uno sea. Todo depende de las ganas, de la humildad, y de la capacidad que se tenga de quitarse de encima el complejo de recién llegado. Y son espacios que, con luchas y conflictos, hacen personas completas.
Por el contrario, la losa que ganar dinero nos hace impuros sigue presente y pesando en muchas de nosotras. Y es que, al final, todo está bien. ¿Bienvenidas incoherencias? Cómo apuntaban ya los habitantes de Sieso, quizás la cuestión radica en qué hacer, del excedente. Y definir en cada momento la línea que separa la oportunidad del oportunismo; es decir, la cesión de autonomía ante la Administración.
Una de las vías apuntadas para resolver esta incomodidad es que las habitantes de lo rural que cuidan los campos y los animales dejen de denominarse productoras y las empecemos a denominar abastecedoras. Con la carga simbólica, histórica y real, que comporta el término. Que, una vez satisfecha la alimentación propia, del excedente hagamos un abasto a disposición de quienes no pueden hacerse su propia comida. Es una posible vía para liberar el alimento de las zarpas capitalistas. También se habló en varias ocasiones de la necesidad de establecer complicidades y redes de cooperación con otros colectivos para intercambios, pero también para consolidar redes dentro de una escala productiva y distributiva local/comarcal que garanticen la consolidación de los proyectos.
En cuanto a las amenazas constantes del sistema que reciben las abastecedoras que viven al margen —o con un pie adentro y el otro afuera —del sistema, volvió a ponerse sobre la mesa —de debate— la necesidad de organizarse colectivamente —¿federarse, confederarse?. Por ahí se apuntó una posible utilidad del excedente: crear estructuras de protección y apoyo mutuo. A pesar de que el día a día también se nos come (curiosamente), ¿quizás no vivimos tan al margen como nos pensamos? Sigue quedando para más adelante la organización colectiva.
Paralelamente y previa a la evidencia del crecimiento de estas rehabitaciones de las ruralidades emergentes, se habló de cómo asistimos a varios fenómenos aparentemente contrapuestos que tensan las ruralidades desde el punto de vista del acceso a la tierra y a la vivienda. Por un lado, el campesinado tradicional sigue abandonando las tierras, por jubilación, cansancio o tirando la toalla derrotados por la presión productivista industrializante (excepto excepciones singulares que se pasan a la agroecología para reinventarse) sin liberar tierras ni viviendas. Por otro lado, crece el número de los que se instalan en el campo a vivir, sin ninguna —o muy poca— vinculación con la tierra ni con sus saberes vernáculos, y ocupando viviendas. Los primeros y los segundos, imposibilitan el acceso a la tierra de las futuras abastecedoras. Paradójicamente, al mismo tiempo, en muchas de estas aldeas la administración está haciendo llegar la fibra óptica para favorecer todavía más el asentamiento de nuevas hornadas de urbanautas. Ciertamente, ¡el campo ya no es el “paisaje bucólico y homogéneo” que era!
Fueron puntos de acuerdo general la problemática del acceso a la tierra y la vivienda, las dificultades de dar salida a la producción agroecológica por las trabas burocráticas y la carencia de redes de distribución, como también la problemática del relevo generacional
Esta perplejidad de vernos de nuevo inventando la rueda (quiero decir, evidenciando las necesidades de organizarnos —confederarnos contra— colectivamente) tiene mucho que ver con el tamaño de todo. Porque sí, el tamaño es importante. ¿Cuál es el tamaño a partir de la cual perdemos la pista al abastecimiento, a la agroecología, a las relaciones humanas, a un uso anticapitalista del excedente? Quizás todavía la escala humana, la del sentido común, es el pie de rey con que hay que seguir midiendo la dimensión de los proyectos de abastecimiento alimentario para el futuro.
Las jornadas también fueron un altavoz de colectivos minorizados e invisibilizados históricamente en entornos de ruralidad (en singular masculino, hasta ahora) y tan genuinamente urbanos (aparentemente), como los LGBTI y otros, reivindicando y ofreciendo espacios de cuidados, ahora que queremos rehabitar las nuevas ruralidades. También fueron puntos de acuerdo general la problemática del acceso a la tierra y la vivienda, las dificultades de dar salida a la producción agroecológica por las trabas burocráticas y la carencia de redes de distribución, como también la problemática del relevo generacional.
Los cuidados en el centro, el abastecimiento como innovación agroecológica... ¿quizás serán temas centrales de debate de las II jornadas rehabitem les ruralitats?