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Global
Charles Eisenstein y el mundo en el que viviremos (parte V)
¿Cuánto de nuestras vidas queremos sacrificar en aras de la seguridad? ¿Estamos dispuestos a aceptar la medicalización de la vida en general, entregando la soberanía final sobre nuestros cuerpos a las autoridades sanitarias, seleccionadas por los políticos?¿Hasta qué punto estamos dispuestos a vivir con miedo?
Charles Eisenstein es un escritor y conferenciante que se describe a sí mismo como "narrador de historias". Además de dar conferencias públicas en cumbres de economía alternativa, decrecimiento o incluso en festivales de música, es ensayista y contribuye artículos con regularidad a publicaciones como Reality Sandwich, The Guardian o Shareable.Ver bio completa
Esta es la quinta parte del relato “La coronación”, de Charles Eisenstein. La primera parte habla de la crisis de la COVID-19 y los primeros cambios que supuso en nuestras vidas, la segunda sobre del desarrollo inicial de la pandemia y las cifras reales, la tercera sobre las teorías de la conspiración y las libertades de la población y la cuarta sobre los sacrificios que supone esta situación.
* * *
¿Cuánto de nuestras vidas queremos sacrificar en aras de la seguridad? Si con ello estamos más seguros, ¿queremos vivir en un mundo en el que las personas nunca se reúnan? ¿Queremos llevar mascarillas en público continuamente? ¿Queremos pasar por exámenes médicos cada vez que viajemos, si con ello salvamos algunas vidas al año? ¿Estamos dispuestos a aceptar la medicalización de la vida en general, entregando la soberanía final sobre nuestros cuerpos a las autoridades sanitarias, seleccionadas por los políticos? ¿Queremos que todos los eventos sean virtuales? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a vivir con miedo?
Con el paso del tiempo la COVID-19 menguará, pero la amenaza de sufrir enfermedades infecciosas es permanente. Nuestra respuesta sentará precedentes para el futuro. La vida pública, la vida comunal y la vida física compartida ha ido disminuyendo a lo largo de varias generaciones. En vez de comprar en tiendas, hacemos que nos envíen las cosas a nuestros hogares. En vez de grupos de niños jugando en la calle, tenemos reuniones de juegos y aventuras digitales. En vez de la plaza pública, tenemos un foro online. ¿Queremos seguir aislándonos aún más de los demás y del mundo que nos rodea?
No es difícil imaginar, sobre todo si el distanciamiento físico tiene éxito, que la COVID-19 persista más allá de los 18 meses que, según dicen, se espera que tardará en agotar su recorrido. No es difícil imaginar que, durante ese tiempo, aparecerán nuevos virus. No es difícil imaginar que las medidas de emergencia se normalizarán (con el fin de prevenir la posibilidad de otro brote), del mismo modo que el estado de emergencia que se declaró tras el 11-S sigue vigente hoy en día. No es difícil imaginar que, como nos dicen, es posible contagiarse de nuevo, por lo que la enfermedad nunca terminará. Eso significa que los cambios temporales en nuestra forma de vivir quizás se vuelvan permanentes.
Con el paso del tiempo la COVID-19 menguará, pero la amenaza de sufrir enfermedades infecciosas es permanente. Nuestra respuesta sentará precedentes para el futuro.
¿Elegiremos vivir en una sociedad sin abrazos, apretones de manos y “choca esos cinco” para siempre con el fin de reducir el riesgo de otra pandemia? ¿Elegiremos vivir en una sociedad en la que no nos reunamos en masa nunca más? ¿Los conciertos, las competiciones deportivas y los festivales serán cosa del pasado? ¿Los niños no jugarán más con otros niños? ¿Se mediará todo el contacto humano por ordenadores y mascarillas? ¿No habrá más clases de baile ni de kárate, conferencias, ni iglesias? ¿Será la reducción de muertes el estándar por el que midamos el progreso? ¿Los avances humanos implican separación? ¿Es este el futuro?
Lo misma pregunta se plantea en relación a las herramientas administrativas necesarias para controlar los movimientos de las personas y el flujo de la información. En el momento en que escribo este artículo, el país al completo camina hacia el confinamiento. En algunos países es necesario imprimir un formulario de una página web del gobierno para poder salir de casa. Me recuerda al colegio, cuando cualquier traslado debía ser autorizado. O a la prisión. ¿Estamos visualizando un futuro de pases electrónicos, un sistema en el que la libertad de movimiento esté regida en todo momento y de forma permanente por los administradores del Estado y sus programas informáticos? ¿En el que todos los movimientos sean monitorizados, ya estén permitidos o prohibidos? ¿Y en el que, por nuestra seguridad, la información que amenace nuestra salud (de nuevo, según la decisión de varias autoridades) sea censurada por nuestro propio bien? Ante una emergencia, como en un estado de guerra, aceptamos dichas restricciones y renunciamos a nuestras libertades de forma temporal. Al igual que el 11-S, la COVID-19 supera cualquier objeción.
Es la primera vez en la historia que existen los medios tecnológicos para hacer realidad esta visión, al menos en el mundo desarrollado (como, por ejemplo, el uso de datos de localización de los teléfonos móviles para imponer el distanciamiento físico, lee esto también). Después de una transición tumultuosa, podríamos vivir en una sociedad en la que casi todos los aspectos de la vida se desarrollan de forma online: compras, reuniones, entretenimiento, socialización, trabajo e incluso citas. ¿Es eso lo que queremos? ¿Cuántas vidas salvadas vale eso?
Estoy seguro de que muchos de los controles activos en vigor hoy día se relajarán parcialmente en unos meses. Relajados parcialmente, pero listos y a mano. Mientras las enfermedades infecciosas permanezcan entre nosotros, es probable que se impongan de nuevo, una y otra vez, en el futuro, o bien que se autoimpongan como costumbres. Tal y como dice Deborah Tannen en su contribución al artículo de la web Politico sobre cómo el coronavirus cambiará el mundo de forma permanente, “ahora sabemos que tocar cosas, estar con otras personas y respirar el aire en un espacio cerrado puede ser arriesgado… Retroceder ante un apretón de manos o evitar tocarnos la cara podría convertirse en una reacción instintiva y es posible que todos como sociedad caigamos en un TOC, ya que ninguno de nosotros puede dejar de lavarse la manos”. Después de miles y millones de años de tacto, contacto y unión… ¿Alcanzaremos la cúspide del progreso humano al dejar de realizar dichas actividades por ser demasiado arriesgadas?
- Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
- Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Silvia López
- Artículo original publicado en la página web de Charles Eisenstein
- Imagen de portada de Terence Faircloth
Guerrilla Media Collective es una cooperativa de traducción feminista y orientada al procomún. Somos un grupo internacional de profesionales empeñadas en preservar el arte de la traducción y concebimos la cooperativa como una herramienta de trabajo sostenible, digno y ético para las trabajadoras del sector del conocimiento. Traducimos, corregimos, editamos y diseñamos campañas de comunicación. Nuestro objetivo es ofrecer un resultado final impecable cuidando de las personas que lo hacen posible. Por eso abogamos por el cooperativismo como una alternativa justa y solidaria en un sector cada vez más precarizado.
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Yo partiría de la base de que la finalidad de todo lo vivo es expandirse infinitamente a costa de lo q sea (como el cáncer; los virus; y nosotros) y en eso estamos: bases en la Luna y demás.
Hay una parte de la humanidad que funciona automáticamente según la programación de la naturaleza; y otra humanidad consciente capaz de oponerse a ella y poner su voluntad por delante. La guerra es contra nuestra naturaleza colonizadora (contra la inconsciencia), y, en efecto, ésta nos lleva la delantera, pero podemos doblegarla (tener una vida horrible ayuda) y a la mierda los darwinistas. Será más adelante cuando preocuparse por ir a por el origen de todo para someterlo o destruirlo.
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Si cada vez somos menos humanos es porque cada vez hacemos menos falta: es el tiempo de la máquina.
Yo no me preocuparía demasiado por la digitalización de la vida, si no por si seguiremos haciendo falta a los escalvistas inconscientes.
Todo lo demás es ruido: distracción.
Otro iluminati con su filosofia barata. En tiempos de pandemias crecen como chanpiñones. Seguro que no trabaja en un hospital hacinado de enfermos contagiados por la COVID-19.
Aunque ya se ha dicho varias veces lo del 11-s es una idea fácil y válida para entender que será muy difícil quitar limitaciones por el si acaso.
La única cosa es que el sistema sanitario es limitado y si enfermamos de gravedad debe estar por escrito que asumes las responsabilidades, por encima de los médicos de que te has abrazado o reunido en gripo y si no hay plaza de uci, que pase lo que pase.
Nadie tiene plena conciencia de la muerte hasta que no está cerca, sea por un virus o por la nicotina. Volveremos a sudar en bares pequeños.
Quizá sea solo el deseo personal, pero me cuesta pensar que como sociedad ,evitemos el contacto a partir de la pandemia. El ser humano necesita el grupo, por necesidad de supervivencia, y aunque nos costará salir de ciertos comportamientos aprendidos durante un año, será más fuerte nuestra herencia genética y el deseo de masa, aparte de estar en un mundo más afectuoso.
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