Gentrificación
Olvídate de mí
El vaciado del centro de València tras su conversión en resort turístico se lleva por delante la tienda Blas Luna Telas Metálicas, un local centenario que ayudaba a preservar la memoria de la ciudad.

Esta es la primera semana en el último siglo y medio que la tienda Blas Luna Telas Metálicas no sube la persiana. Su encargado, Luis Castro, acaba de jubilarse obligado por las circunstancias; a él le hubiera gustado seguir al frente del negocio, pero la caja no da tantas alegrías como para prolongar la vida de un local anacrónico. Y más amargo que retirarse con fuerzas es regentar una ferretería transmutada en decorado de Instagram.
El centro histórico de València desaparece gradualmente demolido por un siglo que solo permite mirar hacia delante. Fuera de los edificios más emblemáticos —religiosos o institucionales—, todo lo que huele a barrio en Ciutat Vella termina tapiado, desterrado o sepultado bajo los adoquines de la nueva ciudad. El jueves pasado, último día de apertura, apoyado sobre el quicio de la puerta de su tienda, Luis Castro masticaba una bola de rabia y de nostalgia: “Aquí solo huele a pis y a fritanga, ya no es el barrio que conocí, antes nos sentábamos todos los de la zona en las escalerillas de la Plaza del Doctor Collado y jugábamos a los punyets, y a quien perdía venía Manolo, el del bar, y le ponía un gorro con orejas de burro”. Llama al pasado mientras posa la mirada sobre los bares y hoteles que hostigan a su ferretería, locales que antaño fueron panaderías, librerías, jugueterías o, más memoria soterrada, el primer despacho de pirotecnia de los Hermanos Caballer.
No está el barrio ya para fuegos artificiales. “Los cementerios también son peatonales: ese es el futuro que le espera a Ciutat Vella, porque la gente de toda la vida se está yendo fuera”, asegura Castro, que en los últimos tiempos, especialmente el jueves de cierre, dedicó tanto tiempo a despachar telas metálicas como a encajar los halagos de turistas de bolsillo prieto: “Yo les digo, menos halagar y más comprar, pero nada, ni un euro gastan”. Y así, entre selfies y capazos, el comercio centenario ha perdido fuelle sin un emprendedor con estilo new management que quiera recoger el testigo.
Quizás la ferretería hubiera debido adoptar la actitud de una Tool Store, con un photocall del que cuelgan destornilladores de neón, un dj lanzando sonidos industriales y una plantilla de trabajadores dinámicos y flexibles. O quizás no: tal vez nuestras ciudades necesiten arrasar con los comercios tradicionales y eliminar los recuerdos generados en sus calles para que de ese modo, como ocurría en aquella película de Kate Winslet y Jim Carrey, cuando ya no las reconozcamos, volvamos a enamorarnos de ellas.
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