Filosofía
En busca del sexo perdido
La filosofía ha ignorado durante siglos el cuerpo, se ha ocupado de la razón y de cómo debía ser el mundo para entenderse con ella. Sin embargo, se trata ahora de invertir esta relación, de buscar, pese a que con ello nos topemos con una filosofía "loca", maneras de amplificar nuestra vida.

Estadística o molarmente somos heterosexuales, pero personalmente homosexuales, sin saberlo o sabiéndolo, y por último somos transexuados elemental o molecularmente.
Deleuze & Guattari
El Antiedipo
¿Qué pose es la que toma un heterosexual para afirmar en él una homosexualidad —con apellido—? ¿Para qué un heterosexual iba a escribir sobre homosexualidad molecular? Esta idea pone en el punto de mira la organización binaria y esencialista de la sexualidad como una forma de identificación que nos es dada.
Con mucha frecuencia querríamos, quienes manejamos textos filosóficos, quitarnos lastre, deshacernos de aquello que nos impide pensar y nos limita a reconocer, sabernos pensando sin cargar con la historia de la verdad. Se nos vuelve necesario dejar de batirnos con la historia del pensamiento para poder pensar. Quizás por este mero intento ya tenga sentido. Lo que debe hacer un filósofo hoy, decía ya hace un tiempo Preciado, es «ir hacia lugares que no son la filosofía: la experimentación con la sexualidad y, además, la experimentación de la sexualidad con su propio cuerpo». Se trata de poner a jugar a la Filosofía a un juego que no es el suyo.
Para ello, no obstante, hay que valerse de las herramientas de la filosofía. Quizás, lo revolucionario sea encontrar hoy, en la filosofía de Spinoza —un pensador muy particular del siglo xvii— un precursor de la teoría queer, o entender de qué modo condiciona nuestra sexualidad la síntesis de la subjetividad kantiana. Quizás lo revolucionario es, sirviéndonos de la filosofía, vaciar la arquitectónica de la sexualidad y del deseo que organiza nuestra vida.
Quizás lo revolucionario es, sirviéndonos de la filosofía, vaciar la arquitectónica de la sexualidad y del deseo que organiza nuestra vida.
En la ingente producción de conceptos que llevaron a cabo Deleuze y Guattari entre los años 70 y 80 los hay que resultan especialmente interesantes, uno de ellos es el de homosexualidad molecular. Más que el desarrollo detallado del concepto creo que son interesantes las fugas y cortocircuitos que produce en la idea de heterosexualidad, el cómo, si le seguimos unos pasos, nos amenaza con hacer estallar el puente de regreso a casa.
Deleuze opone esta homosexualidad molecular a la homosexualidad molar, y toma, si no como modelo, sí como referencia ineludible al Proust de Sodoma y Gomorra. Es precisamente a tenor de Proust que, durante el curso sobre Foucault y el poder, impartido el 1986, Deleuze habla de lo que Foucault llamó una sexualidad sin sexo, es decir, una sexualidad que no se da entre sujetos fijos y estables, entre hombres o entre mujeres. Éstas instancias serían instancias formadas o molares, mientras que las moleculares serían aquellas instancias informales y pre-subjetivas. La homosexualidad molecular hace referencia, entonces, mucho más que a la homosexualidad esencial o rígida, tal y como estamos acostumbrados a hablar de ella, que se da entre personas del mismo sexo, a una sexualidad que se da entre formas de vida y afectos que todavía no están organizados, que son instancias pre-subjetivas, que en este momento todavía no tienen género ni sexo, que son intensidades puras e informales. Este momento, sin embargo, no es un momento cronológico, es un estadio, un plano distinto. Frente al plano de trascendencia de la ley, del sujeto, de los nombres, los enunciados y discursos, lo que buscamos es el de inmanencia, de los cuerpos sin identidad, fragmentarios, que podrían estallar en cualquier momento, un plano en el que sólo encontramos la diferencia, afectos en circulación, amores y pasiones sin regla ni ley. En este sentido, la sexualidad molecular no hace referencia a «personas», sino más bien a magmas inestables en devenir, en perpetuo cambio y sin forma fija, que nos dan consistencia, a fragmentos de deseo que son lo que en último término constituye nuestro ser. Fragmentos de sexo todavía no organizados en instancias molares, en hombres y mujeres, pero que mientras no queden integrados en estas instancias pueden relacionarse entre ellos bajo muchas formas y relaciones distintas.
Si tomamos como ejemplo la filosofía de Kant vemos ahí un pensamiento del mundo entendido como una relación entre una parte activa y una pasiva: un sujeto que piensa lo pensado, que da al objeto del pensamiento unas condiciones de experiencia a través de las que podemos pensar su existencia en relación con nosotros. Esta concepción del sujeto ha producido una estructura de la experiencia, o sea, una manera de relacionarnos con el mundo y con los demás, en la que nos sabemos esencias, de las que además creemos tener una idea bastante clara de lo que es interior y exterior. Nos hemos acostumbrado a pensar que los hombres y las mujeres somos esencias (y esencias distintas), y que lo que deseamos es al otro, a la sustancia del otro —con su género, con su identidad, etc.—, y así, cada vez que pensamos "yo deseo", "yo amo" pensamos que hay algo así como un yo que desea lo otro pensado, y un objeto, un tú personal al que amo.
Con Foucault, ya en el siglo xx, se intentó una enmienda: con él ya no se trataba tanto de un sujeto activo y un objeto pasivo como de una experiencia "pura", lo trascendental era la experiencia misma. Aquí ya no había algo como un yo en la experiencia que se correspondiera con el "yo" dicho. El "yo" aparecía sólo como ficción que se producía en la experiencia real, en la que sólo había fuerzas en relación. Los cuerpos, las intensidades, se encontraban en el mundo, en este plano de inmanencia del que hablábamos, y entonces distribuíamos todos esos afectos entre el yo y lo otro.
Esto que llamamos homosexualidad molecular es una apuesta a ciegas por un deseo molecularmente indiferenciado y homosexual en tanto que es previo a la distinción heterosexual.
Frente a ésto, decir "yo" con Kant supone aceptar que las condiciones de la experiencia posible son las del sujeto, y no las de la realidad, es decir, subordinamos lo que puede pasar a lo que podemos pensar, y por eso las categorías se convierten en la mediación entre lo posible y lo real (ser unidad o pluralidad, su real o no, su posibilidad o imposibilidad, necesidad o contingencia, etc.). Así, el lenguaje de las esencias y de la identidad, de lo que se puede decir y pensar acerca de los sujetos iguales a sí mismos, se convertía en una trampa que capturaba el deseo.
Pero la homosexualidad molecular de la que hablamos necesita, no sabemos aún como, encontrar una manera de escapar del lenguaje o de hacerlo encadenarse de otra manera. Esto que llamamos homosexualidad molecular es una apuesta a ciegas por un deseo molecularmente indiferenciado y homosexual en tanto que es previo a la distinción heterosexual que se afirma en el lenguaje cada vez que digo "yo" y no puedo con ello dejar de decir "hombre, blanco, occidental y heterosexual", pues molecularmente hay un solo sexo. Y es el mismo lenguaje de la identidad el que nos hace pensar en un "yo" en esencia sexuado de manera binaria cuyo todo deseo está mediado por estas esencias.
En este intento de salirse de la sexualidad que impone la semiótica heteronormativa y heterosexual que impera, tenemos que proceder por vaciado. Creo firmemente que la lucha política, y en especial la militancia desde la filosofía, consiste en vaciar, en descodificar, en aligerar la carga simbólica, en deshacerse los discursos que organizan nuestra vida. Que la filosofía tenga todavía espacio hoy en nuestras vidas pasa porque encuentre nuevas tareas. Hoy ya no puede ser nuestra tarea la de la critica kantiana que ponga nuestra vida al servicio de la razón, sino que filosofar hoy tiene que servir para deslocalizarnos. La filosofía nos impele a dislocar la relación que se da entre el "yo" y el afuera, entre el "yo" y eso que habla cada vez que digo "yo". Se trata de poner la filosofía al servicio de la locura para amplificar nuestra vida, para encontrar el lugar dónde se disipa el sujeto y el derecho y construirnos nuevos espacios de libertad, nuevos territorios existenciales.Relacionadas
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