‘Fent escola, fent país’: medio siglo de escuela antifascista en el País Valencià

Cuando el proyecto de La Masia comenzó, aún estaba vivo Franco. Una docena de personas relacionadas con la pedagogía, el nacionalismo catalán y el antifascismo alquilaron un chalet en Vedat de Torrent en septiembre de 1968 y allí montaron una escuela construida sobre valores democráticos, humanísticos y laicos. Hoy, cincuenta años después, 350 alumnos aprenden y crecen en sus aulas.

La Masia antigua
Dos maestras atienden a los niños de la Masia en una imagen de archivo
19 jul 2019 06:27

“Aprendimos a identificar sus símbolos: la esvástica, la cruz celta o el 88, y también hablamos de los sitios donde se concentran: normalmente en el fútbol”. Los alumnos de 4º de la ESO de La Masia asistieron hace algunas semanas a un congreso sobre la ultraderecha en el que aprendieron a detectar grupúsculos neonazis; les explicaron por qué proliferan y quién los está alentando. Mientras ellos descifraban el fascismo, sus compañeros y compañeras del tercer ciclo de primaria trabajan en un proyecto para darle a Museros (València) la primera calle con nombre de mujer. Eligieron ‘La Tía Nati’, una enfermera que había atendido de forma altruista a buena parte de la población durante años.

Museros es el pueblo donde se ubica La Masia, una cooperativa de enseñanza feminista y antifascista que no rehuye el debate sobre la ideología en el aula. En el País Valencià ese debate suele estar muy vinculado al espacio que ocupa la lengua materna. ¿Cuál ha de ser la lengua vehicular? La derecha valenciana niega que el catalán esté minorizado y empuña la bandera de la libertad de cátedra —en español— a la vez que cierra el cajón de las evidencias. He aquí una: en tiempos franquistas, cuando se educaba con puño y crucifijo, la escuela valenciana fue la primera en abrirse a la democracia.
Fue hace exactamente medio siglo. En el entorno de València, tres pedagogos fundaron un proyecto educativo vehiculado por la lengua propia, apegado a la tierra y donde el infante fuera protagonista de su propia educación y no un mero sujeto pasivo. No es casualidad que esta primera escuela en valenciano, de nombre Tramuntana, naciera a los pocos meses del revolucionario mayo francés, con los maestros Enric Alcorisa, Adela Costa y Carmen Mira recogiendo y canalizando las ansias de felicidad que entonces recorrían el mundo.

En septiembre de 1968 una serie de personas con sensibilidad nacionalista decidieron financiar esta nueva escuela privada de vocación aperturista. Alquilaron un chalet del Vedat de Torrent y le dieron la batuta a los tres maestros mencionados, entonces muy vinculados a la Sección de Pedagogía de la sociedad cultural valenciana Lo Rat Penat —clave en la conservación del valenciano durante el franquismo—. Ellos, junto a una cocinera y un conductor de autobús, se pusieron al frente de un grupo formado por una veintena de alumnos y alumnas de entre 2 y 14 años.

“Antes de aquello llevábamos varios años de preparación; nos reuníamos todas las semanas en Lo Rat Penat para hablar de pedagogía, fundamentalmente Freinet, y también estábamos en contacto con las ikastolas [escuelas concertadas que usan como lengua vehicular el euskera] y con el movimiento de renovación pedagógica de Cataluña”, relata Alcorisa, uno de los fundadores de Tramuntana. “Cuando decidimos dar el paso de montar la escuela nos encontramos con que no pudimos legalizarla. Tardamos diez años en hacerlo, de modo que los escolares tuvieron que acudir a las escuelas de nuestros compañeros de Lo Rat Penat para que les certificaran y así salvar el curso”.

Todos aquellos que participaban de la educación habían de participar también en su gestión, comenzando por los propios alumnos

Ese tropiezo inicial no frenó el empuje de un proyecto que, fundamentalmente, creyó en la fuerza de su modelo: “Nosotros nacimos como cooperativa porque estaba en la esencia del propio concepto de educación: todos aquellos que participaban de la educación habían de participar también en su gestión, comenzando por los propios alumnos. No había una imposición por parte del maestro, no eran figuras autoritarias, se valoraba todo en asamblea: cada mañana decidíamos qué haríamos ese día. Evidentemente, luego el maestro o la maestra necesitaba tener cierta gracia para conducir la clase”, narra Alcorisa.

El cooperativismo estaba en la esencia de la pedagogía Freinet, verdadera piedra angular de la escuela Tramuntana. Sus fundamentos ideológicos lo permearon todo: “Por un lado se consideraba al infante autor de su propio proceso, con el maestro como ayudante propiciatorio de ese descubrir del mundo”. Un mundo, matiza el cofundador, que a menudo se les escondía. “Por otro lado, la palabra era concebida como instrumento del pensamiento. Se trabajaba la palabra oral en las asambleas, al contar historias o al escucharlas de los trabajadores —agricultores, pescadores, carpinteros— que venían a visitarnos”, detalla Alcorisa. “En cuanto a la palabra escrita, cada alumno trabajaba un texto libre surgido de su propia creatividad, luego se imprimían y montábamos las actividades en torno a esas redacciones”, añade.

Contra el clásico ‘la letra con sangre entra’, Tramuntana articulaba una educación en positivo, solidaria y de raíz crítica.
La Masia
Varios niños juegan en un rocódromo en la escuela La Masia. Roser García

El proyecto era una rara avis entre las escuelas privadas —casi todas en manos de las órdenes religiosas— que contradecía los preceptos de la educación franquista, donde destacaba la segregación por sexos y la promoción de las élites, el menosprecio por las ciencias positivas, la sumisión a la autoridad y la metodología pasiva basada en el verbalismo y la memorización. Frente a aquello, contra el clásico ‘la letra con sangre entra’, Tramuntana articulaba una educación en positivo, solidaria y de raíz crítica. Pero no fue suficiente.

Tal y como se relata en el libro Les cooperatives d’ensenyament al País Valencià i la renovació pedagògica (1968-1976), de María del Carmen Agulló Díaz y Andrés Payà Rico, “el sueño fue corto”. Los problemas pedagógicos, económicos y políticos condicionaron la viabilidad del proyecto. Por un lado, el nivel de los contenidos flojeaba al no encontrar un equilibrio entre la autonomía del alumnado y la metodología de adquisición del conocimiento. Por otro, la situación económica era débil por la incapacidad de soportar los gastos entre el reducido grupo de padres y madres que se hacían cargo. Finalmente, el franquismo nunca llegó a reconocer legalmente el proyecto levantado en el Vedat de Torrent, con lo que el marcaje político fue definitivo para forzar un viraje del proyecto.

En 1973 Tramuntana dio paso a Mistral, una cooperativa que cambió de modelo para lograr el ansiado reconocimiento legal, pero ni siquiera así cuajó. En apenas dos años, el proyecto se trasladó a Masías de Moncada y asumió una escisión entre el parvulario y la EGB, cuyos alumnos se trasladaron a un chalet de Manises. A los dos años, el proyecto murió debilitado por diversos enfrentamientos internos, y de las cenizas nació La Masia, ahora sí, diez años de lucha después, consagrada con estatus legal.

La Masia, cuyo lema es “fent escola, fent país”, logró enderezar el rumbo de la aventura pedagógica emprendida en los albores del tardofranquismo. Hoy cuenta con 27 profesores y unos 350 alumnos, todos instalados en un centro propio de Museros. Ya no es escuela privada sino concertada, y la mayoría de sus conflictos se asemejan a los de un colegio regular. También tiene algunos retos particulares: superar la presión política de quienes consideran la educación en valenciano una herramienta de adoctrinamiento y, más arduo aún, desestigmatizar el sintagma ‘ideología en el aula’.

¿Ideología? Sí, por favor.

“Educar en una escuela sin ideología es un sinsentido, un imposible. Todas las escuelas que imparten las materias del currículum, a la vez transmiten ideología; otra cosa es cómo lo hagas, si se te cuela inconscientemente entonces seguramente transmitirás algo contrario a tus convicciones. Nosotros lo hacemos de manera consciente”, explica Jesús Guanter, presidente de la cooperativa. “Aquí no adoctrinamos a nadie, pero las familias saben a qué escuela vienen. Por ejemplo, cuando hablamos de la realidad política, explicamos a los alumnos cosas como las que pasan en el Mediterráneo con las pateras que tratan de llegar a Europa –ejemplifica–. Al hablar de esos temas estamos hablando desde la ideología”.
Lo que hacemos es fomentar el análisis de la realidad que les envuelve, y ocurre que muchas veces no están de acuerdo entre ellos

El mundo al descubierto que decía Enric Alcorisa. La realidad entra en el aula sin vendas. Cruda. “En la medida en que tú estás debatiendo si tres personas se han ahogado en el Mediterráneo, claro que pueden interpretar que eso es adoctrinar, porque automáticamente saldrá algún alumno que dirá que existen malnacidos por dejar que las personas se ahoguen –explica Alcorisa–. Lo que hacemos es fomentar el análisis de la realidad que les envuelve, y ocurre que muchas veces no están de acuerdo entre ellos”, aporta el cofundador de Tramuntana, jubilado desde hace tres años, pero aún con voz en La Masia.

“El tema de la ideología y la escuela, que ahora está muy de moda, hemos de valorarlo en su justa medida”, completa Iván Palomares, actual director del centro. “Todas las escuelas tienen ideología. Si hay gente que no quiere que se hable de igualdad, de solidaridad o de tolerancia, que es una educación que parte de los valores de la izquierda, entonces esa gente instrumentalizará el concepto para censurar conversaciones muy necesarias. Pero eso también es ideología en el aula”, concluye.
Los debates que otros esconden bajo la alfombra y La Masia airea son, según el equipo directivo, una herramienta de “transformación social”. Pero, ¿qué ocurre cuando dicha transformación no cala. ¿Cómo actúan cuándo el pensamiento retrógrado se filtra en el aula? La consigna que perdura en esta escuela desde los sesenta es que la palabra siempre debe estar en el centro. Diálogo, escucha activa y democracia. Hace semanas, por ejemplo, los alumnos de 4º de la ESO participaron en el citado congreso sobre la ultraderecha, y sus compañeros de 3º hicieron un proyecto en el que tenían que preparar programas políticos propios, mitinear y pedir el voto. Los partidos de la izquierda descubrieron que con un partido único hubieran sumado más papeletas.

Hace medio siglo arrancó la trayectoria de un proyecto educativo antifascista que quería impugnar el sistema educativo con base en la pedagogía católica, correctiva y marcial. Medio siglo después ese proyecto continúa vigente, funcionando como dique de un fascismo galopante que aspira a restaurar el crucifijo y enterrar el valenciano. La Masia se parece a Tramuntana en la amenaza que tiene delante: el monstruo de la antipedagogía.

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