Derechos Humanos
Africanos hacinados y atrapados en Sicilia
Más de cuatro mil personas sobreviven hacinadas en el Centro de Acogida para Solicitantes de Asilo más grande de Europa, en Mineo, Italia. Una tanqueta militar y soldados armados custodian la puerta de entrada. En la mayoría de los casos el tiempo de espera supera los tres años.
La tarde del martes 17 de julio la Caravana Abriendo Fronteras salió de Palermo hacia Catania, en la isla de Sicilia, iniciando así la segunda parte del recorrido en un verano especialmente difícil por la cantidad de muertes que se suceden en el Mediterráneo, y la decisión del gobierno italiano de cerrar sus puertos a los barcos de rescate. En torno a Catania y sus alrededores se concentran los puntos en los que se concreta la política securitaria de la Unión Europa con el pretexto de la defensa a ultranza de las fronteras.
En Catania se encuentra la sede del Frontex y a 50 kilómetros la ciudad de Mineo. Por la mañana las 300 activistas de la Caravana realizaron una marcha-concentración frente a las instalaciones del Centro de Acogida para Solicitantes de Asilo (CARA) más grande de Europa, a 10 kilómetros de esta localidad, con 4.000 personas alojadas. Era la primera manifestación hacia allí en los últimos cuatro años.
Algunos de los que pasan por el centro se han ido a España, Portugal o Alemania, pero la realidad es que las opciones son mínimas. “¿Tampoco podemos hacer mucho, no?”, lamenta Morfal
El centro de Mineo actualmente dobla su capacidad prevista para 2.000 personas. Muchas de ellas son solicitantes de asilo a la espera de una resolución, o con la denegación ya confirmada, pero todas llevan allí un tiempo de entre tres y cinco años o incluso más. Las condiciones, según sus testimonios, son deplorables. Aunque viven en régimen abierto, las instalaciones están en una zona totalmente apartada, en medio de un secarral y con un calor sofocante. Una tanqueta del ejército italiano preside la entrada al CARA de Mineo.
Los políticos y los medios de comunicación guardan un silencio total ante las condiciones en las que viven y sobre los largos periodos que pasan esperando el estatus de refugio. Pocas personas lo consiguen. El resto se quedará indefinidamente con el único propósito de que la máquina securitaria y su estructura de negocio siga funcionando.

Encuentro con los internos
Numerosas personas internas —mayormente hombres— salieron al encuentro de la Caravana. El Salto pudo conversar con algunas de ellas, aunque en todos los casos con el pedido de preservar sus nombres. A la hora de la acción las autoridades habían dispuesto excepcionalmente un comida, para evitar su presencia en la misma.Morfal (nombre ficticio) es natural de Benín, le han denegado su solicitud de asilo y lleva tres años encerrado en el lugar. Pide hablar a través de la alambrada perimetral del CARA. “Hay muchísima gente adentro y no es normal. Mucha gente que lleva demasiado tiempo y eso no es bueno para la cabeza”, se queja y argumenta que, si las instalaciones y lo que allí sucede fuera bueno, dejarían entrar a la caravana.
Muestra un carné blanco que lleva su nombre. Es la tarjeta que lo identifica ante los responsables de controlar el centro. “Con él puedo entrar y salir, y si necesito un pantalón o una ropa puedo pedirla”, explica, pero carece de cualquier otro papel que le permita moverse con libertad por el resto de Italia o Europa.
“Nos dicen que vamos a tenerlos, pero no sabemos cuándo y tampoco qué tiempo vamos a estar aquí adentro”, comenta. Algunos de los que pasan por el centro se han ido a España, Portugal o Alemania, pero la realidad es que las opciones son mínimas. “¿Tampoco podemos hacer mucho, no? Me digo a mí mismo que al menos estoy vivo y que Dios dirá”.
Un compañero de Morfal se suma al encuentro improvisado. Nacido en Burkina Faso, su situación es la misma, tres años allí, la solicitud de asilo denegada una y otra vez y la desesperación que a veces se apodera de sus palabras. “Aquí hay de todos los países africanos, esta es una cárcel para africanos”, sentencia.
“En Europa no puedes salir como en África, de un sitio para otro. Si llevo tres años en este campo no es porque me interese. No es nada fácil estar aquí. Nos han atrapado, tenemos necesidad de irnos, pero si nos vamos ¿qué vamos a hacer? ¿Dormir en la calle? Es la única posibilidad que tenemos”, razona.

El control interno permite salir a partir de las 8 de la mañana y la hora tope de volver es a las 20hs. Si no lo hacen dentro de ese horario, se considera que han salido del sistema voluntariamente. “Si tienes que pasar la acreditación y ven que no la has pasado, te la bloquean. Si tú te quedas fuera se acabó el campo para ti”, se lamenta. Esta circunstancia hace que incluso sea imposible pensar en conseguir un trabajo informal en alguna localidad cercana. Solo ir y venir le implicaría recorrer los diez kilómetros de ida y de vuelta que los separa de la nada.
“Estamos muy mal, lo único que hacemos es comer y dormir y alguna clase de italiano”, cuenta. El sistema sanitario interno es deficitario y en un régimen que se asemeja al de los Centros de Internamiento de Extranjero españoles (CIE), a cualquier dolencia se receta el mismo medicamento, un símil del paracetamol. La Cruz Roja italiana trabaja allí, pero a tenor de los testimonios, no mejora la situación del encierro.
En coincidencia con su amigo le preocupa el estado mental de muchas de las personas encerradas. La incertidumbre y el tiempo indeterminado de encierro dejan secuelas en las internas e internos. “Aquí la gente se vuelve loca, pasas muchos días y te vuelves loco, y si te vuelves loco, pasan de ti. No tenemos nada. Los ‘locos’ pueden estar tomando medicación, cuatro, siete o nueve meses y van a salir de aquí desnudos a dar una vuelta y sin saber qué pasa con su cabeza”, afirma.
Ambos fueron rescatados del agua. Ambos han cruzado Libia, donde confiesan haber vivido “las peores calamidades”, aunque se niegan a brindar mayores precisiones. Ninguna de las personas consultadas quiere explayarse sobre el particular. Gana el miedo.
“No, no sabemos nada de los acuerdos entre Italia y Libia, lo único que queremos es salir adelante, y no podemos salir sin papeles. Si salimos fuera así, en una o dos semanas nos van a detener”, asegura.

En el CARA conviven hombres y mujeres, sin separación de espacios. Las camas están mezcladas. Pueden utilizar el teléfono, pero no hay wifi, dependen de tener dinero para recargar sus móviles. A veces lo reciben de familiares y amigos que ya viven en otros países.
Para las mujeres, las dificultades se acentúan y ponen en riesgo su integridad. En la última Nochevieja, Florence Miracle fue asesinada por su marido que ingresó al centro saltando la valla perimetral y que salió por su propio pie en los buses que una vez a la semana llevan a los internos al pueblo.
Para Faith, de Nigeria, la alternativa de salir es “la mendicidad, la prostitución y dormir a la calle”. Habla con decisión a pesar de que su pareja le hace una seña para que no siga. “Quiero hablar, quiero desahogarme”. Está embarazada, y al igual que Lewa, que tiene una niña de un año y otro bebé de un mes, ambos han nacido durante el tiempo de encierro en el CARA. Temen por el futuro inmediato de sus hijos. No existe ningún dispositivo de cuidados ni educativo ni de juegos para los menores.
Lewa obtuvo un permiso de residencia de cinco años. Es una excepción. Mientras al padre de sus hijos se lo han denegado cuatro veces. Muy a su pesar sigue viviendo allí esperando alguna solución para él. “Este no es un lugar seguro, si han matado a una mujer qué se puede esperar, pero no puedo irme y dejarlo solo”.
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