La cara oculta de IFEMA

Así es la realidad en el pabellón catorce de la Feria de Madrid, el dirigido por SAMUR Social para atender a personas sin hogar de la capital.

IFEMA albergue personas sin hogar - 3
David F. Sabadell Momento en el que el Samur Social y la UME comenzaron la habilitación del pabellón de IFEMA para personas sin hogar.
13 may 2020 07:00

Durante este estado de alarma ha sido obligatorio quedarse en casa y salir a la calle solo para realizar las actividades imprescindibles. Por suerte, la mayoría de personas tienen un hogar donde cobijarse, un lugar con cuatro paredes y techo (muchos tendrán también enormes comodidades) donde pasar estos días de confinamiento y cuarentena. Pero, ¿qué ha pasado con las personas sin hogar? ¿Qué ha pasado con las casi tres mil personas que viven en las calles de Madrid? La administración, viendo que los albergues no podían hacer frente a esta situación, decidió improvisar una extraña solución a pocos kilómetros del aeropuerto de Madrid.

Muchos conocerán IFEMA por ser el centro neurálgico de la información durante estas semanas de pandemia. Para una parte de la población, el hospital de campaña que se construyó en sus instalaciones —y que cerró sus puertas hace apenas 10 días— ha sido un ejemplo de la eficacia y coordinación de nuestros gobernantes, ya que consiguieron montarlo en pocos días, mientras que, para otros muchos, ese lugar ha sido espejo de las vergüenzas al desnudo de un sistema sanitario público que, parasitado y casi desmantelado en la Comunidad de Madrid, no estaba preparado para responder como es debido a una crisis de estas características.

Sin embargo, aunque el foco mediático se ha puesto sobre las instalaciones medicalizadas de algunos de los pabellones, hay un lugar recóndito y olvidado, alejado de la lupa periodística y política y que, por determinados intereses, no se expone al público. Ese lugar es el pabellón catorce de la Feria de Madrid. En él no han atendido, como en el resto de los complejos habilitados, a enfermos de Covid-19 que han sido trasladados desde otros hospitales saturados de Madrid. En este pabellón, con una capacidad teórica para 150 personas y en el que trabajan alrededor de 20 enfermeras y 3 psicólogas, el SAMUR Social da techo, comida y entretenimiento a personas sin hogar, personas sin techo que no tienen un lugar donde pasar el estado de alarma y que, de otra forma, tendrían que caminar de forma errática por las calles de Madrid.

Para recabar información sobre este lugar, se ha contado con la declaración de cuatro enfermeros, dos chicos y dos chicas, que trabajan en el interior de este pabellón.

“Al principio la limpieza era escasa. No había espacio para todos y la gente se amontonaba en la puerta. Recuerdo que los baños estaban saturados. Nadie limpiaba allí”

Cuentan que aunque los primeros días el pabellón era un auténtico caos, actualmente funciona con una cierta calma: “Al principio la limpieza era escasa. No había espacio para todos y la gente se amontonaba en la puerta. Recuerdo que los baños estaban saturados. Nadie limpiaba allí. La limpieza de los lavabos era casi inexistente. Muchos de nuestros compañeros de trabajo no iban a hacer sus necesidades a los baños del pabellón por miedo a coger cualquier enfermedad. Ya no era solo por la gente que estaba refugiada allí, era también por nosotros”.

“Aparte de la limpieza —describe otro de los enfermeros— teníamos otros problemas graves, sobre todo en el ámbito del orden. Uno de los primeros días, recuerdo que hubo una bronca monumental porque muchos querían tabaco, pero era imposible conseguirlo. Fuimos nosotros quienes nos encargamos de comprarlo de nuestro bolsillo y de repartirlo a quienes lo querían”.

Las trabajadoras y trabajadores afirman que tuvieron también “problemas logísticos muy graves porque apenas nos llegaba material sanitario, además de que la comida escaseaba. Nos pedían que diéramos atención de una forma que es imposible sin los recursos suficientes. Además de a gente de enfermería, tendrían que contratar a personas que hicieran trabajo social, personal que currara cara a cara con las personas que están aquí alojadas, porque no somos suficientes. Hay mucha precariedad”.

Precariedad es la definición, además de falta de recursos, pues según relatan, no solo atienden a personas sin hogar; en el pabellón número catorce de IFEMA también atienden a personas que sufren de determinadas enfermedades mentales: “Aquí dentro hay personas de todo tipo mezcladas. Gente sin ningún tipo de trastorno mental, que simplemente vive en la calle, son mezcladas con personas que sufren diferentes patologías mentales. A pesar de que tenemos psicólogos y psiquiatras que cuidan de ellos, es imposible ofrecerles a todos un tratamiento correcto e individualizado en estas condiciones. Estamos saturados”.

A pesar de que la limpieza era un problema al principio, aseguran que ese ya no es el mayor de sus inconvenientes a la hora de realizar su trabajo. “Es cierto que la limpieza no existía los primeros días que lo montaron, pero ahora eso ya no es un problema, de verdad. La UME viene a desinfectar de vez en cuando y limpian los baños dos veces al día. En cuanto a nosotros, nos desinfectan la ropa continuamente. El problema sigue siendo la logística y el espacio. Como te digo, andamos flojos de recursos, aunque sé que hay otros albergues que lo están pasando mucho peor estos días. Aquí tenemos problemas con las consignas, por ejemplo. A la hora de guardar las pertenencias de muchos de nuestros asistidos, no tenemos espacio físico para almacenar las cosas de una buena manera. Además, debes tener en cuenta que aquí pasan los días personas con enfermedades mentales y gente que lleva muchos años viviendo en la calle, por lo que algunos no entienden la situación, no entienden qué hacen aquí dentro, ni lo que está pasando, por lo que es muy normal tener alguna bronca”.

“Aquí, si una persona sin hogar quiere pasar una temporada, tiene que contactar con los compañeros de SAMUR Social para que lo traigan. Muchos se han presentado en la puerta y el guardia de seguridad no les ha dejado pasar al recinto”

“Pero seguimos diciendo que el mayor problema es la organización. La idea es buena, pero la organización falla. Por ejemplo, si una persona requiere de asistencia en algún otro albergue, puede presentarse en la puerta por la noche y lo más seguro es que le dejen entrar. Aquí no. Aquí, si una persona sin hogar quiere pasar una temporada, tiene que contactar con los compañeros de SAMUR Social para que lo traigan. Muchos se han presentado en la puerta y el guardia de seguridad no les ha dejado pasar al recinto. Muchas veces, sin consultarnos. Aun así, no nos podemos quejar muy alto ya que, poco a poco, las cosas se van haciendo cada vez mejor. No sabemos qué tal lo llevaran dentro de los otros pabellones medicalizados, pero en el nuestro trabajan unos profesionales geniales que lo dan todo”.

Para finalizar, explican la capacidad que tienen desde el SAMUR Social de retener a los asistidos del pabellón, dado el estado de alarma: “nosotros no podemos retener a nadie. Quien quiera puede salir cuando quiera, ya sea a hacer sus cosas, comprar lo que sea o a pasear cuando quiera. No impedimos la salida de ninguna de las personas que se encuentran en el interior, porque es ilegal hacerlo. Si alguien quiere irse, incluidas las personas que están ingresadas por problemas mentales, lo único que tiene que hacer es firmar el alta voluntaria”.

A pesar de las declaraciones de estos cuatro trabajadores y de su aparente confianza y buenas palabras respecto al nuevo orden que se respira en el pabellón, también se ha contado para el reportaje con las declaraciones de una persona que vivió los primeros y caóticos días de las instalaciones de IFEMA.

COLAPSO Y CAOS

Esa persona es Ramón, un hombre de cincuenta y dos años que lleva casi diez recorriendo de forma errática las calles del madrileño barrio de Carabanchel. “Al principio las cosas me iban bien, pero entré siete años en prisión por acumulación de delitos, y, cuando salí, mi mujer me dejó, mi familia no quiso saber nada de mí y me vi en la calle. Hace ya diez años que estoy aquí”.

“Al principio estaba contento porque por fin tenía un sitio donde pasar el día, no solo la noche, pero fue ver los baños y me derrumbé. Estaba todo hasta arriba de mierda”

Actualmente se encuentra pasando las horas muertas cerca del Puente de Toledo, en la zona de Marqués de Vadillo. “Me enteré de lo de la Feria de Madrid porque me lo dijeron unos niños del Social (SAMUR Social). Al principio me alegré mucho, porque había escuchado lo de que si estabas en la calle te podían multar, que ya ves tú a mí qué me pueden quitar, pero no quería ir a un albergue. En los albergues no se está a gusto, es una puta mierda. Me recogieron en una furgoneta y me llevaron para allá”.

“Cuando llegué eso era un caos”—prosigue— “Ahí había muchísima gente para entrar y era imposible que entraran todos, pero no estoy seguro de si alguien se quedó fuera. Creo que era la segunda noche desde que lo abrieron, pero no estoy seguro”.

“Cuando entré mi alegría se fue. Al principio estaba contento porque por fin tenía un sitio donde pasar el día, no solo la noche, pero fue ver los baños y me derrumbé. Estaba todo hasta arriba de mierda y creo que los sumideros no tragaban, pero tampoco me hagas mucho caso”.

“No había camas, solo como una especie de manto que creo que era de color azul y que cubría toda la nave. La gente se acumulaba y apelotonaba y todo olía mal. Yo no soy de esos que van con un carrito lleno de cosas, pero sé que hay gente a la que no le dejaron entrar con lo poco que tenían”.

“La comida no era comida y ni siquiera había para todos. Yo estuve solo dos días, pero los dos días me dieron de comer unos bollos.

“La comida no era comida y ni siquiera había para todos. Yo estuve solo dos días, pero los dos días me dieron de comer unos bollos. En la calle como mejor, lo juro. Además, la gente estaba de mala hostia y se peleaban, todo el mundo quería gresca. Nos juntaron con gente que estaba de loquero (personas con problemas mentales) y había un ambiente de mierda”.

“Yo me fui en la tarde del segundo día. No solo por las condiciones del lugar, sino porque me aburría como una ostra. Sé que había una biblioteca donde coger libros, pero no me jodas, ¡si llevo diez años sin leer ni las tiras del periódico! (se ríe). Además, que yo ni soy médico ni nada de eso, pero si la gente se va pasando los libros de unos a otros, menuda fiesta para el virus (…)”.

Para finalizar, al igual que el equipo de trabajadores que hicieron sus declaraciones más atrás, Ramón cuenta la capacidad que tiene el SAMUR Social de retener a las personas ingresadas en IFEMA. “Primero me dijeron que podía salir sin problemas, luego que si salía no podía volver a entrar y por último que tenía que firmar no sé qué papel. Al final me fui y en la calle estoy mejor. Ahora que viene el buen tiempo no me importa demasiado dormir al raso. También te digo que no sé si seguirá igual de mal que antes”.

Como se ha visto con las historias de los cuatro trabajadores y de Ramón, es un hecho que hay un problema a la hora de tratar a las personas sin hogar de la Comunidad. Aunque sus historias se contradicen en algunas ocasiones, existen puntos comunes y que dejan al descubierto que hay que poner más recursos para intentar paliar los efectos de la COVID-19 en un colectivo tan vulnerable como es el de las personas sin hogar.

Porque, aunque al catorceavo pabellón de IFEMA no vayan los dirigentes políticos de Madrid a hacerse fotos, también existe. Y hay personas. Y tienen necesidades especiales. Y esas personas no son el problema: el problema lo tienen quienes no quieren ver que son iguales que nosotros.

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