Cine
Esta reconversión no hallará resistencia: en torno a 'El año del descubrimiento'

Los mismos que llevaron a cabo la reconversión industrial sobre los frágiles cuerpos de los parados de entonces son los que hoy instan al confinamiento mientras recogen los cadáveres amontonados en las residencias.
El año del descubrimiento
Fotograma del documental "El año del descubrimiento" (Luis López Carrasco, 2020)
Profesora de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona
12 mar 2021 09:48

Escribía Walter Benjamin en un texto de 1933, Experiencia y pobreza, que tras el horror de la I Guerra Mundial “la gente regresaba muda del campo de batalla. No enriquecidas sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable” (Benjamin, 2007: 217). Podría, sin duda, atribuirse esa mudez a la experiencia del trauma, y sin embargo sucede algo más. La imposibilidad de hablar ocurre también cuando se vive, no ya una experiencia traumática, sino un cambio de paradigma que no nos permite pensar con las categorías de antaño. De hecho, el texto prosigue apuntalando el contexto de esta experiencia: “una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa ante un paisaje en que todo excepto las nubes había cambiado, y en el centro del cual, en un campo de fuertes explosiones y fuerzas destructoras, estaba el mínimo, frágil cuerpo humano” (Benjamin, 2007: 217).

Este fragmento, sin duda, ha de resonar en la cavidad de ese mínimo y frágil cuerpo que somos hoy, incapaces de pensar el mundo que adviene con implacable seguridad, vacíos de experiencia comunicable. Como solía decir un antiguo amigo y profesor: “o no entiendo lo que pasa o ya pasó lo que entendía”. Lo que entendíamos o creímos comprender quedó atrás. Partimos de aquí. No comprendemos. Nada que decir excepto que estamos cansados y que pase ya este maldito virus. Pero ante nuestro estupor el paisaje cambia. Cuando esto sucede no queda otra que volver la vista atrás e indagar en la herencia como se rebusca en la basura. Esto es lo que hace un reciente documental firmado por Luis López Carrasco, El año del descubrimiento (2020), que puede verse en los cines de aquellas ciudades en las que todavía no los hayan clausurado como medida de emergencia ante el Covid-19, medidas que afectan especialmente al ámbito de la cultura y la hostelería pero curiosamente no al de los mítines políticos, y en aquellas, claro está, que tengan cine todavía. Porque también el tiempo del cine ya pasó y hoy es otra la experiencia, si la hay.

Culturas
“Con esta película quise poner en color a luchas obreras que estaban en blanco y negro”

El director Luis López Carrasco cuenta por qué eligió rodar “El año del descubrimiento”, que narra la historia de la rebelión de Cartagena por la crisis industrial y que acabó en la quema del parlamento regional, en el emblemático año de 1992: “Quisimos contribuir a fortalecer esa memoria colectiva disidente y rebelde”.

El año del descubrimiento

En una pantalla partida López Carrasco acerca una cámara casi obscena a dos generaciones que charlan en un bar cualquiera de Cartagena. A veces, a modo de entrevista, otras siguiendo el curso de interminables discusiones, manos, ojos, brazos y bocas tratan de decir lo que sucedió en aquellos años 90. No importa quien habla. Se habla de aquel periodo de la reconversión industrial en España cuyo broche dorado fueron las Olimpiadas barcelonesas del 92 y esa monumental Expo de Sevilla de la que ya nadie se acuerda. Son los años de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y el precio que había que pagar por ello era el cierre de fábricas, astilleros, y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. Lo que tenía que ocurrir no se dio sin resistencia. Los obreros, en su mayor parte hijos ya de represaliados por el régimen franquista, hijos pues de la pobreza extrema y la humillación, esta vez se organizaron y se rebelaron. El punto de inflexión fue la quema del parlamento de Murcia, tras dos meses de huelga y corredizas con la policía.

El Capital se reinventa una y otra vez, [y] deja atrás todas aquellas vidas soportadas por cuerpos mínimos y frágiles que ya no podrán enrolarse en el nuevo mercado que avanza inexorable. Cada transformación del modelo económico se construye sobre cadáveres.

Yo diría que en Barcelona, por ejemplo, ni nos enteramos. Quizás algún noticiero lo mostró, pero estábamos tan ufanos con “Els Comediants” y “La Fura dels Baus” espectacularizando internacionalmente su mercancía que apenas nos percatamos. Además, aquí sí había trabajo, se pasaba de la fábrica al turismo y la construcción, esa burbuja especulativa que estallaría con la crisis del 2008. El Capital se reinventa una y otra vez, el modelo económico se reconvierte, pero cada crisis y cada cambio a punta de pistola deja víctimas tras de si. Deja atrás todas aquellas vidas soportadas por cuerpos mínimos y frágiles que ya no podrán enrolarse en el nuevo mercado que avanza inexorable. Cada transformación del modelo económico se construye sobre cadáveres.

Dos lecciones para hoy

Si el recuerdo de esta “herida mal cosida por la historia oficial del país” (Fernández, E., 2020) tiene capacidad de interpelación en nuestro contexto pandémico es porque de ella se extraen lecciones que explican la situación esperpéntica en la que nos encontramos hoy, Covid mediante.

Lo primero que se aprende al visionar El año del descubrimiento es que las transformaciones del capital no se hacen sin la intervención directa del estado y su policía, que la introducción de un nuevo régimen económico implica ya, desde el minuto cero, un nuevo régimen de gobernanza. En aquellos momentos fue el Partido Socialista quien llevó a cabo la reconversión: “tú mucho Partido pero/ ¿es socialista? ¿es obrero? / ¿o es español solamente? (…) Tú no tener nada claro/ Cómo acabar con el paro, /Tú ser en eso paciente / Pero hacer reconversión / Y aunque haber grave tensión / Tú actuar radicalmente” rezaba por entonces el hermoso himno de Javier Krahe, Cuervo ingenuo (1988) que se negaba a fumar la pipa de la paz con ese hombre blanco que habla con lengua de serpiente. La canción estaba dedicada a Felipe González, pero el hombre blanco tiene muchos nombres y muta con facilidad.

Uno de los espectáculos más bochornosos de esta pandemia ha sido ver cómo el discurso de izquierdas viraba hacia las posiciones más tradicionales, patrias y sumisas con el poder de Estado mientras entonaban el canto de la obediencia, la igualdad y los cuidados para acto seguido aplaudir a la policía.

Que sean las izquierdas moderadas las que trabajen en favor del capital no debería sorprendernos. Es el modo que han hallado las democracias representativas liberales para gestionar y minimizar el conflicto con un coste social menor del que obtendría un gobierno conservador a la Tatcher, aun haciendo lo mismo. Mientras la mano derecha de los supuestos partidos de izquierdas hace del Estado una institución proactiva con el capital, fundamento del pasaje al neoliberalismo, la mano izquierda nos regala sus migajas en la forma de leyes progresistas más acordes con el sentir general: la despenalización del aborto en 1985, legalización del matrimonio homosexual en 2005, a cuatro días de la crisis económica en la que todos excepto los bancos procedimos obedientes a “apretarnos los cinturones” según mandato oficial, u hoy la llamada Ley Trans (2020) que tan entretenidos nos tiene, con las TERF a la cabeza combatiendo no se sabe qué, mientras en nuestras propias casas todo cambia excepto las nubes que vislumbramos desde la ventana. Sin duda que todas estas leyes son necesarias, tan necesarias que hasta da vergüenza que no se hubieran aprobado antes, pero la celebración autosatisfecha por la consecución de lo obvio en una democracia no debería cegarnos ante los procesos políticos y económicos sobre los que estas estrategias de marketing se sustentan en detrimento de la democracia que hipócritamente enarbolan. Hombre blanco hablar con lengua de serpiente, antes y ahora.

La segunda lección que es posible extraer de este valiente documental es que los precarios de hoy son los nietos de esos obreros combatientes de ayer que perdieron la batalla creyendo que la ganaban. Pensiones y depresiones vendrían a la par. La pantalla partida da voz a dos generaciones, los que vivieron, sufrieron y combatieron el cierre de la empresa naval pública Bazán, Peñarroya y Fesa-Enfersa, y las voces de jóvenes de hoy a caballo entre la fábrica en vías de extinción y unos puestos de trabajo que se tendrán que inventar si acaso llegan a ser jamás los emprendedores que requiere el nuevo orden. En el epílogo final un sindicalista, que a los 14 años conoció el trabajo en la fábrica antes que el sexo y el amor, balbucea atónito ante sus propios pensamientos: “El trabajo hoy está segmentarizado, sólo tienen contrato fijo las personas entre los 40 y los 60 años de edad… Así es imposible que los jóvenes precarios se sindicalicen… Este es el resultado de la reconversión”. Probablemente contra sí mismo, visiblemente consternado, el sindicalista constata que las izquierdas clásicas, los sindicatos, han perdido su lugar, que resultan impotentes ante esta flexibilización del mercado laboral en la que el trabajador ha pasado de asalariado a convertirse en su propia empresa. Lo que se entendía ya pasó.

En lo que aquí nos concierne es importante recordar que fue por los mismos años cuando se sancionó la ley que permitiría la venta de la sanidad pública a intereses privados. Fue en 1997 cuando dicha ley se aprobó con los votos de todos los partidos, PP y PSOE a la cabeza, así como con los votos de los partidos catalanes, por si alguien se quisiera excusar. Izquierda Unida y el Bloque Nacionalista Galego fueron los únicos que se opusieron, lo que vistas hoy las cosas sin duda les honra. Si una muerte evitable es, como decía David Fernández, un crimen político (Fernández, D., 2020), aquí se han cometido muchos crímenes, y hay responsables. Los mismos que llevaron a cabo la reconversión industrial sobre los frágiles cuerpos de los parados de entonces son los que hoy instan al confinamiento mientras recogen los cadáveres amontonados en las residencias. Porque no es el virus lo que nos está matando sino el precario estado de nuestra salud pública, esa que se vendió al capital en vistas a su modernización, junto con los astilleros y las fábricas. El problema de esta pandemia, lo sabemos ya, no es el virus sino el colapso sanitario. Podríamos situar la cámara en la cantina de algún hospital de cualquier ciudad y filmar la segunda parte de El año del descubrimiento, podríamos incluso titular este nuevo film El año de la obediencia. Manos, ojos, brazos y bocas de médicos, enfermeras y pacientes hablarían de lo que ocurrió, de cómo se externalizaron los servicios, de los recortes de plantilla y del siniestro escenario al que se enfrenta una sanidad pública desmantelada en época de pandemia; hablarían quizás de cómo dejaron de ser profesionales para convertirse en héroes infrapagados. Sería preciso hacerlo.

La democracia, para otro día

Uno de los espectáculos más bochornosos de esta pandemia ha sido ver cómo el discurso de izquierdas viraba hacia las posiciones más tradicionales, patrias y sumisas con el poder de Estado mientras entonaban el canto de la obediencia, la igualdad y los cuidados para acto seguido aplaudir a la policía. Del otro lado, las derechas más casposas se alzaban en nombre de la libertad y la democracia en vistas a un rendimiento electoral que recogerá el malestar generado por el “Gran Reseteo”, como lo llama Schwab (2020), presidente del FMI, sin atisbo de vergüenza.

El falso debate entre igualdad y libertad, categorías modernas que requerirían ser repensadas, encubre la oscura solidaridad que enlaza ambos posicionamientos. Por más que se pretenda lo contrario, ni los toques de queda ni los confinamientos, generalizados o selectivos, son igualitarios. No lo son para los que no tienen casa, para los que su hogar es un infierno, para los que se suicidan, para las que reciben maltratos, para los que mueren en sus habitaciones de residencia, para los riders, para los que vivían del ocio, la restauración o la cultura, no los son para los que hicieron de la noche su forma de vida, para los que se exponen cada día al contagio, para los que conviven afincados en habitaciones de alquiler, para los jornaleros que duermen en las calles, para los que nos traen a casa nuestros pedidos de Amazon, para los que se enroscan en su locura y sobreviven a base de fármacos. Todos ellos serán los cadáveres, los cuerpos sacrificados, sobre los que se construirá el nuevo orden, y si no hay un López Carrasco que los filme en el futuro nadie los recordará y se hará como si nada hubiese pasado mientras disfrutamos de las Olimpiadas por venir, orgullosos de nuestros deportistas nacionales.

La segunda lección que es posible extraer de este valiente documental es que los precarios de hoy son los nietos de esos obreros combatientes de ayer que perdieron la batalla creyendo que la ganaban.

Por otra parte, la libertad que revindican las derechas más rancias es cualquier cosa excepto libertad, es en todo caso libertad para gozar de sus privilegios. Su lógica sacrificial los mantiene a salvo. En su chalet de la Sierra difícilmente morirán y serán en cambio los primeros beneficiarios de esta mutación económica. De ambos lados, el sacrificio del otro en nombre de la vida rige un paisaje en el que cualquier resistencia o crítica es tildada de irresponsable cuando no de anti-progresista. Los intelectuales orgánicos prefieren callar, exhibir fotos de familia feliz en cuarentena en las que sus hijos gozan haciendo plastilina sin que parezcan molestarles los aplausos comunitarios ni las banderas. Los privilegiados del sistema que ya estamos abandonando usan las mismas banderas, debería hacernos reflexionar, para recoger el malestar de los sacrificados, aún seguros de que estarán a salvo también en este mundo en ciernes. En ambos casos, aquí y allá, “la democracia, para otro día” (Derrida, 1992). Es así como las calles se vacían, la democracia envejece, y los cuerpos ya demasiado cansados se sumergen en las pantallas por si algo de vida con sentido se agazapase allí, quizás en Twiter, en una imagen de Instagram o un post de Facebook. Pero tampoco. El hastío redunda en las redes como en nuestras casas, vacíos todos de experiencia comunicable.

Y sin embargo, en este mismo momento un helicóptero sobrevuela Barcelona y en la calle arden contenedores a pesar del toque de queda. Tal vez sea esta la resistencia que nos queda.

La versión completa de este texto aparecerá próximamente con el título: “Esta reconversión no hallará resistencia o ¿qué nos está permitido esperar?” en el libro de Xavier Bassas Vila y Laura Llevadot (Ed.), Pandémik. Perspectivas posfundacionales sobre virus, contagio y confinamiento, Ned Ediciones, 2020.

Trabajo sexual
Escuchad a las putas
Escuchad a las putas. No las victimicéis. No os creáis superiores a ellas. Saben cosas de la masculinidad y el patriarcado que nunca quisimos oír.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

― Derrida, J. (1992), El otro cabo. La democracia, para otro día, Serbal, Barcelona.

― Fernàndez, D., “Com dèiem ahir”, en Carlin, J., Herrero, Y., Fernàndez, D., Tomàs, N., Rius. C. (2020), El bé comú. Fundació Collserola, Barcelona.

― Fernández, E. (2020), “No sale quien habla. Puede hablar cualquiera. Sale mucho ruido”, Poscultura, 10/12/2020.

― Schwab, K; Malleret, T. (2020), The Great Reset, Forum publishing, Ginebra.


Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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Éterno tostón, si ellos no se esfuerzan en hacerla bien yo no me voy a esforzar en verla...

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