We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Patrimonio cultural
¿Las ruinas de Angkor? No, el monasterio de Guisando
Nada indica que por el Monasterio de las Cuevas de San Jerónimo de Guisando pasaron Santa Teresa, Felipe II, el padre de Victor Hugo o el nieto de Goya. Y mucho menos que en unas cuevas cercanas cuatro eremitas italianos vivieron más de veinte años en el siglo XIV.
La pregunta sale sola: ¿qué son esas piedras que se ven en lo alto del cerro? Nos lo preguntamos durante años, mientras cruzábamos la carretera camino de El Tiemblo.
Basta con fijarse un segundo, dirigir la mirada hacia él para que el lugar mismo te clave su propia mirada. Desde lejos, tan solo parecen unas piedras.
El Cerro de Guisando domina todo el valle, lo vigila y permanece siempre como un punto de referencia al que dirigirnos cuando viajamos hacia la provincia de Ávila.
En invierno lo suele cubrir una fina bruma, las primeras nieves siempre se depositan primero sobre su cumbre. Es imposible no fijarse en su figura y en su aire enigmático, que nos indica que solo nos está mostrando una pequeña parte de lo que contiene.
Situado frente al arroyo Tórtolas, que marca una frontera natural entre la Comunidad de Madrid y Castilla y León, y la anterior cañada norte y cañada sur; es, pues, un cruce de caminos.
Es habitual pasarlo de manera veloz y pese a ello podemos distinguir que las piedras son demasiado grandes y demasiado compactas, aunque no revelen nada de su interior.
Nada nos dice que pasaron por aquí Santa Teresa, Felipe II, el padre de Victor Hugo, el nieto de Goya. En España es una cosa que suele ocurrir. Tampoco se revela el conjunto de los Toros de piedra de origen vetón que se sitúa enfrente de las rocas y que guarda mil teorías sobre sus funciones: un templo, un dominio, un bosque sagrado. Cada vez que pasas puedes imaginarte una situación distinta. Los vetones, se sabe, eran adoradores de montañas, de ríos y de árboles y puede que encontraran en este lugar el propicio para el culto, y puede que este incluso se remontara mucho antes de la aparición de los toros.
Citados ya por Miguel de Cervantes en el Quijote, y por Lorca, el cerro es más conocido por estos y por el pacto de Guisando que por el monasterio que se esconde tras la apariencia de unas piedras entre la maleza.
Uno de los tres primeros monasterios de la orden de los jerónimos en la península, tras la desamortización en manos privadas, el Monasterio de las Cuevas de San Jerónimo de Guisando fue declarado Paraje Pintoresco el 5 de febrero de 1954 antes de pertenecer a la categoría de Bien de Interés Cultural, junto a las citadas estatuas celtíberas.
En este último lugar, que permanece ahora cerrado para mayor seguridad “por el vandalismo que hemos tenido desde los años 80”, nos citamos con Julián Juste para comenzar nuestro periplo: organizado casi como una pequeña excursión, debemos subir hasta el cerro durante 35 minutos, o bien ser conducidos a través de la finca ganadera por una lanzadera que salva el pequeño camino que hay que recorrer hasta llegar a la primera etapa de la visita. Subimos en la lanzadera mientras nos explica la variedad de los árboles, que los ermitaños y frailes conocían bien y hacían uso.
“La figura de Paisaje Pintoresco es muy relevante en este espacio y muy moderna, al incluir precisamente no solo el edificio construido sino también el paraje y el entorno que lo rodea. Porque precisamente el monasterio es incomprensible ahora mismo sin el concepto de ruina habitada por la naturaleza”, afirma Juste.
Aparcamos frente a la Casa de Legos, uno de los primeros edificios del conjunto. A partir de este momento, la visita al monasterio no solo se descubre como un puzle sino que, efectivamente, lo es: los recorridos de sus sucesivos habitantes y dueños le han hecho tener un perfil desgajado, reutilizado, marcado por la orografía del lugar y los sucesivos incendios y acontecimientos a los que tuvo que hacer frente.
Para encajar las piezas de este puzle, resulta más útil ir más allá del conocimiento estilístico, implica conocer la historia del edificio y la intervención de sus habitantes.
María de la Puente y Soto, IV Marquesa de Castañiza
Proveniente de una familia de indianos de San Vicente de Toranzo (Cantabria) que habían hecho fortuna en México, vuelve a España, donde se hace con el terreno del cerro después de que este hubiera pasado por distintas manos tras la desamortización de Mendizabal, a cada cual más rocambolesca: un nieto del pintor Goya (Mariano de Goya), el general Narváez que colocó un cuartel de la Guardia Civil en los alrededores (que la marquesa se encargó de convertir en una escuela) y el sobrino de este.
La historia de la marquesa con el monasterio está totalmente trufada de anécdotas.
Cuando llegó al lugar lo encontró naturalmente en ruinas. Esto no la desanimó en absoluto, el cerro le interesaba muchísimo: quería hacer una vida nueva y quería hacerla allí también. Y para ello impulsó activamente la promoción del lugar y su consideración como monumento histórico, mientras lo convertía en su palacio, facilitando a su vez también la investigación y excavación de la zona, la recuperación arqueológica y la restauración del monasterio y los toros, pensó en cómo sacar rentabilidad de aquellas tierras mientras recuperaba el edificio y le insuflaba una nueva vida.
Finalmente consiguió montar una explotación agropecuaria, utilizando las celdas de los monjes para incubar pollos, instalando en el monasterio una granja avícola llamada “La Jimena” y colaborando incluso en la investigación de la mejora de la gallina negra castellana, razón por la que ganó varios premios en Australia, Nueva Zelanda o Inglaterra.
Como colofón, Juste también nos comenta que su bisabuela fue condecorada en 1922 por ser la primera iniciativa privada rural en las que todas las personas que trabajaban en la explotación eran mujeres.
Este hito de María de la Puente se une a su inventiva en cuanto a exteriorismo en la colocación de las columnas del claustro de los novicios (completamente destruido) y del que solo quedan las bases de algunas de sus columnas y de la clave de la bóveda de la ermita de San Miguel que también estaba derruida.
Esta restauración —aprobada por el reputado arquitecto Joaquín Otamendi Machimbarrena—, que le da un aire de jardín italiano estéticamente sublime, se corona con la reconversión en piscina de recreo de una antigua alberca y estanque que tenían los monjes como reserva de pescado en cuaresma.
Y María de la Puente no solo dirigió sus esfuerzos al terreno arquitectónico, después de haber estudiado botánica en Francia fue capaz de decorar y componer un paisaje que solo se entiende mediante la ruptura del edificio, su ruina y la posterior reconquista del terreno por lo vegetal.
De ello da cuenta la enorme hiedra catalogada como “árbol singular” que cubre parte del primer muro del monasterio y la fachada exterior de la iglesia y que es citada ya en siglos anteriores por los jerónimos.
Precisamente será en la iglesia y el claustro, que desde lejos habíamos identificado con las piedras ocultas en el cerro, donde esta colonización de lo verde se manifieste de manera más clara.
El interior de la iglesia es impresionante. De arquitectura eminentemente jerónima cuesta imaginarse cómo era antes: con un retablo de pan de oro y dos coros, uno alto y uno bajo que ocupaba más de la mitad de la estructura de la iglesia, y con las cubiertas de la nave de la iglesia y las de la torre cuadrada que desaparecieron como consecuencia de los incendios sufridos en 1811 y el de 1979.
Árboles y plantas trepadoras han configurado el espacio a su manera, donde apenas se conserva la forma original y los arcos formeros del crucero. Julián Juste resume nuestros pensamientos cuando exclama divertido: “Las ruinas de Angkor? No, el monasterio de Guisando”.
El otro claustro, de estilo gótico isabelino, también exhibe exuberante la belleza de sus árboles. Aún en sus paredes se da cuenta del devastador incendio que sufrió en 1979 y que destrozó el refectorio que había sido convertido por la marquesa en estancias, cocina, fresquera y secadero de tabaco.
Juana Fernández, Jimena Blázquez, Juana Manuel de la Cerda
Sería en el año 1374 cuando Juana Fernández, que había sido aya de la infanta doña Leonor, y que era propietaria de una casa de labor y un terreno con viñas y olivares en el cerro, se percataría de la presencia de los cuatro eremitas que habían estado habitando sus dominios desde hacía veinte años.
Así, el 31 de octubre tuvo a bien hacerles una visita y conocerles. De esta manera sabría entonces las visicitudes de estos hombres, que habían llegado al cerro en 1353 procedentes de Italia, donde habían encontrado lugares propicios para la práctica de la oración religiosa y la búsqueda de Dios, con abundante variedad de plantas de las que hacer uso. Sabría también que después de esos años, dudosos y demacrados habían decidido abandonar el cerro cuando la aparición repentina de la Virgen les hizo volver a él.
Quizá conmovida, o según las crónicas franquistas, llevada por una piedad religiosa inusitada, les hizo donación inter vivos de las casas, huertas y término que alrededor del sitio de las cuevas del cerro comprendiera una circunferencia cuyo centro fuera dicho sitio y cuyo radio equivaliera a dos trechos (o tiros) de ballesta (sic).
Como testimonio de esta época quedan en la parte superior del conjunto arquitectónico las cuevas originales donde pasaron veinte años los eremitas italianos, en una de ellas incluso podemos observar su singular disposición: entrada, una oquedad que servía de chimenea y una “salida de emergencia”. Las leyendas, comenta Julián, solían decir que algunas cuevas llevaban directamente a Portugal.
La noticia de la existencia de estos cuatro anacoretas dio pie al interés posterior de otra señora de la ciudad de Avila: Jimena Blázquez, que igualmente hizo donación inter vivos a los ermitaños de una huerta y de una viña de una aranzada en el cerro de Guisando.
Llama la atención la cantidad de mujeres que se interesan por el conjunto de monjes y se prestan a la donación, como ocurrirá también en el caso de la reina de Castilla Juana Manuel de la Cerda. Y no será sino gracias a las primeras donaciones que el monasterio comience su construcción, aún de manera muy primitiva (constituido por un pequeño claustro y refectorio hasta el posterior incendio de 1500, cuando construirán un monasterio con claustro alto y claustro bajo (gótico isabelino), claustro de novicios e iglesia) y dirigida por quien sería a su vez el primer prior: Fray Alonso Rodríguez de Viedma.
Después de esto, la influencia del monasterio se amplificará paulatinamente, hasta ser un lugar de referencia para la zona, tanto que Carlos V hubiera pasado su retiro en él si no se hubiera quemado justo cinco años antes.
“Lo importante de este monasterio es que fue uno de los modelos de construcción para el monasterio de El Escorial. Aquí solía pasar Felipe II algunas semanas santas, en las que llegó incluso a planear que el monasterio jerónimo que él quería se construyese en este mismo cerro”, cuenta Julián. “Finalmente, descartaron el lugar por la dureza del terreno y por ser totalmente escarpado”.
El influjo de Guisando en el posterior monasterio de El Escorial se verá reflejado gracias a la influencia ejercida por figura de Pedro de Tolosa —maestro de obras de los jerónimos que participaría en ambos proyectos— en Juan de Herrera.
Como colofón a la visita, Julian nos enseña la ermita que el marqués de Villena mandó construir en honor a San Miguel y a los primeros eremitas de la zona. De ella solo quedan los muros y los rastros de las nervaduras de los arcos que conformaban la bóveda. Desde su ventana podemos divisar todo el valle bañado por la luz. No siempre fue así. Las crónicas dan cuenta de la dureza del invierno en el cerro.
Después de bajar de la ermita, por las escaleras excavadas en piedra, le pregunto a Julián sobre la financiación del lugar, los planes que tienen pensados para tan delicado espacio entre la ruina y el paisaje y sobre lo costoso que debe de ser mantenerlo en manos privadas.
“La idea es seguir cuidando esto en la medida de lo posible, seguir manteniéndolo tal y como lo veis ahora e incluso realizar algunas mejoras, la cantidad de dinero que cuesta todo esto queremos financiarla —y la venimos financiando— desde el punto de vista cultural. Tenemos pensado enlazar las visitas de los toros de Guisando con el monasterio. Y en cuanto a las mejoras: donde estaba el refectorio, la galería alta del claustro y la cocina queremos colocar una pequeña galería en la que se puedan exponer, no solo obras antiguas sino también distintas piezas de artistas modernos”, responde.
Relacionadas
Madrid
Ciudades Fake Madrid, un paseo por los hitos del simulacro
Patrimonio cultural
Patrimonio La noria-mirador que pudo destrozar el Palmeral de Elche
Plurilingüismo
Lenguas de Extremadura Aníbal Martín: “Somos una comunidad autónoma que no se escucha”
Estupenda clase de la vida de este convento y sus gentes que lo habitaron en muchas gracias...
Muy bueno el reportaje, que historia más desconocida pero apasionante
Vergonzoso el abandono por parte de las administraciones del patrimonio cultural