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Opinión
Las guerras del aura
Según el texto atribuido a Walter Benjamin, la pérdida del aura es la pérdida de autoridad.
Si de algún estatus goza hoy la guerra, es de su cada vez más imprecisa delimitación. Como buena parte de lo que nos rodea, sus lindes parecen laxos y ramificados hasta los confines de la subjetividad. Dónde empieza y dónde acaba es ya su misterio, su aura. Walter Benjamin dijo aquello tan extraordinario como inútil: lo grande no está en adivinar el futuro, sino en adivinar el presente. Sí señor. Adivinar el presente. Hacer con el presente una Astrología, si acaso, una Constelación. Todo el mundo conoce el texto más famoso de Benjamin. No lo menciono, por motivos, prima facie, benjaminianos. No lo menciono, precisamente, porque en dicho texto se habla de la pérdida del aura en la época de la reproductibilidad técnica. Es su texto más reproducido, creo creer.
Todas las universidades relacionadas con la comunicación alguna vez lo han citado. A lo mejor no se lee. Pero se cita. Muchas veces se cree, inocentemente, que en realidad, la cita es el texto. El texto ha desaparecido. El texto ha desaparecido porque nunca apareció del todo. Esto nos lo comunica el traductor, en cuya versión manejo no figura su nombre, aunque se sabe ya por quién fue hecha. En dicha nota del traductor se dice; “precisamente, uno de estos textos cuya integridad quizás ni siquiera ahora conocemos”. Nosotros, entonces, tenemos el deber inexcusable de no leer nunca el original. No digo el original original, sino el texto en sí. Tenemos la obligación de buscar siempre cualquier versión del texto en sí, nunca el texto en sí. La versión de la versión.
Lo que dicen que dijo.
Es la famosa división doxográfica de Diógenes Laercio para con los filósofos presocráticos, que han dicho muchas más cosas que lo que han escrito.
Hay dos mundos. A y B. Al mundo A, le corresponde todo aquello que un filósofo presocrático escribió. Al mundo B, le corresponde todo lo que algunos dicen que tal filósofo dijo. Tenemos pues, por un lado, el mundo del aura. Por otro, el mundo de la reproductibilidad técnica. Hay que tener cuidado, no obstante, de no errar a la hora de poner en un mundo lo que es de otro.
En el comienzo del punto 2 del famoso texto de Benjamin se dice; “Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”.
El aura es el aquí y el ahora de la obra de arte. Dicho en sus supuestas exactas palabras; “El aquí y el ahora del original constituye el concepto de su autenticidad”.
Parecería una afirmación kantiana, pues aquí y ahora semejan al espacio y al tiempo.
Es decir, la originalidad de la obra reside en su recepción espacio-temporal.
Podríamos decir que sólo el autor captaría la esencialidad del aura, puesto que se haya de manera privilegiada ante la contemplación espaciotemporalmente inmediata y directa de la obra. Los espectadores son meras víctimas de la reproductibilidad técnica.
Quisiera, por un momento, salirme de todo esto. De pronto podemos pensar, otra vez, en la guerra. Hay un frase, un comentario muy famoso. Muy repetido. Muy repetido por la izquierda mundial antiimperialista.
Se dice que dijo, en la era Bush —sí, la era Bush— el padre y no su copia, que los Estados Unidos van por delante. Van por delante de la Historia, porque la Historia la hacen ellos (por lo de la guerra). Nosotros la interpretamos.
Quiero citar el texto pero no he podido encontrar su original. Texto en el que se dice, que según dijo Bush padre, que unos crean la Historia y otros la interpretan. Unos crean, otros interpretan. Unos autores, otros, espectadores. Así de simple. Demasiado.
Hay, en el texto de Benjamin, una nota al pie que no es ni de lejos lo más rescatable, bien podría no haberlo dicho, y por eso mismo, lo citamos; “La representación de Fausto más provinciana y pobretona aventajará siempre a una película sobre la misma obra...”
¿En qué aventajará? Benjamin utiliza una palabra clave para ponerla en relación con la autenticidad: autoridad.
Cabe recordar, para hacer la cosa más difícil, es decir, mejor, que el texto escrito por Benjamin fue redactado y modificado numerosas veces, según nos informa Scholem, su obstinado mentor que quería hacer de Benjamin todo un rabino, un Maimónedes en el próximo Estado de Israel. Benjamin, como siempre, prefirió la cábala a hacerse definitivamente algo. Es decir, prefirió ser un aura.
Según el texto atribuido a Benjamin, la pérdida del aura es la pérdida de autoridad. Podemos levantarnos de la silla y decir a los cuatro vientos que la tan reproducida muerte del autor, la idea fetiche de la clase postmoderna, estaba ya contenida en la idea benjaminiana de la pérdida del aura.
La reproducción de la obra lleva consigo la inevitable fisura de la producción, de la autoría.
La multiplicidad desborda la singularidad. Sólo una idea mágica podría restablecer su carácter aurático. Sólo volviendo a fetichizar al autor, la obra alcanzaría su grado óptimo de aura. Sigamos. Benjamin nos da, brevemente, la versión definitiva del aura.
La reproduzco rápidamente como una fotocopiadora: “la manifestación irrepetible de una lejanía (por más cercana que pueda estar)”.
Hay que meditar profusamente el paréntesis. Podríamos pensar por qué Benjamin decidió ponerlos. Parecería que el paréntesis es una isla agregada al continente. “(Por más cercana que pueda estar)”. Induce a creer que dicha frase nos la está diciendo al oído. Cercanamente.
¿No es, acaso, una ingeniosa y sutil definición del Poder? “(por más cercana que pueda estar)”. Aura-Autoridad-Poder y (mito del origen) cabe susurrar.
Por más cercana que pueda estar significa por más reproducida que pueda estar.
Pero Benjamin se lamenta de que la extremada cercanía propiciada por la eficaz reproductibilidad técnica, es decir, la propagación, borre el plus autoral que tiene el original.
Y al mismo tiempo lo festeja, ya que como dice claramente, “—acercar— espacial y humanamente las cosas es una aspiración de las masas...”.
Esta es la tesis que voy a definir como la tesis de la propaganda.
Propaganda y propagación tienen una parecida resonancia etimológica. La acción de dichas palabras se divide en dos actos.
El acto primero lo constituye la diseminación, la propagación indistinta que se encuentra en el prefijo pro. Ir hacia adelante.
Luego viene el acto de la pangere, que es la acción de fijar, clavar, hundir. Es el momento de la fundación, el momento fundante de las acciones contenidas en los momentos anteriores que tensan hacia adelante, hacia el futuro. Propagar para fundar, para fijar, para clavar. Para contener.
De aquí que esto puede llevarnos a pensar en dos momentos temporales.
El contenido en lo aurático y el contenido en la reproductibilidad. Es notable cómo el momento aurático nos lleva pensar en un tiempo anterior al tiempo-momento de la reproductibilidad, precisamente porque este último busca a toda costa un ir hacia adelante. Sin mirar atrás. Indistintamente. Y al mismo tiempo hay un arco en tensión entre ambos polos que tiran con desigual interés el uno respecto del otro.
Sin embargo, ambos son auráticos y ambos son propagandísticos. Se co-pertenecen. Se alimentan mutuamente.
Con la famosa definición del aura, Benjamin inaugura lo que supone un cambio tanto en la visión nueva del arte de vanguardia como acción política (que busca dejar diferente al espectador), y la política como acción estética (que busca dejarlo reactivamente indiferente). Ambos son consecuencia de un sistema que tiende a primar la reproducción, la propagación, y en definitiva, la representación excluyente.
Al adiós al aura del original y su ritual de tradición solemne, hierática, como dice Benjamin, el hallo de lo bello, le sigue la bienvenida a su presencia representativa distanciada, por decirlo de algún modo, interpretable. El adiós del aura de la originalidad in situ, relacionado con el mundo de los “hechos”, le sobrevino el mundo diseminado de las “interpretaciones”. Una vez más, Benjamin no solo inaugura la famosa muerte del autor como consigna postmoderna del arte, sino que también reconduce el sentido de la verdad, quien fuera Nietzsche, a partir de su noción de la verdad como voluntad de ilusión, el que da la forma estético-política a la postverdad. No es que en el mundo de la reproducción ilimitada gobiernan las interpretaciones frente a los hechos, ya que ambos se co-pertenecen mutuamente, sino que el construccionismo político está necesariamente ligado a la estética.
Y el nacionalismo actual, o la lucha fraticida nacionalista actual, como continuidad en sus dos versiones, la retro (España), y la progre (Catalunya), tiene, necesariamente, que construir su relato reapropiándose de lo aurático, referido a algo que parece, o debe parecer, estéticamente inenmendable.
La guerra del aura supone, en definitiva, una cruzada por el aura, y el aura tiende a la sustracción, a la licuación en un mundo en permanente cambio, o de cambio permanente. A la permanencia de la reproductilbidad ilimitada hasta la modificación misma de lo aurático, que vuelve mostrando una cara cada vez más estéril o farsante de su misma originalidad.
De aquí que la guerra del aura supone, por otra parte, una guerra ilimitada, porque ya no se lucha contra cuerpos, cosas, valores, verdades, hechos, sino contra la forma fantasmagórica de todo esto. Contra fantasmas, imágenes, pantallas, representaciones de representaciones.