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Hay un sarcasmo evidente en el título que encabeza este artículo. Y lo hay porque es ridículo creerse en posesión de la razón cuando no se cuenta con la fuerza que la sostiene. Pero mucho más descorazonador que una razón efímera e inane es el rechazo autoimpuesto a no hacer uso de la poca fuerza que se tiene, en momentos en los que la propia correlación de fuerzas puede ser alterada.
El comportamiento de Podemos en las últimas semanas, levantando la bandera de la responsabilidad frente a la polarización, puede ser tachado sin reservas de irresponsable. En primer lugar, porque Podemos ha cometido la gran irresponsabilidad de negarse a hacer un uso efectivo de su capacidad de movilización, en un contexto marcado por el resurgir de las calles como escenario de la política.
Podemos no gobierna, pero cuenta con la fuerza suficiente como para “dirigir sin gobernar”, algo que implica la extensión del conflicto social a todos los ámbitos del régimen del 78
Es especialmente significativo que la vuelta momentánea a la democracia de masas haya dejado al “partido de la gente” en tierra de nadie, enredado en los complejos históricos de la izquierda española. Con este no-hacer-nada que supone su arrinconamiento institucional y mediático, la formación morada ha rendido los espacios ganados en los últimos años a las facciones más militarizadas en el momento de excepción. Soberano, decía Carl Schmitt, es el que decide sobre el estado de excepción. Ha quedado claro.
Pero, volviendo a la idea de la responsabilidad, es preciso situar los términos en su justa medida. El principal responsable de una situación política como la actual es, por supuesto, el que cuanta con un mayor poder. En este sentido, la cuota de Podemos alcanza donde llegan sus nada desdeñables cinco millones largo de votantes y el importante peso político de su confluencia catalana, En Comú Podem, principal fuerza política en las últimas elecciones generales en Cataluña.
Podemos no gobierna, pero cuenta con un mayor poder como para “dirigir sin gobernar”, algo que implica la extensión del conflicto social a todos los ámbitos del régimen del 78, por supuesto también al territorial.
De lo contrario, arrinconados en las instituciones y ninguneados en los medios de comunicación, lo que le queda a Podemos es seguir ondeando, cada vez más solos, la bandera de una razón sin atributos políticos, a la espera del cierre definitivo del “momento político” y de la reescritura de la Historia a manos de los vencedores sin paliativos. Mientras tanto, los Paco Frutos de Cataluña, abandonados a su suerte, perdidos, desconcertados, se suman a la marcha sobre Barcelona de las camisas pardas, catapulta electoral del bloque unionista, más trasversal que nunca. ¡Viva Borrell!
Se podría pensar que la crisis territorial está inscrita en la incapacidad de Podemos para desbordar el sistema político de la Transición; que, como consecuencia de ello, este nuevo escenario de la disputa es un campo minado para una formación con un proyecto político para España. Puede ser razonable… y desoladoramente autocomplaciente. En el fondo subyace una muy restringida comprensión de la representación política y de la propia democracia. Aflora la falta de imaginación para concebir una idea otra de institucionalidad, la asimilación acrítica de las reglas del juego parlamentario, lo que Jacques Rancière llamaba “el reparto (incuestionado) de lo sensible”.
Pese a todo, las elecciones del próximo 21-D ofrecen la posibilidad de un cambio de rumbo. Podemos debe (si aún puede) desbordar sus posiciones institucionales, dejar de ser otro actor al uso para volver a su naturaleza de herramienta circunstancial, para revertir una realidad que amenaza con llevarse por delante lo que floreció aquel mayo. Podemos no puede conformarse con tener razón. Porque la razón es poder, y el poder se usa.
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Pues sí, estoy muy de acuerdo con lo que dice Víctor Prieto. Gracias