Opinión socias
No les importa, no les importamos


No les importa, no les importa,
aunque a muchos la guerra no les importa
se ponen como fieras cuando una aborta.
Van por las crías, para hecerlas soldados
y policías.
Coplas retrógradas
Chicho Sánchez Ferlosio
Hubiera cumplido 85 años, Chicho Sánchez Ferlosio, si la Parca no hubiera venido a visitarle a principios de julio de 2003. Nos dejó, como más tarde lo haría, hace ahora 10 años, Javier Krahe. Como hace casi 25 lo hizo Carlos Cano, con su Murga de los currelantes, la de Emilio el Moro y su Felipito de la OTAN.
Los echo de menos, porque no abundan en estos días los cantautores que nos cuenten las cosas que ellos nos contaban, ni como ellos lo hacían. Las cosas que eran tan nuestras. Ni tampoco abundan ya quienes quieran escuchar esas milongas, coplas, baladas contagiosas.
El pueblo desconfía siempre de sus gobernantes. Aún más hoy, en esta España que se fraguó hace siglos, en lejanas tierras, a golpe de sucios negocios en los que las vidas humanas acababan dilapidadas a cambio de ingentes cantidades de oro que pasaban por las manos de unos pocos poderosos.
Mientras esto ocurría, sembraban de migajas las calles, los callejones, las plazas y los tugurios, donde los desposeídos se abrían paso a codazos, a navajazos si fuera necesario, para arrebatar un bocado al vecino. Los Austrias lo inventaron. Los Borbones lo perfeccionaron.
Así se fraguaron los conocidos y eternos males de España. El mal de la tierra, acaparada por unos pocos, que siempre provocaba la exigencia de una reforma agraria. La tierra para el que la trabaja. Tierra y libertad. Y junto a la tierra, el peso de una iglesia que bendecía las injusticias, la desigualdad y que predicaba el imperio. Una España católica que perseguía al judío, al musulmán, al protestante, al católico disidente.
El mal de los todopoderosos espadones, con mando en tropa, y de los validos con ansias de poder, títulos y riqueza. Y con ganas, todos ellos, de reclamar su puesto de mando en plaza en la cama de alguna reina, marquesa, duquesa, o condesa de esto, de aquello, o de lo otro.
Todo espadón necesita guerras, para mantener un imperio de medio mundo. Uno más cortito en Cuba y Filipinas, más tarde. En Marruecos, por fin y, si no hubiera imperio que conservar, para imponer la paz de los muertos campesinos, de los obreros manuales muertos en las grandes ciudades, a manos de sus tropas.
La cuestión social, la siempre irresuelta cuestión social, se fue alimentando a base de terratenientes, bendiciones, injusticias, sueños imperiales, muertos en las colonias, muertos en golpes militares y muertos en revueltas aplastadas.
No han faltado tampoco, por el contrario, quienes han intentado aportar soluciones, reconducir las cosas, abrir las puertas otra España, a otras Españas. No han faltado nunca las Pepas, los Trienios liberales, las Gloriosas, los intentos republicanos, las Semanas Trágicas, el Regeneracionismo, las Instituciones Libres de Enseñanza, las Escuelas Modernas, o las Barracas.
No faltó el imponente esfuerzo republicano por construir una España de las Españas que trajera soluciones para los males, que modernizara la economía y la sociedad, que trajera progreso, educación, cultura, libertad, justicia, igualdad y Paz. Ya sabemos cómo acabó aquello. En un baño de sangre que aún hoy justifican una buena parte de las fuerzas de la derecha y toda la ultraderecha.
La confianza del pueblo está bajo mínimos. Las instituciones, desde la monarquía hasta las concejalías, pasando por los ministerios del gobierno central y las consejerías de las comunidades autónomas, han demostrado ser permeables a la corrupción hasta haber visto a algunos políticos nadar, junto a sus compadres, en dinero negro que procede de presupuestos públicos, recursos empresariales y mordidas de todo tipo que afectan a concesionarios de servicios, de todo tipo.
La historia de nuestra democracia, con sus décadas de Paz, fue el fruto de una forzosa y forzada transición democrática. Los actores de aquel momento determinaron que la Constitución del 78 sería el punto de partida del reseteo de España. No los juzgo por ello. Hicieron lo que pudieron.
No tomaron en cuenta, sin embargo, que el cambio de la política no fue acompañado paralelamente por un cambio de las estructuras económicas del franquismo, su sistema empresarial y sus prácticas oscuras, sus repartos de concesiones, su capacidad de actuar como cárteles que acuerdan precios y pactan los términos de su competencia, su capacidad de crear consorcios político empresariales.
Los cantautores a lo Chicho Sánchez Ferlosio, a lo Javier Krahe, entre otros muchos, supieron hacernos asumir lo que ya sentíamos, expresarlo, convertirlo en capacidad de transformación, en voluntad de unidad, en rebeldía en acción. Poco a poco se fueron yendo (alguno queda, pero lo tiene muy complicado por la capacidad de asimilación de la protesta).
Necesitamos de nuevo a los novelistas, los cuentistas, los rapsodas, los cantautores y los poetas, que nos unan en torno a sus palabras y sus cantos. Que tapen los ruidos que crean los violentos, los amantes de las esvásticas, los que gritan soluciones tan simples e inútiles como violentas.
Los que querrían vernos de nuevo bañados en sangre. Los fieles criados dispuestos a sacrificar vidas a cambio de poder, a cambio de dinero. Que nos avisen a tiempo de que van a por nuestras crías para hacerlas soldados, o policías.
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