Medio ambiente
Cuando los límites importan: un nuevo informe del IPCC advierte sobre la urgencia de cambiar nuestro modelo productivo

Se nos acaba el margen de maniobra para hacer frente a lo peor de la crisis climática y ecológica, si es que aún existe ese margen. La encrucijada más importante nos abre la puerta a dos posibles realidades: la cooperación o la confrontación por los recursos.

Rodrigo Irurzun Martín de Aguilera

es ingeniero de telecomunicaciones, profesional y activista en el campo de la energía y el cambio climático.

14 ago 2019 05:20

El 8 de agosto se presentó un nuevo informe del IPCC, el Grupo de Expertos sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, sobre suelo y clima. En él se alerta sobre el impacto asociado a la utilización de la tierra por el ser humano y como su uso insostenible y el cambio climático se retroalimentan mutuamente e incrementan los impactos y los riesgos el uno sobre el otro. Aproximadamente el 70% de la tierra libre de hielo es utilizada de una u otra manera para extracción de recursos, agricultura o silvicultura. Los impactos agravan los riesgos y los efectos del cambio climático, y a su vez el cambio climático agrava estos efectos. Es un círculo vicioso que se retroalimenta y que incrementa los impactos sobre los ecosistemas y sobre el propio ser humano: erosión y pérdida de suelo fértil, desertificación, emisión de CO2, degradación del suelo, riesgo sobre los sistemas alimentarios o déficit hídrico.

Cuarenta días antes, el 27 de junio, finalizaba en Bonn la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Clima. Patricia Espinosa, la secretaria ejecutiva, aludía a que “necesitamos un cambio profundo, transformador, y sistémico en toda la sociedad” si queremos hacer frente a lo peor del cambio climático. Sin embargo, después de décadas de cumbres, reuniones, declaraciones e informes, aún nos queda todo por hacer. Aunque se diga que se avanza en la lucha contra el cambio climático, los datos demuestran lo contrario.

En las mismas fechas, también en junio, BP liberaba su informe estadístico anual sobre la energía en el mundo. En el documento se recoge un aumento del 2,9% en el consumo de energía entre 2017 y 2018, y de un 2% en las emisiones asociadas, el mayor incremento desde los años 2010 y 2011. De hecho, el consumo mundial de energía se ha incrementado a un ritmo medio del 2,5% anual durante las últimas cinco décadas. El descenso que se produjo en 2009 debido a la crisis económica mundial se recuperó con creces al año siguiente, de igual manera que se recuperó en años posteriores el descenso del consumo durante los años 1980 a 1982.

Las energías renovables aún representan tan sólo el 4% de la energía total consumida en el mundo

Es cierto que las energías renovables representan en todo el mundo el mayor avance en el sector de la energía. La reducción de los precios, fundamentalmente de eólica y fotovoltaica, ha hecho que sea más rentable apostar por estas fuentes energéticas que por las tradicionales y contaminantes energías fósiles. El informe de BP refleja un espectacular incremento del 14,5% en la generación a partir de fuentes renovables. Aunque estas cifras invitan al optimismo, las energías renovables aún representan tan sólo el 4% de la energía total consumida en el mundo. Además, al mismo tiempo que se incrementa el consumo de renovables, también se incrementa el de energía nuclear y de todos los combustibles fósiles sin excepción. El consumo de petróleo, carbón y gas natural, que representan casi el 85% del total, se incrementó en un 2,4% en 2018.

Al mismo tiempo se publicaba la noticia sobre el récord en la concentración de CO2 en la atmósfera, 415 partes por millón, una situación que no se había producido al menos desde hace 3 millones de años, antes de que existieran seres humanos o sus predecesores sobre la faz de la Tierra. Y el Global Footprint Network establecía el 29 de julio como día del Sobregiro de la Tierra en 2019, esto es, el día en que hemos agotado todos los recursos que nuestro planeta es capaz de proporcionar, regenerar y absorber. De forma que los restantes cinco meses del año vivimos a costa de los recursos almacenados durante millones de años, que no estarán disponibles para las generaciones próximas, y también a costa de expulsar a la atmósfera, la tierra y el agua cantidades ingentes de subproductos tóxicos que la naturaleza es incapaz de procesar.

Un problema de límites

En resumen, estos datos muestran que vivimos demasiado rápido, sin prestar atención a las limitaciones que tiene el planeta que nos alberga, arrasando a nuestro paso con la vida y las condiciones que la hacen posible, y, en general, de una forma poco sensata. Para muestra un botón: aproximadamente tres de cada diez kilos de comida que se produce en el mundo acaba en la basura, mientras casi mil millones de personas pasan hambre y dos mil millones padecen sobrepeso u obesidad. Vivimos como si el planeta no tuviera límites, como si fuera infinito y tuviera recursos ilimitados y espacio suficiente para albergar toda la basura que generamos, pero la realidad no es esa.

En 1972 la publicación del informe Los límites del crecimiento, encargado por el Club de Roma al MIT, y llevado a cabo por un equipo de científicos dirigido por la biofísica y experta en dinámica de sistemas Donella Meadows, dejaba claro que el modelo de desarrollo basado en un crecimiento ilimitado del consumo de recursos no renovables, contaminación y expansión sin fin del crecimiento poblacional es imposible en un planeta finito. Desde entonces hasta ahora han sido muchos los autores que han abundado en la misma tesis desde distintos ángulos.

En 2009, un grupo de investigadores liderados por Johan Rockström, del Stockholm Resilience Center, y por Will Steffen, de la Universidad Nacional Australiana, definió el concepto de límites planetarios o “planetary boundaries”, y estudió nueve parámetros en los que se estaba en camino de sobrepasar o ya se había sobrepasado, a nivel global, el límite soportable por el planeta de forma sostenible. El cambio climático es uno de esos aspectos, pero hay otros, como la pérdida de diversidad genética o capacidad funcional de los ecosistemas, la deforestación, los cambios en el uso de la tierra, la contaminación química o los ciclos del fósforo y del nitrógeno.

La solución implica cambios tan radicales en nuestra forma de vida, en nuestras economías y sociedades, que nadie está dispuesto a dar el primer paso

Lo alarmante de la situación es que hay un consenso científico generalizado sobre la idea de que estamos sobrepasando a nivel planetario algunos límites que hacen posible la vida en la Tierra tal y como la conocemos. Y de que el ser humano y su modo de vida es el causante de esos efectos. Quizás lo más alarmante de todo es la sensación de enorme dificultad para hacer algo al respecto. La solución implica cambios tan radicales en nuestra forma de vida, en nuestras economías y sociedades, que nadie está dispuesto a dar el primer paso. Además, hemos basado el desarrollo en un sistema competitivo, y en base al control y la utilización de la energía barata y versátil proveniente de los combustibles fósiles. Serán necesarios cambios estructurales en las economías de algunos países, como los productores de petróleo, y que dependen de su extracción y venta para alimentar a su población. También serán necesarios cambios drásticos en algunos sectores productivos como el de la automoción, la fabricación de plásticos o el sector de los hidrocarburos, con plataformas y campos de extracción, refinerías, buques y oleoductos, redes de distribución, con miles o millones de empleos afectados.

Nuestro modelo energético es, sin duda, el talón de Aquiles del sistema. Actualmente el 85% de la energía que se consume en el mundo proviene de combustibles fósiles (73% en España). Los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) han resultado ser una fuente de energía relativamente barata, versátil y muy concentrada, que han propiciado el desarrollo industrial y tecnológico del que gozamos. Sin embargo, estos recursos se quedarán cortos en las próximas décadas debido a la demanda creciente y al agotamiento de las reservas convencionales.

En su informe sobre las perspectivas mundiales de la energía de 2010 (World Energy Outlook), la Agencia Internacional de la Energía establecía que cuatro años antes, en 2006, se había llegado al pico de producción del petróleo convencional, el de extracción más sencilla y barata. A partir de aquí, el incremento en el consumo internacional de crudo se satisface mediante petróleo más caro, menos rentable energéticamente, y aplicando técnicas de mayor riesgo e impacto, como la fracturación hidráulica o fracking, la extracción de petróleo pesado y de arenas bituminosas, la extracción en aguas profundas y ultraprofundas, o en aguas polares. De hecho, en su último informe de 2018, la Agencia Internacional de la Energía manifiesta que en el escenario de “Nuevas Políticas”, en el que se sigue incrementando el consumo, puede haber escasez de petróleo en fechas tan cercanas como el año 2025. En comparación, en el escenario que denomina “sostenible” aboga por un estancamiento de la demanda de energía a nivel mundial hasta el año 2040, incrementando notablemente la aportación de renovables y reduciendo el consumo de carbón a un 40% del actual.

La necesidad de un cambio cultural histórico

El reto de la crisis climática, energética y de recursos nos supera, tanto por sus dimensiones espaciales como por sus dimensiones temporales. Requerirá hacer frente, como individuos y como sociedades, a cambios en nuestras formas de organización social y económica que tengan efecto a escala planetaria y de forma duradera. Si lo conseguimos, la recompensa no será inmediata. La generación o generaciones que realicen la transición no verán los resultados porque lo más probable es que sean necesarias décadas o siglos para que las acciones que emprendamos ahora tengan efecto. La inercia del sistema climático y el efecto de los gases que ya hemos acumulado en la atmósfera y los océanos no son compatibles con la escala de percepción humana. Será necesario un cambio importante en cuanto a la necesidad de recompensas rápidas y de efectos inmediatos para hacer acopio de la voluntad suficiente y duradera que encamine a la humanidad hacia un futuro que valga la pena vivir.

A este reto se suma el hecho de que no basta con una sustitución tecnológica, como sucedió con los gases que eliminaban el ozono estratosférico. En aquel momento bastó una reconversión de la industria para sustituir aquellos gases por otros que no atacasen la capa de ozono, pero el modelo de producción y consumo permaneció intacto. El momento actual, sin embargo, es diferente. La humanidad se enfrenta a un momento clave en su desarrollo en el que tendrá que dar muestra de su humanidad, valga la redundancia, o fracasar como especie, abocando a las generaciones venideras a un colapso civilizatorio sin precedentes.

Esa encrucijada, ese punto de inflexión, es el que marca el paso hacia un mundo limitado en cuanto a nuestras posibilidades de extracción de recursos y generación de desechos. Hasta ahora, el sistema-mundo era inmenso, enorme, prácticamente infinito. Si se arrasaba una zona, si un río se contaminaba, o si la población en una región crecía demasiado, podíamos mudarnos a otra parte, migrar, buscar nuevos pastos, nuevos caladeros, y dar tiempo a la madre naturaleza para que regenerase aquello que se había agotado. El asentamiento del ser humano en ciudades, hace entre 5.000 y 10.000 años, añadió una nueva muestra de identidad en el ser humano: el sentido de propiedad de la tierra, de los animales y las plantas que se cultivaban. Y al mismo tiempo la competencia por la posesión de más tierras, por el aumento de la población para tener mayor poder que las ciudades circundantes. De ahí a los primeros imperios y su expansión hasta los límites de lo conocido y más allá, hasta la actualidad.

¿Qué fronteras nos quedan por descubrir? ¿La Luna, Marte, Saturno? Sobre esta posibilidad hay dos aspectos a tener en cuenta. El primero es que sería altamente irresponsable y muy ineficiente la expansión a nuevos planetas o cuerpos celestes abandonando el planeta Tierra devastado y a su suerte, con la mayor parte de la humanidad en ella, pues sería imposible establecer un plan para llevar a 10.000 millones de seres humanos a otro lado. Sin olvidar que, de momento, la Tierra es el único lugar en el Universo que conocemos con certeza capaz de albergar vida. El segundo aspecto a tener en cuenta es la posibilidad de que la exploración del espacio exterior sea, en el mejor de los casos, anecdótica, debido al inmenso consumo de energía, materiales, y recursos económicos y financieros necesarios para esa aventura. En un mundo que se nos estrecha, que se queda sin recursos energéticos y minerales para la vida aquí, es posible que no haya nada extra para saltar allá afuera.

El reto es asumir que, al menos de momento, la expansión ha llegado a su fin, que la frontera está aquí mismo, que hemos llenado el mundo y no solo eso, si no que lo hemos congestionado hasta lo imposible. Hemos superado los límites biofísicos del planeta Tierra y estamos tirando de reservas, agotando el capital natural que nos legaron millones de años y con un incremento exponencial en el ritmo de extracción y dilapidación de recursos. Hoy ya vivimos a escala global como si tuviéramos 1,75 planetas Tierra, según el cálculo de la huella ecológica mundial del Global Footprint Network. Para que la población mundial viviese como en España, serían necesarios dos planetas y medio, y como el estadounidense medio, cinco planetas.

El reto, por lo tanto, es avanzar hacia una vida digna de todas las personas y en armonía con la naturaleza, de la que dependemos gracias a una inmensa red de relaciones ecosistémicas, con los recursos que tenemos, aquí y ahora. Y hacerlo de manera que las próximas generaciones puedan disfrutar de esos recursos, incluso tener una vida mejor que la que ha tenido la generación actual. Es necesario, por lo tanto, un cambio de paradigma, un cambio cultural, en el que no aspiremos a ir más lejos y más rápido, a acumular posesiones, o a tener el coche, la casa o la televisión más grande.

Existen tecnologías como el vehículo eléctrico o las energías renovables que puedan parecer poco contaminantes, pero existen otros límites para su desarrollo a escala planetaria con los niveles actuales de los países llamados “desarrollados”, como son los recursos minerales necesarios para su fabricación, cuya extracción genera normalmente grandes impactos, así como su desecho, y que además tienen sus reservas también contadas. Es por lo tanto inviable el consumo indiscriminado de recursos acostumbrado en los países enriquecidos y envidiado en los países empobrecidos. Pero además de inviable, es innecesario, y está basado en un modelo perverso. Un modelo que se nutre de una insatisfacción personal permanente, que busca su alivio en el consumo de artículos o experiencias que muchas veces no se necesitan y que no sacian el apetito convulso del alma más que de forma temporal. Experiencias superficiales y vacías de significado y que por lo tanto son incapaces de llenar ese vacío existencial en el que muchas veces nos encontramos inmersos en esta postmodernidad histriónica.

La humanidad en la encrucijada

Se nos acaba el margen de maniobra para hacer frente a lo peor de la crisis climática y ecológica, si es que aún existe ese margen. Estamos comenzando a ver y sentir sus efectos: olas de calor, fenómenos extremos, sequías o inundaciones. El hielo almacenado en Groenlandia y en Siberia se derrite a un ritmo mucho más rápido de lo previsto y los efectos son imprevisibles. Guerras, hambrunas y migraciones desesperadas son ya causadas por la crisis ambiental y por el control de unos recursos cada vez más escasos, y frente a estos hechos la respuesta actual es blindar las fronteras y mirar hacia otro lado.

Hemos caminado hasta un punto en el que ya no podemos evitar la crisis, pero cuanto antes se actúe menores serán sus consecuencias. Para ello deberíamos dejar en el subsuelo al menos las tres cuartas partes de las reservas conocidas de los combustibles fósiles. La encrucijada más importante, sin embargo, puede ser aquella que nos abre la puerta a dos posibles realidades.

El primer escenario es aquel en el que la solidaridad y la cooperación a todas las escalas, desde lo local hasta lo internacional, permiten una transición justa en el ámbito del trabajo y en el reparto de los recursos y los cuidados, de forma que disminuyen las tensiones entre regiones y grupos humanos. El segundo escenario plantea tensiones más o menos violentas debidas a la competencia por unos recursos cada vez más escasos, un mundo en el que las desigualdades crecen en la medida en que unas élites mantienen sus privilegiados espacios a costa del sufrimiento de grandes masas de personas, dentro y fuera de las fronteras de sus países. No es que este último escenario sea nuevo. De hecho es en el que ha vivido la humanidad la mayor parte de su historia en la mayor parte de los territorios. Con la salvedad de que nunca antes habíamos llegado a los límites de saturación ecológica actuales con todo lo que ello implica.

Pase lo que pase, y en todo momento, está en la mano de cada persona elegir el camino de la lucha o de la cooperación. Podemos avanzar, de forma individual y colectiva, hacia patrones de consumo y de vida más sostenibles, en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros pueblos y barrios, en las administraciones públicas. Y al mismo tiempo reclamar a nuestros representantes políticas que nos encaminen hacia un mundo sostenible y digno como sociedad y como humanidad. Siempre estaremos a tiempo de elegir cómo afrontar las consecuencias de esta crisis y de las que estén por venir. La historia demuestra que en los momentos más terribles es la unión de las personas y los pueblos lo que hace posible superar las adversidades. Por enorme que pueda parecer la tarea, por tarde que parezca que llegamos, el egocentrismo o la desilusión son lujos que no nos podemos permitir.

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