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Fronteras
Lecciones de vida entre refugiados y migrantes
Todo comenzó durante unas vacaciones en Polonia. La vida de Mònica Parra iba a cambiar para siempre. Esta fotorreportera se vio impactada por la portada de un periódico local. Mostraba a un padre intentando que su hija pasara por debajo de una concertina. Una foto más, tomada en Hungría, de las que muestran la realidad del camino para miles de refugiados, solicitantes de asilo, migrantes, personas que parafraseando a una marfileña de 26 años, una de las muchas que esta periodista encontró en su camino, “se juegan la vida para salvarse la vida”.
Esa instantánea iba a ser la semilla del trabajo de tres años que Parra publicó con Fotomovimiento, la agencia de “testimonio y difusión de la realidad social a través de la imagen” en la que participa.
El primer contacto con la realidad de la migración alrededor de una estación de tren en Budapest fue definitivo. “Nos quedamos en shock, se nos quedó tan adentro que volvimos y dijimos ‘tenemos que continuar’, yo volví más veces que mis compañeros porque me involucré personalmente en muchos proyectos, con muchas personas”, explica esta periodista.
Aquel aterrizaje tuvo consecuencias indelebles en la conciencia de Mònica Parra. “No creo que solo sea una cosa mía, creo que a toda la gente que ha conocido esa realidad le ha costado mucho desconectar de lo que está pasando. Cuesta volver, sientes que estás abandonando a un montón de gente”, expresa.
“Tuve que volver porque mi cabeza no me daba para más. mi cuerpo me respondía pero mi cabeza me decía: 'no puedes dormir, tienes ansiedad'”, explica Parra
La realidad de los campamentos, de los pasos fronterizos, conocer esas vidas truncadas o en tránsito, repercutió física y psicológicamente sobre ella. Al regresar a Barcelona hallaba un punto de equilibrio, pero también incomprensión: “Irte a currar y estar sentada en una mesa pensando que mis colegas están sin comida en un campamento para dos mil personas. Así que te enfadas mucho con el entorno, dices: 'Cómo puede ser que esto siga mientras toda esta gente está allí'”.
Tras una experiencia de tres años, esta fotoperiodista paró. “Tuve que volver porque mi cabeza no me daba para más. mi cuerpo me respondía pero mi cabeza me decía: 'no puedes dormir, tienes ansiedad'”.
Aún así, como explica Parra, quienes han vivido en la frontera “hemos hecho una metamorfosis, no querríamos volver a nuestro anterior yo. Pones en una balanza el dolor y todo pero también te llevas un montón de gente, amigos, una lección de vida brutal, te cambian los esquemas”.
El final, o al menos una parada importante en ese viaje es Migrar y Resistir (Descontrol, 2021) un libro en primera persona sobre el periplo que Parra emprendió por los puntos críticos de las rutas migratorias de refugiados y solicitantes de asilo. La llamada jungla de Calais, la ciudad macedonia de Gevgelija, los campos griegos en Lesbos e Idomeni, Ventimiglia, en la frontera italiana, Ceuta. Etapas que Parra relata con un estilo directo, poniendo en primer plano sus relaciones con quienes padecen la política de fronteras y los desencuentros con quienes ejecutan esa política.
Migrar y resistir es un libro de tono punzante, una serie de entrevistas, testimonios, recuerdos y charlas de igual a igual. Una narrativa por momentos herida, siempre sincera, a la que acompañan las fotografías del camino. Nada espectacular, nada estridente. Fotos y textos sin ninguna intención de figurar. Eso lo convierte en un libro único, en cuanto parte de lo subjetivo para explicar decenas de historias, de momentos, retazos de la vida.
Recuerdo que estaba en una tienda en Idomeni y vinieron unos fotógrafos a hacer fotos. Me vi allí y dije, “¿de verdad yo hago esto, yo me como la identidad de la gente? Lo hago”
Su intención, desde que se implicó personalmente en el acompañamiento de estas personas en tránsito, ha sido conseguir que el resto de la sociedad empatice con la realidad de quienes, en muchos casos, se encontraron con una guerra que destruyó sus vidas. “Me ha servido presentar a mis amigos a amigos afganos, sirios”, desarrolla, pero ahora quiere llevar más adelante esta labor presentando el libro en institutos y centros de formación, para explica que la migración es un proceso natural y que “nadie es más que nadie”.
Parra confiesa que comenzó a experimentar una relación de amor y odio con su cámara: “Hasta Lesbos (Grecia) consideraba que con Fotomovimiento hacíamos una denuncia muy importante. Hay mucha gente a la que si no le pones una foto no imagina lo que les estás contando, creo que era importante. Pero recuerdo que estaba en una tienda en Idomeni y vinieron unos fotógrafos a hacer fotos. Me vi allí y dije, “¿de verdad yo hago esto, yo me como la identidad de la gente? Lo hago”.
Tomó la decisión de dejar aparcada la cámara a menudo para ponerse a ayudar en los naufragios. “En general había muy buenos profesionales, pero vi cosas que no... No puedes avasallar a la gente cuando llega, con focos, con preguntas, no dejando pasar a médicos, a voluntarios”. El debate se extendió a su grupo, “nos hemos dado cuenta de que no nos va el pornodrama, no compartimos la manera de hacer periodismo de mucha gente de ir al dolor, nos ha servido para crecer”, explica.
El cierre por covid
Hace un año y dos meses, el comienzo de la pandemia del covid-19 en Europa dejó a la población confinada en sus hogares. Entre quienes ya estaban asentados en Europa, aquellos a los que Parra conoció en el camino, la pandemia trajo otros recuerdos. Los de la guerra. Calles vacías, el silencio y los hospitales de campaña. Eran, no obstante, los supervivientes. De alguna manera los que tuvieron una chispa de suerte.
La situación de los refugiados en tránsito sufrió un nuevo recrudecimiento. Parra lo vivió desde su casa, sin margen de actuación, “para mí estaba la falta de libertad de no poder salir a la calle, pero veía como a ellos se les arrancaba aun más esa libertad, encerrándoles en campos antes y mucho después de la pandemia aunque no hubiese casos”.
Parra lamenta que “cada vez hay menos grietas para poder intervenir” y expresar la solidaridad de los movimientos sociales que resisten a la Europa Fortaleza
En Balcanes, muchos de estos migrantes “se vieron abandonados”, explica, “y muchas veces obligados también a irse a campos porque en los confinamientos les cogían a todos y los encerraban sin ningún tipo de ayuda médica. Se les estigmatizaba: si alguien tenía tos o se encontraba mal se le hacía el vacío por parte de toda la gente que estaba alrededor del campo”, dice Parra. De las ONG, solo No Name Kitchen quedó para cubrir la ruta de los Balcanes.
En Grecia se retiraron ayudas, tuvieron que salir del país prácticamente todas las organizaciones no gubernamentales y llegó la sensación de abandono. El 9 de septiembre de 2020, el incendio del campamento de Moria supuso la evacuación de 13.000 personas. Las consecuencias fueron catastróficas, agravadas por la situación de aislamiento generada por el covid-19. “Cuando oía esos relatos me desesperaba”, comenta Parra “Europa ha aprovechado para barrer a más gente”. El nuevo centro de Moria, “es un lugar cerrado en el que una persona de la familia puede salir únicamente una vez por semana”.
Con la pandemia, y por el cambio de política impulsado por el Gobierno de Kyriakos Mitsotakis, el lazo creado por las ONG independientes y los activistas ha quedado cortado. La resistencia de la que habla Parra es un poco más complicada para las personas que han emprendido el éxodo hacia Europa. “Pero no nos tenemos que ir a Grecia”, explica Parra, en Canarias, Javier Bauluz, “está informando cada día de lo que está sucediendo” pero no ha podido entrar al campamento de Arguineguín en Gran Canaria. Parra lamenta que “cada vez hay menos grietas para poder intervenir” y expresar la solidaridad de los movimientos sociales que resisten a la Europa Fortaleza.
Así, Europa ha iniciado la criminalización de los migrantes. “No ha puesto nombres y apellidos a esta gente, cierto periodismo tampoco ha ayudado”, considera Parra. “Se ha criminalizado, no solo por tener un color de piel o una religión distinta, creo que es por pura aporofobia, que no nos gustan los pobres”, reflexiona Parra. Esto ha sido el punto de partida para la extensión del fascismo, con el que esta periodista ya se topó aquel día de verano en Hungría en el que comenzó su propio viaje.
“Topé con el fascismo desde el principio”, indica la autora de Migrar y Resistir. “Luego lo he visto crecer en otros lugares. En Grecia veía cómo entre los locales, desgastados, iba creciendo la xenofobia, el fascismo, hasta que en Lesbos dije: 'esto va a saltar por los aires'. En Italia también. Fue súper chocante. Íbamos a hacer fotos al puente donde estaban los chavales y la gente de Ventimiglia nos tenía localizados, nos cerraban tiendas, insultaban a los migrantes por la calle”, indica.
“Después de todo lo que he pasado solo hay una cosa de la que estoy agradecida: de habernos conocido, de nuestra amistad”. Con esa frase de Joumana, una refugiada siria de 34 años, Parra presenta el cierre de su periplo de tres años. Queda la esperanza y queda esa metamorfosis que Parra ha vivido en primera persona. El antídoto de la empatía y la amistad.
Uno de los aspectos que llaman la atención en el discurso de esta periodista es cómo habla de sus amigos y amigas. Momentos compartidos en tiendas de campaña, entre escombros, en pasos fronterizos marcados por la tecnología de la vigilancia y el control, por las figuras hoscas de policías y militares. Suena ingenuo pensar que la amistad y la empatía pueden ser la mejor forma de contrarrestar el fascismo. Es, sin embargo, la única fórmula posible de acabar con ese virus que crece descontrolado por Europa.
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