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Frontera sur
La deshumanización en la Frontera Sur
En 2020 hemos presenciado de nuevo imágenes de desolación, con barcazas que llegan a nuestras costas con ojos que nunca más se volverán a abrir y con miradas a las que les han arrebatado una humanidad que les costará recobrar. Un total de 41.861 personas que han cruzado la Frontera Sur, aquella que separa el continente europeo del africano y que tiene a España como su principal custodio, y un total de 1.717 muertos en el mar constituyen el balance migratorio de este año, según detalla la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) en su informe Derechos Humanos en la Frontera Sur 2021.
Estas cifras podrían asombrar en un año marcado por las restricciones de movilidad por la pandemia de la covid-19. Sin embargo, no reflejan nada más que una sola voluntad: la de llevar a cabo un proyecto de vida, con todas las dificultades que ello conlleva. Pese a todo, estas llegadas solo representan entre el 4% y el 5% del total de llegadas de personas extranjeras en España según el INE. Entonces, ¿por qué hablamos de “crisis migratoria”?, ¿por qué el Atlántico y el Mediterráneo se han convertido en fosas de los “excluidos del mundo” a las puertas de una Unión Europea premio Nobel de la Paz? ¿Qué está fallando?
En un contexto de crisis sanitaria y de crisis económica, los países de origen de la mayoría de los migrantes que han llegado a la Frontera Sur se han visto fuertemente azotados también por fuertes crisis políticas, el terrorismo o la guerra
Pues bien, falla nuestro sistema migratorio, un sistema que responde a las brechas entre el Norte Global y el Sur Global; que tiene como fin reprimir cualquier movimiento de aquel que no es considerado útil; y que levanta vallas, cierra vías legales de llegada y obliga a terceros países a ejercer de vigilantes. Un sistema que, en definitiva, reproduce el “necrobiopoder” de nuestros países, como explica la académica brasileña Berenice Bento, para referirse a la capacidad de los Estados de decidir quién vive y qué grupos de la población no merecen su atención y se pueden “dejar morir”. Los migrantes “irregulares” parecen entrar en este último. Los hechos sucedidos en este 2020 en la Frontera Sur responden, por tanto, a fenómenos estructurales más amplios que necesitan ser abordados.
En un contexto de crisis sanitaria y de crisis económica, los países de origen de la mayoría de los migrantes que han llegado a la Frontera Sur se han visto fuertemente azotados también por fuertes crisis políticas (Argelia), el terrorismo (Malí) o la guerra (Sáhara Occidental). Si bien abandonar el hogar no es la primera opción, como demuestran las protestas en muchos de estos países para conseguir una vida mejor, la migración siempre se plantea como una alternativa latente, especialmente para muchos jóvenes, e incluso forzosa en caso de conflicto. Pero en un mundo de fronteras cerradas y punzantes, más si cabe en la situación actual, la única opción posible para ello es salir a pie y cruzarlas.
Cruzarlas implica no solo atravesar desiertos o zonas en conflicto, sino también atravesar el laberinto fronterizo que se ha desarrollado en el Norte de África en las últimas décadas. En este sentido, España ha llegado a acuerdos con Marruecos, Senegal, Mauritania, Guinea… para que fortifiquen sus fronteras, retengan cualquier flujo migratorio y deporten a los migrantes. Para ello, España ha aportado equipamiento, financiación y ha condicionado parte de la ayuda al desarrollo al cumplimiento estricto de estos acuerdos. Italia, Francia y otros países de la UE siguen esta misma política y chocan entre sí. Por tanto, las rutas se cierran y abren de manera continua, desde Libia hasta Senegal. Ello obliga a reforzar continuamente estos acuerdos con inversiones millonarias y crea a su vez un ámbito propicio para que traficantes y mafias hagan negocio encontrando rutas diferentes y más peligrosas.
La acción del Gobierno se ha centrado en reforzar los acuerdos de externalización de fronteras a todo coste, a la par que se ha negado el traslado de estos migrantes a la península, lo que está convirtiendo a Canarias en “islas cárcel”
Sin embargo, si tras estos obstáculos se consigue llegar a tierras europeas y españolas, las barreras no cesan. Lo que está sucediendo en Canarias, con la llegada de unas 23.000 personas migrantes, es buen ejemplo de ello. Las condiciones de recepción han sido muy precarias; la asistencia legal, insuficiente, por lo que no conocen que tienen derecho a pedir asilo si cumplen con los requisitos; y las deportaciones ya han comenzado. Mientras, la acción del Gobierno se ha centrado en reforzar los acuerdos de externalización de fronteras a todo coste, a la par que se ha negado el traslado de estos migrantes a la península, lo que está convirtiendo a Canarias en “islas cárcel”, como Lampedusa o Lesbos.
En todo este recorrido, las personas migrantes quedan expuestas a las formas de violencia más crudas (física, psicológica, de género, institucional…) y su dignidad y derechos son continuamente pisoteados. Por todo ello, urge cambiar el sistema planteando nuevas medidas eficaces, humanas y justas que permitan gobernar los flujos migratorios en vez de reprimirlos. Mientras, será necesario seguir denunciando lo ineficaz y doloroso de este, como hacen ONG como APDHA con su informe anual sobre la Frontera Sur y otros informes. Para continuar con esta labor, APDHA está recabando pequeñas contribuciones a través de un crowdfunding.
Ojalá estos informes y cifras sean historia algún día, porque significará que hemos reconocido la humanidad de aquellos a los que ahora se la estamos negando.