Utopía, nostalgia y esperanza

La nostalgia se ha extendido en nuestra cultura como un estado de ánimo que modula todas las expectativas de futuro, sustituyendo a la esperanza como emoción política proactiva.
Comuna de París calle de Rivoli
Comuna de París. Rue de Rivoli
Profesor de Filosofía. Universidad Carlos III de Madrid
12 nov 2021 08:00

“Los supervivientes del siglo XX sentimos nostalgia de una época en la que no éramos nostálgicos. Pero parece ser que no hay vuelta atrás.” Así finaliza Svetlana Bou su libro El futuro de la nostalgia, con un diagnóstico que merecería ser un graffiti en las paredes del barrio. La nostalgia parece haber sustituido a la esperanza como emoción política proactiva. Las utopías fueron expresión literaria de este afecto por la posibilidad de un futuro, de otro mundo posible. Las distopías, formas oscuras de utopía que resaltan en negro las tendencias visibles en el presente, no niegan la esperanza, más bien la dejan a un lado en favor de la ansiedad e incluso la ira como emociones movilizadoras.

La nostalgia es otra cosa. Se ha extendido en nuestra cultura como un estado de ánimo que modula todas las expectativas de vida y futuro. Afirma también la autora rusa que esta nueva hegemonía de la nostalgia tiene algo que ver con transformaciones en experiencia contemporánea del espacio y el tiempo: si para Kant el espacio era público y el tiempo privado, en la sociedad actual el espacio se privatiza y el tiempo abandona la esfera de lo íntimo para convertirse en tiempo público, sea de trabajo, sea de exposición de la propia vida en los medios de comunicación y redes (recordemos que el espacio es el orden de lo simultáneo, mientras que el tiempo es el orden de lo sucesivo, es decir, de eventos y acciones). Algo tiene que ver también con una corriente mucho más profunda que acerca la nostalgia a una de las modalidades más corrientes de la distopía contemporánea, la que nace de la sustitución del mito del progreso por la convicción de que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina. El sentimiento de la desaparición del futuro y la percepción del tiempo como presente continuo son características del momento. Estructura de sentimiento de la cultura contemporánea, manifestaciones, diría Jameson, de la imaginación dañada, expresiones de una conciencia desgraciada.

La nostalgia, como emoción política, es una consecuencia de cambios asociados a la transformación del capitalismo, pero sería superficial pensar que la relación es directa

Ciertamente, la nostalgia como emoción política es una consecuencia de cambios asociados a la transformación del capitalismo. Pero sería superficial pensar que la relación es directa entre el capitalismo avanzado y la presencia de la nostalgia, al modo en que la crisis de 2008 llevó inmediatamente a la indignación traducida en movilizaciones. A diferencia de la indignación, una emoción más estándar, que tiene un patrón de activación y decaimiento en un tiempo limitado, la nostalgia es, más que una emoción propiamente dicha, un estado afectivo. Está modelada por la cultura, pero impregna profundamente los caracteres e identidades y su acción es menos obvia aunque mucho más efectiva en la experiencia de la historia y en el cambio social.

Ernst Bloch nos había convencido de que el impulso utópico y la esperanza estaban ligados necesariamente como expresiones de la aspiración de trascendencia que tienen toda actividad y experiencia humanas. La esperanza está dirigida al futuro: entrevé posibilidades y genera un deseo que selecciona aquellas que el tiempo presente ha abierto, siempre ambiguo entre caminos de servidumbre o de emancipación. El principio esperanza es un relato épico de las manifestaciones de este impulso a lo largo de la historia humana, convirtiéndose así en un largo argumento que cose esta emoción en la trama de la agencia humana, naturalizando a un tiempo la utopía y la esperanza como ejercicios de capacidad de intervención en el mundo.

Frente a Bloch, Heidegger construyó las bases metafísicas que explicarían la profundidad de este cambio. Para Heidegger, la emoción básica humana es el tedio, una emoción atada al presente continuo que no tiene otra cura que la conciencia de la muerte, la mirada reflexiva al dasein como un ser sin futuro cuya única alternativa es la escucha del ser. La posmodernidad, como etapa cultural del capitalismo tardío, contribuyó a expandir esta reforma metafísica en versiones variadas con un fondo común: el neoliberalismo de Margaret Thatcher creó la utopía basada en la nostalgia de una familia, un hogar sobre un espacio poseído por el trabajo, un no lugar, u-topos, aislado del tiempo político. Las versiones progresistas de la deconstrucción, del operaismo heideggeriano, expandieron la negación del futuro en otros lenguajes, con otros diagnósticos, todos ellos confluyendo en una revisión de la esperanza y un giro hacia la nostalgia de una communitas ucrónica.

La proliferación de controversias más o menos ideológicas en diversas zonas del espectro político, es un signo visible de esta nueva actitud ante la historia. En el espacio de la izquierda, hemos observado las fricciones que nacen de la alegada y presunta desorientación que producen las direcciones diversas de los nuevos y emergentes movimientos sociales, frente a la seguridad que daba la línea correcta y unificada de una visión de la historia bajo el horizonte de la lucha de clases; lo que habría producido un abandono de las tareas tradicionales de sindicatos y partidos, así como la anomia con que se aceptan las pérdidas de conquistas del acceso a formas de consumo y bienestar de clases medio-bajas en tiempos pasados. En la zona conservadora, la intensidad con la que se vive el recuerdo de un pasado imperial en que las diferencias de lenguas, culturas y políticas estaban subordinadas a una presencia geoestratégica, muestra también la productividad política de la nostalgia, y abunda en la otra forma de nostalgia que está en la raíz del neoliberalismo.

Este cambio telúrico de la estructura de sentimiento, que tiene su versión metafísica en el sentido de vulnerabilidad y la pérdida de futuro, es más profundo que las versiones progresistas o reaccionarias de la nostalgia como emoción política. Quizás las aclamadas reivindicaciones de una pasada clase media aspiracional, de una clase obrera y unos sindicatos que la defendían, no sea muy consciente de que tal uso retórico de la memoria es recibido con alborozo porque ya hay un receptor preparado para entender estos mensajes como signos del tiempo. En el otro lado, las reivindicaciones parciales del ángel de la historia de Benjamin como testigo de catástrofes, que tienden a olvidar que Benjamin no es un filósofo de la nostalgia sino de la redención y el mesianismo (el mesías es la multitud de perdedores de la historia), son también ejercicios de una misma metafísica de la imposibilidad como experiencia del mundo.

La esperanza, por su parte, ha quedado olvidada como emoción política y como constituyente de la agencia. Coincide en ello con el mito de Prometeo. Como sabemos, Prometeo recordó a su hermano, Epimeteo, que no aceptase ningún regalo de los dioses, pero este, obnubilado por los encantos de Pandora, aceptó y abrió su maldita caja que expandió por el mundo todos los males, dejando en el fondo del recipiente la esperanza, la Elpis, la diosa hija de Nyx y de la Fama.

Las emociones actúan modelando la percepción y la epistemología política en cada momento. La melancolía (la forma elitista de la nostalgia en el alba de la modernidad) fue una emoción resultado de la percepción de las derrotas sobre las posibilidades que abría la cultura renacentista, así como de la imposición de nuevas formas de estados autoritarios. La nostalgia contemporánea es, ciertamente, una forma de defensa cultural frente a la hegemonía neoliberal, pero produce opacidad, miopía e incluso ceguera respecto a las posibilidades que ofrece el tiempo presente. Tiende a producir desprecio o simple subvaloración de todo deseo de cambio que no se identifique con un pasado imaginado. Y termina por dañar no solo la imaginación, sino el simple sentido común en el que la esperanza, tanto en lo colectivo como en lo personal, es un modo de resaltar las trayectorias posibles que, de otro modo, quedarían perdidas en el ruido.

Fredric Jameson expresa certeramente la manera como esta transformación metafísica se vuelve intrínsecamente política:

“Lo devastador no es la presencia de un enemigo sino la creencia universal no sólo de que esta tendencia es irreversible, sino de que las alternativas históricas al capitalismo se han demostrado inviables e imposibles, y que ningún otro sistema socioeconómico es concebible, y mucho menos disponible en la práctica” (Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, Madrid, Ediciones Akal).

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Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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