Opinión
Reacción
Tenemos derecho al miedo, tenemos derecho a la queja, tenemos derecho al grito, tenemos derecho a perder los papeles porque no nos podemos permitir ignorarlo.

En lo que llevamos de semana parece que a Pablo Casado le ha poseído el alma iracunda de un alguacil castellano del siglo XVI. Acompañado de un Albert Rivera montado a borriquito que repite los desafíos de la autoridad superior pero guardando las distancias, no se sabe si por gregario o por su naturaleza mezquina siempre dispuesta a desdecirse y abandonar cualquier posición que resulte ser comprometida de alguna manera para prevalecer.
Felón, traidor a la patria, mentiroso compulsivo y narcotraficante. Estos son algunos de los adjetivos que Casado le ha dedicado al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, en una rueda de prensa de diez minutos que parecía un zapping apresurado del contenido de Netflix, tono de bravata borracha, de inquisidor mayor, de macarra de chaleco emplumado y de humorista en decadencia. Una vez puesto en modo espadón romántico a punto de pronunciarse, ha tirado al monte y hoy mismo advertía que, de llegar al gobierno, derogaría la ley del aborto y desempolvaría la ley de supuestos del 85. Aquí ya se nos congela la sonrisa y nos quedamos en silencio.
A menudo se nos anima desde las mentes pensantes de la izquierda a no dar pábulo a las fantochadas de la derecha, arguyendo que forma parte la estrategia ultraconservadora contar con nuestro eco indignado y así extienden su mensaje con mayor efectividad y alcance. El efecto Bannon, la ventana de Overton y demás conceptos de teoría de la comunicación que se repiten constantemente en los argumentarios del progresismo sosegado. No digo que no haya ocasiones en que esto sea acertado, citar una y otra vez a Vox no parece que esté ayudando mucho a dar la contrarreacción; y desde luego que las barbaridades que se están permitiendo soltar por esas bocas de comensal ebrio en el asador han desplazado el eje político, obligándonos a desear el gobierno del mal menor o la socialdemocracia capitalista. Puede ser. Pero es que tenemos miedo.
Las llamadas a la frialdad, aunque las entienda, siempre me huelen a privilegio. Cómo podemos las mujeres reaccionar ante un tipo que pide sin complejos que se pongan los úteros en funcionamiento para alimentar a la máquina insaciable capitalista que entiende por estado. Qué compostura debemos al bien mayor cuando nuestra carne está en juego, otra vez, como siempre.
Como mujer trans yo no tengo capacidad para gestar, pero sé lo que es la intervención burocrática de mi cuerpo para acceder a derechos básicos. También conozco y vivo en primera persona la conculcación de mis derechos reproductivos. Mi transición me ha dejado estéril y nunca me preguntaron al respecto. Mi inutilidad como mujer incapaz de atender las necesidades de la división sexual del trabajo me condena a la expulsión del ámbito laboral y a la condición de precaria de por vida. Sencillamente era algo que tenía que sacrificar si quería acceder a un seguimiento médico.
Cuesta rehacerse en una sociedad de la información que proporciona con toda normalidad un servicio de branding al grupo de violadores más famoso de la actualidad
Vemos como, mientras Casado amenaza sin complejos a todas las mujeres del país, en Andalucía ya está encima de la mesa la posibilidad de derogar la ley de violencia de género, los derechos LGTB y específicamente la ley de atención a personas trans. Tres realidades que habían quedado por suerte en el cajón de las cosas que se dan por supuestas y contra las que no cabía discusión alguna.
Podríamos ceder a la tentación de no dar peso real a estas intenciones, pero, que Silvia Federici me asista, son siglos poniendo el cuerpo, siendo un recurso, maquinaria paridora, asistencia gratuita, cuidadoras obligadas o carne de cañón por putas o por desobedientes.
Podríamos tomarnos esto como un farol, un desplazamiento del eje político, si no fuese porque con nosotras nunca lo es y porque tenemos a Bolsonaro ejecutando sin piedad medidas similares al otro lado del charco. Basta de frialdad ante amenazas reales. Basta de llamadas a la estrategia cuando nos están temblando las rodillas. Tenemos derecho al miedo, tenemos derecho a la queja, tememos derecho al grito, tenemos derecho a perder los papeles porque no nos podemos permitir ignorarlo. Ese privilegio hace milenios que no nos corresponde.
Después de la ira, qué. Tengo la impresión de que estamos atrapadas en este ruido de fondo, en la tela de araña del pavor. En nombre de nuestro miedo se venden libros, camisetas y se alzan figuras mediáticas. Interesa alimentar el estado de miedo paralizante, conviene, es utilísimo y ninguna somos culpables de sucumbir a él. Al contrario. Cuesta rehacerse en una sociedad de la información que proporciona con toda normalidad un servicio de branding al grupo de violadores más famoso de la actualidad. Una marca que llena espacio, que vende y que ya se ha franquiciado. Cuesta rehacerse ante las descripciones detalladas de cada crimen machista. Cuesta rehacerse ante la laxitud de un sistema judicial que tiene mucho trabajo por delante para ganarse nuestra confianza. Cuesta rehacerse ante cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que tampoco nos proporcionan la asistencia necesaria. Cuesta rehacerse ante tanto dolor y tanto desamparo.
El viento a favor les ha afectado como un mal vino, andan pegando voces y amenazando sin complejos. Nos están enseñando el rostro y conviene recordarlo cuando vayamos a votar o cuando ejerzamos nuestro derecho a la ira. Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. Sus formaciones políticas. Sus aparatos de control mediático. Nos sonríen con ojos vidriosos y expresión de suficiencia. Se dejan ver. Igual que Bolsonaro haciendo el gesto de la pistolita ante las cámaras la noche de su victoria electoral. Que no se nos olvide.
Escribo estas líneas como llamada a la organización. Como mano tendida para superar juntas la parálisis del sueño a la que nos están sometiendo y caminar al paso que podamos, pero caminar. Si eres mujer y me estás leyendo, te animo a que busques la asamblea feminista más cercana que tengas, te animo a que te sindiques, te animo a que pidas ayuda a las mujeres de tu entorno y la prestes cuando a ellas les haga falta. Si todo esto te queda lejos porque faltan redes o recursos en el lugar en el que vives (a ver si escuchamos a las mujeres del medio rural de una vez), te animo a que busques a través de redes o de cualquier recurso virtual que tengas a mano, aunque sea una cuenta de tuiter en la que exponer tus necesidades, aportar tus ideas y dejarte contagiar por las de las demás.
Ellos no van a dudar en cumplir una hoja de ruta que lleva funcionando generaciones. La crueldad del patriarcado y del capitalismo está asentada y se toma por normalidad, pero como dijo Susan Faludi: “ya hemos pasado por esto y sobrevivimos”.
Les estaremos esperando.
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