Fátima Aatar: “El antirracismo será político o no será”

Activista contra el racismo y la islamofobia, Fátima Aatar es una de las voces más solicitadas por los medios para explicar qué es ser mujer y musulmana. Como si eso fuese incompatible.

27 may 2018 06:00

Tiene solo 23 años y recientemente terminó sus estudios de Antropología en la Universitat Autònoma de Barcelona. La pillo escarmentada con algunos medios, porque es una de las militantes antirracistas más solicitadas para explicar cómo compatibilizar ser mujer y musulmana en España, algo no siempre bien entendido. Nacida en Barcelona de familia marroquí, predica desde la Directa todos los meses frente a la islamofobia. Además, es bien conocida por su implicación con la causa palestina (es miembro del movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel, BDS), en la plataforma surgida a raíz de la Gran Marcha del 12M en Madrid y también en el Movimiento Moro Antirracista (uMMA) surgido para interactuar con movimientos sociales. Abandonó Red Musulmanas porque “donde yo estoy implicada, que es en antirracismo, esto no se incorporaba”. Sorprende que, con tanta actividad y con una radicalidad en sus planteamientos que desborda el feminismo, pero también la decolonialidad, sea una mujer tan dispuesta a autorrevisarse todo el tiempo, hasta sorprenderse y necesitar contextualizar sus muchas declaraciones previas en prensa.

Astrid Jones, a quien entrevistamos el mes pasado, reivindicaba su identidad múltiple. ¿Como mujer, barcelonesa, pero marroquí por familia, te representa ese concepto?
Pues no me representa, pero durante mucho tiempo lo reivindiqué. Es verdad que nos pasa a todas las personas que tenemos orígenes diversos y tenemos esa crisis identitaria que está presente durante toda la vida. Pero llega un momento que cuando empiezas a militar, sobre todo en el antirracismo, como posicionamiento político acabas derivando en que esas identidades que se adscriben digamos a una nacionalidad, acaban por difuminarse en el sentido de que dejan de interesar, porque al fin al cabo lo que importa es la identidad política. Entonces, como es una decisión política, priorizas una de esas identidades.

Sí que es verdad que somos mujeres, esto y lo otro, pero lo que te acaba definiendo, lo que acabas poniendo encima de la mesa, es esa parte de tu identidad que siempre ha estado más oprimida, la que en toda relación social se pone más en evidencia. O sea, a mí no me van a preguntar sobre mi género. A mí lo que me van a preguntar es de dónde soy. Entonces, lo que te acaba definiendo como persona es la raza.

No es tanto una cuestión de reivindicar mi raza como una cuestión esencialista, sino de opción política como lucha de poder, porque llega un momento en que lo que a mí me define en términos raciales es ser musulmana o ser mora. Porque además la cuestión identitaria, que se ha manoseado mucho, es sobre todo una cuestión simbólica y subjetiva en términos de como yo me siento, etc., pero que desvía la atención de dónde queremos poner el foco, cuando en realidad tendríamos que centrarnos en que es una cuestión material: las condiciones de vida de mis padres para tener que emigrar, donde hay toda una historia colonial detrás que fija lo que significa ser moro o mora, y que me transforma en un sujeto político.

Tu origen familiar es marroquí, pero tú no habías llevado hijab hasta hace tres años. ¿Ese antecedente familiar te hace sentir diferente de otras españolas de origen español que han abrazado el islam más o menos recientemente, como por ejemplo la periodista de El Mundo, Amanda Figueras? ¿Ser de familia no originaria de la península ibérica, en qué hace diferencia, si hace alguna?
Sinceramente, nunca me había parado a pensarlo. Sí que es cierto que una persona que no se reconoce como musulmana, culturalmente cristiana, no sufrirá el racismo, pero en el momento en que te defines como tal y además llevas un símbolo distintivo que te sitúa como musulmana, pues acaban racializándote. La diferencia es el tipo de racialización. Es decir, a mí se me racializa desde siempre y quizá la forma en que se lee es diferente. Porque yo no tengo escapatoria. A mí, mi cuerpo, mi nombre, mi familia, mi raíz me delatan. Yo no me puedo esconder. No mi color de piel porque soy bastante blanquita (risas). Pero una persona que se reconoce como musulmana quizá sí que tiene esa opción de esconderse. Evidentemente también es violento. ¿Por qué tienes que esconder algo que forma parte de tí?

Y también la violencia que se recibe por una parte esa esa, la de obligarte a esconderte si tienes la opción, no se te categorizará a priori como tal. Pero en el momento en que prefieres reconocerte visiblemente como musulmana, no se lee como racialmente inferior, sino como traidora. Es decir, ¿cómo tú, que has nacido en un grupo racial superior, te estás rebajando al nivel de esos “salvajes”? Es la lectura que algunos autores hacen también sobre cómo hombres homosexuales y personas trans habiendo nacido en una posición de género dominante se rebajan a una identidad de género inferior.

Te he leído muchas veces que empezaste a usar el hijab en 2015 tras leer la compilación de ponencias “La emergencia del feminismo islámico” y que fue cuando pasaste de considerar al islam machista y opresor a descubrir otro islam que sí tiene en cuenta los derechos de las mujeres. ¿Eres consciente de que vertebrar la identidad sobre la base de apostar por una religión ha planteado siempre guerras de religiones, tanto entre musulmanes como entre cristianos? ¿Por qué tu islam es el verdadero y el que conocías antes no? ¿Eso no remite a una cuestión de fe?
Bueno, pero ahora con perspectiva puedo hacer una lectura de mi posicionamiento en ese momento. A mí siempre se me había enseñado que el islam era muy machista y yo interioricé esas palabras y actuaba en consecuencia. Yo a mis compañeros moros entonces les llamaba machistas. La cuestión es que cuando me leo este libro que citas, hago como un cambio de chip y me digo, ostras, la sociedad musulmana sí que es machista, pero el Corán no lo es, mirándolo con perspectiva histórica y tal.

A nosotras siempre se nos ha situado como oprimidas, ignorantes, hemos sido convertidas en el símbolo por antonomasia del machismo o de la subordinación femenina y el islam como el machismo por excelencia. Y ante esa posición, lo que tú acabas haciendo —como decía Fanon sobre que la primera acción de todo negro es una reacción— es una reacción frente a donde te han situado. Es decir, no, no, no estoy oprimida, sino que yo también puedo ser feminista. Que se puede traducir por “yo también puedo ser igual de civilizada que una blanca”.

Y eso lo que provoca, a la vez, es desmarcarnos de nuestras comunidades. O sea, nuestras comunidades serán muy machistas, pero nosotras somos de las evolucionadas. Es como que nosotras, como feministas, vamos por delante, y encima luchamos en nuestras comunidades para que el machismo deje de existir. Esa es la posición que yo tenía en ese momento.

Y es curioso porque no es una trayectoria propiamente mía, porque lo veo con otras compañeras moras que toman la misma posición que yo tomaba antes. Pero Fanon ya avanzó esto mismo en los años 50. Las veo definirse como feministas, reivindicar la etiqueta, y además haciéndolo contra sus compañeros, sus hermanos, y entonces en ese sentido hago la lectura de aquellas palabras mías.Y tampoco creo que sea una cuestión de fe, sino una cuestión de poder. O sea, yo tendré mi interpretación del Corán, pero es la mía, y ya está. O sea, por mucha gente que comparta mi interpretación, que es una cuestión íntima, la interpretación que se impone es la de los que tienen poder para hacerlo. No es lo mismo que lo que pasa en el cristianismo, porque creo que es necesario situarlo en el sistema mundo.

Si hablamos de islam, actualmente está perseguido en esa llamada “guerra contra el terror”, que es una guerra contra el islam y contra las personas musulmanas y eso no pasa con los cristianos. Que Arabia Saudí establezca todo un sistema de difusión de su interpretación es porque tiene los recursos para hacerlo. Lo otro son debates entre personas sin ningún poder para imponerla.

¿Dónde te posicionas sobre el llamado oxímoron del “feminismo islámico” entre la granadina Sirin Sibai y su “Cárcel del Feminismo Islámico” y la argelina Wassyla Tamzali, que serían los dos opuestos sobre el asunto? De hecho, tu niegas el uso del término “feminismo”, ¿no?
Sí, ese es uno de los debates que más se llevan, donde Wassyla lideraría la bandera esa de que feminismo e islam son incompatibles, frente a las que dicen que, en realidad, no es un oxímoron, en todo caso es una redundancia, como decían en Red Musulmanas.

Las que, como yo, que me he definido así mucho tiempo, se articulan desde el feminismo islámico, reaccionamos a la defensiva, es decir demostrar que nosotras también podemos ser musulmanas y feministas. Entonces, recurriendo al libro de Sirin que dice que los debates en torno al feminismo islam, género, etc. siempre han girado en torno a la compatibilidad o incompatibilidad de estos términos, en realidad es un debate falso, porque de alguna forma se nos impone, porque desde el momento que tenemos que demostrar que no, que el islam también puede ser feminista, compatible con la democracia, etc., acabamos blanqueando el islam, en definitiva. Así que lo que tenemos que hacer es salirnos de ese discurso, porque lo que estamos haciendo con eso, en realidad, es confirmar esa inferiorización.

Entonces para salir de esa dicotomía sobre la compatibilidad, lo primero que tenemos que ver es que nosotras no hemos generado, no hemos definido esa prioridad, sino que se nos ha impuesto por esa agenda feminista, porque ahora con toda la hegemonía del feminismo que se está imponiendo actualmente, se nos obliga también a definirnos en términos de género. Lo de que todas las mujeres estamos oprimidas, y por tanto nosotras también tenemos que definirnos como feministas. Pues no. Yo prefiero definirme, en otros términos. Porque, además, el feminismo en mayúsculas contribuye al racismo. Al igual que Nancy Fraser decía que se ha establecido una amistad peligrosa entre el feminismo y el neoliberalismo, no por una cuestión de que el mercado lo absorbe todo, sino porque, digamos, el feminismo tiene unos principios que han fomentado que se alíe con el neoliberalismo; pues lo mismo diría con el racismo. El feminismo es un producto de la modernidad y, por lo tanto, va a derivar y contribuir al racismo. Y eso se ve muy claro con la cuestión del islam. El feminismo ha contribuido de manera activa a la islamofobia.

Fátima Aatar
Fátima Aatar. Álvaro Minguito

Otros feminismos como el indígena de la Abya Yala, el negro o el gitano, padecen marginaciones parecidas al de las mujeres musulmanas, pero en estos casos las respuestas frente al patriarcado no están articuladas en torno a la fe y la religión. ¿En qué aspectos las Shuras del Corán y una interpretación adecuada de las mismas, suponen o son compatibles con la liberación de la mujer, y cómo puede coexistir con un ejercicio tan patriarcal —en general— de las jerarquías religiosas musulmanas, sin necesidad de llegar a extremos como Arabia Saudí o Irán? Una de las mayores críticas que se hace por ejemplo a la organización social en los países musulmanes en África es justamente el control social de la mujer, que esas interpretaciones tan patriarcales del Corán amparan.
Es que ese es un falso dilema de las personas blancas, que yo tengo solucionado, porque a mí se me ha impuesto. O sea, a mí se me ha enseñado que el islam es machista y que, por lo tanto, yo tengo que luchar contra el machismo. Pero luego me doy cuenta de que no, que el islam no es tan malo y también puede ser feminista y por lo tanto me defino como feminista islámica para compatibilizarlo. Pero llega un momento que dices pero qué coño hago, qué coño hago. O sea que el islam es una cuestión mía, que la definiré y viviré con ella a mi manera, y no tengo que dar explicaciones a nadie.

A mí lo que interesa es cómo esas narrativas se nos imponen desde muy pequeñas, las acabamos asimilando y reproduciendo toda una serie de prácticas que lo que hacen es reafirmar nuestra posición de inferiorización, la nuestra y la de nuestras familias.

Y no, no voy por la cuestión de la libertad individual con las creencias de cada cual, sino que es una cuestión política. De cómo personas musulmanas, que en términos raciales se nos ha inferiorizado, no tenemos que dar explicaciones sobre nuestras prácticas espirituales y religiosas. Es una decisión política. De dejar de dar explicaciones. Porque en el momento en que empiezas dar esas explicaciones, lo que estás haciendo es situarte en esa posición de inferioridad. Porque, ¿quién tiene la legitimidad de preguntar a quién? No soy yo quien va a la persona atea o culturalmente cristiana y les digo “ah, y tú por qué, no se qué”. No, es la persona blanca la que viene a las personas musulmanas, racializadas, porque se nos racializa, que nos preguntan constantemente el porqué de nuestras creencias, nuestras prácticas. Es como… ¡pues no!. Yo políticamente decido no contestar a eso. Porque hay una relación asimétrica, es decir racismo puro y duro. Es así como se define. Es racismo.

Entonces lo que ha hecho el antirracismo moral es hacer pedagogía, talleres para deconstruir esas prácticas nuestras. ¡Es que nosotros no tenemos que deconstruir nada, ni demostrar nada! Lo que tenemos que hacer es señalar los mecanismos históricos que están reproduciendo el racismo. Y las personas que nos vienen a preguntar el porqué de esto son producto de esos mecanismos, tienen interiorizado eso. Es que llevamos siglos así.

Por eso cuando leo a Fanon, sinceramente me sorprende en positivo, y me digo es que es sistémico. Porque, ¿cómo puede ser que con toda la lucha antirracista, que ha sido dominada siempre por el antirracismo moral, resulta que, desde Fanon hasta la actualidad, el racismo sigue siendo el mismo? Cambia en su contenido, pero en su forma es lo mismo. Entonces, la lucha antirracista no ha funcionado. Es hora de dar un giro al antirracismo.

Y por eso yo creo que es importante toda la movilización que se está dando actualmente en el Estado español en cuanto al antirracismo. Todos los debates que se están generando. Todas las personas racialmente oprimidas que están empezando a liderar esta lucha, y a decir “hasta aquí hemos llegado. Vamos a luchar nosotras contra el racismo, que es sistémico”.

Dicho esto, viene a cuento recordar que también escribiste que “el mantra de la igualdad por y para los europeos tiene los días contados en la lucha antirracista” y que “hemos pasado mucho tiempo intentando ser blancos. Y cabe reconciliarse con nosotros mismos como colectividades. Reconocer que, si no tomamos las armas nosotros, nadie lo hará. Llevamos demasiado tiempo esperando que nos escuchen, ¿para qué? Si nos escuchan, no nos entienden”. Pero para romper ese statu quo ¿basta solo con “matar al blanco que todos llevamos dentro”?
No, porque si los racializados matamos al blanco que llevamos dentro, lo que hacemos es situar la responsabilidad en las personas, cuando hay toda una serie de estructuras económicas, políticas, culturales, epistemológicas por encima. Es global. No hace falta tampoco irse al oenegeísmo blanco asistencial, que sería algo como muy evidente. Con ir a los discursos de la izquierda blanca que se define como antirracista, se ve muy claro. Porque todos esos ideales emancipatorios en torno a la igualdad son producto de la modernidad, que es lo que el pensamiento decolonial sitúa como el eje que hay que combatir. Todo aquello que nace del proyecto civilizatorio moderno, llevará consigo intrínsecamente el racismo. Quien no se asimila recibe la anulación del ser, del ser humano, incluso física. Por eso me refería a los racializados con lo de matar al blanco que llevamos dentro. Que es lo que estamos viendo ahora con los indígenas de Francia, considerar que si la realidad del racismo es política y sistémica, la lucha también debería ser esa. Porque lo que ha dominado en el Estado español y sigue dominando es que es una cuestión de moral, ¿no?, que también caracteriza mucho a la izquierda aquí, de esa superioridad moral que tampoco sirve para nada.

¿Como que no sirve para nada? Sirve para mantener justamente esas estructuras de dominación histórica colonial que denuncias, ¿no?
Bueno, sí. Exacto (risas). Sería como partir de algo tan básico como que la lucha antirracista empiece a ser liderada por las personas racializadas, y con esa idea de aniquilar a ese ser blanco que llevamos dentro, podremos empezar a construir un proyecto radical antirracista de verdad.

Se observa una inquietud espiritual sobre todo entre personas racializadas en Europa, en especial jóvenes, que les empuja a la religiosidad, musulmana o evangélica, por ejemplo. ¿Crees que el modelo laico que vende Europa combinado con su exacerbación de la individualidad está dejando de ser atractivo para ciertos sectores de la juventud que vive en Europa y que no encuentran encaje en el modelo estándar de, llamémosle, “cultura juvenil blanca”?
Uff, es una pregunta muy difícil. Soy antropóloga y no puedo contestar esa pregunta a la ligera. Yo no podría generalizar sobre otras personas racializadas. Yo me defino como musulmana, y por tanto puedo hablar desde allí. Y actualmente en la juventud musulmana en el Estado español hay de todo. Hay gente que, como yo, ha querido definirse como musulmana y eso ha definido su práctica política. ¿Es el modelo laicista el que nos ha empujado a eso? No lo sé. Pero no sabría hacer una lectura concreta sobre por qué en Francia hay más blancos franceses que se están haciendo musulmanes, por ejemplo.

En varias ocasiones has explicado por qué defiendes el hijab como una reivindicación de la identidad musulmana de las mujeres, pero en cambio has criticado el uso del burka por ejemplo en Irán, donde es impuesto por el Estado. Un clérigo chiita iraní podría objetar que presuponer que el burka es una imposición a todas las mujeres iraníes puede ser prejuicioso contra su país. ¿Qué le contestarías?
Claro, esto me trae a la cabeza los peligros de exhibirse tanto en los medios. Yo durante un tiempo aposté por esto y ahora me relees mis palabras, y es como “madre mía”. Que es guay también y veo los cambios, la evolución y es positivo. Yo ahora puedo responderte a eso haciendo una lectura del por qué dije eso. Como ya te conté antes, nuestra forma de actuar es reaccionando a lo que te pide la gente, a las neurosis de la sociedad blanca, que te obligan a responder a una serie de cuestiones, que quizás en su momento nunca te habías planteado, pero como te están constantemente preguntando por eso, te acabas construyendo un discurso para responder eso, pero también de alguna forma como para agradar, para que la gente blanca cuando lea, diga: “Ah, sí, es cierto”. Y también ve bien eso del velo, de que lo politice y tal, pero luego… es que las iraníes están obligadas. Entonces es como volver a caer en lo mismo que te explicaba antes. Porque, ¿qué tendré que decir yo de Irán?, pero ¿qué sabré yo de Irán? O sea, no sé nada. Y todas las informaciones que nos vienen de Irán, absolutamente todas, están mediatizadas. Es decir, qué legitimidad tengo yo para opinar sobre las mujeres en Irán, y su velo, no. O sea que yo ahora a ese clérigo no le diría nada, me callaría la boca (risas). No es aclarar, sino entender por qué yo decía eso. Porque en realidad era una respuesta puntual a la pregunta que me hizo la periodista aquella, porque sinceramente no te interesa porque llevo un pañuelo, o las mujeres iraníes llevan otro, debí decirle. O sea, vamos a salirnos ya de eso.

Eres una persona en constante evolución de tus posiciones políticas, nada dogmática, ni siquiera con cosas que tú misma afirmabas hace no tanto tiempo. ¿Qué quieres añadir para que los lectores, sobre todo no racializados, terminen de entender tus posiciones?
Pues que gracias a esta entrevista he recordado muchas cosas que decía conscientemente, pero que a la luz de Fanon que hablaba sobre el “evolucionado”, veo que estaba en esa etapa de “bueno, nosotras estamos instruidas, y nos desmarcamos de nuestras comunidades, porque nosotras somos diferentes”. Y ahora estoy en la etapa de reconsiderar todo eso, y de intentar matar al ser blanco que llevo dentro. En una fase de aprendizaje.

Por ejemplo, yo no me defino como decolonial porque tampoco sé lo que es. Más bien estoy en ese proceso de desprenderme de todas esas lógicas blancas que tenía interiorizadas y estoy iniciando ese camino. Quitármelas espina a espina, para iniciar una lucha antirracista nueva. O sea, yo debo mucho a Salma Amzian, que fue como mi mentora. Gracias a ella, a Sirin y su “Cárcel del Feminismo Islámico” o a Helios F. Garcés en vuestro blog 1492 – Por un Antirracismo Político estoy aprendiendo a cuestionarme todas esas dicotomías feminismo/islam, la compatibilidad/incompatibilidad, religiosidad/laicidad, que en el fondo acaban creando unas realidades que te condicionan, en términos de antirracismo político, que es de lo que yo bebo ahora mismo y por lo que estoy tan esperanzada con lo que está surgiendo.

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