Ir a votar y salir sin hacerlo

Un partido político horizontal llevó a esta anarquista valenciana a plantearse por primera vez ir a votar, pero quizá la falta de práctica le hizo darse cuenta ya en el colegio electoral que, aunque la CUP se presentaba al Congreso, solo desde Catalunya podían votar esa candidatura.

CUP elecciones 10n
Mireia Vehí, hablando ante simpatizantes de la CUP tras conocerse los resultados.
13 nov 2019 16:30

Después de varios días pensando y repensando si votar o no votar, el domingo 10 de noviembre me trago todas mis convicciones políticas y a las cinco de la tarde me presento en el colegio electoral dispuesta a meter la papeleta en la urna. Explicaré por qué me decidí a ello por primera vez en mis sesenta y dos años de vida.

Soy anarquista desde bien joven y estoy convencida de que votar es reforzar el Estado, la cosa que más combatimos los anarquistas. Votar, para mí, es dar tu confianza a un partido, una hoja en blanco consintiendo que haga todo lo que le venga en gana con tu aprobación, sin necesidad de que cumpla siquiera con su programa electoral, como venimos viendo que sucede desde que se consiguió esto que para muchas es la democracia en este país. Si esto para mí ya es inconcebible, no se queda ahí el tema, porque además con el voto también aceptas, refuerzas y legitimas el Gobierno y de paso el Estado, y si todas sabemos quién conforma el Estado, lo que hacemos con el voto es legitimar el capitalismo, el fascismo, el neoliberalismo, etc.

Como siempre he pensado así, nunca se me había ocurrido colaborar con quién nos ha llevado al sitio donde estamos, ya que pienso que es imposible combatir y destruir al Estado con sus propios medios y que tendremos que buscar los nuestros si queremos destruir al monstruo. Además de todas estas razones, se añade que nunca conocí un partido que simplemente cumpliese con lo que prometía, que no engañase y que se entregase a las necesidades y deseos de sus votantes, quienes le deberían de exigir que cumpliese y, si no es así, retirarles su voto.

Aún pensando de esta manera, en esta nueva cita con las urnas, algo había cambiado un poquito para mí, y por eso me rompí tanto el coco con si votar o no votar. La amenaza de la ultraderecha pesa mucho en las cabezas del personal y por eso en esta campaña es donde más se ha notado un tira y afloja tremendo entre gente que no ha votado nunca y que sigue en sus trece, y gente que ha decidido votar ahora por ese motivo y que, como parece que han visto la luz, lanzan sus dardos hirientes contra los no votantes. Además, como siempre ha ocurrido, parece ser que los abstencionistas tenemos la culpa de todos los males de este país.

En mi caso, el miedo al “nacional paletismo” emergente tampoco me convence lo suficiente (por todo lo que he contado anteriormente) como para dar mi voto a una supuesta izquierda que de izquierda tiene poco más que el nombre, y por ello nunca voté. Pero ahora voy a explicar por qué por primera vez traspasé las puertas de un colegio electoral con intención de votar y no lo hice. 

A partir del referéndum en Cataluña por la autodeterminación y el derecho a autogobernarse, fui siguiendo más de cerca los acontecimientos que se iban dando tanto allí como en el resto del Estado, lo que me llevó a conocer más de cerca a las CUP. No diré que soy fan ni que no les veo cosas que no me gustan, pero tampoco dejo de reconocer que me gustan porque es el único partido que se enfrenta abiertamente al Estado (español, eso sí, pero es que de momento no hay otro al que enfrentarse). Y también espero, más que creo, que la lucha y resistencia en las calles de Cataluña pueda abrir una brecha por donde puedan llegar otras realidades. Pero eso se verá más tarde.

La cuestión es que con todas estas cosas sin parar de dar vueltas en mi cabeza, pensando que la CUP se presentaba en todo el estado y después de leerme varias veces su programa electoral (por si encontraba algo que me hiciese desistir de mi propósito), me encaminé al colegio electoral sin renegar de mis ideas en absoluto, pero dispuesta a darles mi voto por esta vez y seguir su trayectoria de cerca, por si tenía que pedirles cuentas en algún momento.

Lo primero que veo cuando me aproximo a la puerta es un policía junto a un hombre con pintas absolutas de “nacional paletista” con un cartel colgando del cuello que ponía VOX, charlando amigablemente. Paso la puerta, me dirijo a la mesa de las papeletas y empiezo a mirar detenidamente, buscando las de la CUP. Miro y remiro pero sigo sin verlas, y pienso que igual están con alguna coalición de estas que se suelen hacer. Dudo ya si preguntar o largarme pero opto por lo primero.

Me dirijo a la mesa, donde casualmente está mi vecino del tercero: “Estoy buscando una papeleta pero no la encuentro”. El muchacho, bastante azorado, me dice: “Ay... Pero yo no sé qué hacer, porque no se cuál buscas”. Yo: “Busco la de la CUP”. Se levanta y empieza a mirar conmigo. “Pues es verdad, no está”, observa. “Se ve que poca falta ha hecho, no?”, concluyo. Él se azora más y se dirige a la mesa: “Oye, que no hay papeletas de la CUP”, para seguir buscando entre las papeletas blancas y salmón, sin éxito. Se acerca otro de la mesa que, casualmente, también es mi vecino de patio: “No, es que no se presentan”.

El otro vocal, que parece estar más enterado, desde la mesa y con un buen chorro de voz va explicando cómo está el tema. En una silla un poco retirada hay un anciano que grita “que se presenten, que se presenten que ya verán ellos lo que les espera”. El policía y el de VOX, alertados por las voces, entran y el marsupial inicia conversación con el abuelo despotricando contra los catalanes a voces. El policía les deja amablemente que prosigan con sus voces y se queda mirando fijamente a mí y al presidente, que continúa queriéndome explicar lo que tampoco él sabe muy bien. Y yo ahí sigo, aguantando el tipo y pensando “tierra trágame” pero con la cabeza alta, ignorando a los machotes y diciendo “Ah, pues yo creía que ahora se presentaban en todo el Estado”.

Acto seguido doy media vuelta y me voy sin votar. Allí se quedan, continuando con su circo y sus gañanes, mientras yo me voy partiéndome de risa, pensando que ahora no solo soy la rara de la finca sino que de golpe me he convertido en la terrorista, pues eso de votar a las CUP o no votar, solo lo hacen las terroristas. Salud, lucha y resistencia.

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