Armas nucleares
La locura de castigar a la buena gente II

¿Por qué no rendimos homenaje a los héroes y heroínas por la paz y abolimos las armas nucleares?

Daniel Sicken, encarcelado durante tres años por su participación en la campaña Plowshares. Fuente: Linda Pentz Gunter
Daniel Sicken, encarcelado durante tres años por su participación en la campaña Plowshares. Fuente: Linda Pentz Gunter Linda Pentz Gunter
Beyond Nuclear International
2 ago 2021 02:12

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

Viene de la primera parte.

Entre la audiencia del juicio había, según Cohen-Joppa, al menos otras ocho personas que habían sido arrestadas y/o llevadas a prisión por protestar contra las armas nucleares.

John LaForge, de Nukewatch, es una de estas personas. Compartió conmigo un folleto describiendo su propia acción en agosto de 1984, el subsiguiente juicio y finalmente condena. Ahí leí una de las cosas más sorprendentes que jamás he leído: las palabras del juez, que se negó a condenar a LaForge y Bard Katt, su co-inculpado, a 10 años de prisión. Los dos habían caminado a la planta de Sperry Univac, en Eagen, Minnesota, donde destruyeron varios ordenadores de control de lanzamiento de los misiles Trident.

El discurso del juez Miles Lord fue todo un alegato por la justicia, la razón y el sentido común, que se puede consultar por completo aquí.

Los 7 de Kings Bay aún aguardan su sentencia en el momento de escribir estas líneas, aunque no se espera que suceda nada tan épico como con el caso LaForge-Katt.

Salvo, por supuesto, que la jueza federal Lisa Godbey Wood decida inspirarse en los dos retratos de su propio juzgado. En una aparece el mártir inglés Sir Tomas Moro, y en la otra el juez Anthony A. Alaimo, de quien se tomó el nombre para el juzgado.

Aún más ironía. Moro, el autor de Utopía, asumió su propia muerte dada su fe, que le impedía reconocer a su rey y discípulo Enrique VIII como cabeza de la Iglesia Anglicana. Por eso mismo tampoco apoyó el divorcio con Catalina de Aragón.

Alaimo también desafió las leyes que consideraba inasumibles, cuando fue prisionero de guerra en el campo Stalag Luft III de la Alemania nazi. Allí participó en la tunelización que inspiró La gran evasión.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Stalag Luft III estaba considerado como el campo de prisioneros más seguro en el corazón de Alemania. A las instalaciones americanas con armas nucleares se las describe de una manera muy parecida, pese a la facilidad con la que estos activistas han accedido a lo largo de los años.

El record de adentrarse y pasar desapercibida en una instalación militar parece ostentarlo Sylvia Boyes, que estuvo durante 12 horas en la base militar Coulport. Esta, que se encuentra en Argyll, Escocia, participa en el programa Trident de Reino Unido.

Boyes atravesó dos áreas cercadas y finalmente se entregó en la puerta principal. Solo entonces se “detectó” su presencia allí. Su activismo se remonta a las protestas de Greenham Common y, como el grupo de Plowshares, es una “delincuente reincidente”.

Como quienes les observan desde la pared, los siete acusados han confrontado un Sistema que consideran ilegal e inmoral. En este caso, las armas nucleares. Siguieron sus principios, sin importar el castigo que recibirían. Lo urgente era realizar su acción, con la seguridad de que estaban previniendo un crimen, en vez de cometerlo.

Se podría haber evitado este juicio desde el principio. La acusación les ofreció con anterioridad un acuerdo, que se declararan culpables por un delito de invasión de la propiedad.

Pero los siete acusados, Mark Colville, Clare Grady, Martha Hennessy, Fr. Steve Kelly, Liz McAlister, Patrick O’Neill y Carmen Trotta, se negaron. No temían ni se avergonzaban de tener que acudir al juzgado, por la misma razón por la que habían hecho lo que habían hecho: para concienciar por el riesgo que vivimos mientras existan las armas nucleares.

Se podría haber evitado este juicio desde el principio. La acusación les ofreció con anterioridad un acuerdo, que se declararan culpables por un delito de invasión de la propiedad. Pero los siete acusados, Mark Colville, Clare Grady, Martha Hennessy, Fr. Steve Kelly, Liz McAlister, Patrick O’Neill y Carmen Trotta, se negaron. No temían ni se avergonzaban de tener que acudir al juzgado, por la misma razón por la que habían hecho lo que habían hecho: para concienciar por el riesgo que vivimos mientras existan las armas nucleares.

Así que, durante gran parte de cuatro días, tuvieron esa oportunidad. ¿Pero les funcionó su jugada?

En la selección del jurado, a 72 personas potenciales se les preguntó si tenían alguna opinión firme sobre las armas nucleares. Nadie declaró tenerlas. También preguntaron si alguien se oponía moral o filosóficamente a la posesión de armas nucleares. De nuevo, nadie dijo nada.

Se trataba de un jurado de personas de la zona, todas vivían cerca de esa maquinaria de muerte, la más peligrosa creada por el ser humano. Como O’Neill escribió antes de que comenzara el juicio, de lanzarse los Trident, habría capacidad para matar al doble de personas de las que actualmente habitan el planeta.

Pero a nadie parecía importarle.

Esto es un problema.

Ninguno de los 7 de Plowshares Kings Bay diría que sus acciones, sus sacrificios personales (aunque jamás emplearían este término) no sivieron para nada. No por ello no se han percatado de que la gran mayoría de la prensa ha preferido ignorarles. Más allá de Democracy Now! y el National Catholic Reporter, pocos medios se hicieron eco de su juicio.

Poco se habla acerca del arsenal nuclear estadounidense, de cómo crece en vez de abolirse, lo cual deberíamos hacer ante los tratados de no proliferación que hemos firmado. Y nadie pregunta si a todos los políticos de verdad les parece bien el plan de gastar mil millones de dólares en los próximos 30 años para la modernización de nuestras armas nucleares. Bernie Sanders solo ha criticado el gasto excesivo.

Este es el crimen, el despilfarro inmoral de nuestro dinero y recursos para la manufactura del mal, sobre el que los 7 de Plowshares quieren llamar nuestra atención. Pero para que la gente les escuche, les tiene que llegar el mensaje. Si el mensajero son los medios y estos no informan, ¿qué podemos hacer?

En Reino Unido hay cuatro submarinos Trident americanos, en Faslane, cerca de donde arrestaron a Sylvia Boyes. A día de hoy, la Campaña por el Desarme Nuclear intenta concienciar a la clase política británica sobre la necesidad de acabar con el programa Trident.

“Es el momento de colocar las armas nucleares en el centro de la agenda pública. Y para ello, desde la Campaña por el Desarme Nuclear estamos haciendo todo lo posible”, declaran en una nota de prensa.

“Llevamos años presionando a los candidatos al Parlamento, para hacerles ver que su opinión acerca de las armas nucleares importa y pueden atraer votos. La mayoría del país no quieren que se destinen 205 mil millones de libras para Trident, y queremos que quien llegue de nuevas al Parlamento se oponga”.

En los EEUU y el resto de países debemos hacer lo mismo con nuestra clase política, dentro y fuera de cargos públicos. Hacerles las mismas preguntas y mandarles el mismo mensaje. Las armas nucleares deberían ser imposibles de ignorar.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.

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