Armas nucleares
La locura de castigar a la buena gente I

¿Por qué no rendimos homenaje a los héroes y heroínas por la paz y abolimos las armas nucleares?

Cuatro de las personas acusadas en el caso Kings Bay antes el juicio. Fuente: Linda Pentz Gunter
Cuatro de las personas acusadas en el caso Kings Bay antes el juicio. Fuente: Linda Pentz Gunter Linda Pentz Gunter
Beyond Nuclear International
12 jul 2021 02:18

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

Corres peligro si te atreves a sugerir que hay una amenaza para la supervivencia planetaria a la altura del cambio climático. Pero la hay. Se llama guerra nuclear.

De acuerdo, y menos mal, el cambio climático por fin comienza a tratarse con la seriedad que merece. La frustración se apodera de las calles al comprender los y las jóvenes que la inacción de nuestros líderes les condena a un futuro incierto.

Nadie duda de que la crisis climática es una emergencia. No hemos reaccionado a tiempo y ahora los pasos necesarios se vuelven extraordinariamente difíciles. Hablo de no extraer ni una gota de petróleo ni un terrón de carbón ni un soplo de gas más, comenzando ya. Nos aguarda una lucha desesperada por la supervivencia.

Mientras tanto, ignoramos que un omnicidio podría ponerse en marcha de manera deliberada o accidental solo mediante un botón.

Hay quien dice que hablar a la gente de la posibilidad de una aniquilación global es tan traumática que solo se consigue horrorizar a la gente, sin pasar a la acción.

Pero, ¿por qué, tratándose de una amenaza similar, se centra la gente en la emergencia climática? ¿Por qué no las armas nucleares?

No quiero decir con esto que se deba elegir una crisis sobre otra. Hablamos de dos amenazas existenciales, y mientras antes que se decía que el cambio climático supone una extinción lenta y la nuclear, una instantánea, esto ya no es cierto. La crisis climática se acerca. Ya estamos muriendo por ella.

Sin embargo, ignorar la posibilidad de aniquilación es un comportamiento propio de la avestruz que esconde la cabeza en la arena.

Una inacción así no es universal en absoluto. Hay un porcentaje poblacional concienciado y movilizado contra las armas nucleares. Y muchas de estas personas lo han hecho siempre. Hablo de hombres y mujeres de 60 años e incluso mayores, personas encanecidas, agotadas y completamente dedicadas. Así de firme es el movimiento por la abolición de las armas nucleares, casi sin parangón.

Entre estas personas encontramos la reciente historia de Jack Cohen-Joppa, dispuesto a ir a la cárcel en su lucha por llamar la atención, y poner fin, a las armas nucleares. Y como él hay varios más, dispuestos a seguir luchando. Se les conoce como el movimiento Plowshares.

Como Cohen-Joppa, yo también estuve en Brunswick, Georgia, donde cubrí el juicio contra el grupo Plowshares, siete artistas afrontando las consecuencias de penetrar en la base del submarino Trident de Kings Bay. El juicio tuvo lugar en un lúgubre juzgado de los años 50 que originalmente se construyó como refugio en caso de ataque nuclear. Menuda ironía.

Como Cohen-Joppa, yo también estuve en Brunswick, Georgia, donde cubrí el juicio contra el grupo Plowshares, siete artistas afrontando las consecuencias de penetrar en la base del submarino Trident de Kings Bay. El juicio tuvo lugar en un lúgubre juzgado de los años 50 que originalmente se construyó como refugio en caso de ataque nuclear. Menuda ironía.

Lo primero que se me vino a la cabeza durante el juicio fue que es una locura castigar a gente buena, sincera y pacífica, cuya única falta es querer prevenir el mayor crimen contra la humanidad.

Cómo nos vería un alien de fuera ante un juzgado diminuto ensañándose con personas tan decentes y empáticas en vez de unirnos en un esfuerzo global para salvarnos de la crisis climática. Por no hablar de las armas nucleares.

Resulta evidente que deberíamos agradecer a los 7 Plowshares por su acción y no condenarles a prisión. Y a quienes vinieron antes y a quienes vendrán después.

Afuera del juzgado había un grupo de personas mostrando su apoyo. Una tarde, me paré a hablar con un hombre que llevaba una pancarta.

Su nombre era Daniel Sicken, de 77 años. Había participado en la acción Plowshares del 6 de agosto de 1998, por el aniversario de las bombas atómicas. Tanto él como Olivier Sachio Coe (Ko-Yin) se habían adentrado en un silo de misiles nucleares estratégicos Minuteman III de las Fuerzas Aéreas de los EEUU, al noreste de Colorado. Realizaron una protesta simbólica vertiendo sangre falsa.

Le pregunto si condenado por ello. Responde que sí, casi con alegría. Le cayeron tres años de prisión.

Sigue en la segunda parte.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.

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