Culturas
“Necesitamos reapropiarnos de la potencia que tienen las Fallas como crítica social”

Un grupo de personas sin hogar crea por primera vez una falla que reivindica y visibiliza las violencias que sufren las más de 700 personas que viven en la calle en Valencia.
Falla participativa - 1
Foto: Cedida por SJD València
14 mar 2022 06:00

Hay cosas que hemos oído tantas veces que no acabamos de creérnoslas del todo. Como eso de que quedarnos en la calle nos puede pasar a cualquiera. Alexander, de 26 años, es la prueba viviente de que el sinhogarismo es una realidad que nos puede tocar a todos. “Vine a Valencia por mi pareja, estuve con ella cinco años, la relación se acabó, me quedé sin casa, perdí el trabajo, vino todo junto y me quedé en la calle. Cuando te vienen tantas malas noticias de golpe no sabes ni cómo has llegado a ese punto. Dices: no sé qué ha pasado, hace tres días tenía casa, tenía trabajo y ahora no tengo nada”.

Alexander se quedó en la calle en julio del año pasado. “Lo que más se sufre es la soledad, la incertidumbre, la ansiedad de no saber qué va a pasar, el miedo de cuánto tiempo va a pasar hasta que pueda cambiar tu situación, de lo que te pueden hacer…”

Un día, unos amigos de su ex pareja lo encontraron durmiendo en la calle y decidieron echarle una mano “en lo que buenamente pudieron”. Alexander habla despacio, eligiendo las palabras con cuidado. “Yo lo pasé un poco mal, porque estaba bastante solo al principio, pero tuve la fortuna de conocer a gente que me estuvo ayudando mucho. Para mí lo más importante es que pasaban tiempo conmigo. Cuando estás solo en la calle el tiempo pasa más lento y todo parece mucho peor. Echaba de menos el trato como persona, porque cuando la gente nos ve sucios, pidiendo, parece que nos deshumanizan y nos ven como un objeto más en la calle”.

En València, según el último censo de diciembre de 2021, hay 754 personas en situación de calle. De ellas, ocho de cada diez ha sufrido algún tipo de violencia

En València, según el último censo de diciembre de 2021, hay 754 personas en situación de calle. De ellas, ocho de cada diez ha sufrido algún tipo de violencia. De ahí nace el nombre de este proyecto colaborativo y reivindicativo en el que ha participado Alexander durante seis meses: “Violencias fantasmas”, violencias que no vemos o no queremos ver.

Se trata de un proyecto de falla participativa, promovido por la artista Reyes Pérez Manglano y la asociación Sant Joan de Déu, en la que 30 personas sin hogar han creado con sus propias manos diferentes ninots que forman parte de la falla Arrancapins. El día 16 de marzo al mediodía se hará además una acción de calle, en la que la gente, con ayuda de un mapa que encontrará en el muro de la falla, tendrá que ir buscando en diferentes puntos de la ciudad otras representaciones de estas “violencias fantasmas”.

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Foto: Cedida por SJD València

Este proyecto, en palabras de Reyes, su creadora, “surge de un desencuentro que tengo conmigo misma de ir por la calle y omitir a las personas que están ahí. La idea es que la gente se pregunte al ver los ninots si lo son o no, si son personas reales... Nos interesa ver la reacción de las personas, qué hacen, si se acercan o los ignoran”.

Carlos, de 24 años, lleva ocho viviendo en la calle “por una situación familiar muy complicada”. Él  también está ahora en el albergue de Sant Joan de Déu y está contento con su experiencia en el taller. Admite que muchas personas le han ayudado cuando estaba en la calle, pero otros han intentado “hacerme maldades, como intentar quemarme. Una vez estaba dormido, de repente me di cuenta de que el saco estaba ardiendo y me desperté a tiempo para apagarlo. Vi que habían sido dos que también viven en la calle. Y unos guiris borrachos intentaron mearme encima, pero yo duermo con un ojo abierto y estaba esperando el momento para salir del saco... Y por ejemplo, a un amigo le intentaron violar... Vivir en la calle es peligroso. Pero yo voy con un cartón, una manta, una mochila, una almohada y ya está. A sobrevivir”.

Alexander por su parte se considera afortunado. “Lo peor que me pasó es que me robaron el móvil y la documentación mientras dormía. Pero he escuchado historias que alucinas. Me han contado que gente que venía bebida ha visto a uno durmiendo en la calle y le han empezado a tirar piedras o a pegar palazos para robarle los cinco euros de mierda que tuviera. También hay violencia entre personas que están sin hogar. No consigo entender cómo podemos llegar a hacernos daño entre nosotros si estamos en la misma situación”.

“La gente nos mete en el mismo saco: ¿Vives en la calle? Eres drogadicto. Y no es verdad. En mi caso por ejemplo, mi padre era alcóholico y yo no lo soy y es más, no me gusta nada el alcohol”

Carlos piensa que debería tenerse en cuenta cada historia particular sin caer en prejuicios generalizados. “La gente nos mete en el mismo saco: ¿Vives en la calle? Eres drogadicto. Y no es verdad. En mi caso por ejemplo, mi padre era alcóholico y yo no lo soy y es más, no me gusta nada el alcohol”. Reconoce que tiene “carácter” y eso le ha causado muchos problemas, pero al mismo tiempo es lo que le ha hecho mantenerse a salvo tantos años en la calle porque “es duro, pero aprendes a defenderte y también aprendes muchos valores”

Ambos han participado en este taller, representándose a sí mismos en unos ninots tan realistas que asustan al primer encuentro. Reyes cuenta que “al principio ellos esperaban que yo les iba a decir lo que tenían que hacer, pero luego vieron que tenían que comprometerse y aportar cosas nuevas cada semana. Yo siempre valoro mucho más el proceso que el resultado, que es totalmente lo opuesto a lo que se hace en fallas, pero mi objetivo es darles voz a ellos”.

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A Alexander le gusta el arte, pero nunca se había visto capaz de hacer algo creativo con sus propias manos. Hasta ahora. “Empezamos a hacer la forma del cuerpo de los ninots, los cosimos con tela, los rellenamos con paja y comenzamos a hacer moldes con nuestras propias manos. Los pies fue más difícil, no salió bien”, se ríe “pero bueno, el taller me ha ayudado a tener una rutina de trabajo y me ha cambiado la perspectiva para intentar cosas de las que no me sentía capaz. De hecho ahora estoy estudiando precisamente algo relacionado con trabajo manual; un curso de Labora de instalador de placas solares”.

“Muchas veces ellos no se sienten capaces al principio de participar pero después se concentran en lo que están haciendo con las manos y no piensan en nada más y es lo mismo que me pasa a mí, no estamos tan distantes”, añade Reyes.

Por si aún no había quedado claro, ésta no es una falla al uso en busca del primer premio. Es lo que se denomina, con orgullo además, por sus propios creadores, una falla no normativa. Y por muchas razones. En primer lugar, se aleja de lo estético y lo pomposo, vuelve al origen real de estas fiestas, cargado de crítica social y usa materiales tradicionales de segunda vida como tela, paja y cartón.

“No sé en qué momento llegaron las Fallas Disney que no representan a la población ni a lo contemporáneo. Se indultan las más bonitas estéticamente pero no las que van cargadas de crítica”, dice Reyes

“No sé en qué momento llegaron las Fallas Disney que no representan a la población ni a lo contemporáneo. Se indultan las más bonitas estéticamente pero no las que van cargadas de crítica”, dice Reyes. La creadora de esta iniciativa artística, que empezó “a coser por su abuela” y se integró en el mundo fallero “por un vecino”, se escapa también de la definición fácil o normativa. Para empezar, no le gusta que le llamen artista. “Esa palabra la veo elitista. Me puedo llamar buscadora, exploradora, experimentadora, alquimista, química… pero no artista”. Algunos le dicen que ni siquiera están haciendo una falla porque “no hay ninots típicos, ni corcho ni hierro ni volúmenes, que parece que eso es lo único que importa ahora”.

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Para ella, estas fallas no normativas “están mas vinculadas a los orígenes y son más ecológicas” ya que usan materiales reciclados y aprovechan la paja que habitualmente se quema en diferentes zonas como rastrojo para hacer una única combustión. Esta exploradora apuesta por dejar de dar premios en Fallas. “Así la gente tendría que reflexionar cuál es la mejor para ellos o cuál representa mejor a la sociedad”.

Pero no le molesta la crítica. De hecho, ya está acostumbrada. Es la misma que plantó una falla experimental en Torrent el año pasado que se llamaba ¿Qué es la belleza? donde solo había una pasarela vacía, para desfilarla  quien quisiera. “En Torrent no me quieren volver a ver”. Pocos la entendieron, pero casi todos la recuerdan.

Y ése precisamente es su objetivo: la reflexión y la provocación, si es necesaria. “Estamos aburridísimas de las fallas que no cuentan nada conceptualmente. Las fallas están super desaprovechadas, deberían ser lo opuesto a lo que son ahora. Hay unas 700 fallas en Valencia y solo 23 son no normativas. Al final, lo que perpetúa las cosas son los premios y se premia lo más vacío, lo mas veneciano, de piratas y sirenas y así lo siguen haciendo porque eso es lo que gana”.

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Foto: Cedida por SJD València

Desde la asociación Sant Joan de Déu, organizadores de éste y otros talleres para personas sin hogar, apoyan totalmente este tipo de fallas reivindicativas. Mariola Valls Blanco, coordinadora de Solidaridad y Comunicación, afirma que “hay marcas que patrocinan las fallas y así volvemos siempre al mismo bucle capitalista. Necesitamos reapropiarnos de la potencia que tienen las Fallas como crítica social”.

En esta asociación ya habían llevado a cabo otras iniciativas artísticas con personas en situación de sinhogarismo. “Creemos que el arte”, dice Mariola, “es una herramienta de transformación y un vehículo de sanación para trabajar unas habilidades que de otra forma para ellos sería muy complicado y cumple un papel terapéutico en muchos casos”.

Mariola considera que el sinhogarismo destapa todas las violencias, desde lo verbal a lo físico pasando por la estructura de la propia sociedad.  “Les llamamos mendigos, indigentes… Toda la mochila que llevan encima es violencia. Creo que es valiente visibilizarlo con este proyecto. Es incómodo y desagradable de ver, pero es obligatorio para las entidades sociales que trabajamos por sus derechos”.

Esta asociación, vinculada a la organización religiosa hospitalaria de Sant Joan de Déu, atiende al año a más de 400 personas sin hogar, ofreciendo además de recursos de vivienda, talleres de formación profesional y un programa específico para salud física y mental. “El objetivo final”, continúa Mariola, “es que estas personas creen y tengan un proyecto de vida estable, integrada y que responda a sus deseos. Ofrecemos un albergue con 50 plazas, con comedor, sala de tv, biblioteca, actividades… y otras 50 plazas repartidas en 14 viviendas compartidas y otras tres para personas que necesiten vivir solas, cuando la convivencia se convierte en un obstáculo y necesitan un espacio de soledad para reencontrase consigo mismos”.

En el caso de Alexander, accedió primero a una de esas 50 plazas del albergue y después, a un piso compartido de la misma asociación. “Somos cuatro compañeros y me ha tocado un grupo bastante majo. Nos llevamos muy bien”. Su compañero de taller, Carlos, sigue en el albergue y también está agradecido por el trato que recibe porque “no te vigilan todo el rato como en otros sitios y te ofrecen muchas actividades: talleres profesionales, salidas al gimnasio, a la piscina o a tomar un café… Hay muchas asociaciones evangélicas que se lucran con la gente, la tienen como esclavizada”. “Tienes que vivir en su mundo, con sus normas, a las siete de la mañana levantarte y rezar, trabajas para ellos sin cobrar nada... La comida muchas veces está caducada, no puedes salir del centro prácticamente, es difícil ir incluso al médico, porque te tratan igual que si fueras un drogadicto, como si fuera un centro de rehabilitación. Me trataban en plan déspota y si decías algo que no les gustaba, te mandaban a fregar platos o lo que fuera. Pero aquí es diferente, estoy a gusto”.

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Foto: Cedida por SJD València

La asociación Sant Joan de Déu lleva 30 años atendiendo a este colectivo, a falta también aquí de una palabra mejor. “No nos gusta hablar de colectivo —matiza Reyes— porque es algo que atraviesa a diferentes individuos, que a todo el mundo le puede pasar, su historia es también la nuestra”.

Tampoco ellos se sienten identificados como grupo homogéneo. Alexander opina que gran parte de la culpa la tienen “los medios de comunicación que no tienen en cuenta los diferentes perfiles. Al fin y al cabo, dentro del sinhogarismo hay diferentes tipos de personas, unos se han quedado sin trabajo o sin casa, otros por adicciones… Pero no toda la gente llega al sinhogarismo por lo mismo. Somos personas como cualquier otro, hemos tenido más dificultades y un golpe que nos ha tumbado en la vida, pero la mayoría queremos salir de la calle, volver a trabajar y sentirnos útiles, no solo por la sociedad, sino por nosotros mismos”.

Y si usamos el masculino plural no es en tono genérico, es porque en este caso solo hay una mujer participando en el taller. El albergue de esta asociación es masculino y solo atienden en recursos de vivienda a siete mujeres, cuando están en su máxima capacidad. El tema de género en la calle requiere una atención aparte. “La culpa, el estigma social que padecen es brutal. Tienen que esconderse para que no las violen y para que no las maltraten. Y aunque no estén en la calle, también sufren violencias de muchos tipos”, dice Mariola.

Todas compartimos la idea de que en la calle hay menos mujeres y, según esta asociación, es una realidad que tiene una única causa: la violencia. Una de cada cuatro mujeres en situación de calle en Valencia ha sufrido agresiones sexuales

Todas compartimos la idea de que en la calle hay menos mujeres y, según esta asociación, es una realidad que tiene una única causa: la violencia. Una de cada cuatro mujeres en situación de calle en Valencia ha sufrido agresiones sexuales. De hecho, la única mujer que participa en este taller no ha querido salir en el vídeo que han grabado como parte del proyecto ni tampoco hablar directamente con El Salto, ya que es superviviente de violencia de género y aún tiene miedo a su agresor. Pero sí nos hizo llegar un escrito para incluir su voz en este reportaje, en el que relata su historia cargada de violencia desde que llegó a España, por culpa de sus parejas que la agredían o acosaban en diferentes momentos de su vida y traslada su enorme agradecimiento a las personas de la asociación que le están ayudando a salir de la calle.

Las mujeres acaban más tarde en el sinhogarismo porque éste entraña muchos más riesgos para ellas que para los hombres y a cambio, aguantan bajo techo situaciones de violencia intrafamiliar y precariedad durante más tiempo, en muchos casos para evitar a toda costa que los menores que estén a su cargo acaben también en situación de calle.

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Foto: Cedida por SJD València

Para los que miramos desde el otro lado, los que sí tenemos casa pero a veces no sabemos muy bien qué hacer cuando vemos a alguien sentado en la acera, Alexander aconseja: “Si ves a alguien en la calle, es preferible simplemente acercarte y preguntarle si necesita algo o si está bien”.  “O simplemente conversar un rato”, añade Carlos “no somos monstruos. Que pueda oler un poco mal, no significa que te vaya a hacer nada malo”.

En cuanto al futuro, ellos confían en salir pronto de la calle. “Yo al menos estoy haciendo todo lo posible para que así sea”, dice Alexander. “Salir de la calle se puede salir”, dice Carlos  “pero si no tienes herramientas es imposible. Necesitas estar en un albergue, tener algo de control de tu economía, trabajadores sociales que te ayuden… También tendrían que hacer más viviendas pensadas para la gente que está en la calle. Y no juntar en el mismo albergue a personas con problemas de adicción o de salud mental con personas que no los tienen. Tendrían que valorar más cada historia de forma personal”.

Por otra parte, Reyes está realizando también una falla infantil en colaboración con la ONCE en Castielfabib, bajo el título Recreatiu. Es “la primera falla que no vamos a ver, pero vamos a tactilizar. He trabajando mediante diferentes texturas, un paisaje que tiene nubes, sol, setas… Cosas que dibujamos cuando somos pequeñas. Las nubes por ejemplo nadie las ha tocado y será la primera vez para todas”. Reconoce que al principio había hecho una falla con los ojos “super cuqui y entonces he decidido taparla entera, es lo más honesto. En la ONCE me dijeron que el color rosa es el más difícil de imaginar para las personas que no ven, porque no pueden asociarlo con ninguna forma y por eso decidí pintarlo todo de color rosa. Intento que no haya barreras entre las fallas y la gente”.

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