En el margen
Francisco Godoy Vega: “El ojo del blanco es como el ojo de Dios: es abstracto, es superior y puede verlo todo”

Doctor en Historia del Arte, Francisco Godoy Vega forma parte del colectivo de arte colaborativo Ayllu. Este activista antirracista aborda las consecuencias del supremacismo blanco. En 2023 publicó el libro ‘Usos y costumbres de los blancos’.
Francisco Godoy
Francisco Godoy Vega. Foto: Milena Carranza Valcárcel
2 may 2024 06:00

Nacido en Santiago, Chile, Francisco Godoy es Doctor en la Historia del Arte, con una tesis sobre la geopolítica del sistema del arte. Fue profesor en la Universidad Autónoma de Madrid y ha trabajado con diferentes instituciones culturales, como el Museo Reina Sofía.

Migrado a Madrid hace casi dos décadas, pertenece al colectivo de arte colaborativo Ayllu, presente en diversas Bienales. El año pasado publicó el libro Usos y costumbres de los blancos (Pensare Cartonera, 2023), una recopilación de textos en torno a las comunidades que habitan el placer y el dolor.

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Lo ocurrido el pasado domingo a Vinicius es una muestra del racismo estructural que impera en España y en sus instituciones. Y quien no lo vea es porque no quiere o no le conviene.

¿Dónde naciste?
Nací en Chile, en Santiago, en un barrio periférico que se llama Franklin. Es un barrio muy popular, donde llegan los deshechos de los barrios ricos con el Zanjón de la Aguada, donde hay mucho comercio informal, “las ferias persas”, como se las llama. Un barrio de niño pobre, en definitiva.

Santiago está dividido en dos partes, un arriba y un abajo, un barrio alto para los ricos y un barrio bajo para los pobres. Los ricos en Santiago son blancos, son colono-descendientes, tienen apellidos raros. Desde la plaza de Italia, actual plaza de la Dignidad, hacía abajo encontramos a todos los cuerpos marrones, los cuerpos indígeno-descendientes y pobres. Hay una división económica y racial de la ciudad, lo cual se incrementó a partir de finales de los 90 con la migración peruana, y ha empeorado aún más en la última década con las migraciones haitiana, afro-venezolana y afro-colombiana. Es decir, el racismo en Chile se ha incrementado de una manera exponencial.

La idea que se tiene desde Europa es que Chile es un país predominantemente blanco, un poco como Argentina y Uruguay. No sé si eso es cierto…
Yo creo que es una idea que se tiene desde aquí. En el caso argentino existen 36 naciones indígenas, pero se sigue manteniendo el imaginario de que son todos blancos, descendientes de italianos. En el contexto español, en los años 70, el exilio de las dictaduras de Argentina, Chile y Uruguay marcó la configuración de lo sudaca.

Entonces se inventó el término sudaca, pero va a ser un sudaca exiliado, intelectual, de izquierdas, de clase media-alta y blanco. Toda la imagen que se va a construir en torno a nuestros países del cono Sur trasluce esa idea, porque esa élite que se exilió, que tuvo la posibilidad económica de salir del país, fue una élite blanca. A mí me pasa mucho que me dicen que no tengo pinta de chileno, por tener más cara de indio.

Ahora que hablas del término sudaca, ¿cómo se ha transformado ese término desde aquella idea inicial que me comentabas a las connotaciones que tiene en la actualidad?
Yo estuve varios años investigando sobre la historia y memoria de lo sudaca y cómo ese insulto tenía algo de insulto y algo de cobijo, porque esas personas que venían exiliados de procesos dictatoriales eran de alguna manera arropadas en el contexto de la transición española, y se fue transformando. En el caso chileno se asoció mucho la figura de Franco con Pinochet y se instauró la idea de que había que ayudar a esa élite blanca de izquierdas, muy asociada a la vez con la nueva canción latinoamericana. Distinto va a ser lo que va a ocurrir a partir del nacimiento de la Ley de Extranjería y el posterior ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. En ese contexto, el sudaca va a devenir panchito, machupichu, porque ya no va a ser ese psicoanalista argentino, sino que va a medir 1,60, va a ser más morenito y se va a parecer más a la concepción del indio que se creó en España desde el s. XVI. Entonces la connotación del término sudaca se va a hacer mucho más acuciante. No es el sudaca que queda bien tener en tu espacio laboral, porque tener un argentino o un chileno blanco en tu espacio laboral le da un valor multicultural, pero tener un panchito le quita valor simbólico.

Tienes una sólida formación, ¿qué estudiaste?
En Chile Trabajo social y una licenciatura en Estética, en Filosofía. Aquí un Máster en estudios Latinoamericanos y el Doctorado en la Historia del Arte, con una tesis sobre la geopolítica del sistema del arte, cómo funciona y cómo reproduce prácticamente el mismo flujo de los barquitos coloniales. Es decir, cómo esas mismas dinámicas del s. XVII se reproducen en el arte de los s. XX y XXI.

Los museos generan un efecto de absorción y robo de los saberes del Sur global, a la vez que los cuerpos y las instituciones del Sur global establecen una relación de deseo con esos museos centrales

Hablando de eso, ¿qué piensas del papel de los museos en esa relación colonial y de subalternidad?
Es una cuestión bien macabra, porque justamente los museos generan un efecto de absorción y robo de los saberes del Sur global, a la vez que los cuerpos y las instituciones del Sur global establecen una relación de deseo con esos museos centrales. Son lugares a los que la intelectualidad y el mundo artístico de Abya Yala quiere acceder. Esas instituciones son máquinas capaces de absorberlo todo, de lavarlo todo y de presentarlo todo bien bonito, eliminando toda la violencia y toda la carga jerárquica que hay en esa relación.

Has sido también profesor universitario en la Universidad Autónoma de Madrid, ¿no?
Sí, en esos años di muchas asignaturas, pero la propiamente mía se llamaba “Cultura visual contemporánea”, que tenía que ver con desplazarse de los debates del arte para pensar cómo la cultura visual construye nuestra subjetividad. Una parte importante de la asignatura era sobre la construcción racial del mundo, qué imaginarios en la cultura visual establecen que puede y que no puede hacer un cuerpo.

¿Cómo de abierta está la universidad española a los discursos disruptivos que se producen desde los sures?
Nada abierta. Cuando yo fui profesor en la Autónoma de Madrid era la primera persona no europea y no blanca dando clases en el departamento de Historia del Arte. El profesorado es profundamente blanco y eso ni se plantea, pero si se hicieses ese mismo ejercicio en términos de género sería un escándalo. Yo lo hablaba mucho con mis estudiantes, les preguntaba cuántos pensadores, historiadores o artistas no blancos habían leído o estudiado y la mayoría no lo había hecho nunca. Eso es grave porque es la construcción de la subjetividad y supone el hacer pensar que la historia sólo la escriben unos, que son sujetos neutrales y abstractos. Ni siquiera van a ser conscientes de que ese es el lugar de la blanquitud. Lo que sí veo es que en contextos como Catalunya empieza a haber una pequeña apertura, pero es algo peligrosa, porque pareciera que está bien que entremos ciertas voces y ciertos cuerpos, pero para ciertos momentos, como invitados especiales. Sin embargo, luego, para estar en las reuniones permanentes y para las tomas de decisiones no somos cuerpos tan bien recibidos.

Lo mismo que pasa con las universidades, pasa con los museos. Elvira Dyangani, directora del MACBA, es la primera directora negra de un museo en el reino de España y estamos hablando de tres años atrás. Nadie se pregunta eso: cuántos jefes de colecciones, cuántos jefes de exposiciones, cuántos jefes de programas públicos no blancos están en las instituciones. No hay y eso implica que todos los puestos de toma de decisión sean ocupados por personas blancas mientras los puestos asistenciales o de servicios son ocupados por personas no blancas. Esa es la división racial del trabajo que opera también en el ámbito de la cultura.

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Aunque cuenta con niveles educativos próximos a los de la población nacional, la amplia mayoría de la población extranjera está inhabilitada como sujeto pedagógico e investigador.

Cuando llegaste a España, ¿te encontraste un país distinto al que habías estudiado y al que imaginabas desde Chile?
Tú entrevistaste a Lucrecia Masson, ella tiene un texto muy interesante que se llama “Perder la fascinación”. Todas veníamos fascinadas a Europa, con una imagen de una España fantástica, pero aquí es cuando a una se le cae la teja. Yo me vine en la época de la aprobación del matrimonio homosexual, pero una se va dando cuenta de que además de maricón es otras cosas. Nada más llegar aquí, lo cuento en la introducción a mi libro Usos y costumbres de los blancos, el dueño del piso que alquilaba con mi novio me preguntó en una cena de qué árbol me habían bajado. Yo nunca me había imaginado que podrían preguntarme algo así. En ese momento ni siquiera supe cómo reaccionar, le dije que en mi ciudad había calles y autobuses, como excusándome, cuando él había hecho una pregunta que era violenta y que sabía que era violenta. Las de “vete a tu puto país” unas cuantas he recibido también, que dan cuenta de que Europa para nada es ese territorio ideal donde todo está más evolucionado y se respetan más los derechos humanos. Para nada, este es un territorio de muerte. Yo estuve una vez encerrado en el aeropuerto de Londres en la zona de deportación durante un día y eso es un territorio de violencia, pero te lo maquillan todo con un sello de la Cruz Roja y entonces hay derechos humanos. Lo que pasa es que para nosotras se aplican los derechos humanos, mientras ellos se aplican derechos económicos, políticos y sociales. A nosotras nos dan el derecho a la vida y con eso nos tenemos que conformar y ellos tomarán las decisiones sobre nosotres. Ahí hay una división que se hace mucho más tangible cuando habitas estos territorios de violencia.

En tu cuerpo confluyen dos opresiones, la racialidad y la disidencia sexual. ¿Por cuál has sido más atacado y cuestionado?
Creo que son ambas indisociables, no es que en un rato uno sea maricón y al otro rato sea indio-descendiente. Cuando te gritan maricón, lo hacen también porque no eres blanco, porque hay una complicidad entre blancos por la que no se tratan así. Hay un libro llamado El pacto de la blanquitud y en él Cida Bento narra muy bien ese pacto tácito. Yo diría que las mayores violencias que he vivido han sido las racistas, pero que ambos ejes están vinculados.

Nos preguntamos cómo sobrevivían las comunidades ancestrales el período colonial sin morir de pena y eso era a través del placer, del placer del baile, de la comida, del sexo, del estar juntas

Perteneces al colectivo Ayllu, ¿qué es y qué tipo de actividades lleváis a cabo?
Somos un colectivo de arte colaborativo, entendiendo el arte como la vida, la convivencia y la sobrevivencia. Organizamos diferentes tipos de proyectos relacionados con el convivir en memorias del dolor y el placer.

Nuestro diagnóstico es que las poblaciones migradas y las poblaciones racializadas ya nacidas acá habitamos ciertas memorias del dolor que se tejen. No es lo mismo venir de Abya Yala, que de África o de Asia, ni la violencia que sufrimos en este territorio, pero podemos encontrar puntos en común en ese eje opresor que es la blanquitud y en ese momento encontrarnos en memorias del dolor y memorias de la pena, ese dolor que no es lo que me pasó a mi o lo que te pasó a ti, sino que son dolores de larga data, de las madres, de las abuelas, etc. Al mismo tiempo, habitamos también unas dosis de sobrevivencia que son también ancestrales y que se articulan a través del placer. Nos preguntamos cómo sobrevivían las comunidades ancestrales el período colonial sin morir de pena y eso era a través del placer, del placer del baile, de la comida, del sexo, del estar juntas. En nuestros trabajos de arte, que muchos tienen que ver con espacios colectivos, pero también con Bienales y eventos de arte, intentamos ver cómo conviven esas memorias del dolor y del placer.

Habéis estado en varias Bienales internacionales, ¿verdad?
Sí, estuvimos en Sídney en 2020, en la India en 2022, en Sao Paulo en 2023… Sin embargo, en el contexto madrileño prácticamente no nos han invitado a nada y eso no es casualidad.

Algo que empezamos a hacer en 2016-17, que fue muy radical entonces, fue nombrar la blanquitud, lo que supuso un terremoto en los agentes culturales. Fue un ejercicio muy difícil de realizar con espacios activistas feministas o LGTBIQ blancos porque no lo entendían.

Hay un término que duele mucho a la blanquitud blanca española que es el de supremacía blanca española, ¿por qué escuece tanto?
Para los españoles, los blancos están en el Norte y son esos que colonizaron de mala manera. Cuando nosotras hablamos de supremacía blanca española estamos enunciando un tipo totalmente distinto, con una memoria del catolicismo, que se inventó el gran proyecto del mestizaje. Como dice Yuderkys Espinosa, esa es la violación originaria. Por eso, cuando hablamos de supremacía blanca española estamos pensando en esa forma soterrada, en esa memoria de Imperio que todavía persiste. El blanco británico o belga tiene una memoria más culposa de su pasado colonial, en cambio el blanco español no tiene esa concepción, pero yo siempre pregunto: “¿Quién te cuida tu casa, quién le limpia el culo a tu abuelo, quién te sirve las copas”?

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Uno de los proyectos que realizasteis con Matadero fue el POPS, Programa Orientado a Prácticas Subalternas, ¿en qué consiste?
Lo seguimos llevando a cabo desde condiciones bien precarias para generar espacios de conocimiento no blanco. De hecho, en febrero hablé como “experto” en la Asamblea de Madrid, en la Comisión de Cultura, para hablar sobre qué implica descolonizar las instituciones culturales, que, entre muchas otras cosas, implica el reconocimiento de los saberes de los cuerpos no blancos. Estoy segura de que la izquierda española tiene en su cabeza a Foucault, a Marx y a tantos otros sin plantearse de qué manera sus bibliografías son racistas.

El POPS lo estamos llevando a cabo ahora en Periferia Cimarronas, en Barcelona, en un programa de un mes y medio, bastante más reducido de lo que veníamos haciendo en Matadero, que era de un año. El POPS viene a cuestionar el conocimiento blanco universitario como un conocimiento científico, que siempre ha considerado que nuestros saberes son experiencias o casos de estudio. Nos consideran como informantes de algo, pero la teoría sigue siendo producida por ellos. Así, cuestionamos las formas en las que se reproduce sutilmente la supremacía blanca y eso pasa por transformar de forma radical los espacios de formación.

¿Qué tipo de alumnado asiste al POPS?
Te diría que el 99% del alumnado es no blanco. Es decir, hay un desinterés sobre estos conocimientos por parte de la blanquitud. Por esto mismo se genera un espacio de confianza porque lo que enunciamos tiene que ver con sus vidas migrantes y racializadas, sin embargo, con los blancos hay que estar argumentando con “datos científicos” porque no quieren entenderlo. Hay una autora afro-holandesa, Gloria Bekker, que habla de la “inocencia blanca”. El blanco siempre quiere ser inocente y se hace como el loco, entonces, cuando tú le hablas de algo sobre lo que tiene una responsabilidad histórica y que incluso puede reparar, ahí se le desmorona el mundo. Acceder a estos conocimientos es generarle al blanco un espacio de inestabilidad porque los cimientos de su vida se ponen en entredicho, porque entonces su caridad, su buenondismo, sus vacaciones en El Caribe, de repente se ven puestas en entredicho. Es por eso que es difícil que accedan a esos espacios de conocimiento, porque en realidad no quieren saber esas cosas.

Desde el Ministerio de Cultura se está promoviendo un proceso de descolonización de los museos estatales, ¿qué te parece?
Creo que abrirse a la pregunta en sí ya es un paso, pero creo que es un proceso imposible, porque la descolonización de los museos implicaría la destrucción misma de la idea de museo tal cual como existe. Implicaría acabar con la idea del objeto que es conservado hasta la eternidad además de la devolución de todo lo robado y, cuando digo lo robado, hablo también de las “donaciones”, como el Tesoro Quimbaya, que regaló un presidente colombiano en el s. XIX a España y del que actualmente se está reclamando su devolución. Implicaría, incluso, el análisis económico de cómo se consiguieron las colecciones europeas. Si miras el Museo del Prado, todo lo que está ahí se financió con el robo colonial, por lo que implicaría devolver hasta los Velázquez al Abya Yala. Eso sería un nivel primario de la descolonización de los museos, porque una descolonización no puede ser pacífica, sino un ejercicio de guerra y reparación ante la violencia de cinco siglos. Descolonizar no puede ser una cosa simpática, de buena onda. En el caso de los museos españoles, supondría, además de ese ejercicio, que esa institución, o lo que quede de ella, esté dirigida por personas no blancas. Cuando los directores de los museos de este país sean directores no blancos, cuando los jefes de departamentos sean no blancos, ahí podemos hablar de descolonizar algo, pero mientras los lugares de toma de decisión sigan siendo espacios para blancos, no hay descolonización.

Por ejemplo, a mí la Academia y el Museo me expulsaron para fuera como una lavadora porque empecé a denunciar la blanquitud y a decir que no estaba bien investigar según qué cosas.

Todo el mundo producimos conocimiento situado, otra cosa es que los blancos a su conocimiento situado lo llaman conocimiento universal

Te he escuchado hablar de la idea de los pensamientos situados, ¿qué son y qué función epistémica juegan?
Por ejemplo, eso que hemos hablado antes de enunciar la supremacía blanca española, porque no es que yo estoy haciendo una teoría global de la blanquitud. El tiempo es corto, es escaso, no tenemos posibilidad de acceder a todo. Por tanto, nuestra producción de conocimiento parte de un lugar, que es físico, geográfico, pero también es un lugar de una memoria. Es decir, mi pensamiento situado está en España, pero mi ancestralidad está en mi abuelito aymara. Yo reconecto con ese saber de mi abuelo, que es un pensamiento borrado, pero en este territorio. El pensamiento situado es una práctica muy habitual de los feminismos y los antirracismos en general. Y la aportación que realiza es justamente poner en cuestión las condiciones de producción del saber y la falta de neutralidad occidental, es decir, dar cuenta de en qué condiciones materiales estoy produciendo este saber: si tengo o no un trabajo, si estoy sano o enfermo, si tengo que hacer trabajo doméstico, asistencial o sexual para producir un conocimiento. Eso pone en jaque a la historia del pensamiento, porque de Hegel no sabemos nada de cómo producía, él no cuenta nada. Los pensadores clásicos escribían teoría sin condiciones materiales, sin saber de si ese hombre tal vez le pegaba a su mujer. Eso da cuenta de que todo el mundo producimos conocimiento situado, otra cosa es que los blancos a su conocimiento situado lo llaman conocimiento universal, por tanto, es un conocimiento que no tiene cuerpo y entonces da igual si Hegel estaba en una mansión, si tenía una esclava o si había sido colono.

Tengo la idea de que hay determinadas élites dentro de Abya Yala que aún siguen muy fascinadas con esa España colonial y racista…
Sí, totalmente. Yo recuerdo una vez que fui a Bolivia por trabajo, entonces yo trabajaba en el Museo Reina Sofía, a ver unas obras y la directora del Museo Colonial en Sucre me enseñó hasta sus certificados familiares de Valladolid. Las élites de poder en América Latina reivindican mucho su memoria colonial, tanto española como las posteriores de alemanes, franceses, etc. Eso es lo que Enrique Dussel llamaba el “ego conquero”. El blanco carga en sí con un ego conquistador y, si eres blanco latino, todavía más. Es bien violento cómo opera la supremacía blanca en territorios colonizados.

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¿Crees que la conservación de las distintas formas del habla de Abya Yala es también una forma de resistencia activa?
Yo lo entiendo como una pulsión psicológica colectiva por el mantenimiento de la vida. El habla yo la considero una estrategia de sobrevivencia. Tal vez quien más menciona estas cuestiones es Ngũgĩ wa Thiong'o, que habla de que el lenguaje es una zona de guerra. Creo que eso es un ejercicio de descolonización radical de la vida. Tomar una posición activa en la descolonización del mundo es una posición de guerra y por eso te decía que como Colectivo Ayllu fuimos carne de cañón, porque fuimos primera fila de batalla en esta tierra de colonos. Estamos en un estado de guerra racial y eso no se ha acabado, las muertes en las fronteras lo demuestran.

¿Hay mucho racismo en el mundo LGTBIQ blanco?
Fanon tiene un texto muy bonito que dice algo así como: “Si me quieres, dices que es a pesar de mi color. Si no me quieres, dices que no es por mi color. Aquí o allí soy tu prisionero”. Esa la cárcel del racismo, porque en cualquiera de las posiciones existe una dimensión racial en la relación erótica que se establece. Hay un ero-exotización y miles de racistadas que habitan en el mundo del deseo. De alguna manera, puedes estar en la cama con tu enemigo, con alguien que en cualquier momento tiene la potestad de violentarte por esa configuración racial del mundo.

¿En qué libros has colaborado?
He colaborado en más de quince libros, pero quisiera primero mencionar Descolonizar el museo, publicado por L’internationale, una red europea de museos, que partió de un seminario organizado en el MACBA. Es un libro sin efecto en el mundo real, un lava-conciencias.

Para mí, los libros más importantes son los que he realizado con otras personas no blancas, como Devuélvannos el oro, que enlazaba distintos tipos de escrituras: poéticas, académicas, ensayísticas, visuales, y colocaba en un mismo nivel producciones que la Academia no reconocería como producciones de pensamiento. Reivindicamos el sentimiento como forma de conocimiento antirracista, porque son sentipensares. Mi último libro individual, Usos y costumbres de los blancos, tiene un subtítulo que es “La pena perpetua del colonialismo cultural” y me gusta pensar lo de la pena perpetua como un dolor perpetuo y también como una cárcel perpetua. El título del libro nace de una nomenclatura que se usaba en tiempos coloniales, que era la de “usos y costumbres de los indios” para que los cronistas narrasen las cosas, barbaridades, hechicerías e idolatrías que cometían los indios. Quise hacer un desplazamiento, ya que habito en un territorio colonizador, de pensar y estudiar a los blancos. Es un ejercicio que he hecho yo, pero en diálogo con mucha gente, con el Colectivo Ayllu y con amigas negras, indígenas, etc. Es un diálogo de esto que hablaba antes de las comunidades del dolor y del placer.

Se observa cómo se repiten patrones de comportamiento relacionados con la construcción de la subjetividad blanca como un ser intocable que no tiene dudas y que no se equivoca

Se observa cómo se repiten patrones de comportamiento relacionados con la construcción de la subjetividad blanca como un ser intocable que no tiene dudas y que no se equivoca. El español, incluso en su forma de hablar, tiene un habla sumamente impositiva. Nunca habla desde un signo de interrogación, siempre habla desde una verdad y darse cuenta de cómo esto construye realidad es brutal. Eso se reproduce en múltiples mecanismos, en las bibliografías, en la televisión, en la publicidad, en las redadas racistas. Eso es una reproducción de los usos y costumbres de los blancos de identificar, de catalogar y de clasificarnos a todes. Y cuando digo todes me refiero a todos los cuerpos no blancos y seres de la “naturaleza”. Es decir, el ojo del blanco es como el ojo de Dios: es abstracto, es superior y puede verlo todo.

El libro es una recopilación de textos que comencé a escribir hace unos 10 años atrás y algunos registros de performances que he hecho. Si bien yo publiqué otro libro de pensamiento en 2018, que fue el libro de mi tesis, La exposición como recolonización, ese es un libro sumamente academizado por el aparato de la tesis doctoral. Este vendría a ser un libro que da cuenta de mi pensamiento de una manera más autónoma, sin esos corsés que coloca la Academia. Hay un par de capítulos precisamente sobre el punto ciego de los investigadores blancos de nunca reconocerse en su blanquitud, da igual que estén estudiando un periodo histórico o micro-biología. En todo sistema investigativo la raza atraviesa las lecturas y la forma de interpretación de los materiales. No existe un científico neutro.

Para mí ha sido muy lindo porque, cuando he dialogado con gente racializada sobre el libro, hay una complicidad, primero en la ironía de este ejercicio de burlarse de las costumbres de los blancos hay una risa cómplice, y luego el reconocimiento real de que esas prácticas que cuento en el libro, por ejemplo, del s. XVIII se reproducen hoy en día. Y no es que las vea yo y me haya vuelto loco, sino que esas prácticas las ve mucha gente racializada porque las vive en el cotidiano. Porque el gran aparato institucional del racismo no funciona si no funciona también la capa permanente y cotidiana del racismo.

¿Hay alguna cosa que te gustaría añadir para terminar?
Estaba pensando en un libro de poesía que publicó hace poco un amigo afro trans, Rioko Fotabon, que se llama: “¿Quién repara este dolor?”. Hace unos meses presenté su libro en La Parcería y me pasó algo que hacía mucho tiempo que no me pasaba, que me emocioné y no podía hablar. Porque pensaba y decía: “¿Cómo se repara el dolor de la muerte de Mame, cómo se repara el dolor de la muerte de Sara Baartman en el s. XIX, cómo se repara el dolor de la muerte de Fernandito Tupacamaru en Lavapiés en el s.XVIII, cómo se repara la muerte de los filipinos que murieron en el zoológico humano de El Retiro?” ¿Cómo se reparan esos dolores que tienen tantos años? Muchos de esos cuerpos no tienen nombre, no se les ha dado estatuto de humanidad porque no tienen nombre, pero son memorias del dolor que nos habitan. Entonces, yo me pregunto junto con Rioko, quién repara ese dolor y cómo se repara ese dolor, porque es una herida abierta y gigantesca.

Finalmente quisiera cerrar la entrevista con una cita del Colectivo Ayllu en la introducción al libro Devuélvannos el oro: “Confrontamos la imposibilidad del habla impuesta por el colono como una forma de afrenta de quienes migramos y decidimos no agachar sumisamente la cabeza. Devolver el oro no es entonces una confrontación al reino de España desde la lectura capitalista de los metales preciosos robados del Sur global, sino que una necesidad de devolución de todas las vidas, cosmologías, epistemologías y sexualidades que Occidente, y en particular el Imperio español, nos ha querido robar. Al gritar: “¡Devuélvannos el oro!” queremos la recuperación de lo arrancado, la presencia de lo no existente, de lo que intentaron robar, de las vidas fugitivas, los cuerpos desterrados, los penachos, elekes y dioses secuestrados, las ánimas perdidas, los frutos prohibidos, los manatíes y aves enjauladas, la sangre derramada, los cantos silenciados, el oro, la plata, los diamantes, la caña de azúcar, la papa, los vicios, las idolatrías extirpadas. Devuélvannos el oro es entonces recordarle al blanco que le conocimos a partir del rapto, el saqueo, la violación y que esta violencia se reactiva cada día. No hay perdón ni olvido, la reparación que exigimos no es moneda de intercambio”.

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Asanuma
2/5/2024 17:40

Gracias por esta entrevista tan interesante. De pronto me vienen a la mente un montón de películas que a lo largo de las décadas el "ojo del blanco" mostraba que los malos siempre eran los naturales de cualquier lugar, es decir enseñando a las sociedades occidentales a ser racistas para justificar la barbarie.

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