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Las reglas del juego

Aunque es poco probable que el reciente intercambio de fuego entre Israel e Irán desemboque en una guerra total, este ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de Israel en un momento político decisivo.
Caza de combate irani
Caza de combate iraní en homenaje a los mártires de la guerra. Álvaro Minguito

El 17 de febrero de 1979, apenas seis días después del triunfo de la Revolución Iraní, Yasser Arafat realizó una visita imprevista a Teherán, durante la cual se dirigió a una muchedumbre jubilosa que le rendía admiración. «En nombre de los revolucionarios y de los combatientes palestinos, me comprometo a que, bajo la dirección del gran imam Jomeini, liberaremos juntos la patria palestina […]. Estamos librando la misma lucha, la misma revolución […]. Todos somos musulmanes, todos somos revolucionarios islámicos». Con las cámaras de los informativos enfocándole, Arafat entró en la embajada israelí saqueada e izó la bandera palestina desde el balcón ante una enorme multitud, que coreaba «¡Arafat, Jomeini!» y «¡Viva Palestina!». Las imágenes resonaron en todo el mundo árabe. Por un momento, Irán pareció inaugurar una nueva era de revolución anticolonial en cuyo desenvolvimiento la liberación de Palestina ocuparía un lugar central. En estos momentos, resulta difícil comprender postura mantenida por la República Islámica hacia el Estado israelí y su asesina campaña contra Gaza sin retroceder primero a este período.

Los lazos que unen a los militantes palestinos e iraníes se remontan a principios de la década de 1950. Sin embargo, no fue hasta finales de la década siguiente, cuando los revolucionarios de la Organización de Guerrillas Fedai del Pueblo Iraní, de orientación marxista-leninista, y de la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán, así como los futuros oficiales del Cuerpo de los Guardias Revolucionarios Islámicos, empezaron a viajar a los campamentos palestinos de Líbano para adquirir formación en el arte de la guerra de guerrillas. En 1970 otro grupo de jóvenes idealistas iraníes, que más tarde se conocería como el Grupo Palestina, emprendió su propio peregrinaje a los campos con el objetivo de lanzar finalmente una guerra nacional de liberación en su patria. Fueron capturados por el SAVAK, el temido aparato de seguridad del sah, y llevados ante un tribunal militar, donde su caso les dio fama internacional, llegando a las páginas de Les Temps Modernes e inspirando a la generación de activistas que finalmente derrocó al régimen iraní a finales de la década.

Muchas de las calles, plazas y cines de Teherán llevan el nombre de Palestina, erigiéndose así como monumentos a este periodo de solidaridad tercermundista y panislámica

La causa de la liberación palestina fue parte constitutiva de los movimientos políticos e intelectuales que dieron forma al proceso revolucionario iraní durante la larga década de 1970, de los grupos marxistas-leninistas a los islamistas y populistas religiosos. Las masas palestinas e iraníes consideraban que tenían un enemigo común. No sólo el sah e Israel estaban respaldados por el poder imperial de Estados Unidos, sino que también se consideraba que el Mossad había apoyado y entrenado a la SAVAK, lo que le hacía responsable indirecto de la muerte de innumerables revolucionarios iraníes. Cuatro décadas después, los signos de este legado siguen siendo visibles. Irán sigue celebrando el Día de Quds, la celebración anual «para que los débiles y oprimidos se enfrenten a las potencias arrogantes», y muchas de las calles, plazas y cines de Teherán llevan el nombre de Palestina, erigiéndose así como monumentos a este periodo de solidaridad tercermundista y panislámica. En los sermones oficiales de los viernes se canta «Muerte a Israel» y el ayatolá Alí Jamenei sigue ciñéndose la kufiya en sus apariciones públicas. Sin embargo, muchas cosas han cambiado desde febrero de 1979. Los días de fervor revolucionario y de las posibilidades revolucionarias han pasado y este mundo de vida histórico se ha convertido en una sombra de lo que fue.

No fue hasta el estallido de la guerra con Iraq (1980-1988), cuando el movimiento transnacional de resistencia anticolonial de Irán pareció transformarse de forma gradual y desigual en un proyecto de Estado islamista desprovisto del pluralismo ideológico, que lo había definido durante las décadas precedentes. Hubo varias razones para que se produjera este cambio: la expansión de la presencia naval estadounidense en el Golfo Pérsico, que comenzó con Carter y se intensificó con Reagan; las sanciones y embargos de armas impuestos por Estados Unidos; el apoyo económico, diplomático, militar y de inteligencia de Occidente a Sadam Husein; además de los intentos de la República Islámica de establecer el monopolio doméstico de la violencia, lo cual trajo aparejada una fuerte represión contra la oposición interna. Todo ello creó un Estado aislado internacionalmente y realmente asediado, además de propenso a brotes de paranoia extrema y de autoritarismo en nombre de la seguridad nacional. La guerra irano-iraquí infligió inmensos daños a ambas partes y alcanzó su innoble desenlace cuando proclamas triunfalistas como «la liberación de Jerusalén pasa por Karbala» dieron paso a la aceptación a regañadientes de la Resolución 598 del Consejo de Seguridad.

Los aparatos estatales iraníes han demostrado ser extraordinariamente hábiles a la hora de explotar los vacíos políticos y de seguridad para trabajar con actores que comparten un amplio conjunto de objetivos

El conflicto enseñó a los dirigentes iraníes que el intento de exportar la revolución bajo sus propios auspicios provocaría la unión contra ellos de sus múltiples enemigos, así como que el Estado iraní no podría garantizar su seguridad recurriendo únicamente a los medios militares convencionales, viéndose obligado a seguir una estrategia asimétrica, un proceso que ya había comenzado en la década de 1980. Dado que la República Islámica era objeto de sanciones contundentes y sometida al embargo internacional y no tenía ni el deseo ni la capacidad de comprar aviones de combate F-14 Tomcat a su antiguo patrón imperial, empezó a invertir recursos en su programa de misiles balísticos y otros recursos asimétricos. Un aspecto aún más importante de esta estrategia, que surgió de la dialéctica de la revolución, la guerra, la consolidación del régimen y el cerco imperial, fue el cultivo de profundas relaciones orgánicas con grupos políticos y elementos populares, que pretendían resistirse a la dominación estadounidense e israelí.

Entre ellos se encontraba Hezbolá, actualmente la fuerza paramilitar no estatal más poderosa del mundo, que surgió a raíz de la invasión israelí de Líbano en 1982, cuando la República Islámica y sus Guardias Revolucionarios respondieron a las peticiones de apoyo de clérigos activistas y militantes activos sobre el terreno libanés. Dos décadas después, la invasión de Iraq liderada por Estados Unidos y el derrocamiento de Sadam Husein permitieron a Irán insinuarse en el país, forjando lazos con grupos políticamente alineados, que deseaban la expulsión de las fuerzas militares occidentales. Este proceso se consolidó en 2014, cuando el Estado Islámico derrotó al ejército iraquí en Mosul, hecho que provocó la formación de las Unidades de Movilización Popular a instancias del gran ayatolá Ali al-Sistani, que recibieron apoyo de Irán para contraatacar a los insurgentes. El «Eje de la Resistencia» tomó forma, pues, mediante una serie de alianzas contingentes a menudo propiciadas por la extralimitación imperial y la oposición que inevitablemente esta suscitaba. Los aparatos estatales iraníes han demostrado ser extraordinariamente hábiles a la hora de explotar los vacíos políticos y de seguridad para trabajar con actores que comparten un amplio conjunto de objetivos, como ilustran los «Iran Cables» publicados por The Intercept.

Irán o, más concretamente, la Fuerza Quds de los  Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) no «controla» simplemente a estos actores extranjeros, a pesar de lo afirmado por los medios de comunicación occidentales. El alcance de su influencia varía según el contexto y la organización de que se trate. Su relación con Hezbolá es profundamente diferente de su relación con Ansarullah, el grupo radicado en Yemen, o con la milicia Kata'ib Sayyid al-Shuhada de Iraq, y sus vínculos con Hamás son aún más complejos (ambos tomaron bandos opuestos en la guerra civil Siria, lo que tensó intensamente sus relaciones). Estos grupos tienen sus propios motivos para resistir la penetración imperial estadounidense, la ocupación israelí o la dominación saudí. Están muy lejos de ser meros «apoderados» de Teherán.

La concepción del Líder Supremo iraní de Oriente Próximo, que los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica se encargan de hacer realidad, implica poner fin a la presencia militar estadounidense en la región y desmantelar el Estado militar colonial de colonos de Israel. El apoyo financiero y militar de Irán a sus aliados es una parte esencial de esta estrategia. La República Islámica debe caminar, sin embargo, por una delgada línea que corre entre la persecución de estos objetivos políticos y la evitación de una guerra regional, que lo consumiría todo y en la que Estados Unidos asumiría casi con toda seguridad un papel protagonista, lo cual requiere un planteamiento racional y pragmático, que permita mantener la «profundidad estratégica» proporcionada por los aliados iraníes en el exterior y, al mismo tiempo, evitar el contragolpe en casa. Esta forma de actuar es bien recibida por algunos sectores de estos países extranjeros y amargamente resentida por otros.

La llamada «guerra en la sombra» entre Irán e Israel se prolonga ya durante décadas y se libra principalmente por medios indirectos. Antes de la Revolución de 1979, ambos países tenían una larga historia de cooperación en materia de inteligencia, asuntos militares y relaciones económicas. Tras la Revolución de 1979, Israel confió todavía en poder arreglar las cosas con su antiguo aliado de acuerdo con la célebre «doctrina de la periferia» esbozada por Ben-Gurion, que pretendía establecer lazos estratégicos con naciones no árabes como Irán, Turquía y Etiopía. Sin embargo, tras los Acuerdos de Oslo, los políticos israelíes, de Shimon Peres a Benjamin Netanyahu, adoptaron paulatinamente el discurso de la «iranofobia» en medio de un pánico moral ante la creciente influencia del país. A partir de entonces, Israel hizo todo lo posible por alimentar la histeria sobre Irán para justificar su actual proyecto de ocupación militar y asentamiento colonial. Se podría decir que si Irán no existiera, Israel habría tenido que inventarlo como bête noire políticamente útil, lo cual no significa negar que la República Islámica suponía un verdadero problema para un régimen israelí expansionista, que buscaba la hegemonía regional, porque realmente era así. Pero los cínicos políticos israelíes, entre los que Netanyahu no tiene parangón, han explotado y exagerado sistemáticamente el problema iraní para promover sus objetivos en casa y en los territorios ocupados.

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Sidecar Deshacer Oslo
Cuando se convoca a los palestinos, suele ser para que den testimonio de la brutalidad y la desposesión, no para que ofrezcan sus prescripciones políticas. Decolonising the Palestinian Mind es una brillante excepción a esa tendencia.


La relación Irán-Israel es una relación en la que ambas partes conocen bien las «reglas del juego» no escritas. El modus operandi de Israel ha consistido en asesinar a científicos nucleares iraníes, a miembros de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y a personal militar aliado, en sabotear instalaciones nucleares y otros objetivos industriales, en organizar ataques con aviones no tripulados contra diversos emplazamientos militares y en lanzar incursiones contra supuestos objetivos del CGRI en Siria. Irán, por su parte, ha seguido apoyando a sus aliados a lo largo de las fronteras de Israel con la esperanza de disuadirlo de arremeter contra los Estados vecinos y erosionar así su determinación de proseguir su empresa colonial en Palestina.

Para muchos iraníes, parece que la «amenaza a la seguridad» más grave procede del tumulto social y político presente dentro de las fronteras del país, no fuera de ellas

En los seis meses transcurridos desde el ataque de Hamas contra Israel perpetrado en octubre de 2023, las acciones de Irán han sido en gran medida coherentes con esta doctrina de seguridad. Inmediatamente después del ataque, Jamenei subrayó que Irán no tenía conocimiento previo del mismo ni había participado en su planificación: «Por supuesto, defendemos a Palestina y su lucha […] pero quienes dicen que el trabajo de los palestinos proviene de los no palestinos no conocen a la nación palestina y la subestiman […]. Ahí radica su error y su cálculo erróneo». Esta rara intervención pública reflejaba su deseo de evitar un intento del Estado israelí de responsabilizar a Irán y desencadenar así una guerra de mayor envergadura. Tanto los dirigentes iraníes como Hezbolá han evitado caer en esta trampa, que podría distraerles de la catástrofe que se está desarrollando en Gaza y arrastrarles a un enfrentamiento con Estados Unidos. En lugar de ello, están jugando a un juego concebido a mucho más largo plazo: mantener un equilibrio disuasorio con Israel, pero absteniéndose de cualquier acción que pudiera provocar una conflagración regional.

La moderación de Irán viene determinada en parte por su situación política interna, que sigue siendo frágil y plagada de contradicciones. Se ha instalado en el país un sentimiento generalizado de malestar, provocado por el descenso del nivel de vida, los escándalos de corrupción y los episodios de brutal represión contra el descontento social, que se manifestaron de forma espectacular durante las revueltas lideradas por las mujeres iraníes en el otoño de 2022. La inercia política se ha apoderado de la nación y la incertidumbre sobre el sucesor de Jamenei ha alimentado las luchas intestinas y las pugnas por el poder en el seno de la elite. Para muchos iraníes, parece que la «amenaza a la seguridad» más grave procede del tumulto social y político presente dentro de las fronteras del país, no fuera de ellas. Ante tal inestabilidad, se ha producido un intenso debate público sobre los costes de entrar en conflicto con las potencias imperiales y sobre si el país puede asumirlos. Además, aunque el pueblo iraní se siente horrorizado por los crímenes de Israel, los intentos del Estado de convertir el antisionismo en un componente de su propia identidad islamista ha generado un considerable resentimiento en algunos sectores, el cual es quizá más evidente entre la generación más joven, que se resiente de las políticas culturales y políticas restrictivas del gobierno y de su invasivo aparato de vigilancia.

Israel por su parte ha puesto a prueba los límites de la reticencia iraní a entablar hostilidades directas. Su reciente ataque aéreo al complejo diplomático iraní en Damasco, en el que murieron varios oficiales de alto rango de la Fuerza Quds y se violaron normas diplomáticas básicas, fue el tipo de escalada que Teherán no podía ignorar. Al igual que se vio obligado a responder al asesinato de Qassem Soleimani perpetrado en enero de 2020, estaba obligado a hacer lo mismo este mes, aunque sólo fuera para restablecer los parámetros básicos de su doctrina de disuasión. Los dirigentes iraníes lanzaron la Operación Promesa Verdadera el pasado 14 de abril, que supuso el primer ataque militar iraní contra Israel lanzado desde su propio territorio: este ha consistido en un complejo ataque enjambre multidimensional, que ha movilizado más de trescientos drones y misiles balísticos y de crucero de producción nacional, y que los medios estatales iraníes mostraron sobrevolando Karbala en Iraq y la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. Irán avisó con antelación de la operación a sus vecinos y a los estadounidenses. Con el apoyo de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Jordania, las autoridades israelíes afirmaron haber derribado el 99 por 100 de todos los proyectiles entrantes, aunque esta cifra se revisó posteriormente a la baja.

Afortunadamente, este enfrentamiento sin precedentes tuvo una «salida» para todas las partes implicadas. No murió ni un solo ciudadano israelí, lo que redujo la necesidad de una gran represalia por parte de Tel Aviv, y aun así la República Islámica pudo afirmar que había reafirmado sus líneas rojas y restablecido la disuasión. Antes incluso de que la operación hubiera terminado, la Misión Permanente de Irán ante las Naciones Unidas declaró que «el asunto podía darse por concluido». El jefe de las fuerzas armadas iraníes, el general de división Mohammad Baqeri, declaró que «las operaciones han terminado y no tenemos intención de continuarlas». Sin embargo, también insistió en que si Israel decidía tomar represalias, Irán lanzaría un ataque mucho mayor sin previo aviso.

Aunque el ataque iraní tenía como objetivo principal reafirmar las líneas de enfrentamiento anteriores, el hecho de que en torno a nueve de los treinta misiles balísticos (las cifras exactas siguen siendo controvertidas) fueran capaces de penetrar las defensas de la Cúpula de Hierro de Israel y lograr impactos directos en dos bases militares, incluida la base aérea de Nevatim, desde la cual se había lanzado el ataque contra el consulado de Damasco, afectará sin duda al cálculo de los dirigentes israelíes en el futuro. El alcance del contraataque israelí del 19 de abril, cerca de una importante base aérea en la ciudad de Isfahán, sigue sin estar claro, pero obviamente estaba calculado para evitar provocar nuevas represalias por parte de Irán. Aunque es poco probable que el reciente intercambio de fuego desemboque en una guerra total, ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de Israel en un momento político decisivo.

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Al igual que el ataque de Hamas lanzado contra Israel el pasado mes de octubre puso en evidencia la insensatez de ignorar la difícil situación de millones de palestinos que viven bajo el bloqueo, la ocupación y el apartheid, la Operación Promesa Verdadera lanzada por Irán ha sentado un nuevo precedente que Israel y sus aliados ignorarán a sus expensas. Irán, que ya ha sido sancionado hasta la extenuación por las potencias occidentales, ha demostrado que está dispuesto a tomar represalias desde su territorio si Israel decide intensificar temerariamente los combates y romper las reglas de enfrentamiento establecidas. La cuestión es si el Estado israelí aprenderá la lección y revertirá la situación de peligrosísima inestabilidad actual. Aunque en esta ocasión Biden se negó a apoyar una respuesta contundente por parte de Israel, puede que no sea así en el futuro o que un nuevo gobierno estadounidense opte por conceder tal apoyo. Mientras Israel continúe su guerra total contra los palestinos, el espectro de un conflicto regional de mayor envergadura seguirá siendo una posibilidad absolutamente real.

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Artículo original: Rules of game publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Susan Watkins, «El Tratado de No Protesta contra las Armas Nucleares», NLR 54. 
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Hodei Alcantara
Hodei Alcantara
3/5/2024 7:26

A expensas del sistema político interno represor, los cálculos del gobierno iraní son muy inteligentes: Saben que de tu a tu son incapaces de enfrentarse al sionismo y sus aliados, por ello, están tejiendo lentamente una red de alianzas locales muy poderosa.
Si los demás países árabes hicieran lo mismo, el sionismo estaría en jaque...

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