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Contigo empezó todo
La vacunación obligatoria que incendió Río de Janeiro
Por orden del Gobierno de Brasil, a partir del 11 de noviembre de 1904 la vacunación contra la viruela es obligatoria en Río de Janeiro. Quien no acceda, será castigado con una multa y sufrirá el ostracismo: no podrá casarse, asistir a la escuela, viajar o acceder a un empleo público.
Una semana después, el paisaje de Río consiste en tranvías volcados y quemados, barricadas, tiendas saqueadas y edificios del Estado arrasados. El Gobierno retira la ley de la vacuna obligatoria.
La “civilización” contra los “bárbaros”
Desde finales del siglo XIX, la oligarquía cafetalera brasileña domina el país. Esta tiene una obsesión. Hay que “civilizarse”, “modernizarse”, “ser como Europa”. La alta sociedad brasileña quiere beber té como sus homólogos ingleses y bailar en salones de lujo como los de París. Pero tienen un problema: Río. Allí no hay hoteles, ni cafés, ni ópera. Lo que sí hay, muchos más que en Londres y París, era lo que a sus ojos eran indeseables: una enorme masa de obreros pobres y otra aún mayor de gente aún más miserable. Antiguos esclavos negros, inmigrantes europeos en busca de empleo, vagabundos, prostitutas, hacinados en viviendas insalubres. Difícil vivir una Belle Époque con gentuza tan poco moderna.
La oligarquía se pone manos a la obra durante el mandato del presidente Rodrigues Alves. La reforma urbana se abalanza sobre la ciudad carioca. Amplios paseos y avenidas, centros culturales y lujosos edificios aparecieron como setas, desbancando a cientos de cortiços, viejos y destartalados edificios de viviendas.
Al urbanismo le acompañan las terapias de choque de la “salud pública”. La ciudad portuaria es pasto de recurrentes epidemias de enfermedades de todo tipo. Tuberculosis, tifus, fiebre amarilla, malaria, viruela y peste infestan cíclicamente la ciudad, mantenidas por las pésimas condiciones de vida de su maltratada población y la constante renovación poblacional merced a la constante llegada de inmigrantes en busca de una vida mejor.
El encargado de la guerra contra los microorganismos es el científico Oswaldo Cruz, nombrado director general de Salud Pública en 1903. Como primer objetivo se centra en la fiebre amarilla, drenando charcas y creando brigadas “mata mosquitos” que desinfectaban las viviendas y sancionaban a quienes no cumplieran con sus directivas, llegando incluso a la demolición. Similar es la campaña contra la peste bubónica. Se desratiza Río, y se obliga a los propietarios a sellar sus viviendas frente al exterior.
En el primer semestre de 1904 empiezan a ascender los casos de viruela. La viruela mayor es una vieja conocida de la humanidad, con una letalidad cercana al 30%, y ya se dispone de una vacuna de alta efectividad tanto para la infección como para la propia enfermedad. Cruz, envalentonado por sus plenos poderes epidemiológicos, consigue que el Congreso dé luz verde a su proyecto de vacunación obligatoria el 31 de octubre.
Liga Contra la Vacunación Obligatoria
La aprobación de la medida solivianta a diversos sectores de la sociedad carioca, desde periodistas y militares a trabajadores organizados y los más pobres. Entre los motivos hay también heterogeneidad. Algunos son políticos, frente al autoritarismo del Estado que ahora busca llegar hasta el propio cuerpo de cada individuo. Otros desconfían de la eficacia y posibles secuelas de la vacuna, mientras que también se mezclan costumbres culturales, como el rechazo a que un extraño entre en un hogar y esté en contacto físico con una mujer casada.
Sin embargo, la clase social es un factor fundamental para los disidentes de la vacuna obligatoria de las clases bajas, por mucho que la viruela les afecte en mayor medida que a las clases altas. Uno de los catalizadores del movimiento es el Centro Socialista de las Clases Obreras, que reunía a trabajadores de múltiples sectores económicos. Las clases trabajadoras han padecido los rigores de la renovación urbanística y sanitaria. Sus cortiços han sido demolidos y los “mata mosquitos” les han hecho la vida imposible, expulsándoles del centro urbano hacia los suburbios, donde el poder perdía parte de su interés por su salud. La misma suerte han corrido los inmigrantes desempleados y los antiguos esclavos, refugiados en las primeras favelas mientras ven cómo el lujo y la riqueza usurpan sus antiguos barrios. Asimismo, los afrodescendientes habían ganado la libertad menos de 20 años antes, y no les hace ninguna ilusión que los blancos les fuercen a recibir ningún tipo de tratamiento. Todos ellos conocen la viruela. Conocen el destino de muchos infectados. Han visto sus pústulas por todo el cuerpo, sus vómitos, su fiebre. Aun así, les parece un enemigo más amable que las autoridades sanitarias.
Ya durante el verano, el Centro Socialista se ha movilizado sin éxito contra la ley en discusión, recogiendo 10.000 firmas para, en su lugar, establecer un programa que mejorara las condiciones de vida en la ciudad. El 5 de noviembre, una vez aprobada la obligatoriedad de la inyección, celebra junto a líderes políticos vinculados a la Iglesia Positivista un mitin multitudinario. El presidente del Centro es Vicente de Souza, médico, mulato, socialista y destacado activista contra la esclavitud. De Souza proclama que “el gobierno que promueve tan reprensible acción es el mismo que ha desoído la petición de los 10.000 obreros de construir casas baratas, un gobierno de ricos y barones del café que va a someter a los pobres a la inyección de un virus extranjero” y que “la vacunación es solo una parte del extenso plan de renovación dirigido a destruir las casas de los pobres y la clase obrera”. Su discurso es aclamado. Tras el mitin, se crea la Liga Contra la Vacunación Obligatoria. El objetivo es echar abajo la ley, rebautizada como “Código de Torturas”.
El día 10, víspera de la entrada en vigor de la norma, un enfrentamiento entre jóvenes y policía desata la revuelta. Río de Janeiro está patas arriba. Estallan las huelgas y las bombas incendiarias, y la feroz represión es contestada con gritos de “muerte a la policía”, piedras, palos, navajas y disparos. Un sector del Ejército intenta un golpe de Estado. El barrio afrodescendiente de Saúde es el que más aguanta, ganándose el apelativo de “Port Arthur” en referencia al largo asedio de la reciente guerra ruso-japonesa. Los capoeiristas del lugar solo son vencidos cuando la Marina les bombardea. Finalmente, 30 personas han muerto y 110 están heridas. Otras muchas, indeseables para la modernidad capitalista, son deportadas. Sin embargo, el Gobierno tiene que ceder y el 17 de noviembre retira la obligatoriedad de la vacunación. Río ha dejado claro su mensaje: ni modernidad contra los pobres, ni salud contra la libertad.
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Un gran articulo. Ya solo falta el valor para hablar del presente igual que se habla de lo que paso hace 100 años. A esas organizaciones obreras y revolucionarias, hoy la izquierdaTM y los medios de comunicacion los llamaria conspiranoicos. "La vacuna obligatoria de las clases bajas, por mucho que la viruela les afecte en mayor medida que a las clases altas". Es que servia para reducir la poblacion de esas zonas que iban a reconvertir economicamente, no solo se trataba de hacer avenidas, ponerlo todo bonito y verde, sino gentrificar, sino de crear ghettos y quitarse pobres de enmedio.
Perfecto, de esto se trata, de mejorar y fortalecer la Sanidad Pública en lugar de tirar a la basura dos mil millones para comprar a las farMAFIAS multinacionales un carísimo e ineficaz tratamiento génico con pretendido efecto vacunal de corta duración ( y de ahí la tercera banderilla y la cuarta en Israel). Aunque hubiera una vacuna eficaz para esta gripe -que no la hay- habría que oponerse: SANIDAD PÚBLICA ! que contraten mas personal, que pongan mas camas y si se llenan las U.C.I: ¡¡¡ Que pongan más!!. El falso debate de la kakunas oculta el verdadero asunto: El despiece, jibarización y privatización de la Sanidad Pública desde hace mas de 30 años, y ahora a tirar miles de millones de dinero público en tratamientos experimentales sacados, de urgencia, a toda prisa. Suecia, el único país que reforzó su Sandiad Pública, no encerró a su población y NO destrozo su economia. ¿Cuando nos haremos los suecos?