Ridley Scott, el alien y los camioneros del espacio

La historia de Alien, la película dirigida por Ridley Scott de cuyo estreno se cumplen 40 años, es la de un proyecto en el que muchas cosas fueron como se deseaba.

Alien 2
15 jun 2019 06:17

¿Qué es lo que convierte una película en un clásico? A menudo respondemos esta pregunta a posteriori, cuando un filme ha alcanzado ese estatus. Entonces sentimos la tentación de dar vueltas y más vueltas a los planteamientos del proyecto, a la historia de su rodaje, a multitud de detalles del resultado final, para buscar argumentos que refuercen nuestra impresión de que estamos ante una obra maestra y podemos ‘demostrarlo’. A veces, las casualidades se cruzan en nuestro camino reivindicativo y parece que es el azar lo que acaba de dotar de leyenda a una obra. El proceso creativo adquiere un aura de aparente predestinación.

Esto último sucedió, por ejemplo, con La noche de los muertos vivientes y ese protagonista afroamericano que añadía unas imprevistas connotaciones antirracistas a la ficción. El desarrollo de Alien incluye, de hecho, una anécdota parecida a esa: el ahora mítico personaje de Ripley interpretado por Sigourney Weaver, firme y superviviente, no había sido concebido como una mujer. Eso sí: los autores de la historia, Ronald Shusett y Dan O’Bannon, aclaraban a los posibles inversores que algunos personajes podían convertirse en femeninos.

Quizá Alien estaba predestinada a convertirse en un afortunado cruce de los caminos de la ciencia ficción y del terror atmosférico. Lo curioso es que, en gran medida, siguió los derroteros deseados por los productores que apadrinaron el proyecto, entre los cuales se encontraba el guionista y realizador Walter Hill (Los amos de la noche, La presa). Se quería dar un acabado visual distinguido a una historia arquetípica que podría haber fundamentado una estimulante producción de serie B con algunas buenas ideas. Lo curioso es que los medios humanos y económicos empleados, unidos a la ambición de los participantes, posibilitaron que el resultado fuese verdaderamente excepcional.

El director al que no le interesaba la ciencia ficción

La historia de Alien es la de un proyecto en el que muchas cosas fueron como se deseaba. O eso nos parece, una vez visto el resultado. O’Bannon y Shusset aportaron pasión por el género, mil y una referencias posibles (como El terror del más allá o Planeta sangriento) y la concepción de algunas escenas icónicas. David Giler y el mencionado Hill alejaron el libreto del ámbito de la ciencia ficción para iniciados que tenían en mente sus creadores. Eran dos escépticos, poco amantes de las aventuras galácticas, que limaron algunas aristas de ingenuidad y atenuaron el regusto pulp del texto. Incluso el éxito de La guerra de las galaxias se alió con la producción, empujando a 20th Century Fox a dar luz verde al proyecto con un presupuesto mucho más elevado.

Scott era alguien poco interesado en la ciencia ficción y en el cine de terror, pero suficientemente abierto como para tomarse en serio las posibilidades de la empresa

El escogido para dirigir la película, Ridley Scott, era entonces un realizador de vídeos publicitarios que acababa de firmar su primer largometraje de ficción: Los duelistas. Scott era alguien poco interesado en la ciencia ficción y en el cine de terror, pero suficientemente abierto como para tomarse en serio las posibilidades de la empresa. El británico apenas admiraba 2001: una odisea del espacio, pero escrutó con dedicación algunas de las obras que le pusieron por delante en un curso acelerado sobre las convenciones de ambos géneros. Gozó, dicen, con los cómics de Métal Hurlant y La matanza de Texas.

De alguna manera, el cineasta inglés se acercaba al perfil de la audiencia a la que querían llegar Hill y Giler: un público que no estaba especialmente replegado en el ámbito de los cines de terror y ciencia ficción, pero que podía acercarse a estos géneros con respeto y sin encadenarse a sus convenciones. La frialdad de la película, a pesar de las emociones, las muertes y las carreras contrarreloj, nos remite a ese ojo clínico de alguien que guarda las distancias y mantiene la perspectiva. Todo ello aunque Scott manejase la cámara personalmente en multitud de escenas, ávido de controlar el resultado final de los planos.

Lovecraft se hizo sexo y muerte

Más allá de las dudas que pueda generar su manejo reciente de una Alien reconvertida en franquicia perdurable, Scott hizo méritos con su Alien. Entre ellos, la inteligencia de dejarse rodear por un extraordinario equipo de colaboradores. Las circunstancias permitieron que se recuperase a un grupo de artistas que, dirigidos por el escritor, cineasta y gurú Alejandro Jodorowski (El topo, Santa sangre), habían trabajado en una adaptación frustrada de la novela Dune. Entre ellos estaban el historietista Jean Giraud, ‘Moebius’, autor de El garaje hermético y mito del cómic francés en diversos géneros, o el polifacético Ron Cobb, que había combinado el humor político con muchos otros trabajos como dibujante y diseñador.

Giger y el diseñador de efectos especiales Carlo Rambaldi fueron los responsables de crear una criatura memorable que dejaba muy atrás los disfraces risibles o los muñecos de goma que habían plagado la ciencia ficción fílmica de serie B

Alien bebé

Con todo, la aportación más alabada ha sido el trabajo de H. R. Giger, un personalísmo artista gráfico, escultor y diseñador de interiores. Su obra, bellamente oscura y torturada, empapó la película, comenzando por el fascinante aspecto de los espacios donde tiene lugar el primer contacto entre los protagonistas y la forma de vida extraterrestre. Giger y el diseñador de efectos especiales Carlo Rambaldi fueron los responsables de crear una criatura memorable que dejaba muy atrás los disfraces risibles o los muñecos de goma que habían plagado la ciencia ficción fílmica de serie B.

Scott ha explicado que el trabajo de Giger incomodaba a los responsables de 20th Century Fox y que tuvo que defender que se empleasen los diseños del suizo. Sus trabajos cumplían una función múltiple: resultaban inmensamente atractivos, dotaban de una pátina de distinción a la película y, de paso, realzaban una cierta (y perturbadora) carga sexual. Si la idea de O’Bannon era reseguir todo el ciclo de violenta reproducción del xenomorfo, Giger aportaba formas con connotaciones sexuales, con ecos de las transformaciones y los cuerpos imaginarios explorados por la narrativa lovecraftiana.

En el espacio nadie podrá oír tus reivindicaciones salariales

Alien acabó siendo una película fantástica que equilibraba algunas fuerzas en tensión. Algunas de sus escenas incluían crudas visualizaciones de violencia; otras se narraban a través de elipsis. Se combinaba lo explícito con lo elegante. Sus autores también abrieron la puerta a la mitificación de su monstruo, mientras se aferraban a la vida materialísima de los tripulantes de la nave. Como en el caso de tantas otras ficciones futuristas, sus creadores partían de la realidad en que vivían, de su concepción de lo que podía ser verosímil para ellos mismos y para el público que podía ver la película. La depresión social y económica de la era Ford, previa al optimismo belicoso y patriotero del reaganismo, asomaba entre los espacios asfixiantes de la nave Nostromo. Y también se intuía una cierta sensibilidad propia del cine de género artísticamente ambicioso de la época, previa al estallido definitivo de la era del blockbuster. 

Desde las primeras escenas del filme, sus responsables nos dejaban claro que nos transportaban a un futuro capitalista. Los protagonistas de la ficción eran trabajadores con ánimo de lucro, camioneros del espacio. Entre ellos había jerarquías y rencillas, de categoría y quizá también de género, explicitadas de manera constante por un técnico de mantenimiento bulliciosamente interpretado por Yaphett Koto. En la relación entre los personajes se visualizaban diferentes clases o rentas que separaban incluso físicamente (“nunca bajan aquí abajo”, dice el personaje de Koto a poco de comenzar el filme) a la tripulación. Puede verse en este planteamiento un alcance crítico probablemente involuntario, polisémico a raíz de la mirada distante de Scott y compañía.

En una cosa no hay duda: el ambiente de la nave Nostromo sugería claramente que el futuro de Alien estaba lejos de las aparentes utopías igualitarias de Star Trek. Los protagonistas, además, no mostraban el heroísmo desinteresado que trufaba muchas ficciones de aventura espacial herederas de las aventuras coloniales (y colonialistas). En un primer momento, quieren cobrar por su trabajo; posteriormente, solo desean sobrevivir y que sobrevivan sus compañeros. No les mueve ni el interés científico ni la meta de convertirse en pioneros exploradores del espacio.

Ripley Alien

Muchos dirán que el verdadero protagonista de la película es el monstruo, o la nave espacial, sus pasillos y sus escotillas. Aun así, el equipo actoral termina brillando a pesar del escepticismo del actor Tom Skerrit y sus compañeros de reparto, quienes se sintieron abandonados durante el rodaje. Ciertamente, Scott había insistido en formar un equipo de actores solvente para poder centrarse en los aspectos visuales. El final fue feliz: sí, Alien tenía algo de narrativa de eliminación de personajes en un espacio limitado, al estilo de Diez negritos. A pesar de ello, la mayoría de lo personajes adquirían una cierta tridimensionalidad... a la manera esbelta del cine de género y su tendencia a la funcionalidad expositiva. Se les daba suficiente tiempo y espacio como para aprender a quererlos mientras morían.

Anticipándose al auge del ciberpunk y sus paisajes de desigualdad futura que remitían a la devastación social de las políticas de Reagan o Thatcher, los responsables de Alien también incorporaron a la trama una corporación empresarial sin reparos éticos: las personas eran sacrificables en la búsqueda de lucro y recursos. De alguna manera, el éxito de la película y su secuela facilitaron que ese motivo permaneciese en el imaginario popular. Con todo, no hay que identificarlo con una especial sensibilidad de Scott hacia los abusos de las transnacionales. En una entrevista para el British Film Institute, el realizador se revolvía ante la idea de que su filmografía supusiese una crítica al poder corporativo. “Nunca fui un chaval que veía a un tipo en un Rolls Royce o un Bentley y pensaba: ‘Que te jodan’. Siempre pensé: ‘Quiero tener uno de esos algún día’”, explicó.

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