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La tecnología se ha apropiado de nuestra potencia para construir otros mundos.
Amarillo, rojo, azul
Amarillo, Rojo, Azul (Vasili Kandinsky, 1925) Wikimedia Commons

Historiador y Doctor en Derechos Humanos y Desarrollo

7 mar 2021 09:34

La tecnología de la posverdad nos ha cambiado el concepto de tiempo

“El tiempo como forma a priori no existe, el ritornelo es la forma a priori del tiempo, que cada vez fabrica tiempos diferentes.”

Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia

“No aman las máquinas…”

Félix Guattari, ¿Qué es la ecosofía?

La hormona del amor

Desayunando días atrás con una buena amiga y colega, profesora de Biología, investigadora especializada en Genética molecular, me contaba algo que entendí como que la hormona del amor es capaz de fijar, en una especie de memoria celular, un mínimo detalle para siempre. Un olor, un color… Pensé inmediatamente, al escucharla, en la magdalena de Proust. También -decía mi amiga- la hormona es capaz de activar procesos para olvidar detalles, estaciones enteras incluso, ligada a la desmemoria, a la carencia.

A modo de provocación, le pregunté a mi amiga a qué tiempo se refería y qué sucedía con los detalles que son aprehendidos a través de las pantallas; si es que poseemos capacidad de aprehensión en relación a estas, lo cual dudo severamente.

Los lugares y otros tiempos diferentes, otra conciencia activa de estos, el subconsciente…, como una continuidad de flujos en constante cambio, que la tecnología ha venido a fragmentar, a despedazar

¿Sería una paparrucha de Internet (meme, sticker, GIF, emoticono…) capaz de activar esa memoria celular, no sólo de darle forma a esta, sino de (re)crear nuevas temporalidades desde nuestros afectos, una especie de e-moción generadora de memoria, de re(e)existencias, más allá de la (im)postura en el feed de Instagram, los fleets de Twitter o los estados de WhatsApp?

Las paparruchas de Internet son fragmentos impostados, el anzuelo para captar atención y tiempo, para transformar estos en beneficios, pingües beneficios, además. Esta es la diferencia con la famosa magdalena de Proust. El detalle, el olor o el color que desencadenan la posibilidad de otro mundo, otros mundos, no son fragmentos, su real capacidad de conexión con la vida, de la que forman parte, los constituyen como verdaderos acontecimientos, en su más radical literalidad.

Le contaba a mi amiga que, quizá lo que activaba la famosa hormona no era un componente bioquímico estable de esta, sino la influencia constante y cambiante de todo lo que hay alrededor. La estrecha imbricación de la memoria celular con la mineral y vegetal, la social, la afectiva, económica, política, con los lugares y otros tiempos diferentes. Otra conciencia activa de estos, también el subconsciente, pero no como esferas separadas, sino como una continuidad de flujos en constante cambio. Una continuidad que la tecnología ha venido a fragmentar, a despedazar, apropiándose de esa potencia nuestra para construir otros mundos.

No sé si mi amiga querrá desayunar conmigo nuevamente, tras lidiar con mi ciberpesimismo y a esas horas, ¿tendré que enviarle un meme gracioso y algunos emoticonos o invitarla a desayunar en un obrador en el que huela a magdalenas recién hechas?

Followers

Un amigo me contaba que había comenzado a seguir a una tuitera, a través de un retuiteo de una de las cuentas a las que sigue. Le pregunté qué le había motivado a seguirla, imaginando malicioso los motivos. Mi amigo me dijo que era muy guapa, muy graciosa, muy sexy y que ya habían intercambiado likes y corazones en el DM. Le pregunté si no había pensado que quizá la identidad fuese falsa, quizá sea otra persona o un bot, quizá copie o le hagan los chistes…, a lo que respondió, qué más da, es sólo Twitter.

Esta última respuesta me hizo pensar en aquello que se denomina posverdad. Dice de esta el diccionario de la RAE: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.”

A mi amigo, según me confesó, le importa poco que haya una persona detrás del perfil al que sigue y con el que intercambia paparruchas. Asume la distorsión que la propia “red” le ofrece, asume la manipulación como parte del juego, pensando que quizá tenga algo que ganar en troca. Cuando no hay troca alguna, todo es un juego de prestidigita(liza)ción algorítmica para tenernos enganchados. Un juego que parte de una premisa aterradora, la que muestra hasta qué punto los seres humanos somos predecibles y manipulables.

El tiempo de las mercancías en que nos hemos convertido no está definido por el deseo de los cuerpos o por el placer de los encuentros

El intercambio -si es que pudiera llamarse de este modo- en las redes (anti)sociales de Internet, está sujeto a un código diseñado y programado previamente con el fin de extraer valor. La linealidad y univocidad de estas falsas trocas reducen la complejidad y densidad comunicativas, que suponen un peligro para esa finalidad extractiva. La fragmentación y aceleración del tiempo de la vida, somete a éste al tiempo sin tiempo de Internet, como lo califica Manuel Castells, dejándonos ansiosamente exhaustos.

El algoritmo nos separará

Dice Bifo en La sublevación, que el tiempo de la vida se fractaliza por la máquina. Que el tiempo fractalizado es tiempo precario porque no nos pertenece. El tiempo de las mercancías en que nos hemos convertido no está definido por el deseo de los cuerpos, por el placer de los encuentros, sino por la linealidad unívoca de los falsos intercambios de las redes en las que estamos atrapados, que nos sume en un autismo hedonista.

Hay que salir de ahí, en pos del cuerpo, del encuentro y el cuerpo a cuerpo. Sólo desde éste podemos liberarnos; escapar de la máquina. La máquina nos habita y modela, acelera nuestra subjetividad, subyugándola. Hay que tramar complicidades lentas y urdir otras redes, amplias, plurales, diversas, autónomas, preñadas de singularidades y partir de aquellas.

No podemos permitirnos que nuestros afectos escapen de nosotros mismos, que sean capturados por la lógica perversa de la acumulación, la competición y el capital. Como decía en Twitter el otro día una amiga real, no un bot: “Hemos llegado a Marte, pero no a amarnos.”

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