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Salud mental
Introspecciones de un aspérger
Hubo un instante, un momento, que de tanto tensar el cordón atávico de mi propio desconcierto me liberé de la infancia, de la lucha dolorosa por pertenecer al grupo. El costumbrismo dejó de ser esa necesidad impuesta. Debí presentarme como un ser libre ante el espejo. Sin embargo, no me acuerdo, ni fui consciente, de que existió ese instante hasta un tiempo después, cuando advertí que todas la representaciones teatrales y tribales de la sociedad las sentía tan ajenas como siempre pero ya no me dolía la obligación de seguir luchando para ser aceptado.
Me había convertido poco a poco en espectador de pleno derecho, fui saliendo del escenario dubitativamente, paso a paso, hasta que se produjo esa enigmática y certera última zancada. Me gustaría saber cuando fue, qué causó el último empujón, la última motivación para bajar los peldaños que conducen a la platea. Me puede la curiosidad. Aunque entiendo que ya es imposible encontrar aquel momento, o momentos, ni nada que se le parezca, no hay grabaciones, ni escritos que lo atestigüen, no se me ocurrió más que vivir intensamente, aún no habían hecho acto de presencia las redes antisociales, por tanto no quedó documentada la transición.
Los y las aspérger tenemos ese superpoder que en casi todas las etapas de la vida es un lastre, pero que en algunos casos se torna una bendición
No es tan fácil ser espectador del mundo aunque quizá lo parezca, no está hecho para todos los estómagos, aunque yo cuento con una ventaja. Los y las aspérger tenemos ese súper poder que en casi todas las etapas de la vida es un lastre, pero que en algunos casos se torna una bendición, somos capaces de mantenernos cuerdos, e incluso crecer entre la niebla de la soledad. Eso no implica que no necesitemos dar y recibir amor y cariño. Lo que si es verdad es que no somos capaces de odiar a nadie. Lo que mejor se nos da es apartarnos de quienes nos hacen daño, aunque a veces no lo pretendan. Pero hasta que no comprendemos que debemos dejarnos fluir, aceptarnos, sobre todo los y las no diagnosticadas de pequeñas, el batiburrillo de nuestros cerebros que nos empuja a adaptarnos al mundo y seguir todas las directrices es tal, que nos lanzamos a sensibilizarnos con la gente como si controlar el contacto social fuese una intolerancia alimentaria. Nunca llegamos a curarnos de la supuesta enfermedad cuyo remedio nos lo han recordado constantemente desde que tenemos uso de razón, lo que nos culpabiliza todavía más por no ser lo suficientemente constantes.
Lo nuestro no es timidez, ni introversión, y no se mejora lanzándose al abismo social. Yo al menos comprendí que la liberalización se encuentra en ir aprendiendo unas cuantas pautas de memoria para lidiar con la vorágine de todos esos invisibles dobles sentidos con los que las personas se mienten unas a otras, aseguran que para no hacerse daño.
Desde mi apartada orilla soy amante de la humanidad, y muy observador, y por eso creo que mi misión útil solamente para mí, mi motivación, de grano de arena y con casi nula influencia, es luchar contra: El heteropatriarcado más costumbrista; El maltrato de los animales tan extendido y normalizado por toda la superficie de este globo terráqueo. Cada trozo de carne, de leche…están manchados con maldad humana, no porque individualmente los que las consumen sean malas personas en general, si no porque la maldad necesita de quien mira hacia otro lado; No me gusta que ocupen las calles con procesiones de muñecos y muñecas, acepto que algunos son obras de arte que deberían estar expuestas como parte de la historia de la infamia humana, yo respeto las creencias, me gustaría que respetasen la mía, intento que sea ninguna. Yo no ocupo con mi ninguna creencia ningún rincón, tampoco me dejarían.
No conozco el motivo primigenio, pero paradójicamente mi condición es el acicate que me hace sentirme subversivo, rompedor con la norma, con lo establecido, con el conservadurismo, es extraño para una persona que lo de tener un orden vital es fundamental y que se pone nervioso con cualquier cambio. El primer sorprendido siempre he sido yo, pero supongo que no sentirte dentro de ningún grupo te produce un sentimiento de libertad y lejanía bueno para pensar y eso me ha llevado siempre a cuestionar lo establecido.
Véase, que hacer lo de toda la vida nos lleva a la guerra una y otra vez, antes o después a nosotros también nos llegará, a la humanidad le gusta jugar con sus individuos a los que alecciona desde pequeños construyendo sus identidades con la fiesta patronal, o regional, existen muchas formas con el mismo fondo, es la manera más barata y efectiva de mantener al pueblo en la rueda del conformismo, estas fiestas se fabrican con ladrillos de religión (no la creencia) o de fútbol (no el deporte), o de nacionalismo (no lo de amar a tu tierra)… siempre cohesionadas con consumos ingentes de droga legales e ilegales….
Necesitaríamos colectivismo social, equidad, un lugar que nos deje desarrollar nuestra propia felicidad, nuestro propio deber
La normalidad nos arrastra siempre hacia los mismos errores, quizá si se ampliase el circulo hacia miradas menos normativas podríamos encontrar senderos nuevos que podrían acercarnos a nuevas realidades de mayor consciencia, hacia y desde la verdad que nos rodea. Pero para eso necesitaríamos colectivismo social, equidad, un lugar que nos deje desarrollar nuestra propia felicidad, nuestro propio deber, que es buscar aquellos momentos por los que vale la pena vivir, la mejora de los demás es la de todos y todas, también la nuestra.
En fin, son solamente pensamientos, introspecciones de un aspérger, dudas, deseos, somos seres que parecemos aislados pero no más que los demás que creen desenvolverse bien por el mundo. Ellos y ellas, nosotros, necesitamos a los demás pero sobre todo necesitamos encontrar nuestra voz, cada uno la suya, voz que no sea un grito, y que cuente quienes somos y a lo que aspiramos en esta vida efímera.
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Unas líneas bien escritas y fáciles de leer. Muchas gracias por las reflexiones.