Opinión
La Piedad de Miguel Ángel y el complejo de salvadora blanca
De cómo el racismo estructural genera relaciones de desigualdad y violencia que se perpetúan también en la cooperación internacional.

Médica de familia
La última campaña de Cruz Roja Española ha levantado muchas ampollas. Sin duda, la imagen es cuanto menos problemática: como si de una moderna versión de la Piedad de Miguel Ángel se tratara, una mujer blanca observa a un hombre negro que yace en sus brazos. Twitter está que arde, porque, según dicen los tuiteros on fire, la imagen es una apología del complejo de salvador blanco. Pero, ¿qué es este complejo del que todo el mundo está hablando?
El complejo de salvador blanco es esa necesidad imperiosa de ayudar a todo aquel no-blanco desde una posición de superioridad moral, que está profundamente anclada en y respaldada por el racismo sistémico y el legado colonial. Una de las mejores formas de comprender cómo puede operar este complejo para perpetuar el sistema de opresión racista es a través de la sátira. En internet encontramos tres joyitas que caricaturizan este fenómeno. Merece la pena echar un ojo a Radi Aid, una campaña de la agencia de cooperación noruega en la que los africanos se unen para mandar ayuda humanitaria en forma de radiadores a Escandinavia. Tienen hasta una versión sarcástica del famoso “USA for Africa: We are the world” llamada “Africa for Norway”.
Esta industria que sustenta el complejo de salvador blanco es una realidad que mueve millones de dólares al año, entre donaciones, estancias voluntarias y un largo etcétera
Pasen y vean el espejo irónico de lo mejorcito del paternalismo imperante en las campañas solidarias. Por otro lado, la página “Humanitarians of Tinder” hace un repaso de cómo algunos usuarios exponen en esta app de ligoteo sus mejores fotos de voluntarios con niños negritos para aumentar su sex appeal a niveles estratosféricos. Todo por un buen polvo. Obviemos si los responsables legales de las criaturas dieron consentimiento para que la imagen de sus retoños contribuyera a tan honorable causa. Por último, no desmerece pasarse por el perfil de Barbiesaviour en Instagram: una Barbie-voluntaria (no cualificada) que va a ese gran país llamado África en busca de nuevas aventuras, sin tener ni pajolera idea de dónde va ni a qué va, pero siempre repleta de buenísimas intenciones. No duda en hacerse muchas fotos de la odisea para compartirlo con sus followers.
El escritor nigeriano-estadounidense Teju Cole va más allá y acuña el término “complejo industrial de salvador blanco” en una serie de tuits ampliamente difundidos en redes sociales en 2012, justo cuando el polémico vídeo Kony 2012 sacudía los cimientos de la culpabilidad colonizadora de muchos occidentales. En sus propias palabras: “la industria con mayor crecimiento en EE UU es el Complejo Industrial de Salvador Blanco.(...) La banalidad del mal se transmuta a la banalidad del sentimentalismo. (...) [El complejo] no va de justicia. Va de tener una gran experiencia emocional que valida el privilegio”.
Tal vez la desfachatez de esta última campaña de Cruz Roja sirva para prender la chispa de una reflexión colectiva de hasta qué punto el racismo estructural está imbuido en nuestra psique
Esta industria que sustenta el complejo de salvador blanco es una realidad que mueve millones de dólares al año, entre donaciones, estancias voluntarias y un largo etcétera. Según un informe de Save the Children de 2014 cada año 1,6 millones de personas realizan trabajo voluntario en países de bajos ingresos. El volunturismo estaría considerado una de las modas en auge dentro de la industria turística con un valor aproximado de 2,6 mil millones de dólares por año. Por supuesto, esta industria existe porque mucha gente la paga: un estudio realizado en EEUU en 2008 reflejaba que los voluntarios entre 18 y 24 años de familias con más ingresos encabezaban las listas de participación en estos programas. De ellos, el 88% eran de raza blanca.
¿Significa todo esto que solo por ser blancos no podemos sentirnos apelados por la llamada de la solidaridad internacional? Por supuesto que no. Sin embargo, sí significa que debemos replantearnos desde qué posición estamos actuando y cómo estamos canalizando esa buena intención. Si decidimos hacer voluntariado o trabajar en un contexto empobrecido, debemos ser conscientes en todo momento de nuestro privilegio, además de preguntarnos previamente sobre algunas cuestiones que tal vez nos hagan repensar qué nos mueve realmente a realizar semejante esfuerzo. Por ejemplo: ¿Estoy cualificada en mi propio país para llevar a cabo las tareas que voy a hacer allí? ¿Hay alguien de la comunidad local que pueda realizar esas tareas? (¿Seguro?) En tal caso, ¿hay alguna posibilidad de usar el dinero que iba a invertir en el viaje en educar a un local que se quede allí de forma prolongada y tenga un beneficio a largo plazo? (Obviamente eso implica que yo ya no me pego el viajazo) Yendo más a lo estructural, ¿me gustaría ser beneficiaria de un sistema sanitario / educativo donde los trabajadores son voluntarios, no están preparados y no tienen ninguna continuidad? (Lo dudo, guapi).
Por otro lado, si lo que queremos es donar dinero, tal vez debemos asegurarnos de que la entidad beneficiada sea transparente y trabaje con una perspectiva transcultural y anticolonial que combata activamente el complejo de salvador blanco en sus acciones. Una aseveración que parece muy obvia, sobre todo si pensamos en las ONGs de referencia, pero tal y como ha quedado demostrado en alguna foto previamente mencionada, necesita una buena vuelta de tuerca.
Quién sabe, tal vez la desfachatez de esta última campaña de Cruz Roja sirva para prender la chispa de una reflexión colectiva de hasta qué punto el racismo estructural está imbuido en nuestra psique y cómo eso genera unas relaciones de desigualdad y violencia que se perpetúan también en un ámbito aparentemente inmaculado como la cooperación internacional. O tal vez sirva para conmovernos profundamente por aquel joven refugiado de la foto y alegrarnos por la suerte que tenemos de haber nacido aquí, donde esas cosas no pasan (ni pasarán).
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