Opinión
Ser mujer y autista: imitar, (sobre)vivir y verse a través de la mirada del otro
Ser autista implica tener que enmascararte. Cuando esto se mezcla con la demanda social hacia las personas femeninas de ser “para los demás”, el resultado es una bomba que nos convierte en personas fácilmente maltratables.

Las personas femeninas hemos crecido viéndonos y leyendo nuestros cuerpos y emociones a través de la mirada del otro. Una mirada que nos controla y vigila para que no nos salgamos de la posición que se nos ha otorgado socialmente. Mirarse al espejo o sentir rabia pueden ser procesos que se complican y que se mezclan entre el placer y el dolor, la sumisión y el empoderamiento. Además, siempre tenemos que estar atentas para ver qué querrá la gente de nosotras y ser y existir siempre “para los demás”, especialmente para aquellos que han crecido creyendo que tienen más derecho a pisar el suelo que hay bajo sus pies.
En mi proceso de comprender esto, no obstante, sentí más complicación que muchas de mis compañeras feministas. ¿Por qué, en muchas ocasiones, me costaba más deconstruir toda esta mirada? Las intersecciones son importantes. Hace poco he entendido algunas cosas más sobre mí que han complicado bastante estos procesos. El problema no era solamente el género, era también el capacitismo. Buena parte de lo que he podido comprender últimamente de forma más consciente ha sido gracias a mi terapeuta actual, Elisende Coladan, quien a través de su experiencia como mujer autista y cómo terapeuta, ha podido comprender también esta intersección. Ser una persona femenina autista complica más esta relación con nuestro entorno y la mirada hacia nosotras mismas.
Me identifico como autista. No lo digo tampoco con el orgullo de quien se suele poner un pin identitario, pero tampoco con la vergüenza social que esto suele representar. Es un hecho que siento que me atraviesa, y que me ha atravesado incluso cuando no sabía que podría serlo. Poco a poco estoy desgranando muchas cosas. La terapia, como he dicho, también me está ayudando. Uno de los golpes más fuertes fue darme cuenta que crecer como mujer autista implica un proceso, desde pequeña, mucho más grande de adaptación al medio, donde se incluye, por tanto, muchos rasgos impuestos relacionados con la feminidad (una feminidad que a la vez nos es bastante más complicada de conseguir).
Ser autista implica, en muchas ocasiones, tener que enmascararte, un proceso muy violento y a la vez que surge por la necesidad de sobrevivir
Ser autista implica, en muchas ocasiones, tener que enmascararte, un proceso muy violento y a la vez que surge por la necesidad de sobrevivir en un entorno capacitista. Desde siempre recibes el mensaje (directo e indirecto) de que tu forma de expresión no es correcta, que tus emociones tampoco, que la forma que tienes de gestionar estas emociones tampoco. Creces teniendo que aprender constantemente un código neurotípico de relación con las demás: cómo tienes que sentir, cómo tienes que hablar, cómo tienes que gesticular, cómo te tienes que mover, qué significa cada cosa implícita que tú no reconoces, etc. Un código que te cuesta horrores entender porque no es como el tuyo pero que aprendes a imitarlo. Tu código no te está permitido o te hace parecer rara, excéntrica y despreciable para las demás.
El exceso de adaptación nuestra nunca es correspondido por el “otro lado” y por tanto el esfuerzo no está repartido, todo recae sobre nosotras. Muchas terapias para niñas autistas son terapias de reconversión neurotípica, donde se intentan borrar todos los rasgos autistas de las niñas y las obliga a tener que pasar por el listón alista (un concepto que se usa desde el activismo autista para referirse a las personas que no son autistas de forma no estigmatizante). Hay muchas activistas autistas hablando sobre estas terapias en twitter, a parte de otras temáticas relacionadas con el autismo (como por ejemplo, @AsperRevolution, @aprenderaquerer, @uma_noide, @gonyAutie, @NeuroRebel, entre muchas otras que podréis ir descubriendo si seguís a estas).
¿Os podéis imaginar, por un momento, cómo se mezcla esto con lo que ya comentaba anteriormente sobre la demanda social hacia las personas femeninas de ser “para los demás”? Lo diré con simplicidad: es una bomba. Una bomba que estalla en nuestras vidas y nos convierte en personas fácilmente maltratables. Verse a una misma en todo esto implica ver a un apersona que muchas veces no sabes quién es porque se ha pasado la vida teniendo que ser otra persona. Implica leer tu cuerpo a través de otros códigos. Implica aprender a odiarlo, a odiar aquello que sientes y a la vez dedicar tu vida a entender cómo quieren las demás que te comportes. Implica estar siempre hiperalerta creyendo que todo lo que pasa es culpa tuya, porque lo que haces siempre está mal. Lo que sientes no vale, lo que quieres no vale, lo que eres no vale. Y muchas veces lo acabas odiando. Tienes que convertirte en otra cosa, tienes que imitar a las demás, y además, saber constantemente cómo quieren y necesitan que tú seas.
Darme cuenta de esto ha sido un choque muy fuerte que me ha afectado. Y a la vez me ha liberado. Son dos emociones que se mezclan dentro de mí cada día desde entonces y que poco a poco estoy calmando. Exponerme así explicando esto, aunque sienta de alguna manera necesario por muchos motivos, no es fácil. Me siento vulnerable, y a la vez emocionada por el proceso de empoderamiento que seguidamente viene con todo esto. A la vez también pienso mucho en todas las niñas autistas, como de otras discapacidades también, y siento dolor por todo lo que tienen que pasar y vivir. Especialmente cuando, además, el machismo las chafa mucho más. Solamente les deseo estar rodeadas de adultas que las acompañen y que no intenten reconvertirlas jamás.
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