Desde hace un tiempo les parece que su día se formula en negativo. Aunque nadie puede saberlo, si van a la frutería no solo compran tres naranjas: al salir de casa, al dar los pasos, al regresar, lo que también hacen es no desistir. Recuerdan momentos en los que parecía que vivir era lo lógico, y cuando dicen vivir no se refieren a levantarse, desayunar, salir o quedarse, dormir otra vez. Se refieren a tratar de estar dentro de la historia, a no hacerse a un lado, a no dejar de contar y a no dejar que no les cuenten.
Ahora hay tantas y tantos a punto de bajar la guardia. ¿Rendirse? Bueno, rendirse, piensan: eso sería demasiado poético. Rendirse hace evocar asedios y murallas, carros, flechas, ciudades enemigas. Pero si están a punto de ceder y desistir es, también, porque no encuentran el código, ni al enemigo honorable.
Se equivocan un poco quienes dicen que todo eso les pasa por el cansancio y la precariedad, y por trabajos que dejan sus cuerpos exhaustos, y por la falta de trabajos, que les agota todavía más. Aciertan, sí, un poco, pero se equivocan porque no es la única razón.
Vivir, habían supuesto, no era cualquier cosa. Y no se referían, desde luego, a los buenos modales, esas maneras exigidas por quienes se lo podían permitir. Se referían a maneras que nadie era capaz de imponer, pues se elegían por gratitud, por admiración o por emulación. O por rencor, o por sentido de la justicia, o por lo que suele llamarse integridad. A veces no dependían, siquiera, de la voluntad, sino de una especie de necesidad de parecerse a un yo no personal, un yo lejano, común, que existía, precisamente, porque vivir no era cualquier cosa. Pero ahora están a punto de olvidarlo.
Desistir no es como romper cosas, como aullar de desolación, como prender fuego a las yemas de los dedos de pura desesperanza. Todo eso daba cuenta aún de un conflicto y de una convicción. Y las convicciones no tratan de lo cierto: “Abrió la venta y dijo con convicción: ‘Llueve’”, no. Las convicciones tratan de lo inseguro que, además, te importa: “‘Aunque pretendan aplastar las vidas sin más razón que un poder y un patrimonio robado durante siglos, no lo permitiremos’, dijo con convicción”. Desistir es dejar de pensar que avanzar es preciso; es apartar la convicción de que los argumentos no pueden embadurnarse porque entonces dejan de ser argumentos. Al parecer sí se embadurnan, y desistir es callar que, aunque se haga, no se debe.
Antes quizá fuera distinto, pero desde hace un tiempo su día se formula en negativo; ya no usan nunca la palabra continuar, sino, todo el tiempo, dos palabras juntas: no ceder, no dejarlo, no desistir. Y así, cada acción viene acompañada de un esfuerzo que nadie ve y nadie tiene por qué ver, que no les enorgullece y detrae cantidades imposibles de energía. A menudo piensan en lo que vendrá después, cuando no quede nada. Y, sin embargo, ¡ah!, sin embargo, algunas pocas veces se sorprenden imaginando qué pasará si logran dirigir su voluntad otra vez hacia una convicción, desesperada quizá, pero estimable.
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