11 jun 2018 01:51

La pornografía es uno de los grandes obstáculos actuales a la hora de enfrentarnos a la emancipación de las mujeres y la erradicación de la violencia de género. La pornografía es un fenómeno global que contribuye a mantener y legitimar la idea patriarcal de que las mujeres son inferiores. Durante siglos, las mujeres han estado privadas de una sexualidad que se contemple en términos propios. Cierto es que la revolución sexual supuso una mentalidad más abierta hacia la sexualidad, pero en beneficio del deseo masculino. La revolución sexual nunca llegó a ser una revolución real en la sexualidad de las mujeres ya que el declive patriarcal de ésta hizo pasar por revolucionaria lo que en realidad era la explotación sexual.

Una de las consecuencias inesperadas fue el incremento de la pornografía mainstream cuyo eje ideológico es de sesgo patriarcal. La pornografía mainstrean es hegemónica y se ha extendido en las sociedades industriales como un fenómeno global al que tiene acceso todo el mundo a través de Internet. Sin excepción, Internet ha posibilitado la oferta masiva de pornografía en nuestras sociedades contemporáneas. Estas condiciones han dado lugar a que la industria pornográfica sea uno de los fenómenos más influyentes en la socialización de la sociedad, marcando pautas públicas del trato de las mujeres en lo privado y sus límites en el espacio público.

El sesgo patriarcal que impregna el material pornográfico influye en la configuración del deseo en beneficio de la masculinidad

Por otro lado, para entender el significado que tiene la pornografía hoy en día, es imprescindible tener en cuenta que actualmente la pornografía se articula en tres tipos: la pornografía mainstream, la pornografía dirigida hacia las mujeres y la pornografía posporno1. Estas dos últimas se inscriben en el discurso pro-sex, cuyo objetivo es modificar el discurso de la pornografía mainstream bajo el mito de la libre elección y del consentimiento. Bajo mi punto de vista, estas dos últimas tienen una minoría de espectadores y para un análisis político es necesario dar importancia al contexto en el que se inscribe la industria pornográfica y señalar la que es hegemónica y normativa, en este caso, la primera, ya que es la que imposibilita la emancipación de las mujeres.

Rosa Cobo, en La prostitución en el corazón del capitalismo, sostiene que las teóricas denominadas pro-sexo no solo han contribuido a la reelaboración de aquellos discursos a favor de la pornografía y la prostitución, sino que también han edificado una teoría epistemológicamente y políticamente diferente a la teoría feminista que se desarrolló hasta los años ochenta2. Esta corriente, contrapuesta a las voces críticas con la pornografía patriarcal, se inscriben teóricas queer como June Fernández, Beatriz Preciad. Su defensa hacia la pornografía se articula bajo la idea de libertad individual y el consentimiento. La exaltación del individualismo y el voluntarismo envuelto en teoría de la libre elección promueve la idea de que la pornografía es, simplemente, fantasía y libertad de expresión. De este modo, se debilita el pensamiento crítico sobre la pornografía hegemónica y no se cuestiona que el consentimiento se desarrolla en un contexto de desigualdad. El mito de la libre elección da por sentado que las mujeres han elegido participar en estos fenómenos sociales sin tener en cuenta la ideología patriarcal. El consentimiento va más allá de las elecciones individuales porque estas decisiones se toman en un contexto de desigualdad y alimentan el núcleo sexista de éste fenómeno social. Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, sostuvo que ningún sistema de dominación se mantiene sin la complicidad de los sometidos3, por eso, un análisis crítico feminista tiene que poner de manifiesto esto último y analizar en qué medida éstas elecciones están condicionadas por la ideología dominante.

Las voces críticas con la pornografía patriarcal fueron las feministas radicales de los años ochenta del siglo XX, como Andrea Dworkin y Catherin Mackinnon. Ambas problematizaron sobre este fenómeno social teorizando acerca de las consecuencias sexistas que tiene en la sociedad. El feminismo radical se contrapone a las teóricas denominadas pro-sex porque consideran que la pornografía no es simplemente una dimensión sexual de la sociedad que representa la libertad de expresión y la fantasía, más bien, sostienen que representa el rostro de la subordinación sexual y la violencia de la ideología patriarcal. Ambas teóricas sostienen que este material sexual está creado a partir de una condiciones sociales de opresión y por eso, el tema principal de la producción pornográfica es la apariencia del consentimiento: “En este sistema, la víctima, normalmente una mujer, siempre feminizada, “nunca es forzada, sólo se la representa” […] Las mujeres violadas se presentan pidiendo la violación: si un hombre la ha deseado, ella debería haberle deseado.”4 La pornografía presenta la sexualidad femenina fundada en el consentimiento para ocultar la jerarquía sexual que se presenta en este fenómeno social, y además, hace la violación sexo: “se supone que el consentimiento es la línea crucial entre violación y coito, pero la norma legal que se aplica es tan pasiva, tan aquiescente, que la mujer puede estar muerta y haber consentido.”5 El material pornográfico presenta la estimulación sexual fundada en la negación y coacción. Una escena que estimule el impulso sexual mediante la negación y coacción, promueve una concepción del deseo masculino a partir de la erotización de la violencia como algo sexual. Este material sexual no se considera a primera vista violento porque por un lado, presenta a las mujeres deseando esta ordenación sexual genérica, y por otro, articula el modelo social de la sexualidad en el dominio masculino y la subordinación femenina. Por consiguiente, Mackinnon afirma que la pornografía mainstream, fundada en el mito del consentimiento, establece una relación causal entre sexualidad, dominio y violencia, haciendo genérica la violación, el abuso sexual infantil, los malos tratos, y la prostitución6. Por estas razones, Andrea Dworkin y Catherin Mackinnon consideraron que la pornografía es un problema social y político y presentaron en el año 1983 en Minneapolis una ley que consideraba a la pornografía como un atentado a los derechos civiles de las mujeres7.

El mito de la libre elección da por sentado que las mujeres han elegido participar en estos fenómenos sociales sin tener en cuenta la ideología patriarcal

La pornografía es un elemento socializador de la sociedad. Toda persona de cualquier edad puede acceder a éste contenido a partir de Internet, cómo y cuando quieran. Frecuentemente, una de las primeras experiencias visuales de la sexualidad en los y las jóvenes es la pornografía y debido a esto, sus deseos y sus prácticas afectivo-sexuales se amoldan a la normatividad sexual sexista que se presenta en este fenómeno social y define la imagen de lo que se espera de una mujer en la sociedad. Uno de los ejemplos de la pornografía como instrumento de socialización sexista fue su reproducción en los campos militares. Los militares consideraron que la pornografía era una herramienta eficaz para fomentar la acción agresiva de los varones en los campos militares. Sheyla Jeffreys relata que en algunos campamentos militares se mostraba a los soldados material pornográfico con el propósito de excitarles para violar a las mujeres del bando contrario8. De modo que, la pornografía constituye dos roles radicalmente distintos en el varón y la mujer: lo femenino se define en la pasividad y docilidad, mientras que lo masculino se funda en la agresividad y el dominio:

La terminología contemporánea relativa a los rasgos de la personalidad se ordena en torno a una correspondencia lineal de los factores –que traduce a menudo un gran ingenio-, basada sobre la división fundamental establecida entre la “agresividad masculina” y la “pasividad femenina”. Así, por ejemplo, si la agresividad es una característica de la clase dominante, la docilidad es, necesariamente, el rasgo correspondiente de un grupo sometido9.

La pornografía es uno de los fenómenos sociales que normaliza y legitima la violencia hacia las mujeres bajo la irreflexiva ideología patriarcal. Uno de los cometidos de la teoría feminista es resignificar la violencia hacia las mujeres como un problema social y político. La pornografía además de fomentar el comportamiento agresivo y sexista hacia las mujeres, lo justifica mediante el mito del consentimiento. A pesar de que puede que la mujer no experimente placer alguno y esté siendo coaccionada y determinada por factores externos, el mensaje es: la mujer lo desea y lo consiente. Dicho de otra manera, la violación es consentida. La ideología patriarcal, a lo largo de la historia del pensamiento, ha justificado la violación de diversas maneras. La violación, que era para Schopenhauer un acto necesario para la especie10, actualmente, en la pornografía es un acto de violencia consentido: “La violación en grupo es un ritual común. “Asfixiar y follar” al mismo tiempo o el bukkake, en el que unos cuantos hombres eyaculan a la vez sobre el cuerpo desnudo de una mujer que está acostada en el suelo.”11 Esta legitimación encuentra un refuerzo crucial en la conceptualización de las mujeres como seres inferiores y propiedad de los varones.

La revolución sexual nunca llegó a ser una revolución real en la sexualidad de las mujeres ya que el declive patriarcal de ésta hizo pasar por revolucionaria lo que en realidad era la explotación sexual

En efecto, las consecuencias sexistas de la pornografía que condicionan la vida privada y pública de las mujeres se deben a que este fenómeno social define a la mujer exclusivamente como sexualidad. Categorizar a la mujer exclusivamente como sexualidad es consagrar a la mitad de la humanidad a la inferioridad, deshumanización y cosificación. La pornografía distorsiona el estatuto de ser humano de las mujeres y presenta a los sexos como opuestos, subrayando sus diferencias mediante la sexualidad: representa al varón en lo neutro y exalta una imagen sexuada de la mujer. De esta manera, la pornografía integra un sistema de oposiciones que no es ajeno a la desigualdad de género.

La definición de mujer como sexualidad presenta exclusivamente a las mujeres como objetos de satisfacción sexual, normalizando la idea de que una mujer está en el mundo para satisfacer los deseos sexuales de los hombres. Por consiguiente, la pornografía es pedagogía de la prostitución debido a que la prostitución es la institución idónea para acceder a los cuerpos de las mujeres y satisfacer los deseos sexuales de los hombres. No obstante, el asunto no sólo termina en esto, las prácticas que se reflejan en la pornografía luego se quieren llevar a cabo con mujeres prostituidas, por eso, a las mujeres que van a entrar en la prostitución les ponen películas pornográficas para aprender el oficio.

El sesgo patriarcal que impregna el material pornográfico influye en la configuración del deseo en beneficio de la masculinidad y prescribe cómo deben ser los hombres y las mujeres y a su vez, sus diferentes maneras de vivir la sexualidad. La sexualidad es completamente diferente para los sexos, desde el punto de vista biológico, social y psicológico.

La normatividad femenina que se refleja en la pornografía bajo el mito de la libre elección es un indicador de que los cambios culturales a los que hemos asistido no han librado a las mujeres de la deshumanización y opresión. Esto tiene consecuencias en la visibilidad de las mujeres en nuestra cultura ya que impide y limita su ejercicio en la vida pública y perjudica a su trato en la vida privada. La norma que tienen que seguir las mujeres está basada en un físico inalcanzable que refuerza los cánones y estereotipos sexistas. Esta deshumanización tiene como consecuencia expectativas sexistas en la vida de las mujeres y repercute en la visión de los hombres que tienen sobre ellas. Los hombres terminan asumiendo que las mujeres son exclusivamente sexualidad y las valoraciones sobre ellas giran en torno a su aspecto físico. La escritora Natasha Walter relata un ejemplo elocuente en Muñecas vivientes. El retorno del sexismo:

En mis entrevistas a mujeres jóvenes acerca de su actitud hacia la sexualidad, me llamó la atención un hecho aparentemente trivial: todas coincidían en afirmar que nunca tendrían relaciones sexuales sin haberse depilado el vello púbico. “Nunca dejaría que un hombre me viera sin hacerme la cera antes”, me dijo una joven de la Universidad de Cambridge mientras sus amigas asentían. “No tengo que estar completamente depilada, pero tiene que estar arreglado”, dijo otra. “Es por el porno”, añadió otra. “somos conscientes de lo que han visto los hombres y sabemos qué es lo que esperan”12.

Las jóvenes interiorizan la idea de que sus cuerpos sin depilar, incluso sus partes más íntimas, es algo sucio y poco estético. La pornografía rompe con las idea de la aceptación del cuerpo que el feminismo radical infundió en las mujeres, genera expectativas en las jóvenes que no corresponden a la comodidad y aceptación. El mensaje es que solo son válidas si tienen un cuerpo que se ajuste al modelo que impone la industria pornográfica.

La pornografía, en la política feminista, es una forma de sexo forzado, una práctica de la política sexual, una institución de la desigualdad. Teniendo en cuenta que el incremento de pornografía ha dado lugar a la reducción de la libertad y no la emancipación de las mujeres, representa uno de los obstáculos actuales ante la emancipación de las mujeres y un atentado a los derechos civiles de las mujeres, como sostenían Andrea Dworkin y Catherin Mackinnon.

[1] Cobo, Rosa, La prostitución en el corazón del capitalismo, Catarata Editorial, Madrid, 2017.
[2] Cobo, Rosa, Ibid, pág. 79
[3] Beauvoir, Simone, Ibid.
[4] Mackinnon, Catherin, Ibid, pág. 249 y 250
[5] Mackinnon, Catherin, Ibid, pág. 267
[6] Mackinnon, Catherin, Ibid.
[7] Osborne, Raquel, Ibid.
[8] Jeffreys, Sheila, La industria de la vagina: la economía política de la comercialización global del sexo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 103
[9] Millett, Kate, Ibid, pág. 81
[10] Puleo, Alicia H, La dialéctica de la sexualidad: sexo y género en la filosofía contemporánea, Cátedra Editorial, Madrid. 1992.
[11] Jeffreys, Sheila, Ibid, pág. 91
[12] Walter, Natsha, Muñecas vivientes. El retorno del sexismo, Turner, Madrid, 2010, pág.138

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