Opinión
La poesía de las subalternas

La poesía de las subalternas ha de ser molesta, señalar a todas horas que el lenguaje no alcanza a decir y se convierte en cepo, que hace falta un idioma de labios y maleza, una palabra-plaga de langostas capaz de asolar los campos del faraón y vaciar sus arcas de monedas, de trigo sus despensas.

El 21 de marzo fue el Día Internacional de la Poesía y de nuevo se evidenció el triunfo de esa especie de poesía-azucarillo que está vendiendo miles de ejemplares. Esa poesía viscosa que resbala por la realidad instituida, adhiriéndose a ella como resina, apuntalando el orden establecido con una especie de pegajosa ingenuidad que es de todo menos ingenua. Esa poesía dócil se inscribe en una tradición lírica que siempre dijo interesarse tan solo por la belleza y repudiar cualquier ideología (como si el lenguaje mismo no tuviera ideología).

Frente a ella, la literatura de las subalternas (mujeres, migrantes, pobres, colonizadas, homosexuales, sujetos de cuerpos/mentes no normativas...) tiene que servir para nombrar lo que permanece a oscuras en el lenguaje, lo que este, de forma obstinada y conveniente, a todas horas escamotea y opaca. Porque la nuestra es la Lengua del Amo, ya lo dijo Lacan; un instrumento de ocultamiento mucho más que de revelación. “¿Quién cuidará de ti cuando se te resbale/ el nombre que te oculta?”, se pregunta Paca Aguirre.

Dentro de ese vientre de ballena que es el lenguaje, se ha de inventar un fósforo, se ha de prender un fósforo con el que iluminar/decir a la bestia que nos contiene. Pero, ¿acaso puede hablar la subalterna? Volvemos siempre a la vieja pregunta de Spivak. ¿Cómo nombrar cuando la única lengua que se posee es la misma que nos enuncia/construye como las Otras, la que al nombrarnos nos arroja hacia su Afuera? Si estamos ausentes de ese lenguaje al que pretendemos hacer hablar en nuestro nombre, si no somos en él y después de él no hay otra cosa que silencio, ¿desde dónde decirnos? ¿cómo hacernos aparecer? ¿cómo contar nuestra historia?

Ahora desaprendes la trampa 
del lenguaje. 
Lo que dice 
tu cuerpo no tiene 
boca 
(Ada Salas) 

Frente a la razón instrumental, objetiva y científica sobre la que se asienta la Modernidad occidental, en la que solo podemos permanecer mudas, asumiendo la imagen que el amo construye de nosotras, hemos de enarbolar aquello que María Zambrano llamó razón poética:

De la montaña que nos vedaron bajan hombres enloquecidos agitando sus manuales de razón trascendental. Ignorarlo es agacharse como un desclasado frente al espejo 
(Erika Martínez) 

La poesía, que para Nietzsche y Heidegger fue siempre un decir inaugural, permite ese extrañamiento del lenguaje capaz de hurtar las palabras al amo y volverlas en su contra. Por eso ha de ser el hipocentro de un terremoto que arrase el lenguaje mismo para volverlo otro o simplemente para mostrar sus ruinas:
Mira 
cómo tiembla la lengua en el palacio del lenguaje 
(Ángela Segovia)

La poesía de las subalternas ha de ser molesta, señalar a todas horas que el lenguaje no alcanza a decir y se convierte en cepo, que hace falta un idioma de labios y maleza, una palabra-plaga de langostas capaz de asolar los campos del faraón y vaciar sus arcas de monedas, de trigo sus despensas. La poesía de las subalternas es una escritura inesperada, un acto no previsto en el propio contexto en que se inscribe. Es un error de cálculo y, por tanto, un desafío. Pero la subalterna no puede reapropiarse del lenguaje que la había sometido a la manera del amo para seguir usándolo como herramienta de dominación, sino para subvertirlo, deconstruirlo y romperlo hasta volverlo otra cosa, algo fuerte y elástico, algo que sirva como látigo con el que golpear al poder y que a la vez se estire hasta contenernos a todas las oprimidas, las silenciadas, las invisibles. Que sea ortiga, pero también refugio, lumbre, nido, madriguera.

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