Paco Vidarte y la rebelión de las bestias

Las herramientas dinamitadoras de Paco Vidarte siguen abriendo brechas allí por donde pasan. Nada es negociable con los opresores, con los autoritarismos, con esos monstruos contemporáneos que nos amenazan desde sus discursos homófobos, machistas, xenófobos.

Vidarte y Derrida
Vidarte junto a Derrida durante una décade de Cerisy la Salle (Normandía), verano de 2002.
11 ene 2019 07:27

¿Por qué no pensar que un nuevo tipo de revolución está a punto de hacerse posible...? 
Gilles Deleuze 

Hay toda una tradición de pensadores que han hecho de la filosofía el arte de demoler sistemas. Frente a los que han sufrido la necesidad o perversión de construirlos, están aquellos que han preferido desmontarlos, removerlos hasta los cimientos, cuestionando sus pretensiones de verdad. De este modo, la historia de la filosofía nos ha legado imágenes nada excelsas ni profundas, pero sumamente potentes sobre la capacidad crítico-destructiva de algunos conceptos. Desde el martillo nietzscheano hasta la palanca deconstructiva derridiana, o aquellos filósofos cartógrafos, arqueólogos, tipo Benjamin o Foucault, que trazan mapas y genealogías insospechadas. Hay, parafraseando a Deleuze, en determinados autores un espíritu sísmico, que nos conmueve y, en definitiva, nos revoluciona. Es precisamente en este grupo, que podríamos denominar “los desmontadores”, donde situaríamos a Paco Vidarte, cuyas herramientas dinamitadoras continúan abriendo brechas allí por donde pasan.

“Esto no es un libro. Es un interruptor. Un dispositivo que corta la corriente. Y a la vez permite que algo se ponga en marcha, que algo se encienda” (Ética marica, 2007). Así comienza el último libro de Paco Vidarte, escrito en apenas tres semanas, durante el mes de junio de 2007, en su casa del barrio madrileño de Lavapiés. Hay en cada una de sus páginas y capítulos una repolitización y resignificación de la rabia y el cabreo como herramientas contrahegemónicas para la lucha y la emancipación.

En su ironía habitual, cuando la enfermedad ya se había manifestado en su plenitud, solo unos meses después de escribir este breve pero intenso manifiesto, Vidarte afirmaba que cierta alteridad amenazante latía ya en él, haciéndola responsable de esa fuerza encolerizada que tiñe todo el libro. Ética marica es una bofetada, un cortocircuito que nos advierte de la facilidad con la que podemos deslizarnos en la comodidad de la buena conciencia, en el sopor de la despolitización, mientras los dispositivos de poder y dominación no cesan con su trabajo silencioso, fagocitando y apaciguando todo conato de lucha social.

Si vuestro espíritu humanista está a la búsqueda de cierta comunidad reparadora y conciliadora, no lean a Vidarte. No es el filósofo que necesitan para establecer políticas de la concordia

Tras una década de su muerte, hoy más que nunca se torna absolutamente necesario volver a sus propuestas, a sus textos. Nada cómodo encontraremos en ellos. Si vuestro espíritu humanista está a la búsqueda de cierta comunidad reparadora y conciliadora, no lean a Vidarte. No es el filósofo que necesitan para establecer políticas de la concordia. Ninguna posibilidad de reconciliación, diálogo o negociación con el enemigo hallarán en sus páginas. Por el contrario, es el pensamiento como ametralladora, como barricada y máquina de guerra lo que se nos propone, pensamiento siempre dispuesto a perforar y abrir los muros que se levantan ante nosotros, a resquebrajar y denunciar todos aquellos sistemas de opresión que no dejan de asediarnos y atravesarnos.

También es la resignificación del deseo como flujo perverso, la apropiación y colectivización del culo, del cuarto oscuro, el devenir lumpen, perra, trans, puta o migrante, desmontando toda hipócrita seguridad heteropatriarcal, todo resto de microfascismo que pueda anidar en nosotros. “¡A menear el edificio hasta que le salgan grietas!”, hasta dejarlo en la desnudez de sus ruinas.

Ética Marica
‘Ética Marica’, de Paco Vidarte (2007). Ediciones G.


La trayectoria política, militante y académica de Vidarte se remonta, sin embargo, a años atrás del archiconocido Ética marica. Su breve, pero intensa vida, nos ha dejado un conjunto de textos dispersos, pasquines, libros de corte académico y traducciones, cuyas temáticas siempre han girado en torno a tres ejes fundamentales: por un lado, la teoría queer y el feminismo, donde encontraremos al Paco Vidarte más activista, miembro fundamental de la Radical Gai a principios de los años 90 y defensor incansable de los derechos del movimiento LGTBQ (los dos libros escritos junto a Ricardo Llamas, Homografías y Extravíos son un claro ejemplo de esta etapa; así como los primeros cursos de Teoría Queer en la Uned, gracias a los cuales se introdujo en la academia un saber tan poco aceptado por la misma); por otro, la deconstrucción derridiana y el psicoanálisis, en los que se consolida la figura del académico, reconocido internacionalmente sobre todo en Francia y Latinoamérica, por su contribución al pensamiento francés contemporáneo.

En torno a estos ejes, realizaremos un breve repaso por sus obras y pensamiento, intentando rescatar de las mismas su capacidad incesante para generar espacios de crítica, de lucha y de resistencia.

CADENCIAS DERRIDIANAS

A mediados de los años 90, un jovencísimo Vidarte, recién licenciado de la Universidad de Comillas, decide continuar sus estudios de doctorado en la UNED. Allí, tomaría contacto con dos figuras que iban a marcar tanto su trayectoria académica como filosófica: Cristina de Peretti y José María Ripalda. A través de Peretti, y su seminario de investigación sobre Derrida, Vidarte se inicia en los textos del argelino, realizando su tesis doctoral sobre el mismo, tesis que sería publicada años después en la prestigiosa editorial francesa L’Harmattan, bajo el título de Derritages -Une thèse en decontruction. La alianza Peretti-Vidarte nos dejaría como legado las más cuidadas traducciones de un autor como Derrida, cuyo pensamiento y trabajo en el lenguaje no supone un territorio sencillo para el traductor, situándolo siempre en los confines mismos de lo intraducible.

La deconstrucción atravesaría a Vidarte como a un subjectile mismo, se haría carne en él y solo se comprenden sus lecturas desde esa escritura en la piel misma, perforada, horadada, por la huella, la grafía, el texto y el injerto. Ça se déconstruit: literalmente, ello tiene lugar, se produce, acontece. Y en esta implicación tanto personal como filosófica, resulta de extremada importancia ese breve texto titulado “Jacques Derrida: ‘ora pro nobis’”, en el que, en un tono confesional algo extraño en él, Vidarte toma distancia y genera un debate político tanto con el pensamiento de Derrida, como con el propio Ripalda, quien afirmaba su desencanto ante las posibilidades de la filosofía de intervenir en la realidad.

Vidarte va a retomar los caminos de la teoría queer y de cierto feminismo para revindicar otras subjetividades, otros lugares de resistencia, siempre inhabitables, marginales e innombrables

Late en el texto en cuestión la necesidad de repolitizar un discurso filosófico que, desde sus inicios, había sufrido el estigma de la despolitización. En los círculos filosóficos franceses, la obra de Derrida había sido tachada de mero juego lingüístico, demasiado esotérico y oscuro, a la par que inoperante como propuesta para una transformación social. El propio Vidarte es consciente de esas limitaciones deconstructivas y termina afirmando la radical escisión que se produce entre la deconstrucción y la realidad; incluso, entre la propia deconstrucción y la militancia LGTBQ. Y, a pesar del llamado “giro político” de Derrida, producido a finales de los 90 tras su relectura espectral de Marx, Vidarte no ve en estas obras la posibilidad fáctica de una intervención política.

Y es precisamente ahí, en esa imposibilidad, en esa aporía misma, donde tiene lugar el giro ético-político del propio Vidarte, quien va a retomar los caminos de la teoría queer y de cierto feminismo para revindicar otras subjetividades, otros lugares de resistencia, siempre inhabitables, marginales e innombrables. Ça se déconstruit: algo se deconstruía, algo acontecía en su propio pensamiento. Como un síntoma inmanejable que comenzaba a manifestarse. Paralelo a estas repolitizaciones y resignificaciones, no debemos olvidar que uno de los núcleos de análisis más trabajados por Vidarte, núcleo que a su vez vendría a reforzar su rendición de cuentas con la deconstrucción, es el psicoanálisis.

EL AMIGO DEL PSICOANÁLISIS

Afirmaba René Major que no hay Derrida sin Freud, pero tampoco hay Vidarte sin este complejo cruce entre deconstrucción y psicoanálisis Al igual que el propio Derrida, que llegó a autodefinirse como “amigo del psicoanálisis”, la relación o alianza entre Vidarte y los textos freudianos-lacanianos, pasados por el tamiz de la deconstrucción, tuvo también la forma de una verdadera alianza. Alianza y amistad tejida, además, con psicoanalistas de la talla de Roudinesco, el propio Major o Marguerite Derrida.

Debemos a Vidarte no solo las traducciones más acertadas de aquellos textos derridianos dedicados al psicoanálisis, como es el caso de Mal de Archivo (1997), sino también, sus propias lecturas de la compleja relación entre Derrida y Lacan, o sobre la pulsión de muerte y la repetición, ambas presentes, a veces de manera amenazadora, en la propia lógica de la deconstrucción y su tendencia a la parálisis o aporía; sin olvidarnos de su relectura del síntoma como lo que acaece, como aquello que literalmente nos cae, nos tumba, como un verdadero acontecimiento, retomando toda la importancia del porvenir y del évenement en la obra de Derrida. Y en estas contigüidades deconstructivo-psicoanalíticas, Vidarte supo ver la potencialidad política de determinados conceptos, como es el caso del resto, de lo inasimilable o indigerible que, bajo la forma de una resistencia transformadora, posee una capacidad de intervención efectiva en un campo de fuerzas. De este modo, el resto derridiano-freudiano será investido por las categorías de clase, raza, género y orientación sexual, siendo todo aquello que un sistema hegemónico expulsa, segrega y desecha.

DEVENIR HORDA 

Quizás no sea arriesgado por nuestra parte afirmar que su formación clásica y su profundo conocimiento de la filosofía greco-latina hizo que en sus últimos escritos a Vidarte se le viera el plumero (que no la pluma, la cual nunca estuvo oculta ni armarizada). Hay en ese manifiesto político de la rabia, asediado por la inminente enfermedad, un retorno a la tradición del êthos más pura. Hay también un afán de volver a pensar el relato de la polis, para analizar y cuestionar el espacio político, entendido como un espacio de violencia y segregación de determinados cuerpos, sujetos y deseos. Asimismo, encontramos una reivindicación del êthos que se hace en las plazas, en las calles, en los mercados, dejando de lado cualquier deseo de universalización de los principios morales. Un êthos, en definitiva, molecular, minoritario y alternativo como herramienta de contrapoder frente a las pretensiones fundamentadoras y, por ende, excluyentes de la Ética con mayúsculas.

Retomando la sentencia aristotélica, que dejaba fuera de la polis a las bestias y a los dioses, Vidarte se hace eco del rumor de esas bestias, de las anomalías y las abyecciones que habitan los no-lugares de lo político. Y, desde esa inhabitabilidad, desde esa precaridad endémica a la que han sido condenadas determinadas vidas, se denuncia el hecho de que la polis se haya erigido sobre la base de la marginación y exclusión de aquellos seres indigeribles para el sistema. En este sentido, afirma de manera rotunda, existe “una responsabilidad inalienable por todos aquellos a los que la lucha por nuestros derechos ha excluido, silenciado, pisoteado y mantenido al margen de cualquier mesa de negociación” (Ética marica, 2007).

La horda posee ese sesgo de barbarie o primitivismo que la hace indomable, sin jerarquía posible, sin ley ni disciplina, como esos perros callejeros que tanto le gustaban y que supo resignificar

El resto disidente, inadmisible e indecente, aquel que tanto había analizado Vidarte en sus lecturas deconstructivas-psicoanalíticas, cobra forma en la tradición de los parias, de las precarias, de la subalterna, la puta, la trans, la marica o la bollera atravesadas y desposeídas, condenadas a habitar esos espacios de segregación, marginación, violencia y exclusión social. Por ello, la única justicia posible, la única ética defendible, afirma, “es aquella que nace de las calles, de las pateras, de las barricadas, de las plazas, de la opresión, de unas nalgas desnudas”. Lejos queda ya el mantra de esa “justicia por venir” derridiana, ante esta justicia que baja a lo material, puesto que como afirma Federici, solo es posible modificar nuestras condiciones de existencia cuando se cuestionan de raíz las condiciones materiales de las mismas.

Poco a poco, las metáforas dinamitadoras dan paso, en sus últimos textos, a las animalizantes: las maricas perras, los chuchos callejeros, los parias de la tierra, dan paso a una política cínica, de aquellos que como Diógenes se atreven a plantar cara al Imperio, riéndose de sus mediocres estratagemas de seducción. De ahí que el término “horda”, de corte más freudiano, sea para Vidarte mucho más interesante políticamente que la multitud de Negri-Hardt. La horda posee ese sesgo de barbarie o primitivismo que la hace indomable, sin jerarquía posible, sin ley ni disciplina, como esos perros callejeros que tanto le gustaban y que supo resignificar. La horda de bárbaros no negocia ni claudica. Nada es negociable con los opresores, con los autoritarismos, con esos monstruos contemporáneos que nos amenazan desde sus discursos homófobos, machistas, xenófobos. “La revolución —afirma Vidarte— no es una cena entre amigos. Ni la negociación política tampoco. Sobre todo en una situación de subordinación, dominación, discriminación y opresión, históricas, seculares y perfectamente actuales, cotidianas”.

Afirmaba Deleuze que concebía la historia de la filosofía como una especie de sodomía: ciertos autores, al leerlos, nos dan literalmente por culo, nos hacen temblar, gozar, produciendo todo tipo de descentramientos, placeres perversos, deseos inconfesados. ¿Se atreverán a dejarse visitar y conmover por los flujos vidartianos y sus revoluciones insospechadas? Acercarse a sus textos supone sucumbir a esa corriente eléctrica, a cierta intensidad que nos contamina hasta el tuétano. Nadie sale indemne tras su lectura.

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