Economía
¿Y si los bancos centrales dieran dinero a la gente?
La política de austeridad que la Unión Europea lleva aplicando durante toda la década no está sirviendo para recuperar estímulos ni para que las economías de la Eurozona se recuperen. Se vuelve a la idea del Quantitative Easing (QE).

No se han podido empezar prácticamente a retirar los estímulos aplicados desde la crisis y ya se espera que el próximo día 12 de septiembre los miembros del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE) anuncien nuevas medidas de expansión económica. Su presidente, Mario Draghi, no podrá acabar su mandato de la manera triunfal que deseaba, desactivando las potentes medidas no convencionales que ha aplicado durante la crisis y dirigiendo la progresiva subida de tipos, ya que esta ni ha podido empezar.
Dentro de estas medidas, una de las más sonadas y que costó muchos titubeos y discusiones (y alguna demanda ante el Tribunal Constitucional alemán) en el seno del BCE fue el Programa de Compras del Sector Público o, en la jerga monetaria, el Quantitative Easing. Se trataba de un gran estímulo consistente en compras de deuda pública en el mercado secundario, una medida que la mayor parte de bancos centrales del mundo ya habían empleado, pero que el BCE retrasó por la ya de sobra conocida prohibición de financiar a los Estados que pesa sobre el ente europeo.
Hoy no solo el BCE, sino el resto de bancos centrales con la Reserva Federal a la cabeza reinician la senda de los estímulos monetarios. También surgen voces que plantean alternativas que puedan servir para algo más que para lo que sirvieron las anteriores rondas de dinero gratis para bancos e instituciones financieras. Una de estas propuestas es la defendida por la especialista en finanzas, Frances Coppola, en su The case for People’s Quantitative Easing (algo así como En defensa del Quantitative Easing para la gente).
El libro presenta la posibilidad de que dejen de ser bancos y grandes corporaciones los rescatados y sea, al fin, la gente convencional. Para Coppola “invertir dinero en bancos e instituciones financieras evitó que el sistema financiero se derrumbara, pero no protegió a las personas de las consecuencias económicas de la locura de los banqueros”. Es más, la autora destaca la injusta paradoja de que, mientras se regaban los balances bancarios con millones de dólares, los gobiernos sometían a las poblaciones de muchos países a dramáticas agendas de recortes y privatizaciones del sector público. Parecía haber dinero solo para algunos: justo para los causantes de la crisis.
Además, los QE aplicados por los bancos centrales, a pesar de ser el mayor programa de creación de dinero en la historia, no consiguieron su objetivo principal y “la inflación continuó tercamente por debajo del objetivo en la mayor parte de los países desarrollados”, en palabras de la autora, para quien el QE simplemente fue un fracaso. Pero, ¿por qué fracasó?
La interpretación de Coppola tiene que ver con cómo se han distribuido los estímulos económicos: “El QE ha inflado masivamente el precio de los activos [como] acciones, bonos, inmobiliario, arte e incluso buenos vinos, beneficiando directamente a los poseedores de esos activos, que son mayoritariamente ricos”.
Más a allá de la mitología del trickle down neoliberal, Coppola explica que “distribuir dinero entre la gente rica no es ni de lejos un estímulo tan poderoso para el gasto como dárselo a la gente normal. Ello se debe a que los ricos no necesitan el dinero”. Tienen lo que los economistas llaman una ‘propensión marginal al gasto’ muy baja, su despilfarro en yates y ropa de lujo no impulsa la economía real al darse en un espacio muy limitado de la misma.
En definitiva, para la británica “el dinero creado por el QE se ha agitado en los mercados financieros y ha hecho estallar burbujas por todo el mundo”. Ante tal situación,la autora nos propone una nueva versión del QE, una dirigida a la gente y no a las instituciones financieras, y no solo por motivos de justicia económica sino también de eficacia política, para que las políticas monetarias no vuelvan a ser un fracaso.
En realidad, cualquier QE está inspirado en una idea del economista Milton Friedman llamada el “helicóptero del dinero”, según la cual, en momentos de depresión económica, las autoridades monetarias deben poner dinero directamente en la economía. Con la potente imagen de un helicóptero lanzando dinero por la calle, Friedman buscaba presentar una medida de política monetaria que animara el gasto de forma extraordinaria y excepcional y fuese un revulsivo para una economía deprimida.
Es en esta idea en la que se basan tanto el QE empleado los últimos años como el propuesto por Coppola, con la diferencia de que, en el QE para la gente, el helicóptero volaría por toda la economía, buscando los lugares donde más se necesita y no solo sobre los centros financieros. En el libro se describen más de una docena de tipos de QE para la gente, distinguiendo entre los programas que darían dinero a la gente directamente para su gasto a corto plazo, que llegaría a sus cuentas corrientes o por medio de recortes de impuestos según las versiones; y los programas de inversión a largo plazo, entre los que contempla un QE verde o un jubileo de deuda.
Coppola también recoge las posibles objeciones que pueden hacerse al QE para la gente, y discute tanto los efectos de cada una de las versiones como ciertos mitos económicos detrás de las algunas de estas críticas, como el miedo atroz a la hiperinflación o la vaca sagrada de la independencia de los bancos centrales. Al respecto, la autora admite que la única objeción fuerte que puede hacerse al QE para la gente: que no sería necesario si se pusieran en marcha las medidas fiscales necesarias y complementarias a la política monetaria y si los Estados recuperasen el control de sus finanzas, algo absolutamente deseable pero más que dudoso.
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