Opinión
El fin de la ilusión revolucionaria

El autor de El siglo de la revolución y Por el bien del imperio cuestiona el mito del 68 y pide otros caminos para la confrontación con el capitalismo.

historiador

14 may 2018 06:06

El 4 de abril de 1967, Martin Luther King decía en la iglesia de Riverside, en Nueva York: “Estos son tiempos de revolución. En todo el mundo los hombres se sublevan contra los viejos sistemas de explotación y opresión, y de la matriz de un mundo precario nacen nuevos sistemas de justicia e igualdad. Los descalzos y descamisados de la tierra se levantan como nunca antes lo habían hecho”.

Era, de algún modo, la renovación de las esperanzas revolucionarias nacidas 50 años antes en Rusia. Pero 1968 iba a ver el fin de estas ilusiones, así como el del propio King, asesinado el 4 de abril en Memphis.

Todos los movimientos iniciados en este año acabaron en el fracaso: el intento de establecer un “socialismo con rostro humano” en Praga, los movimientos estudiantiles en Alemania, Italia y Polonia, las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos…

El ejemplo más claro de este fracaso fue posiblemente el de los sucesos de mayo en París. Todo había comenzado aquí como un problema estrictamente universitario; el 7 de mayo las reivindicaciones eran: “Reapertura de las facultades, anulación de todos los procesos y el Quartier Latin para los estudiantes” (esto es: la policía fuera).

Pero la movilización creciente de los que protestaban, sumada a la solidaridad de los sindicatos, que el 11 de mayo llamaban a una huelga de 24 horas, alentó las esperanzas de los estudiantes, que proclamaban que su lucha “es parte integrante de la lucha de las masas trabajadoras y explotadas”.

Por entonces, sin embargo, el sindicato mayor, la CGT, y el Partido Comunista habían decidido que era preferible negociar mejoras salariales con la patronal antes que seguir el juego de estos jovencitos, y ordenaban a los obreros de la Re­nault, en Billancourt, que cerrasen las puertas a los manifestantes que acudieron el 17 de mayo a solidarizarse con los trabajadores. Dos días más tarde el manifiesto de un grupo que se expresaba en francés y en castellano denunciaba: “Las organizaciones ‘obreras’ tradicionales, oportunistas y reformistas, han demostrado su incapacidad para dirigir la lucha contra la burguesía”.

Estaba claro que no iba a haber una acción conjunta de los estudiantes y de los trabajadores, y que no cabía mantener ninguna esperanza de un triunfo revolucionario. Pero las fantasías habían llegado a tal punto que el 30 de mayo los “situacionistas” publicaban un manifiesto en que decían: “Lo que hemos hecho en Francia asusta a Europa y pronto amenazará a todas las clases dominantes del mundo, desde los burócratas de Moscú y Pekín hasta los millonarios de Washington y Tokio. Así como hemos hecho estremecer a París, el proletariado internacional volverá al asalto de las capitales de todos los Estados y ciudadelas de la alienación”.

Por entonces, sin embargo, De Gaulle, tras haber recibido el apoyo incondicional del Ejército, tomaba de nuevo las riendas y restablecía el orden en pocos días.

La lección más significativa de esta historia es que esta iba a ser la última vez que un movimiento de masas, heredero de las ilusiones expresadas por Lenin en las “tesis de abril” de 1917, aspirase a cambiar el mundo. Para enfrentarse al capitalismo, que ha dominado por completo el mundo en los 50 años que han seguido a la frustración de 1968, habrá que cambiar de proyecto y explorar nuevos caminos.

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