Feminismos
De Frida a Morfina: mujeres que quisieron ser drags

El drag también atrae a mujeres cis, aunque muchos no lo entiendan. Su camino no es fácil, es el underground de lo underground. Hablamos con algunas de ellas para preguntarles cómo se sienten y a qué obstáculos se enfrentan.
Cris posando durante la entrevista
Cris posando durante la entrevista Raquel Pablo Alcalá

Periodista

3 ago 2022 06:00

Cristina —Cris, como prefiere que la llamen— entra por la puerta de la cafetería y, con un característico acento, se disculpa por llegar tarde. Nació en Málaga hace veintitantos años, pero vino a Madrid con su novia “a probar suerte”. Y se quedó. Es hija de Rosi y Pedro, que trabaja en mantenimiento: “¿El típico Koke de La que se avecina? Pues ese es mi padre”. Un mechón de pelo blanco decora su larga melena oscura, casi negra. Se ha pintado las cejas y, aunque lo deteste, va maquillada para la ocasión. Ella es muchas cosas: simpática, divertida, sonriente, licenciada en Bellas Artes, trabajadora del Corte Inglés. Y drag queen.

El día 10 de enero hizo siete meses desde que se inició en este mundo: “Todo empezó porque yo siempre iba a ver el drag local de aquí de Madrid y me hice muy amiga de las niñas del Drag Reign. Pero yo nunca había visto a una mujer haciendo drag, aunque luego pensé: ¿qué me lo impide?”. Nada.

Cristina: “Es empoderante que lleguemos nosotras y podamos compartir ese espacio. Es algo liberador, porque eres quien quieres ser”

“Hace poco estuve grabando un videoclip y me pasaron dos cosas. Una fue que yo era la única chica, algo que ocurre mucho, y uno de ellos me dijo ‘ay, como tú no te tienes que hacer el tuck (técnica en la que se ocultan los genitales masculinos para que se parezcan lo máximo posible a los de una mujer), pues para ti es mucho más cómodo’, como si todas las personas que fueran drags tuvieran pene.

Y yo, que nunca me quedo callada, le respondí: ‘No, pero lo tengo difícil con muchas otras cosas, como tener que oír comentarios así todos los días’. Lo otro que me pasó es que, al terminar el vídeo, yo iba full montada con el traje de Cruella, con un pelucón superincómodo que me llegaba hasta aquí (señalándose la pierna), con el vestido, los tacones, mi maquillaje superexagerado hasta el pelo (marcándose sus cejas, o el lugar donde debería haber cejas) y me preguntaron que si yo hacía drag también. Digo ‘mentira, vaya, que con lo incómoda que voy me sigan preguntando estas mierdas’”.

Morfina performando la imagen de una virgen.
Morfina performando la imagen de una virgen. Imagen cedida por Cristina Quintana

Sin embargo, pese a este tipo de situaciones y comentarios, asegura que recibe “muchísimo apoyo y cariño” de gente a la que le gusta lo que hace: “Es empoderante que lleguemos nosotras y podamos compartir ese espacio. Es algo liberador, porque eres quien quieres ser”.

Una femme fatale

Por las mañanas trabaja en la sección de montaña de El Corte Inglés, autodefiniéndose ella como “antideporte”, pero algunas noches, cuando concluye su jornada, deja de ser Cristina Quintana Guzmán para ser Morfina. Su alter ego, que “quita el dolor y es adictiva”. En prepararse tarda tres horas: “Dos horas y media si tengo el día bueno”. Maquillajes imposibles, tacones de vértigo y muchos lip syncs a lo Britney detrás de una sola performance.

“La vez que actué, que solo ha sido una, porque siendo mujer es mucho más difícil, me estrené con seis meses en la Dragalada. Traté de ser yo misma: con mi acento, con mis cosas, mis chalauras…”. Morfina es “supersexy y sensual”, pero también es una villana de Disney”. Ella es Morticia, Cruella, Miércoles, Maléfica, tiene ese “toquecillo spooky” que a Cris tanto le gusta: “Es un poco lo contrario a mí, que soy to´ buena gente y to´ cercana… creo”, explica entre risas.

A su familia no se lo contó: “Cuando empecé a hacerlo le iba pasando fotos a mi madre y le encantó. Ella es la primera que me dice ‘tú no lo irás a dejar ni nada, ¿no?’. Porque ella sabe muchas cosas que yo le cuento, de toda la mierda que nos cae con las TERF (Feminista Radical Trans-Excluyente)”, que aseguran que lo que hacen las mujeres drag es parodiar la imagen arquetipo de la mujer: “Y no, cariño. La que está diciendo que los tacones y los vestidos son cosa de mujeres eres tú, yo no estoy estereotipando nada, me estoy poniendo lo que me da la gana y estoy haciendo lo que quiero”, dice. Y, seguidamente, bebe del vaso de Coca-Cola que acaba de pedir.

Cristina: [Todos piensan]“que una mujer no puede hacer drag: que es un mundo de hombres haciendo de mujeres, y ya está”

¿Cree que los hombres drag se pueden sentir amenazados por vosotras? “Creo que no deberían”. “Nunca me he encontrado a ningún compañero que me haya dicho que se ha sentido amenazado por mí, ni mucho menos. Lo que sí recuerdo es a otra chica que me dijo que yo estaba invadiendo un espacio que era de ellos. Yo no. Es que es imposible que yo le esté invadiendo un espacio a un hombre. Literalmente, es imposible”. ¿Qué cree que le hizo pensar eso? “Se lo hizo pensar lo que le hace pensar a todo el mundo que una mujer no puede hacer drag: que es un mundo de hombres haciendo de mujeres, y ya está”.

Teatro para hombres con faldas

“A la hora de hablar de cuerpos femeninos con vagina en el entorno del drag, nos tenemos que remontar a que en el teatro los cuerpos con vagina no podían trabajar sobre el escenario y los hombres eran los que tenían que hacer los papeles de mujeres”, dice Rubén Antón, artista que actualmente dirige Drag is Burning, un proyecto de arte que recupera la historia del travestismo, el transformismo y el drag a través de las artes visuales en Barcelona.

Rubén Antón: “En el teatro los cuerpos con vagina no podían trabajar sobre el escenario y los hombres eran los que tenían que hacer los papeles de mujeres”

“Cuando las mujeres se empezaron a dedicar a las artes escénicas aquí en España, comenzaron con el cuplé. Eran más picaronas y se vestían de hombres para igualarse a ellos. Ese sería el origen de todo lo que estamos hablando ahora. Entonces, ¿por qué está mal visto en un entorno laboral? Porque no es lo mismo un actor que una actriz. Históricamente, no es así. No es tan fácil para una mujer encontrar trabajo. Que una mujer sea libre económicamente la sociedad sigue sin aceptarlo. Todo gira en torno a lo mismo”, explica Antón.

Así y todo, el dragqueenismo no aterrizó en España hasta los años 90. Se trataba de un concepto muy ligado a la noche y a las discotecas, a diferencia de lo que aquí se conocía, que era el transformismo y provenía del teatro: “El drag se asocia a una clase alta, elitista, a algo que es caro, lujoso y que requiere de mucho dinero para poder hacerlo bien”. Aquí se adoptó como ese transformismo renovado en el que, en lugar de emular a grandes folclóricas del momento como Lola Flores, Carmen Sevilla o la Jurado, las estrellas imitadas eran las divas americanas: Mariah Carey, Whitney Houston o Madonna.

“¿Por qué todas estas mujeres encima de los escenarios son las grandes imitadas por las drags, las transformistas y las artistas de la época? Porque una mujer libre en los años 50 o en los años 60 era demasiado poderosa y a los hombres les daba miedo. Por eso se convirtieron en referentes para el colectivo”, concluye Rubén Antón.

¿Falsas reinas?

La escena drag está más de moda que nunca. Lo que hasta hace poco tan solo era visto como algo aislado de lo “underground”, ahora, gracias a talent shows de éxito internacional como RuPaul´s Drag Race, se está visibilizando. Sin embargo, este programa también ha ayudado a consolidar la falsa creencia de que solo los hombres pueden hacerlo, a diferencia de otros como The Boulet Brothers' Dragula. Con RuPaul se ha silenciado el vasto abanico de posibilidades que gira en torno al drag y se han potenciado, además, algunos prejuicios y estereotipos. Esto ha hecho que muchas personas desconozcan términos como drag king o drag monster, e incluso la existencia de mujeres drag que cuentan con espacios para poder actuar. Es el caso de Frida Nipple.

Ella, como Cris, es una bio queen —también hyper queen o faux queen—; es decir, una mujer que adopta, a su vez, el papel de mujer a la hora de transformarse. Y es aquí cuando surge la polémica: ¿por qué usar términos diferentes para algo que hacen por igual unos y otras?

Marina: “Hay veces en las que ves cómo miran a los hombres que hacen drag y luego ves cómo te miran a ti, y ves que te están mirando de otra manera”

Para Frida, que no es otra que Marina Cabezas Romeo —barcelonesa, 25 años, diseñadora gráfica—, “es una manera de excluir, de decir que no somos drag queens reales. De hecho, faux queen significa ‘falsa reina’ en inglés. También entiendo el querer reivindicar si eres una persona cis o trans que haces drag, pero a mí lo que no me gusta es el hecho de poner otro nombre como para decir ‘no, esta no es drag queen, es hyper queen’. Yo por encima de todo soy drag queen, y no encuentro necesaria esta distinción”.

En este sentido, se podría decir que Marina es bastante afortunada. No se expone tanto, porque para ella es un pasatiempo más que un trabajo y no ha sufrido “demasiada discriminación. Pero sí es verdad que hay veces en las que ves cómo miran a los hombres que hacen drag y luego ves cómo te miran a ti, y ves que te están mirando de otra manera”.

Divas de la noche

Este universo de lentejuelas acabó conquistándola a los 22 años. Desde entonces, el drag es para ella una “vía de escape”, un hobby, más que un trabajo. Disfruta así: luciendo ropa o haciéndose maquillajes con los que en su día a día no se atrevería: “Esto también es una manera de hacerlo en un espacio seguro y donde, además, la gente no te acosa por ello, sino que lo celebra contigo”.

No obstante, para aquellas que desean impulsar su carrera y convertirse en las nuevas Alexis 3XL —mujer cis ganadora del concurso La Más Draga— la realidad es otra. En líneas generales, hacer drag siendo mujer cisgénero es mucho más complicado. No se podría estimar una cifra exacta, pero el porcentaje de mujeres cis que lo practican con éxito es ínfimo en comparación con los hombres: “Si quieres avanzar y tener una carrera, quizá hay ciertos sitios en los que, por el hecho de ser mujer, te lo pongan más difícil porque allí no te querrían contratar”.

Marina describe su transición a Frida como “el momento de buscar la libertad a través del personaje”: “Se trata de recoger todas las cosas buenas que soy yo como Marina y amplificarlas por mil”. Para Cristina también es liberador: “El drag significa política, reivindicación, decir que las mujeres también estamos aquí”. Pero, sobre todo, significa “la liberación máxima de Cris. Ser la mujer que yo querría ser”, cuenta, al tiempo que da un mordisco a una de las croquetas que la camarera acaba de traer como tapa: “¿Queréis?”.

Morfina ha estado en la piel de virgen, de bruja, de sirvienta de una mansión, de luchadora enmascarada y de una versión muy singular de otra drag a quien admira: Arantxa Castilla-La Mancha. Todas estas vidas y, sin embargo, ahora en Cristina no hay rastro de Morfina. Solo unas cejas rapadas.

Y tu mamá también

Cris tiene otra madre que no es Rosi: Dita The Vain, y tiene también un hermano y cinco tías: Arantxa, Satine Fansy, Luna La Bruja, Kiwi Nastoy y Diamante Merybrown. Estas últimas no son de sangre, pero como si lo fueran: “Son mi familia”.

Isa Capdevila también es madre drag. Tiene 66 años, es historiadora del arte y filóloga catalana, nació en el barrio del Raval de Barcelona, entre “las mesas del bar de mis padres”. En casa la conocen como Madame Hiroshima y sus hijos —que no son pocos— son tanto de sangre como “de alma”.

Se define a sí misma como bio queen y asegura que, para ella, ha sido “una segunda oportunidad en la vida”: “Gracias a mis hijos/as drag encontré un apoyo y una fuerza que me empujó a volver a los escenarios y a luchar por este movimiento”, reconoce. “Empecé a hacer cabaret alternativo en ADA ARTS con la vedette Lady BonBon y ahí empecé a ser madre de drags”. Sin fundar propiamente una House of Drags, encontraron en ella una Madre —así, en mayúsculas— y un lugar al que acudir:

“Todo se ajusta a las modas y a los intereses. Las marcas se blanquean con el rosa y no hay serie o película que no incluya, al menos, un personaje del colectivo. Pero, a pesar de eso, hay que trabajar el tema desde la infancia”, concluye. Nada de eso importa: “Que hagan lo que quieran, que salgan a vivir una ilusión, que nada es tan agradecido como transmitir alegría y fuerza siendo tú misma envuelta en oropel”. Es el mensaje que lanza la catalana a las generaciones de Fridas y Morfinas.

De la coca-cola de Cris sólo quedan los hielos. Mira el móvil una y otra vez, distraída por la luz de la pantalla que no para de encenderse. Le da la vuelta sobre la mesa y continúa hablando, pero parece que ya lo ha dicho todo. Anochece. Es la hora del drag.

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