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Feminismos
8M, desde una perspectiva decolonial
La decolonialidad no puede ser una retórica más que nos dé un nicho dentro de los feminismos occidentalócéntricos, una identidad que complete la “diversidad” dentro de ese feminismo.
Dentro de las genealogías de las distintas comunidades racializadas existen muchas mujeres que han articulado la imbricación de sus opresiones, señalando como obstáculo la modernidad occidental y su falso universalismo. Este busca constantemente, de forma renovada, producir abstracciones y esencializaciones para mantener la invisibilización de los y las deshumanizadas de la tierra. Estas mujeres reconocieron rápidamente, en distintos lenguajes, la complejidad de las opresiones contra las que tenían que luchar; sin haber utilizado términos actuales, su lucha era contra la colonización de sus cuerpos, de sus mentes, de sus pueblos y territorios.
VIOLENCIA RACIAL INSTITUCIONAL DERIVADA DE LA LEY DE EXTRANJERÍA
En el contexto español, Fatiha El Mouali, economista, investigadora y activista antirracista ha venido denunciando el conjunto de violencias institucionales, económicas y políticas derivadas de la Ley de Extranjería que sufren las mujeres marroquís migradas al Estado español. Esta ley “supedita la situación legal de las mujeres migrantes marroquíes y [todas las provenientes de las ex-colonias] a la situación del marido, en los casos en los que esta ha entrado en el país por reagrupación familiar o ha obtenido los papeles casándose, por ejemplo, es por ello que el sistema de control migratorio opera con una lógica racista y patriarcal a la vez”.
Fatiha cuenta que “nos encontramos con un número muy alto de casos de “irregularidad sobrevenida”, como ellos lo llaman, que viene a ser, por ejemplo, mujeres que no pueden renovar los papeles porque sus maridos no lo han podido hacer. Y éstos generalmente no lo pueden hacer porque están en el paro. También tenemos casos de familias que no pueden renovar porque han cambiado de piso y el piso actual no cumple con las medidas que el Estado obliga para regularizarte. La ley misma crea esas violencias y la estructura que las reproduce y ahí entran en juego todas las políticas de extranjería”.
En el caso de las mujeres marroquís, Fatiha recoge en su trabajo múltiples historias, con ejes muy variados, con posiciones muy variadas también, y en todas ellas siempre nos encontramos la Ley de Extranjería y sus consecuencias directas o indirectas. La lógica subyacente a todas estas situaciones tiene que ver con eso que llamamos colonialidad, es decir con mantener los sujetos provenientes de las ex-colonias por debajo de la línea de lo humano; esto es, con vidas desechables: el hombre moro sin trabajo. Todo ello repercute en la construcción de la mujer mora, a la que solo le concedemos los papeles como “mujer de” un hombre desechable. El sistema relega a la mujer marroquí a un rol exclusivamente de cuidados, mientras la construye como sumisa e inútil por desarrollar ese rol. El aparato ideológico que mantiene este orden perverso ha sido y está siendo analizado, también en nuestro contexto, para el que quiera leer/escuchar.
Esa violencia racial institucional a efectos cotidianos, materiales, es producida en primera instancia por los y las trabajadoras de las instituciones destinadas a controlar, socorrer, ayudar, integrar, etc. a las mujeres racializadas/migrantes. La intervención social es una herramienta del estado racista para el control de las poblaciones no blancas.
“UN FEMINISMO PARA TODAS LA MUJERES” Y LA CUESTIÓN DEL RACISMO
La categoría mujer como género, ya es un término colonial. Esto lo han señalado distintas pensadoras, como Oyeronke Oyewumi, quien ha mostrado que las feministas también “han caminado por un camino imperial ... abierto por el colonialismo y el racismo. En lugar de ser conscientes de su ventaja racial, se comportan como si la cuestión fuese cuánto han evolucionado sus culturas y, por ello, pretenden civilizar y salvar a las mujeres africanas".
Chela Sandoval por su parte, señala que las mujeres racializadas a través de sus opresiones de clase, sexo, por su cultura propia, pero sobre todo por la raza, habrían entendido que se les puede negar un acceso fácil a una categoría de género legitimada, como el de mujer. Estas reflexiones se contradicen con la unidad que las feministas blancas buscan erróneamente, y con la construcción constante de una homogeneización, enfocándose en una opresión como mujeres o disidentes sexuales, pero ignorando la diferencia de raza, muchas veces encubriéndola con términos como sororidad. Sobre esto nos advertía Audre Lorde poniendo énfasis en que "ignorar las diferencias de raza entre las mujeres y las implicaciones de esas diferencias representa la amenaza más grave para la movilización del poder conjunto”. Habría que preguntarnos, si basta solo con reconocer las diferencias para implicarse en una lucha decolonial de mujeres.
A pesar que en los últimos años hemos observado “un interés” en identificar las diferencias, -incluso haciendo un uso blanqueado de la interseccionalidad- las demandas de las mujeres racializadas se han convertido en un agregado sin importancia, en algo secundario. Es más, el pseudo reconocimiento de las diferencias, el discurso de la inclusión de mujeres racializadas y migrantes, y la instrumentalización de la interseccionalidad le ha generado a la izquierda blanca una especie de legitimidad, mientras que nuestras demandas parecen ser constantes interferencias, en el movimiento “unificado” de mujeres blancas.
Las mujeres provenientes de la inmigración poscolonial y las mujeres racializadas en el estado español se encuentran en una situación muy específica frente a la violencia estructural del sistema racista y patriarcal. No podemos obviar lo que Aura Cumes, pensadora maya Kaqchikel, señala: “la colonización fue también, la que acercó a las mujeres blancas con los hombres por medio de un pacto racial, pues si bien los distancia las diferencias de género, los une los privilegios de raza.” En este contexto, cuestionamos la alianza “naturalizada” con las mujeres blancas y deseamos aprender, por ejemplo, de los feminismos negros o tercermundistas, quienes se aliaron por su posicionamientos políticos cercanos en relación a sus opresiones de raza y quienes comprometidas construían continuamente su coalición.
La diferencia colonial y la opresión de raza nos da a entender que nuestra liberación significaría también la pérdida del poder de las mujeres blancas. Son ellas, las que tienen que romper con ese pacto tácito con un sistema colonial y un Estado racista, dominado por los intereses capitalistas e imperialistas que las ha beneficiado históricamente y terminar con esas lógicas coloniales de luchas dentro del estado nación. Y, sumarse a un verdadero proyecto antisistémico, porque este sistema continúa con la destrucción de toda vida, de otras formas de saber y de estar en el mundo.
En el estado español, el feminismo blanco eurocentrado no ha dejado de actuar. Desde el racismo ejercido también por las feministas, se nos ha asociado a las mujeres racializadas e inmigrantes con un patriarcado menos civilizado, más vulgar, y por consecuente, se nos ha inferiorizado bajo sus imaginarios coloniales-civilizatorios. En este contexto, las mujeres racializadas tienen experiencias en común, y son capaces de retar y entender todo el sistema estructural opresor del Estado en una dialéctica con sus hermanos y padres. Nuestra voz es vital, en el sentido más literal posible.
¿UNA PRAXIS FEMINISTA DECOLONIAL DESDE EUROPA?
Llegadas a este punto, cabe preguntarse ¿qué planteamientos tenemos, aquí y ahora, las mujeres migrantes/racializadas?
En general, estamos pidiendo cuotas de representación dentro del feminismo blanco y sus organizaciones. Es decir, estamos coloreando las narrativas de liberación moderna, legitimando la colonialidad. O bien, esperando que los movimientos de mujeres blancas con esas narrativas quieran incorporar a sus agendas nuestras experiencias y demandas. Reproduciendo y legitimando tutelas, asumiendo e invisibilizando el racismo. Esperando a que la feminista blanca de turno nos de permiso para llevar hijab, vivir nuestras vidas, a que encuentre una forma de amoldar nuestras experiencias de opresión en sus esquemas. Cuando nos dicen que cabemos, ¿a quienes han dejado fuera o en qué nos han convertido? ¿Estamos, quizás, buscando un reconocimiento individual, mendigando la aprobación del/la blanco/a? Envueltas en esta dinámica seguimos alimentando la fascinación por el/la blanco/a y exigiendo que aparezcamos en abstracto en los discursos y proyectos de emancipación construidos sin nosotras, y, por lo tanto, contra nosotras. Pedir cuotas de representación se ha demostrado ya inútil.
La pregunta para nosotras es, ¿para qué luchamos en el contexto español, cómo organizarnos política y estratégicamente contra las opresiones sistémicas que nos afectan? Definitivamente, no esperamos convertirnos en otras versiones de la mujer blanca, ni menos aún, del hombre blanco dominante. El feminismo blanco se nos impone para hacerlo compatible con cualquiera de nuestras luchas antirracistas, sean mixtas o no mixtas de género. Lo que no podemos permitirnos a este punto, es imitar los métodos de liberación feministas occidentalocéntricos.
Romper con el proceso de integración como práctica politica antirracista, también implica cuestionarnos las formas de liberación que hemos internalizado.
Otro aspecto importante es encontrar una estrategia política para luchar, como mujeres racializadas y migrantes. Para eso, Houria Bouteldja, nos señala, la importancia de pensar bien contra qué hegemonía luchamos, y desde dónde parte la violencia. No podemos actuar desde el mismo lugar de enunciación de las mujeres blancas. A través de un análisis más materialista, y teniendo en cuenta que si bien, las mujeres blancas son víctimas de violencia, son ellas también a nivel estructural, las que oprimen al resto del mundo, incluidas otras mujeres.
En la lucha por un antirracismo político, debemos entender el racismo, el sexismo, las prácticas del capitalismo racial e imperialistas del Estado como jerarquías vinculadas entre sí. Por otra parte, si la izquierda blanca no entiende esto, tampoco podrá entender cómo se construyen los discursos de las mujeres racializadas, ni de sus comunidades o pueblos colonizados, de los que surgen sus movimientos. Si realmente luchamos por una liberación, tenemos que terminar con la fascinación por lo occidental, que aún nos ata a esas narrativas eurocentradas y por el sistema que instauró el hombre blanco a través de la colonización. ¿No es eso, lo que nos enseña nuestras genealogías?
Repensar el eurocentrismo que estructura muchas de nuestros espacios y luchas, así como romper el silencio es también un acto decolonial. Debemos abandonar, si es que nuestra práctica pretende ser realmente decolonial, las prácticas que solo nos llevan a colorear la modernidad, que solo tienen como resultado su legitimación y enraizamiento. No olvidemos que tampoco somos solo mujeres racializadas.
Habitamos en una geografía europea, y por lo tanto nos beneficiamos de esa civilización de muerte, liberal e imperialista, que se fundamenta y perpetúa en la dominación y explotación de los pueblos del Sur, - de sus mujeres, sus hombres, sus niños y niñas-, frente a los que independientemente sean nuestros pueblos, tenemos una responsabilidad.
Nuestra crítica es más compleja porque es la colonialidad la que nos causa la muerte. Un proyecto decolonial en relación a la lucha de las mujeres debe desarrollar otra política y otra metodología de liberación. Debemos darnos cuenta de cuando nuestra práctica política están siendo funcional a los movimientos nacidos en el seno de la modernidad occidental, está siendo funcional, en definitiva, a la colonialidad.
La decolonialidad no puede ser una retórica más que nos dé un nicho dentro de los feminismos occidentalócéntricos, una identidad que complete la “diversidad” dentro de ese feminismo. Si nos sentimos cómodas con esas posiciones, más nos vale ser honestas con nosotras mismas y con los movimientos de hombres y mujeres del Sur que están construyendo alternativas reales a esta civilización de muerte y dejar de blanquear sus luchas, sus discursos, sus epistemologías.
Dudamos seriamente que el fin de la decolonialidad nacida en esos territorios sirva para que nosotras, mujeres racializadas que vivimos en el norte, podamos encajar mejor en los espacios blancos.
Frases como “yo paro por las que no pueden parar, por las migrantes precarias y sin papeles”, por nuestras madres que no han leído los manifiestos para ir a la huelga porque no saben leer y escribir, por nuestras hermanas que no van a la huelga porque nadie las ha invitado ni las espera. Ir nosotras, desde nuestras posiciones de privilegio frente a ellas, es celebrar ese privilegio. Más cuando, como sabemos, la huelga es una estrategia de lucha de un espacio político que ni se piensa desde (ni piensa en) las experiencias de esas (nuestras) mujeres. Nosotras, que en nuestra mayoría ya no estamos en esa situación (aunque nuestras familias y amigas sí) decidimos ir a esa huelga por ellas en un ejercicio de universalización de las estrategias feministas blancas reinventadas y relegitimadas en nuestros cuerpos y prácticas, esta vez con nuestro beneplácito. ¿Dejamos de celebrar la colonialidad?
Analizar y denunciar el racismo de Estado desde una perspectiva decolonial.
Revisar la construcción ideológica del Imperio español, su historia colonial y sus pervivencias, rastreando el origen de las relaciones de dominación y opresión que enfrentan las comunidades racializadas y/o provenientes de la migración postcolonial.
Desvelar las heterarquías del poder moderno en torno a la raza, la clase, el género, la sexualidad, la espiritualidad…
Afianzar las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un antirracismo político en el Estado español.
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