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Culturas
Nuestro ¿acento?
El anuncio de Cruzcampo protagonizado por Lola Flores “resucitada” 25 años después de su muerte ha causado entre muchos de nosotros, cuanto menos, un destello de revuelo y admiración hacia “lo andaluz”. El anuncio habla, entre otras cosas, de reivindicar nuestro acento como marca de identidad, ese elemento del que siempre tiramos (o tiran) para identificar lo nuestro con nuestra tierra. Ese “acento” tan fácil de identificar en cualquier parte del mundo y que solo de vez en cuando fuera de nuestras fronteras identitarias nos enorgullecemos de poseer.
Y es que ese orgullo reconocido solo a veces no es culpa nuestra. Quizá deberíamos echar la culpa a quienes han expoliado, robado y exportado toda nuestra esencia como “lo español”, y que es justamente lo mismo que hace con esta campaña la multinacional holandesa: apropiarse de los referentes bajo la falsa apariencia de la reivindicación del acento y las raíces. ¿Somos solo taconeo, salero, quejío y bulla? ¿Somos solo fiesta, alegría, buen humor, jamón y gambas? Es solo una simplificación infantil del ser andaluz. Y en esa simplificación está el demonio, sí. Ya que dejamos de reconocernos. El aclamado anuncio habla de “manosear nuestras raíces”, pero se nos han olvidado nuestras raíces, se nos han olvidado nuestros ancestros, hemos olvidado a nuestras madres, hemos desterrado a Lorca, a Séneca y a Victoria Kent. Y ahora solo somos capaces de reconocernos en un anuncio de televisión que, magistralmente, ha sabido recogernos en la misma falta de matria.
No, el anuncio no habla del acento, porque no se habla del acento del vallisoletano, ni del acento del cántabro. El anuncio habla de la identidad. Y en la identidad está el lenguaje, está la cultura, está la historia y, sobre todo, están sus gentes. Seamos capaces de eso, de manosear nuestras raíces, de arrancar de la tierra lo que somos, y de levantarnos como decía Blas Infante. Para eso hace falta reconocernos, recuperar lo robado, volver a amasar y construir alternativas y referentes que lleguen a la cultura, pero también a la educación de nuestros niños y niñas, a la sanidad, a los cuidados, a la política y a la organización de nuestras demandas históricas. Hay que convertir el poderío en poder. Y todo esto hay que contarlo en andaluz.