Combinar estudios y trabajo, una necesidad materializada para las clases populares

La clase mayoritaria en las universidades españolas sigue siendo la alta. Cerca de 45.000 estudiantes han tenido que abandonar sus estudios por motivos económicos en 2019. Debido al deficitario funcionamiento del sistema de becas, los que no cuentan con altos ingresos económicos se ven obligados a desempeñar empleos precarios para mantenerse.

Estudiantes en la Universidad Autónoma de Madrid
David F. Sabadell Estudiantes tras una protesta en la Universidad Autónoma de Madrid

“¡Estudiar es un derecho y no un privilegio!” fue un lema que se escuchó en todas las manifestaciones en el Estado español contra la LOMCE y las ‘Reformas Wert’. Ahora, con el plan Bolonia implementado, no ha mejorado la situación. Al menos, para quien no cuenta con un colchón económico familiar como apoyo.

Bajo el actual sistema de becas y con la precariedad laboral como norma en el empleo juvenil, muchos estudiantes se ven obligados a trabajar “casi de lo que sea” para acceder a estudios superiores y conseguir empleos a priori mejores.

La brecha entre clases sociales sigue vigente en los estudios superiores. Así lo muestra el informe Ser universitario hoy presentado en la Universitat de Barcelona. La clase social mayoritaria en las universidades españolas continúa siendo la alta, perteneciendo a ella un 54,7% de los estudiantes de grados. Según la misma investigación, la clase media representa un 34,7% del total y solo un 10,6% de los estudiantes universitarios son de clase baja.

Según otro estudio, realizado por la Conferencia de Rectores de la Universidad Española (CRUE), en 2019 cerca de 45.000 estudiantes tuvieron que abandonar sus estudios por motivos económicos. “Las condiciones de mantenimiento de las clases sociales en las universidades, cada vez se diferencian más”, señala Manuel Ángel Río, profesor de Sociología de la Universidad de Sevilla y autor del informe Efectos de la conversión en becario y consecuencias de la reforma del sistema de becas entre universitarios de la clase obrera. “Los datos muestran cómo se han incrementado los estudiantes que tienen que trabajar a la vez que estudian”, asegura. Este profesor es claro al ser preguntado por las causas que obligan a los jóvenes a buscar empleo: “La necesidad de trabajar para poder pagarse los estudios y mantenerse en ellos está totalmente ligada con el origen de clase”.

LAS CONSECUENCIAS DE LA ACUMULACIÓN DE HORAS

Ante esta situación de necesidad laboral, El Salto ha preguntado a diferentes jóvenes sobre cómo es combinar trabajos y estudios. “Es complicado, sobre todo a la hora de ligar los horarios. Se agrava más con las prácticas. Ahí ya tienes que faltar obligatoriamente a clase”, indica Ryan Fontayne, estudiante de Ciencias Ambientales en la Universidad de Salamanca y captador de socios para una empresa. “Esto causa que, tal y como está estructurado el Plan Bolonia, es más fácil suspender y, por lo tanto, se nos penaliza por trabajar”, explica.


“Mi vida es hiper monótona. Me levanto a las 6 de la mañana. Hago dos horas en transporte público. Voy a clase, salgo a las 14h, como y entro a las 16h. Vuelvo a las 22h a casa y a repetir el ciclo”, señala Carlota Sánchez, estudiante del doble grado de Sociología y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), que combina con diferentes trabajos. Asegura que, por culpa de los empleos, no es capaz de implicarse todo lo que le gustaría en sus estudios. “Por una discriminación en tu nivel de ingresos te pierdes información y conocimientos de la carrera”, lamenta. “Vivo más preocupado de llegar a fin de mes casi que de estudiar. Todo, estando a 541 kilómetros de mi casa”, recalca Óscar García, estudiante de Periodismo en la UCM y teleoperador en Renfe.

“Tu rendimiento académico inevitablemente baja. Yo he necesitado un año más para sacar la carrera”, explica Nabil el Moudden, estudiante de Estadística aplicada en la UCM que, aunque ahora tiene un trabajo mejor, tuvo que dedicarse a ser mozo de almacén durante todo su período universitario. Su caso era de total necesidad, ya que “trabajaba 40 horas semanales porque con mi padre en paro se necesitaba el dinero en casa”.

Trabajar reduce tiempo de otras actividades, como es el ocio. “Lo peor no es dejar de salir de fiesta, sino perderte eventos importantes como cumpleaños o grandes reuniones”, indica Jorge Castiñeiras, estudiante del ciclo superior de Agencia de viaje y organización de eventos, a la vez que trabaja 24 horas los fines de semana como operario de maquinaria en el grupo PSA Citroën en Vigo. “A veces te ves excluido por el trabajo o fuera de los planes del día a día de tus amigos”, añade Ryan Fontayne sobre el aislamiento.

LA INEXPERIENCIA LABORAL, FRUTO DE APROVECHAMIENTO

Tras la puesta en común de situaciones como las comentadas nació Brecha Precaria, colectivo que se dedica a dar información laboral y poner en contaco a personas afectadas, “para sentirse acompañados en sus problemas laborales”. Desde esta agrupación señalan tres problemas estructurales en estos casos: “El contexto general de precariedad en el Estado español, la falta de información sobre los contratos y el aislamiento e individualismo que genera combinar estudios y trabajo”, cita Brezo Davis, participante en la asociación.

“El día que firmé el contrato lo hice sin apenas leerlo. Necesitaba trabajar ya”, indica Maider Barrenetxea, estudiante de Periodismo en la Universidad del País Vasco y trabajadora en unos cines de Bilbao. “Están nerviosos y lo firman rápido sin ver las cláusulas o convenios laborales de los que disponen”, señalan desde Brecha Precaria.

Todos los entrevistados aseguran que, tras anteriores experiencias, conocen mucho mejor sus derechos y en qué puestos trabajar. Aun así, los abusos empresariales o el aumento del cansancio están ahí. “Te dicen una cantidad de horas al día y no es raro hacer alguna más que no se paga al final del mes”, manifiesta Jorge Castiñeiras. “Cuando trabajaba en los almacenes del Decathlon de noche he llegado a ir de empalme a clase”, cuenta Carlota Sánchez.

Además, el profesor Manuel Ángel Río destaca que todos los años hace exámenes fuera de horas para alumnos que trabajan. “Aunque tengan derecho a pedir el día para realizar un examen, la cara que pone el jefe hace que no se atrevan a pedirlo”, explica. Sobre los abusos patronales o problemas que pueden tener estos estudiantes, el mismo profesor cita “cambios imprevistos de turno, incertidumbres entre periodos laborales, que impiden planificaciones o la ausencia de permisos para presentarse a exámenes”. “Como duramos en los trabajos menos de un año no podemos permitirnos pedir requisitos a las empresas”, añade Carlota Sánchez.

SE MATERIALIZA EN EL MERCADO LABORAL

“Estos jóvenes parten con desventaja en el mercado laboral por ser de una clase social más baja”, subraya Manuel Ángel Río. Esto se debe a que, por lo general, los empleos que desempeñan suelen ser precarios y no tienen relación con la materia que cursan. “Una vez sacada la carrera, estos trabajos no computan dentro del mercado”, se queja Maider Barrenetxea.

El problema económico se manifiesta también a la hora de escoger las prácticas. “Yo quería hacer unas en el Ministerio, pero como no las pagaban he escogido otras que me interesaban menos, pero que sí eran remuneradas”, comenta Carlota Sánchez.

En cambio, hay gente que, como sí puede permitirse trabajar sin cobrar (o cobrando muy poco) en “empresas destacadas”, les otorga un mayor “prestigio curricular”.

Esta realidad se materializa en el futuro. Hay quien habla del modelo europeo donde los estudiantes alemanes, holandeses o suecos trabajan a la vez que estudian. Sobre ello, el profesor Manuel Ángel Río explica que “no es lo mismo trabajar para sostenerse que trabajar como complementación”. Además, el sistema educativo español hace que ligarlo sea realmente complicado. Carlota Sánchez relata que “los trámites burocráticos de mi universidad para justificar mi ausencia a clase por motivos laborales han sido un lío”.

Cabe destacar también a “los que nadie ve”, es decir, quienes no pueden permitirse ir a la universidad por motivos económicos. Jorge Castiñeiras cuenta que, cuando acabó la selectividad, en su familia no podían permitirse que él estudiase fuera por motivos económicos. “Después de haber estado tres años trabajando he ahorrado y finalmente podré pagarme el grado de Turismo que quería hacer al acabar el Bachillerato. Son años trabajados que otra gente de mi entorno no ha tenido que realizar”, explica.


¿Y QUÉ PASA CON LAS BECAS?

Durante el mandato del PP en España entre 2011 y 2015, el que fuera ministro de educación, José Ignacio Wert aprobó una serie de reformas en el sistema educativo español, muchas de ellas con una alta repercusión en las becas. “Los cambios que se produjeron en su momento van totalmente en contra de los alumnos más desfavorecidos. Al aumentar la exigencia académica y reducir el peso de los factores económicos está claro que al trabajar es más difícil mantener la beca”, explica Alba Nogueira, profesora de derecho administrativo en la Universidad de Santiago de Compostela. “No ayudan ni al mantenimiento de los jóvenes ni a la incorporación de nuevos estudiantes”, añade.

El sociólogo Manuel Ángel Río asegura que las becas en ningún caso superan los costes del estudiantado y que se quedan lejos de cubrir las necesidades básicas de quien vive en otra ciudad. Sobre ello, Óscar García dice que “solo recibí la beca con cuantía fija y variable el primer año. Después —aun cumpliendo los requisitos—, me la dieron solo para la matrícula. A partir de ahí yo ya no pude optar a estudiar como el resto. Tuve que buscarme la vida y trabajar”. “Se centran solo en el rendimiento académico, apenas miran la renta familiar. Además, el Ministerio no valora que en quien trabaja y estudia a la vez, baja su rendimiento académico”, defiende Rayan Fontayne.

La profesora Alba Nogueira opina que las competencias de las becas podrían ser transferidas a las Comunidades Autónomas. Además, “en las universidades deberíamos ser más flexibles y desarrollar sistemas de evaluación más específicos para los alumnos con más dificultades”, asegura.

El profesor Manuel Ángel Río invita a la reflexión sobre el tratamiento de la palabra “juventud”: “No es un concepto homogéneo, no se puede englobar en ella a diferentes clases sociales, ya que dependiendo de su cuantía económica tendrán maneras diferentes de vivir este período estudiantil. Hay diferentes formas de estar en la universidad en función de la clase social, pero lo que tenemos claro es que a la clase obrera cada día le cuesta más poder estudiar”. Además, destaca que pese a haber aumentado las desigualdades, falta por hacer autocrítica y una mayor movilización social.

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