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Derechos Humanos
Rumbo fijo a la liberación de Palestina
Decepción en el hotel Tugra de Estambul. Se forma un corrillo, dos corrillos, tres corrillos. Algunos activistas van comunicando a los demás lo que saben, otros hacen de repetidores, la mayoría escucha y maldice entre dientes. Así que todo se acaba... Las últimas informaciones parecen definitivas: Guinea Bissau, un gobierno del que hasta ahora no se había hablado en el hotel, ha reclamado una inspección sobre los barcos Adkeniz y Anadolu. Idealmente, ese ferry y ese carguero tienen que navegar desde Turquía hasta las costas de Gaza. El objetivo es entregar las 5.000 toneladas de ayuda que lleva el Anadolu. Pero la carga más importante debe subir a bordo del Adkeniz. Son decenas de activistas que forman parte de la Flotilla de la Libertad. Gaza no tiene siquiera un puerto propio para que atraquen barcos de ese tamaño, pero la esperanza de que el antiguo ferry salga al mar y traslade un mensaje al mundo es demasiado fuerte para que las personas que integran la flotilla renuncien a la empresa. En tierra o en el mar, tienen objetivos intermedios: empujar y presionar, poner contra las cuerdas a los gobiernos para que tomen medidas efectivas de sanción y castigo a Israel, que su misión gane volumen en la prensa y la opinión pública internacional. El objetivo principal: que pare el bloqueo, que termine el genocidio; una Palestina libre desde el río hasta el mar.
Es jueves por la tarde y en el Tugra decaen los ánimos. Algunas de las activistas llevan ya tres semanas en Estambul, otras llegaron el martes porque la salida era inminente. Tres semanas de retrasos y de espera, aguardando salir a navegar, algo que ningún gobierno del mundo parece querer que suceda. Días de nervios. El miércoles 23 de abril, todo el pasaje mandó sus datos a las autoridades turcas. Muchas activistas grabaron un vídeo: “Si estás viendo esto es porque Israel me ha detenido. Si estás viendo esto es porque Israel me ha matado”. Si estás leyendo esto es porque, durante el mes de abril, algunos centenares de activistas propalestina quisieron romper el cerco marítimo que Israel impone sobre Gaza. No era una fecha cualquiera, sino el momento en el que el ejército israelí estaba llevando a cabo un genocidio en el que han muerto más de 38.000 personas y tras el que hay 11.000 desapariciones. Un genocidio que no ha terminado al cierre de esta edición.
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Poner el cuerpo
Cuando algunas activistas hablan de “poner el cuerpo” en la flotilla, están hablando de que están dispuestas a sufrir daño físico y eventualmente morir por Palestina. El entrenamiento de los días previos es una preparación para ese escenario. Comienza con las imágenes del asalto al barco Mavi Marmara. Hace catorce años, ese buque, que formaba parte de un convoy de solidaridad, fue asaltado por el Tzahal, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). En 2014, la Corte Penal Internacional dictaminó que a las personas que perdieron la vida en aquel asalto “se les disparó repetidamente en la cabeza, cuello y pies, y a cinco personas por lo menos las mataron disparándoles desde muy corta distancia, según quedó reflejado en los informes de las autopsias”. Los vídeos que ven todos los activistas muestran algunos de los momentos más duros de aquel asalto, en el que murieron nueve personas (una más murió después, como consecuencia de las heridas). En 2010, después del Mavi Marmara, nació la Flotilla de la Libertad.
El entrenamiento en Estambul está dirigido a que no se repitan aquellas escenas. Karam, uno de los responsables del entrenamiento en Estambul, explica que la capacitación “debe servir para mantener a las personas seguras, evitar cualquier escenario o comportamiento repentino que pueda poner en riesgo la vida de las personas. Se trata de mantener a todos a salvo”. Todo el pasaje tiene la orden de esperar un posible asalto israelí lejos de cubierta. Sentados, sin objetos en las manos, sin oponer resistencia. El martes 22 de abril, la televisión israelí divulga una información que corre entre los participantes de la flotilla y entre sus familias que, a miles de kilómetros de distancia, aguardan con nervios el desenlace de la misión. La tele dice que el comando de operaciones especiales Shayetet 13 será el encargado del asalto al Adkeniz. Unos días antes, esta unidad —los Navy Seals de Israel— acabó con la vida de 200 personas en el hospital Shifa. Dos semanas antes, otro ataque israelí terminó con la vida de siete cooperantes de la World Central Kitchen, que estaba autorizada para operar en Gaza. La brutalidad de las FDI es el telón de fondo de la misión que quiere llevar a cabo la flotilla. Pese al miedo, hay un propósito que se impone.
La británica Sarah Wilkinson es una de las activistas que, cuando hablan de poner el cuerpo, se refieren a algo más que a vestir una kufiya. Su mirada, serena, pero por momentos nublada por algún tipo de angustia, no esconde que se ha dejado jirones de su vida en la solidaridad con Palestina. “La mayoría de amigos que he hecho en Palestina han sido asesinados”, cuenta. “Arriesgué mi cuerpo para cerrar las fábricas de armas israelíes que se fabrican en Reino Unido”, explica. En enero de 2021 se encadenó en la fábrica UAV Engines, una filial de la fabricante israelí Elbit Systems. La detuvieron. La han detenido más de veinte veces por acciones de este tipo. Si tiene miedo, lo contiene a través de su rabia.
Han pasado solo unos minutos desde que una reunión, el viernes por la mañana en el Tugra, ha certificado que la inspección solicitada por Guinea Bissau puede ser un revés definitivo para la misión. Wilkinson toma un café con Amanda Crawford, una luchadora irlandesa que pisó Palestina en 2017 y 2019. Su trabajo consistió en monitorear que las criaturas pudieran llegar a clase. Cuenta que, la primera vez que estuvo, una piedra tirada por uno de los colonos israelíes en el sur de Hebrón alcanzó a un niño y le produjo una fractura craneal. Desde 1973, Crawford ha estado implicada en la lucha por la liberación anticolonial tanto en su país como en Palestina. Sabe lo que es la brutalidad de un ejército que quiere ocupar un territorio que no controla social ni culturalmente.
Caoimhe Butterly evoca su primer enfrentamiento a la realidad de lo que se vive en Palestina. Fueron unas imágenes de vídeo durante la primera intifada, entre 1987 y 1993. En ellas se veía a soldados israelíes rompiendo los huesos de palestinos detenidos en una colina a las afueras de Hebrón: “No lo entendí en ese momento, pero recuerdo el impacto que tuvo en mí”. Su militancia en contextos poscoloniales le llevó, a principios de siglo, a cerrar el círculo. Durante la segunda intifada, a comienzos de siglo, Butterly estaba entre Jenín y Nablus. A finales de la primera década del siglo XX, cambió Cisjordania por Gaza. Desde 2008 se involucró en la organización de las flotillas, un movimiento que ha visto crecer pero que sigue teniendo algunos de los principios “de organización de base y comunitaria” bajo los que nació.
Crecer desde la memoria
No hay ninguna intención de tomar las armas. Hay, eso sí, un entendimiento de los motivos de la resistencia palestina. No todo es Hamás, el 7 de octubre y sus atentados no lo explican todo. Las activistas de la flotilla llevan décadas intentando sacar a Palestina del olvido de eso que eufemísticamente se llama la comunidad internacional. En algunos casos, el activismo tiene línea directa con la historia de la Nakba de 1947 y 1948. Imágenes en blanco y negro de miles de personas desplazadas, dejando atrás cadáveres. Muchos con destino a Gaza, donde hoy son exterminadas por miles. Otras familias rumbo a Estados Unidos, a Europa.
Es una huella indeleble que se marca en la cara de Huwaida Arraf, abogada de derechos humanos cuya presencia en la Flotilla impone respeto. Sus padres salieron de Palestina en 1976. “Querían que naciéramos en un país donde no viviéramos bajo la ocupación, la discriminación o el apartheid”, explica Arraf en el vestíbulo del Tugra. “Sentí que la oportunidad que tuve, por el sacrificio que hicieron mis padres, venía con la responsabilidad de contribuir a la liberación de mi pueblo”. Arraf comenzó trabajando en organizaciones de paz y resolución de conflictos. “Siempre es bueno hablar —resume—, sin embargo, muchas de estas iniciativas desvían la atención de lo que los palestinos están haciendo por su propia liberación; tienden a denigrar, vilipendiar y marginar las estrategias que ellos utilizan, por ejemplo, el movimiento de boicot, desinversiones y sanciones”.
Esta abogada fue una de las fundadoras de la Flotilla de la Libertad. El origen fue el Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM), creado en el periodo de la segunda intifada. El ISM atrajo a personas de todo el mundo. El plan era ser testigos, y antes que eso, hacer saber a los palestinos que nunca estarán solos. En 2003, un bulldozer conducido por un soldado del ejército israelí atropelló y asesinó a Rachel Corrie, activista del ISM. Un par de semanas después, el fotógrafo Thomas Hurndall recibió un disparo en la cabeza por parte de otro soldado del Tzahal. Nadie hacía nada, pero comenzó a haber críticas en la prensa anglosajona. Como consecuencia, Israel dejó de permitir la entrada de activistas internacionales en Gaza. Desde 2007, Israel impuso un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo. Gaza se convirtió en “la cárcel al aire libre más grande del mundo”, como la llamó el historiador Ilan Pappé.
Un voluntario australiano tuvo una idea. Romper el bloqueo por mar. Al principio, los militantes del Movimiento de Solidaridad Internacional no sabían nada de navegación. No tenían barcos, ni dinero para comprar un barco, “pero, ya sabes, nadie más estaba haciendo nada”, cuenta Huwaida Arraf. En el verano de 2008 consiguieron fletar dos pequeños pesqueros. Se enrolaron 44 personas de 17 países distintos. Aquella primera vez, la armada israelí no les detuvo y los barcos llegaron a Gaza. Arraf participó en otras cuatro misiones que consiguieron romper el bloqueo. Ha habido más fracasos que éxitos, si puede contarse como fracaso la organización de un movimiento de este tipo. Han partido 35 barcos. Cuando la flotilla lo ha conseguido, el recibimiento en Gaza ha sido por todo lo alto. Además de la ayuda que han podido cargar los barcos, los objetivos han sido sacar a periodistas, médicos, profesores y a heridos de guerra en el punto de mira del ejército de Israel.
Veteranos de la guerra y la paz
La delegación estadounidense en Estambul está compuesta por veteranos de varias batallas del siglo XX. Coleen Rowley, exagente del FBI, whistleblower clave para comprender los atentados del 11-S en Estados Unidos, y persona del año para la revista Time en 2002; Barry Riesch, veterano de Vietnam convertido a pacifista de base; Medea Benjamin, quien inició el movimiento contra la segunda guerra de Iraq y que hoy es conocida por los escraches a los congresistas y senadores estadounidenses implicados en el apoyo a Israel; y Ann Wright, la cara más visible de la Flotilla, son algunos de ellos.
Wright, ex coronel del ejército estadounidense, viajó por primera vez en la Flotilla de 2010, en uno de los barcos que acompañaba al Mavi Marmara. Ella es la que da la cara en las reuniones que cada tarde a las 20h tienen lugar en el Tugra. Es la encargada de dar las malas noticias, también de organizar a un grupo que apenas se conoce entre sí, pero que la toma como referente. Wright aparece en los medios de comunicación, participa en videoreuniones, recuerda las citas y los requisitos imprescindibles para subir al barco.
Sin decir una palabra que no sea necesaria, Zohar Chamberlain está presente siempre en esas reuniones. Nació en un kibutz en Galilea. Ahora reside en Alemania. Desde 2012 está metida en la coalición internacional de la Flotilla de la Libertad, “organizando estas acciones no violentas en el mar para romper el bloqueo a Gaza”. Unos días antes de que se produzca el revés definitivo a la misión, Chamberlain ya anticipa que una acción compleja como la que se trata de poner en marcha depende de factores que no están en manos de los activistas. Pero deja una reflexión: “Lo importante realmente, lo que determina el éxito, no es si zarpamos o no, lo importante es romper el bloqueo mediático y que la humanidad reaccione contra este genocidio, contra años de bloqueo, contra los años de violación de derechos humanos que sufre el pueblo palestino”.
El sueco Charlie Andreasson ha terminado tres veces en una prisión israelí. No puede entrar en Cisjordania, pero en una ocasión logró atravesar el desierto del Sinaí para llegar al cruce de Rafah y entró en Gaza. Allí vio cómo la aviación israelí destruía uno de los barcos que él y otros militantes habían adecuado para trasladar productos palestinos con destino a Europa. Hace diez años, con el inicio de la campaña israelí “Margen Protector”, en la que murieron 1.300 palestinos —y once soldados del Tzahal—, Andreasson estaba en Gaza para documentar los hechos y para servir como escudo humano. Ahora, percibe un cambio: “No se trata tanto de resaltar la situación, ahora nadie puede decir que no sabe lo que está pasando”. Andreasson rechaza ser un activista propalestino, “nunca he usado esa palabra, soy un activista pro derechos humanos”.
Tras la decepción del jueves, ratificada el viernes cuando se confirma que Guinea Bissau retira sus pabellones de los barcos, algo que toda la comitiva de la Flotilla de la Libertad achaca a una maniobra de la diplomacia israelí, queda seguir poniendo el cuerpo. Jawaher Channa, una mujer tunecina que ha llegado con su esposo para partir en el Adkeniz, explica que desde su país está organizando una caravana por tierra, que debe atravesar Túnez, Libia, Egipto y llegar hasta Rafah, el punto hacia el que todos los ojos de la expedición mira. “Estamos viendo toda la cantidad de niños pequeños que son asesinados… y simplemente no podemos hacer nada. Sé que hay riesgos, pero nuestro deber es hacer algo para llegar a Gaza”, concluye. No es la única que manifiesta que no cejará en la lucha. Hacer algo, poner el cuerpo, seguir intentándolo, son frases que significan algo más para las personas que navegan con rumbo fijo hacia la liberación de Palestina. Si estás leyendo esto es porque, en la primavera de 2024, la Flotilla no consiguió romper el bloqueo. Habrá nuevos intentos.
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Héroes de verdad, que ahora conocemos sus caras; personas como ellos son la esperanza de la humanidad. Gracias por dar a conocer estos gestos en medio de tanta desolación.