Coronavirus
Muchos clientes, poca empatía
Las empleadas de los supermercados denuncian la falta de compromiso en los consumidores ante los protocolos contra el covid-19.

Guantes, mascarillas, desinfectante de manos… Hace días que estos productos dejaron libre su espacio en las estanterías. Volverán. No hay nadie en el pasillo para confirmarlo, pero lo anticipa un precio que sigue puesto en su sitio. Quienes también siguen en su sitio son las cajeras del supermercado, que ahora solo ocupan las cintas impares. Es la forma que las cajeras del hipermercado Eroski en Castro Urdiales tienen de respetar la distancia de seguridad. Aunque extreman las precauciones, los riesgos siguen presentes en uno de los pocos colectivos profesionales que sigue dando la cara durante el confinamiento.
A ellas no les ha doblegado ningún ERTE. El sector ha sido uno de los pocos definidos como esenciales por el Gobierno, por lo que sigue manteniendo su actividad a pesar del último decreto. Lo que no se mantiene es la normalidad. La empresa ha instalado medidas de protección como mamparas, pero el desabastecimiento se refleja en los objetos de un solo uso. “Sigue sin haber Equipos de Protección Individual para todas, así que reutilizamos las mascarillas quirúrgicas”, explica Andrea Ibáñez, que lleva dieciséis años trabajando para este centro. Frente a esto, la representante de la plantilla del comercio, Nuria Corral, asegura que siguen los cauces establecidos y reponen los equipos según van llegando.
Ibáñez admite que la situación es complicada, y por eso tampoco se muestra crítica. “Si están así los médicos, ¿cómo vamos a estar nosotras?”, se pregunta. Mientras estos equipos se reponían, las trabajadoras improvisaban con lo que tenían. Las primeras líneas de defensa, aunque modestas, fueron posible gracias a la ONG Cantabria por el Sáhara. Sus voluntarias y otros allegados confeccionaron y distribuyeron mascarillas a quienes trabajan de cara al público. Ahora cuentan con equipos homologados, pero agradecen el compromiso y esfuerzo que sus vecinas han hecho por ellas.
“Volvemos a casa muertas de miedo, cuidando mucho nuestros movimientos mientras nos duchamos con la esperanza de que toda la mierda se vaya por el desagüe”
En las cajas entienden que la situación les ha pillado desprevenidas, pero la crisis se va controlando. Para evitar las aglomeraciones en las taquillas, se cambian en su casa. También desinfectan la cinta con cada consumidor al que atienden, y que en muchas ocasiones no respeta la distancia de seguridad, ahora marcada por una cinta verde en el suelo. “Un cliente nos lanzó el pañuelo de los mocos y los guantes después de pedirle que mantuviese la distancia de seguridad”, explica Ibáñez. Son situaciones con las que tienen que lidiar constantemente, y ante las que ningún dispositivo de seguridad puede enfrentarse.
Empatía
La salud no es lo único que ponen a prueba. También lo hace su paciencia y, sobre todo, su empatía. Quienes trabajan de cara al público suelen generar confianza con los clientes habituales. Forma parte de la política interna hablar con ellos, pero ahora esa norma guarda cuarentena para reducir al mínimo la exposición entre personas. “Una enfermera se echó a llorar. Nos cuentan que están desbordadas”, asegura Ibáñez. Ella se ha mostrado en contra de la medida y entiende que, para muchos, es el único momento de la semana que salen de casa y hablan con alguien: “Ofrecemos un trato personal, si no seríamos cajas de autopago”.
Hay muchos puntos de contacto susceptibles de convertirse en focos de contagio, como los carros de la compra. El comercio pone a disposición de los clientes guantes de un solo uso, pero el contacto se produce igualmente porque los consumidores cogen el carro antes de entrar al establecimiento. Begoña Molina, socia cooperativista del establecimiento, explica que la Unidad Militar de Emergencias (UME) acudió a desinfectar el recinto, pero aún así, el hipermercado ha reforzado el servicio interno de limpieza. Sin embargo, toda precaución es poca si las clientes no cumplen su parte del acuerdo: quedarse en casa. “Ayer tuve que decirle a un cliente que no viniera todos los días. Es de vergüenza”, critica Molina.
A la salida, el aparcamiento está repleto y la cola para entrar da la vuelta al hipermercado. Sin embargo, hay poca gente. Es buena señal, significa que los clientes no han venido acompañados a comprar. El volumen de consumidores ha disminuido desde el comienzo de la cuarentena. “La gente tenía miedo a que cerrásemos”, explica Susana Castillo, nombre ficticio de una empleada que prefiere guardar el anonimato. No se muestra crítica con la empresa, pero sí con los consumidores. Según ella, “hay quien lleva el carro lleno de necesidades básicas y otros que solo vienen a por chuminadas, pero tú eso no lo puedes regular”.
Hay muchos puntos de contacto susceptibles de convertirse en focos de contagio, como los carros de la compra
A la conversación se incorpora Carmen Valado, responsable de seguridad que sale del recinto para tomar el aire durante su descanso: “No te hacen ni puñetero caso. Ayer echamos a uno porque no puede entrar más de una persona por unidad familiar”. Sus jornadas son rotativas y algunos días desarrolla sus labores en otros centros. Eso le ha permitido comprobar cómo algunas personas se saltan la cuarentena justificándose en la compra. “Una señora venía al supermercado pequeño a por zanahorias y pan todos los días —afirma Valado-, y yo he salido porque tenía que trabajar, si no no venía”, señala.
Quienes pasan los días encerrados en casa, echan de menos salir. Y quienes tienen que salir, lamentan haberlo hecho. A pesar del miedo, las trabajadoras lanzan palabras de cariño a los clientes más habituales. Ibáñez se acuerda de ellos y les dedica unas líneas en su perfil de Facebook: “A algunos los considero amigos”. Pero lo cortés no quita lo valiente y por eso también exige el cumplimiento de los protocolos: “Volvemos a casa muertas de miedo, cuidando mucho nuestros movimientos mientras nos duchamos con la esperanza de que toda la mierda se vaya por el desagüe”.
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